BLOG EDITADO POR ALEJANDRO OSCAR DE SALVO

lunes, 25 de marzo de 2013

EL VALOR DE LA MORTIFICACIÓN EN LA PROFESIÓN DE FE CRISTIANA.


EL PROFESO CRISTIANO
Y
LA MORTIFICACIÓN
  

Imagen de Cristo Mortificado. 


TEMARIO

I) INTRODUCCIÓN A LA PRÁCTICA DE LA MORTIFICACIÓN.
II) CONCEPTO DE MORTIFICACIÓN.
III) CLASIFICACIÓN DE LAS MORTIFICACIONES.
IV) UTILIDAD DE LAS MORTIFICACIONES.
V) LA NATURALEZA DE LA MORTIFICACIÓN.
VI) PRINCIPIOS DE LA MORTIFICACIÓN.
VII) LAS FACULTADES HUMANAS QUE DEBEN SER MORTIFICADAS   
       (FORMADAS Y/O ENTRENADAS).
VIII) LAS FACULTADES HUMANAS MOVIDAS POR EL ESPIRITU 
        SANTO.
IX) PLANIFICACIÓN DE LA MORTIFICACIÓN.
X) CITAS DE LA SAGRADA ESCRITURA SOBRE LA MORTIFICACIÓN.
XI) SELECCIÓN DE TEXTOS SOBRE LA MORTIFICACIÓN.
XII) EPILOGO.



 
  

EL VERDADERO CRISTIANO
ES UN HOMBRE MORTIFICADO


I) INTRODUCCIÓN A LA PRÁCTICA DE LA MORTIFICACIÓN.

Se ha elegido para esta ocasión el tema de la Mortificación Cristiana en razón que conforma un conjunto con la Oración Espiritual, temática que fue tratada en nuestra anterior entrega.

Los efectos beneficiosos derivados de ambas prácticas juegan un rol decisivo en la evolución del alma humana, máxime porque la utilidad de ambas disciplinas se potencia por la sinergia que éstas producen al combinarse. De manera que la mortificación y la oración son dos elementos insustituibles en el desarrollo moral y espiritual de un ser humano.

Esa valoración se ha puesto de manifiesto con el estudio de numerosas personas que han alcanzado una conducta de vida santa; y cuyas experiencias vitales, logros morales y desarrollos espirituales se conocen desde los primeros siglos de la Era Cristiana.

Los múltiples antecedentes existentes al respecto muestran de manera inequívoca que el progreso en la vida interior guarda un estrecho correlato con el avance que se consiga en las prácticas de la mortificación y en la oración.

Por lo tanto, la mortificación con sentido cristiano es una parte natural de la vida del profeso y como tal la debe entender y asumir.

Hecha una breve presentación de la práctica bajo análisis, es imperioso hacer algunas aclaraciones que resultarán esenciales para contextualizar el tratamiento del tema abordado y posibilitar su correcta interpretación, a saber:

Las mortificaciones no son hechos que se deban relacionar exclusivamente con la religión, por cuanto más allá de su tratamiento en las Sagradas Escritura y de su utilidad para desarrollar las virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad) estas prácticas disciplinarias son también un poderoso instrumento de capacitación para el desarrollo de las virtudes naturales. (Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza).

Por eso muchos coinciden en que la mortificación (forjar el cuerpo y el temple) es un requisito ineludible para generar hábitos virtuosos.

También suele haber coincidencia en que el sacrificio es la prueba del amor. Cabe entonces preguntar ¿Quién podrá amar sin no está capacitado para sacrificarse? (mortificarse)

¿Cómo se podrá ser un buen padre de familia sin tener capacidad de sacrificio?, entendiendo aquí la "capacidad de mortificación" como la actitud y la aptitud para elegir la peor parte para uno.

¡Qué inmenso desazón! produce saber que hay padres que en la mesa familiar se quedan con la milanesa más grande o la mejor presa de pollo.

Y ni que decir de la incapacidad para mortificarse que tienen muchos padres que usan ropas de marcas costosas mientras visten a sus hijos con prendas de dudoso gusto y discreta calidad.

O de aquellos otros que viajan en automóviles de alta gama y comen en distinguidos restaurantes mientras “economizan” contratando “niñeras” a las que no cabría confiarles ni la mascota.

Gracias a Dios también hay innumerables ejemplos de padres que hacen increíbles sacrificios por sus hijos.

Ya saliendo del ámbito familiar deberíamos también preguntarnos si ¿Un sujeto que no está capacitado para mortificarse sirve para desempeñarse profesionalmente con responsabilidad?

La respuesta, decididamente, es ¡no! ¿Podemos imaginar un político responsable sin capacidad de sacrificio?, ¿Y un gerente general?, ¿Y un abogado?, ¿Y un médico?, ¿Y un maestro? ¿Y un soldado?, ¿Y un sacerdote?, ¿Y un operario?,  ¿Y un...?. Pues claro que no.

Los que no estén formados y dispuestos para mortificarse en pro de observar un comportamiento justo, no sirven. Y tampoco sirven los que no se puedan sacrificar en procura de dar un cumplimiento fiel a sus obligaciones; sean cual fuere el ámbito en el que se desempeñen.

En rigor de verdad, la cuestión excede el plano familiar y profesional. El espíritu de sacrificio, sea para estar en condiciones de elegir la peor parte para uno, sea para saber afrontarla cuando nos es impuesta por las circunstancias, es imprescindible para estar en condiciones de vivir con dignidad y libertad.

La ética personal se forja bajo la disciplina de la mortificación, lo cual responde a una estricta lógica porque la mortificación no es otra cosa que un eficiente entrenamiento para forjar el espíritu de lucha que debe tener todo sujeto que busque el bien y evite cooperar con el mal.

Entonces, si la mortificación es tan útil para todos los hombres, creyentes y no creyentes, ¿Por qué ha sido y es tan denostada?

Básicamente, por dos razones:

La primera de ellas se remonta a los orígenes del cristianismo y se continúa hasta la actualidad.

Los enemigos de la fe cristiana y sus valores, profundos conocedores de la enorme importancia que tiene la mortificación para la vida del espíritu y el seguimiento de las enseñanzas de Cristo, han estado atacándola de manera permanente.

El objetivo que persiguen es eliminar la mortificación de la cultura cristiana. Que sea suprimida de las prácticas espirituales que se enseñan en los templos y en los colegios cristianos. (Y, lamentablemente, están teniendo un alto nivel de éxito con sus destructivas prédicas)

 Saben muy bien que sin oración y sin mortificación la profesión de fe cristiana no puede prosperar. Y, consecuentemente, en la medida en que estas prácticas van cayendo en desuso, los profesos tienden a desaparecer y su lugar pasa a ser ocupado por los llamados "cristianos de nombre" que tanto abundan hoy en día. Vale decir,  por aquellos que dicen ser cristianos aun cuando no hacen ni el más mínimo esfuerzo para vivir de acuerdo con ley de Cristo.

Por ese motivo, los omnipotentes grupos internacionales de poder a los que hoy les toca seguir impulsado el irracional anticristianismo de siempre, están intentando aniquilar esta poderosa disciplina que integra el patrimonio espiritual del cristianismo desde hace más de dos mil años.

Los ataques los hacen de manera directa cuando elaboran y promocionan discursos o ejecutan actos destinados a desprestigiar la práctica de la mortificación cristiana; y de forma indirecta cuando recurren a acciones comunicacionales dirigidas a denigrar los valores cristianos en general y/o a difamar a las instituciones cristianas tradicionales que continúan conservando el apego por el ejercicio de esta disciplina, tal como lo enseño Jesús y lo transmitieron los apóstoles y los padres de la Iglesia.

La segunda razón de peso para que la práctica de la mortificación sea denostada es la modalidad con que se desenvuelven los intereses políticos y económicos que imponen las condiciones en la actualidad.

En particular, nos referimos al tiempo histórico que nos toca vivir bajo la denominación de “posmodernidad”, cuyas características y formas de ejercer el poder permiten definirla como una dictadura globalizada en la que las conductas que se le imponen a las personas son “legisladas” y “promulgadas” por los mercados y los medios de comunicación.

Este perverso esquema de mando requiere para su éxito de seres humanos que no estén en condiciones de ejercer el libre albedrío ni de gobernarse a sí mismos responsablemente. Demanda personas que se dejen llevar por los imperativos de las modas, por las publicidades y por las propagandas, mientras viven absortas intentando satisfacer las exigencias de una voluntad soberbia, hedonista, consumista, volátil, exhibicionista, comodona y egoísta que las degrada.

De forma tal que una persona seguidora de las enseñanzas de Cristo, fuente de toda sabiduría, contrasta con las creencias impuestas por la globalización y no se ajusta al modelo personal minusválido que el sistema posmoderno reclama para poder perpetuar su mecánica de dominación universal.

En otras palabras, los valores cristianos son contrarios a los intereses del poder político-económico que impera en el mundo y por eso se los ataca de manera salvaje. (En la web hay varios sitios especializados que dan cuenta de los virulentos ataques que se están practicando contra los valores cristianos, por lo que no ingresaremos en el tratamiento de esta temática; la cual, por otra parte, excede el objetivo de este trabajo).

Así llegamos a la disparatada situación a la que nos somete la actualidad. Por un lado se repudia y tergiversa el hábito de la mortificación cristiana, destinado a fortalecer la voluntad y elevar el espíritu que habita en cada ser humano -y que bien practicada ningún daño causa en la salud-, mientras que por otro lado se consideran positivas otras conductas que son notoriamente anti naturales, cruentas y dañinas para la integridad psicofísica de las personas.

A modo de ejemplos podemos decir que hoy son socialmente aceptadas -y hasta diríamos “bien vistas”- las cirugías para: intentar parecer más jóvenes, tener menos panza, aumentar el tamaño de los pechos -o implantarlos en el caso de los travestis-, incrementar el largo de los penes, cambiar de sexo y, en general, para toda una variedad de aberraciones que se suscitan en derredor de estas prácticas quirúrgicas que, en la mayoría de los casos, resultan de gran insensatez.

A lo cual podríamos agregarle los inmensos sacrificios que se realizan para bajar de peso y estar acorde a un modelo de figura humana que no responde a la naturaleza impuesta por el Creador, sino a los dictados de una moda absurda.

 A los sufrimientos que producen por sí mismas esas crueles mortificaciones paganas, cabe agregarles los daños psicofísicos que se suelen derivar de ellas.

Con lo cual es más que evidente el estado de confusión que se ha generado en las sociedades de hoy y las dificultades que se presentan para comprender el camino de oración y de mortificación que se debe seguir para llegar a practicar la religión cristiana.

Los profesos cristianos sabemos que hay una tercera razón para que se denigre tan fuertemente la práctica y la enseñanza de la mortificación. Y esta es que el diabólico se inmiscuye en los temas trascendentes para el combate entre el bien y el mal y, en definitiva, siempre toma partido por la perdición de las almas.

En su reciente alocución del 23 de febrero de 2013 (pocas horas antes de resignar su papado) el Sumo Pontífice Benedicto XVI nos decía: “El maligno intenta siempre ensuciar la creación de Dios a través del mal de este mundo, el sufrimiento y la corrupción.”

Hechas estas aclaraciones preliminares, dirigidas a poner de manifiesto la necesidad de conservar y revalorizar las prácticas disciplinarias, continuaremos con el tratamiento específico de la mortificación cristiana.
       
II) CONCEPTO DE MORTICACIÓN.

Adolphe Tanquerey ha definido la mortificación como  “La lucha contra las malas inclinaciones para someterlas a la voluntad y ésta a Dios.”

Desde antaño, muchos se han referido a la mortificación como la oración del cuerpo.

También se la ha definido como el conjunto de prácticas ascéticas destinadas a hacer morir el hombre viejo, con sus malas inclinaciones que lo llevan al pecado, para dar paso al hombre nuevo.

Por nuestra parte definiremos a la mortificación cristiana como: Un acto de lucha ascética que lleva a cabo el profeso para corregir las tendencias desviadas de su ser y aprovechar en su máxima expresión los efectos del Espíritu Santo que mora en él o, movido por el arrepentimiento de las faltas cometidas, para alcanzar la expiación de los pecados (propios o ajenos), mediante la privación y/o el sufrimiento autogenerados o aceptados con la voluntad de seguir a Cristo en la cruz.

Se trata pues de una herramienta insustituible en el proceso de mejora moral y espiritual del ser humano.

III) CLASIFICACIÓN DE LAS MORTIFICACIONES.

Las mortificaciones se dividen en exteriores, interiores, autogeneradas y derivadas de hechos impuestos por la Providencia.

A)   Exteriores: son las mortificaciones que tienen por finalidad corregir las malas inclinaciones del cuerpo y/o de los sentidos externos.

B)    Interiores: Son las mortificaciones que tienen por finalidad corregir las malas inclinaciones de los sentidos internos, de las pasiones y de las potencias. Y, asimismo, liberar al iniciado cristiano de la naturaleza viciada que le impide gozar de todos los beneficios proveídos por el Espíritu Santo que mora en él.

C)    Autogeneradas: Son las mortificaciones que se auto infringen con cualquiera de las finalidades previamente indicadas

D)    Derivadas de hechos impuestos por la Divina Providencia: Son las mortificaciones que se originan en cualquiera de los acontecimientos negativos que suceden en la vida de un ser humano y causan fastidio, cansancio, angustia, miedo, dolor, sufrimiento. (Van desde la contrariedad más leve hasta el estremecimiento más profundo).

De estas últimas nadie está libre, pero, solo adquieren el carácter de mortificaciones cristianas -y alcanzan la plenitud de sus beneficios formativos- cuando se aceptan con la intención de seguir a Cristo en la cruz y abandonarse a la voluntad del Señor.

IV) PRINCIPIOS DE LA MORTIFICACIÓN.

Los autores especializados en la materia suelen coincidir en que las mortificaciones más importantes son las interiores. De hecho, éstas son las que golpean como un cincel en la naturaleza viciada del hombre.

Sin embargo, lo expuesto no debe llevar a subestimar el valor que tienen las mortificaciones exteriores, porque éstas actúan sobre la puerta de ingreso de los estímulos que reciben las facultades alojadas en el alma del ser humano. O bien pueden generar consecuencias en el cuerpo que adquieren una inmensa repercusión en la interioridad.

En efecto, por intermedio del cuerpo y de los sentidos externos se estimulan los sentidos internos, las pasiones y las potencias del alma, tal como veremos más adelante al referirnos a las facultades humanas que se deben mortificar (entrenar).

“1°) La mortificación ha de abarcar a todo el hombre, con su alma y su cuerpo; porque el hombre que no está bien disciplinado en todo su ser, es para sí mismo una ocasión de pecado. Cierto que en él no peca sino la voluntad; pero tiene por cómplice o instrumento al cuerpo con sus sentidos y al alma con todas sus potencias: el hombre todo ha de disciplinarse y mortificarse”[1]

“2°) La mortificación va contra el placer. Cierto que el placer en sí no es un mal, sino que es un bien cuando está subordinado al fin por el que Dios le instituyó. Quiso Dios juntar cierto deleite con el cumplimiento del deber para que se nos hiciera este más fácil: así hallamos cierto gusto en el comer, en el beber, en el trabajar, y en otros deberes de este género. Por eso, en el plan divino, el placer no es un fin sino un medio. Gozar del placer para cumplir mejor nuestras obligaciones no está prohibido; ese es el orden establecido por Dios. Más amar el placer por el mismo es cuanto menos peligroso, porque nos expondremos a deslizarnos desde los deleites permitidos hacia los pecaminosos. Gozar del deleite excluyendo la obligación es un pecado más o menos grave porque es una violación del orden establecido por Dios. La mortificación, pues, consistirá en privarse de los malos deleites, contrarios al orden de la Providencia, o a la ley de Dios…” y renunciar además “… a los deleites peligrosos para no exponernos al pecado y aún a abstenernos de algunos placeres lícitos para asegurar el imperio de la voluntad sobre los sentidos”[2] 

“3°) Más la mortificación ha de practicarse con prudencia y discreción: ha de ser proporcionada a las fuerzas físicas y morales de cada cual y al cumplimiento de las obligaciones de nuestro estado. Importa sobre todo que estén en armonía con los deberes de nuestro estado, porque siendo estos obligatorios son antes que las prácticas de supererogación. Así no estaría bien que una madre de familia se diera a austeridades que le estorbaran el cumplimiento de sus deberes para con el marido y los hijos.”[3]

Para resaltar la prudencia y la diligencia que se deben observar a la hora de mortificarse y/o dirigir prácticas de mortificación será de suma utilidad recurrir a una comparación con otros acontecimientos de la vida real.

Con ese sentido diremos que entre una mortificación religiosa bien realizada y la llevada a cabo de manera insensata hay tanta diferencia como la que existe entre un corredor de F1 circulando en un monoplaza por la pista de un autódromo y un ebrio conduciendo un automóvil a 150 KM/H en una calle de cualquier centro urbano del mundo.

Si el ebrio causa un daño con el vehículo que maneja no será culpa del automóvil y lo mismo ocurre con las mortificaciones.

Si están bien hechas, las mortificaciones ningún perjuicio ocasionarán a las personas; por el contrario, les permitirán recibir todos los beneficios que de ellas se derivan. Y si habiéndose mal hecho las mortificaciones estas originaran daños no será responsabilidad de las mismas como práctica, sino de quienes las hayan ejecutado y/o dirigido de manera irresponsable o negligente.

En un plan de trabajo equilibrado los hechos impuestos por la Providencia -incluyendo las pequeñas cosas relacionadas con la cotidianidad- serán la base de las mortificaciones que se practiquen. Con más razón si nos referimos específicamente a la situación de los seglares, como es el caso de este blog.

La realidad nos muestra sobradamente que los esfuerzos y los sufrimientos ínsitos en la vida de la mayoría de las personas son más que suficientes para mortificarse cristianamente y mejorar moral y espiritualmente. Lo mismo ocurre con los pequeños sacrificios –y los no tan pequeños- que requieren el buen trato con nuestros semejantes y el cumplimiento de nuestras obligaciones.

Solo en circunstancias específicas que lo justifiquen puede ser indicado el uso de instrumentos disciplinarios (cilicios, pequeños látigos de 7 puntas, etc.) o prácticas tales como dormir en el suelo por períodos extensos o realizar ayunos severos.

En la elección de los medios de mortificación que habrán de emplearse cobra vital importancia la condición de quien vaya a mortificarse en procura de su crecimiento personal.

 Es obvio que no habrán de considerarse de la misma forma el caso de un joven soltero, en buenas condiciones de salud, carismático y exitoso en su trabajo que la situación de un hombre maduro, casado, con problemas de salud, escases de recursos económicos, hijos adolescentes -uno de ellos discapacitado- y padres de edad avanzada. (Se recurre a dos situaciones de vida marcadamente contrapuestas para poner en evidencia que las circunstancias y particularidades de cada persona deber ser atendidas debidamente).

Como en cualquier otra actividad humana, el sentido común juega un rol fundamental a la hora de tomar decisiones y las mortificaciones cristianas no son una excepción. (Ver punto IX planificación de las mortificaciones).

V) LA NATURALEZA DE LA MORTIFICACIÓN.

La mortificación es un medio que ayuda a vivir como un cristiano, por lo que jamás se debe considerar un fin en sí misma.

“La mortificación comprende dos cosas: un elemento negativo: el desasimiento, el renunciamiento, el despojarse de sí mismo; y otro positivo: la lucha contra las malas inclinaciones, el esfuerzo para atrofiarlas, la crucifixión de la carne, la muerte del hombre viejo y de sus concupiscencias para vivir la vida de Cristo.”[4]

VI) UTILIDAD DE LAS MORTIFICACIONES.

La utilidad de la mortificación cristiana está dada por su importante contribución para:

A)   Complementar la redención hecha mediante el bautismo, luego del cual subsisten en el bautizado las secuelas del pecado original, ayudando a superar la naturaleza viciada del hombre viejo y dar nacimiento al hombre nuevo capaz de tomar su cruz y seguir a Cristo.

B)    Aumentar la sensibilidad y docilidad a los movimientos del Espíritu Santo que mora en los iniciados cristianos.

C)    Identificarnos con Cristo sufriente.

D)   Entrenarnos para vencer la tentación.

E)     Desagraviar a Dios por los propios pecados y los de todos los hombres.

F)     Vivir con plena y permanente conciencia de que pensamos, sentimos y actuamos en presencia de Dios.

G)   Purificar las faltas pasadas.

H)   Crear el “desierto evangélico” que propicia y requiere la oración.

I)       Incrementar las posibilidades de alcanzar la perfección humana.

J)      Aumentar las chaces de salvar el alma.

“La mortificación sirve, como la penitencia, para purificarnos de las faltas pasadas; pero su fin principal es precavernos contra las del tiempo presente y futuro, disminuyendo el amor al placer, fuente de nuestros pecados”[5]

Permite recrear la crucifixión mediante otras formas de sufrimiento, “… produce una especie de muerte y sepultura, por lo cual parecemos morir por entero a nosotros mismos, y sepultarnos con Jesucristo para vivir en Él una vida nueva…” “Para significar esta muerte espiritual, se vale S. Pablo de otra expresión; como después del bautismo, hay en nosotros dos hombre: el hombre viejo, que queda, o la triple concupiscencia[6], y el hombre nuevo, o sea, el hombre regenerado, declara que debemos despojarnos del hombre viejo para vestir del nuevo: << expoliantes vos veterum hominem… et induentes novum>>”[7]

“Hoy gusta más usar de frases mitigadas, que expresan el fin al que se aspira, mejor que el esfuerzo que ha de hacerse. Dícese ser necesario reformarse, gobernarse a sí mismo, educar la voluntad, orientar el alma hacia Dios. Estas frases son adecuadas, con tal que se muestre que es imposible la enmienda y el gobierno de sí mismo sin reprimir y mortificar las malas inclinaciones que en nosotros hay; y la educación de la voluntad sin matar y disciplinar los apetitos inferiores; y que no podemos encaminarnos hacia Dios, sin desasirnos de las criaturas y desnudarnos de los vicios…”[8].

VII) LAS FACULTADES HUMANAS QUE DEBEN SER MORTIFICADAS (FORMADAS Y/O ENTRENADAS).

Dijimos previamente que la mortificación es un medio. Ahora nos referiremos a las facultades sobre los que habrá de aplicarse ese medio para alcanzar el fin que se persigue.

Tanto para mejorar los aspectos naturales del ser humano como para  aprovechar de la mejor forma al Espíritu Santo que mora en el bautizado cristiano, resulta imprescindible mortificar el cuerpo, los sentidos externos, los sentidos internos, las pasiones y las potencias del alma.

De manera indirecta, las mortificaciones permiten preparar un terreno fértil en el que se puedan desenvolver los dones que adquiere el cristiano con la confirmación. Asimismo, favorecen la obtención de la mayor cantidad posible de frutos del Espíritu Santo, cuya concesión guarda relación con la forma de vida de cada uno.

A fin de facilitar la comprensión de la inmensa utilidad que tienen las mortificaciones en el proceso de desarrollo personal explicaremos brevemente cada uno de los elementos que componen las facultades corpóreas e incorpóreas del ser humano, previo señalar que todas se encuentran interconectadas y que una mejora en cualquiera de ellas influye positivamente en el conjunto. Y viceversa.

A continuación nos referiremos al cuerpo y al alma y en el punto VIII) siguiente al Espíritu Santo.

A)   El cuerpo:[9]Se conoce como cuerpo humano a la estructura física y material con la cual estamos compuestos los seres humanos que habitamos el planeta tierra. A grandes rasgos, el cuerpo humano está conformado por la cabeza, que ocupa el lugar más alto del cuerpo, le siguen, yendo de arriba hacia abajo, el tronco y las extremidades superiores (brazos) e inferiores (piernas).”

“El cuerpo humano es una de las estructuras más sofisticadas existentes en la humanidad, ya que cuenta con una compleja organización interna que observa a su vez diversos niveles jerárquicos. Si miramos, exploramos o investigamos el cuerpo de algún ser humano, por dentro claro está, nos encontramos con aparatos como el digestivo, el respiratorio, los cuales a su vez están integrados en sistemas, que a la par están compuestos por órganos tan decisivos y vitales para la conservación y la supervivencia como puede ser el caso del corazón, por nombrar al más importante y el que mejor representa la vida de un cuerpo.”

“Pero esto nos es todo, sino que además estos órganos están formados por tejidos, que a su vez los forman células, las cuales además están compuestas por moléculas.”

“Vaya complejidad si las hay, por esto es que una reciente clasificación habla de cinco niveles distintos: nivel atómico, nivel molecular, celular, anatómico y el nivel cuerpo íntegro.”

“Cuando un ser humano está ya en la edad adulta se ha comprobado que está conformado por cien billones de células, su piel ostenta una superficie de 2 metros cuadrados aproximadamente y su estatura normal es de 1 metro setenta centímetros.”

B)    Los sentidos externos: Los seres humanos tenemos cinco sentidos que nos sirven para conocer y relacionarnos con nuestro entorno; son el gusto, la vista, el olfato, el oído y el tacto (Este último nombre suele ser reemplazado actualmente por el término cenestésico, que abarca mayores funciones que las reconocidas originalmente al tacto)

Los órganos de los sentidos captan impresiones, las cuales son transmitidas al cerebro y éste las convierte en sensaciones.

Con la vista vemos lo que pasa a nuestro alrededor; con el gusto reconocemos los sabores; con el olfato los olores que están en el entorno; con el oído percibimos los sonidos y con el cenestésico reconocemos las diferentes sensaciones físicas del cuerpo (tacto, frío, calor, dolor, contacto, equilibrio, posiciones corporales, movimientos físicos, intensidad de la actividad,  etc.)

C)    Los sentidos internos: Al conocimiento sensible que permiten los sentidos externos sigue el conocimiento que aportan los sentidos internos, que son: el sensorio común, la imaginación sensible, la memoria sensible y la cogitativa. Vale decir que los sentidos internos permiten aprovechar en su máxima expresión el conocimiento que aportan los sentidos externos.

a)     Sensorio común: Distingue y asocia los datos de los sentidos externos. (Por ejemplo, diferencia el color del sonido, algo que el ojo y el oído no podrían hacer por sí mismos ya que uno no ve y el otro no escucha).

b)    La imaginación: Tiene por objeto la imagen o fantasma sensible. Su función es representar el mundo real o crear mundos fantásticos. Es una función de conocimiento porque se representa objetos, y es sensible porque su objeto es concreto.

c)     La memoria: Es la facultad de recordar el pasado. Es una relación entre un fenómeno que se hace presente producto de una evocación desde el pasado, (puede ser una imagen, un sonido, un texto). Permite disponer de un contenido que no es captado en tiempo actual por los sentidos externos.

d)    La cogitativa: Tiene una función de conocimiento. Permite vincular lo sensible, con lo pasional y lo espiritual. Aporta la capacidad de percibir y diferenciar lo útil y lo nocivo, lo amigable y lo hostil. Compara, valora y juzga. Relaciona y da significado a las percepciones sensibles aportadas por los sentidos externos. Es exclusiva del ser humano. (En los animales es de orden instintivo y se denomina estimativa).

D)   Las pasiones: Un concepto ampliamente difundido en el campo de la psicología define a las pasiones como: “Movimientos impetuosos del apetito sensitivo acompañados de una conmoción refleja más o menos fuerte en el organismo”.

Las pasiones humanas se derivan de las emociones y de manera general es posible referir a la pasión como una emoción fuerte, vale decir que las pasiones tienen un punto en común con las emociones, su origen y las formas en que éstas se clasifican.

En consecuencia, con un enfoque general resulta posible englobar las pasiones dentro de las emociones y junto a los sentimientos y a los estados de ánimo, sin hacer la distinción conceptual que suele efectuar la ciencia psicológica entre todas estas categorías.

A partir de dicha generalización es posible realizar una definición que abarque a todos esos conceptos del campo sensitivo y resulte de utilidad para la finalidad que aquí perseguimos.

B.1) Las emociones: Con el alcance previamente indicado, es posible definirlas como: Los impulsos de la sensibilidad que influyen o predisponen a las personas para actuar en una dirección determinada o no actuar, en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo.  

 Las emociones, al igual que las pasiones, son numerosas y existen diferentes formas de clasificarlas.

No hay coincidencias sobre cuáles son las emociones que componen las líneas emocionales primarias. El punto de vista clásico limita las emociones básicas a tres: Amor, Ira y Miedo.

No obstante existen diversas posiciones que amplían ese enfoque, como por ejemplo la que contempla seis líneas de emociones básicas, (con sus correspondientes derivadas) y que a título ilustrativo exponemos a continuación:
           
           a) Amor: aceptación, simpatía, confianza, amabilidad, afinidad, devoción, felicidad, alegría, alivio, dicha, orgullo, satisfacción;
          
      b) Temor: ansiedad,  aprensión,  nerviosismo,  preocupación,  consternación,  inquietud, cautela, incertidumbre, pavor, miedo, terror y en un nivel psicopatológico, fobia y pánico;
     
       c) Ira: furia, ultraje, resentimiento, cólera, exasperación, indignación, animosidad, fastidio, irritabilidad, hostilidad y, en el extremo, violencia y odio patológicos;
          
          d) Tristeza: congoja, pesar, melancolía, pesimismo, pena, auto compasión, soledad, abatimiento y en casos patológicos depresión grave;
          
            e)  Sorpresa: conmoción, asombro, desconcierto;
         
            f) Vergüenza: culpabilidad, remordimiento, arrepentimiento, humillación.

E)     Las potencias: En el ser humano, son el entendimiento y la voluntad.

a)     Entendimiento: Facultad humana de comprender, comparar, juzgar las cosas o inducir y deducir otras de las que ya se conocen. Discernimiento. Razonamiento. Raciocinio. Intelecto. Inteligencia. (Diccionario Word Reference y Diccionario de sinónimos Espasa –Calpe 2005).

b)    Voluntad: Facultad humana de decidir y ordenar la propia conducta. Libre albedrío o libre determinación. Intención. Ánimo o resolución de hacer algo. … (DRAE on line) Acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola o aborreciéndola y repugnándola.

VIII) LAS FACULTADES HUMANAS MOVIDAS POR EL ESPÍRITU SANTO.

Además de las facultades humanas propiamente dichas que vimos en el punto VII) precedente y comprenden a todas las personas (sin perjuicio de las discapacidades que se presentan en la vida real), existen otras facultades adicionales que podemos usufructuar los cristianos gracias al Espíritu Santo que mora en nuestro interior.

Posibilidad que se adquiere en plenitud con los tres pasos de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía.

“Por los sacramentos de la iniciación cristiana, los hombres, <<libres del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de los hijos de adopción y celebran con todo el pueblo de Dios el memorial de la Muerte y Resurrección del Señor>>.”[10]

“En efecto, incorporados a Cristo por el Bautismo, constituyen el pueblo de Dios, reciben el perdón de todos sus pecados, y pasan de la condición humana en que nacen como hijos del primer Adán al estado de hijos adoptivos,  convertidos en una nueva criatura por el agua y por el Espíritu Santo. Por esto se llaman y son hijos de Dios.”[11]

“Marcados luego en la Confirmación por el don del Espíritu, son perfectamente configurados al Señor y llenos del Espíritu Santo, a fin de que, dando testimonio de él ante el mundo, <<cooperen a la expansión y dilatación del Cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a su plenitud>>”.[12]

“Finalmente, participando en la asamblea eucarística, comen la carne de hijo del hombre y beben su sangre, a fin de recibir la vida eterna  y expresar la unidad del pueblo de Dios; y ofreciéndose a sí mismos con Cristo, contribuyen al sacrificio universal en el cual se ofrece a Dios, a través del Sumo Sacerdote, toda la Ciudad misma redimida;  y piden que, por una efusión más plena del Espíritu Santo, <<llegue todo el género humano a la unidad de la familia de Dios>>.”[13]

“Por tanto, los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a su pleno desarrollo a los fieles, que ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.”[14]

Mediante el bautismo recibimos al Espíritu Santo y mediante la confirmación sus siete dones.

Los dones que recibimos en la confirmación son movidos por el Espíritu Santo y podemos aprovecharlos en la medida en que estemos en Gracia y seamos dóciles a Su voluntad.

A los dones se agregan los frutos del Espíritu Santo que podemos recibir los cristianos a lo largo de nuestra vida y los carismas que pueden beneficiar a cualquier persona (cristiana o no); todo lo cual desarrollaremos a continuación.

A) Espíritu Santo: El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

 El Espíritu Santo, como tercera persona de la Santísima Trinidad, es Dios. Verdadero Dios como lo son el Padre y el Hijo. Es el Amor del Padre y el Hijo.

Cristo prometió que este Espíritu de Verdad iba a venir y moraría dentro de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 16-17)

El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo.

“Como Persona, aunque realmente distinta del Padre y del Hijo, es también consustancial a Ellos; siendo Dios como Ellos, El posee con Ellos una y misma Naturaleza o Esencia Divina. Procede, no por generación, sino por espiración del Padre y del Hijo juntos, como de un único principio.”[15]

El Espíritu Santo habita desde el Bautismo, junto con el Padre y el Hijo, en el alma que está en Gracia. Sin embargo, la plenitud del Espíritu Santo la recibimos en la Confirmación. Y con esa plenitud, también recibimos sus siete dones.

San Pablo nos lo recuerda diciendo: "¿No saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"(1 Cor 3, 16).

El Espíritu, siempre según san Pablo, es un anticipo generoso que el mismo Dios nos ha dado como adelanto y al mismo tiempo garantía de nuestra herencia futura (Cf. 2 Corintios 1, 22; 5,5; Efesios 1, 13-14). La acción del Espíritu Santo orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, de la alegría, de la comunión y de la esperanza. A nosotros nos corresponde seguir las sugerencias interiores del Espíritu.

Los movimientos de los Dones y Frutos del Espíritu Santo son de un gran dinamismo y éste permite que sus influencias en nuestras almas se vayan profundizando o apagando según las formas de vida que llevemos.

Esta dinámica hace que debemos esforzarnos durante toda nuestra existencia para mantenerlos vivos y aumentar sus efectos beneficiosos, permitiendo que obren en nosotros bajo la Gracia de Dios.

En otras palabras, los dones del Espíritu Santo se encienden y se apagan según nuestra forma de vida y este dinamismo también es una característica de los frutos del Espíritu Santo.

Es entonces que la mortificación tiene una labor destacada en la generación de las condiciones necesarias para que los dones y los frutos del Espíritu Santo puedan alcanzar el máximo potencial querido por Dios para nosotros. Al igual que la oración y el cumplimiento de los preceptos religiosos que hacen a la profesión de la fe de Cristo.

Tengamos presente que el hombre, aun cuando more en él el Espíritu Santo, mantiene plenamente su libre albedrío. Es el único responsable de seguir las inspiraciones de Aquel y puede hacerlo o no, según resuelva en libertad.

En síntesis, tener disciplinada nuestra voluntad por la mortificación es esencial para poder gozar de los dones y los frutos del Espíritu Santo y también para vivir en Gracia de Dios y poder unirnos con Él.

B) Dones del Espíritu santo: Son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. (CIC 1830)

La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. (CIC 1830 y 1831).

Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10).

Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios...Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17).

a) Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. (CIC 1831) (Conforme las enseñanzas de los Padres de la Iglesia).

S.S. Juan Pablo II ha explicado los dones de la siguiente forma:

Sabiduría: Gusto para lo espiritual, capacidad de juzgar según la medida de Dios. (Catequesis sobre el Credo, 9-IV-89)

Inteligencia: Es una gracia para comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas. (Catequesis sobre el Credo, 16-IV-89).

Consejo: Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma.” (Catequesis sobre el Credo, 7-V-89).

Fortaleza: Fuerza sobrenatural que sostiene la virtud moral de la fortaleza. Para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera la timidez y la agresividad. (Catequesis sobre el Credo, 14-V-89).

Ciencia: Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. (Catequesis sobre el Credo, 23-IV-89).

Piedad: Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre.  Clamar  ¡Abba, Padre!
Un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad, por instinto del E.S., un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto son hermanos e hijos del mismo Padre. (Catequesis sobre el Credo, 28-V-1989).

Temor de Dios: Espíritu contrito ante Dios, conscientes de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios, humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7). (Catequesis sobre el Credo, 11 -VI-1989).

“Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano.”[16]

“Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Son incompatibles con el pecado mortal.”[17]

“El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.”[18]

“Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las virtudes infusas.”[19]

“Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, habitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.”[20]

b)  Distinción entre las virtudes y los dones[21]

Por:
El hombre:
  En orden a los actos:
La Virtud adquirida
Se dispone para ser movido por la simple razón natural
 Naturalmente buenos.
La Virtud infusa
Se dispone para ser movido por la razón iluminada por la fe
 Sobrenaturales al modo humano.
Los Dones del Espíritu Santo
Se connaturaliza con los actos a que es movido por el Espíritu Santo
 Sobrenaturales al modo divino  o sobrehumano.

“Hay muchas similitudes entre las virtudes y los dones:
Ambos son hábitos operativos que residen en las facultades humanas. Ambos buscan practicar el bien honesto y tienen el mismo fin remoto: la perfección del hombre.”[22]

“Pero hay diferencias:
1: La causa motora: Las virtudes son movidas por la razón vs. Los dones del E.S. son movidos directamente por el Espíritu Santo.
-Las virtudes disponen para seguir el dictamen de la razón humana (ilustrada por la fe si se trata de virtud infusa), bajo la previa moción de Dios (gracia actual). [23]
-Los dones son movidos por el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.”[24]

“2: El objeto formal.  (Virtudes) Actúan por razones humanas vs. (Dones del ES) Actúan por razones divinas. Los dones del ES transcienden la esfera de la razón humana, aun de la razón iluminada por la fe.”[25]

“3: (Virtudes) Modo humano vs. (Dones del ES) Modo divino
-Las virtudes infusas tienen por motor al hombre y por norma la razón humana iluminada por la fe. Se deduce que sus actos son a modo humano.
-En cambio los dones tienen por causa motora y por norma el mismo Espíritu Santo, sus actos son a modo divino o sobrehumano. De esto se deduce que las virtudes infusas son imperfectas por la modalidad humana de su obrar y es imprescindible que los dones del Espíritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad divina, sin la cual las virtudes no podrán alcanzar su plena perfección.”[26]

“4: (Virtudes) Uso a nuestro arbitrio vs. (Dones del ES) al arbitrio divino.
-Se deduce de las diferencias anteriores que el hábito de las virtudes infusas lo podemos usar cuando nos plazca -presupuesta la gracia actual, que a nadie se niega-
-Mientras que los dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos. Los dones de Espíritu no confieren al alma más que la facilidad para dejarse mover, de manera consciente y libre, por el Espíritu Santo, quien es la única causa motora de ellos. Nuestra parte es solo disponernos. Ej.: refrenando el tumulto de las pasiones, afectos desordenados, distracciones, etc.”[27]

“El crecimiento en los Dones del Espíritu Santo forma en el alma perfecciones llamadas Frutos del Espíritu Santo.”[28]

C)  Frutos del Espíritu santo: Son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna.

Los frutos que recibamos no serán el resultado de nuestro esfuerzo sino de la fe, de la acción de Dios en nosotros, de que hemos permitido obrar al Espíritu. En estos casos el Espíritu Santo nos llena, ilumina, fortalece, sostiene e impulsa al Amor, que es la tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Cuando correspondemos con docilidad a sus inspiraciones, el Espíritu Santo produce en nosotros frutos.

La tradición de la Iglesia enumera doce frutos del Espíritu Santo: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Gál 5,22-23, vulg.). (CIC 1832)

Los 12 Frutos del Espíritu Santo

De los frutos de caridad, gozo y paz.[29]

Los tres primeros frutos pertenecen especialmente al Espíritu Santo, están unidos y se derivan naturalmente uno del otro.

La caridad -o el amor ferviente- nos pone en posesión de Dios.

El gozo nace de la posesión de Dios, que no es otra cosa que el reposo y el contento que se encuentra en el goce del bien poseído.

La paz, según San Agustín, es la tranquilidad en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la alegría contra todo lo que es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de temor.

La caridad y la santidad valen más que todo. La caridad es el primero entre los frutos del Espíritu Santo, porque es el que más se parece al Espíritu Santo, que es el amor personal, y por consiguiente el que más nos acerca a la verdadera y eterna felicidad y el que nos da un goce más sólido y una paz más profunda.

El Espíritu Santo actúa siempre para un fin: nuestra santificación que es la comunión con Dios y el prójimo por el amor.

La santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables. Dios no se da ni se une más que a las almas nobles que buscan ser santas y no a las que sin perseguir la santidad, poseen la ciencia, el poder, la riqueza  y todas las demás perfecciones mundanas imaginables.

Por eso los santos están unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los acontecimientos más desagradables no consiguen turbarlos.

De los frutos de Paciencia y Mansedumbre.[30]

Los tres primeros frutos (caridad, gozo y paz) disponen al alma a los frutos de paciencia y mansedumbre.

Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de la cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente.

Cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de tristeza o cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus facultades y residir en ellas, aleja la tristeza y al cólera o no permite que le hagan impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.

De los frutos de bondad y benignidad.[31]

Estos dos frutos miran al bien del prójimo.

La bondad es la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.

La Benignidad. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benignitas. La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría, sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.

Del fruto de longanimidad.[32]

La longanimidad nos ayuda a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del bien que se demora, o del esfuerzo y la duración del bien que se hace, o del mal que se sufre; y permite gozarnos en la grandeza de la empresa que perseguimos, sin que importen los obstáculos que encontremos en el camino, ni la lejanía de los objetivos que perseguimos. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.

Del fruto de la fe.[33]

La fe como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.

Para esto debemos tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al entendimiento a creer, sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer este piadoso afecto, muchos, aunque convencidos por los milagros de Nuestro Señor, no creyeron en Él, porque tenían el entendimiento oscurecido y cegado por la malicia de su voluntad. Lo que les sucedió a ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con frecuencia a nosotros.

Cuando nuestro corazón está dominado por otros intereses y afectos, nuestra voluntad no responde o está en pugna con la creencia del entendimiento. Creemos pero no como una realidad viva a la que debemos responder. Hacemos una dicotomía entre la "vida espiritual" (algo solo mental) y nuestra "vida real" (lo que domina el corazón y la voluntad).

Ahogamos con nuestros vicios los afectos piadosos. Si nuestra voluntad estuviese verdaderamente ganada por Dios, tendríamos una fe profunda y perfecta.

De aquí sacamos la conclusión de que debemos amarlo sobre todas las cosas, visitarlo a menudo en la Santa Eucaristía, prepararnos para recibirlo y hacer de todo esto el principio de nuestros deberes y el remedio de nuestras necesidades.

De los frutos de Modestia, Templanza y Castidad.[34]

La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios.

La modestia modera nuestro ser y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios.

La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que la que vemos los colores a la luz del mediodía.

Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y moderando los permitidos.

Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.

Pretender salvar nuestra alma desentendiéndonos de los Frutos del Espíritu Santo sería una verdadera quimera.

Pocas cosas deben preocuparnos y ocuparnos tanto como la posibilidad de obtener estas perfecciones que el Espíritu Santo nos entrega cuando somos merecedoras de ellas.

Y jamás debemos olvidar que los dones y los frutos del Espíritu Santo son imprescindibles para nuestra santificación y salvación.

D) Los carismas: Los Carismas son gracias especiales muchas veces temporales del Espíritu Santo dados para la edificación de la iglesia, el bien de los hombres y las necesidades del mundo.
Pueden ser otorgadas sólo para situaciones especiales.
No son otorgados para la salvación o santificación, y pueden darse también fuera de la iglesia.

Los carismas son unos dones sobrenaturales que nos da el Espíritu Santo (1 Corintios 12, 7). Se reciben de manera independiente de los méritos del individuo, y no son necesarios para su salvación (1 Corintios 12,11). Un carisma es un don especial, no es una señal de santidad, o de mayor unión con Dios (l Corintios 13,1). No puede uno ni atraerlo ni retenerlo sin la concesión del Espíritu Santo (1 Corintios 14, 28- 32).

En la lista de Corintios hay 9 carismas que se pueden distribuir en tres grupos:

* Los carismas de la mente: Sabiduría, Ciencia, Discernimiento de Espíritus.

* Los carismas de acción: Milagros, Sanaciones, Fe (de la que mueve montañas).

* Los carismas de la lengua: Profecía, Lenguas, Interpretación de lenguas. (1Cor.12:8-10).

Los 9 carismas son:

Carisma de Sabiduría: Es el primero que señala Isaías y el primero que señala San Pablo, es el más importante. La sabiduría es más valiosa que el oro y la plata, es el don de conocer los misterios maravillosos de Dios, su amor, su grandeza, su preocupación por nosotros.

Carisma de Ciencia: Es algo de lo muchísimo que Dios conoce que lo da a saber a una persona, a la que él quiera. Es conocer algo del presente, del pasado o del futuro, que nadie lo puede saber, que no se puede aprender en ningún libro.

Carisma de Fe: Esa fe que mueve montañas. La dinamita más potente que conoce la humanidad, que mueve las montañas del odio y de los celos, que desata las cadenas de las drogas y del alcohol, que sana enfermos incurables, que arregla matrimonios que ningún abogado puede solucionar, que resucita muertos.

Carisma de Sanaciones: Este carisma trata de sanar física e interiormente, con el poder del Espíritu de Dios. Este don lo deben tener todos los que predican la palabra de Dios, porque así lo prometió el mismo Jesús: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura... A los que creyeren les acompañarán estas señales... pondrán las manos sobre los enfermos y estos se sanarán (Marcos 16:15-19).

Carisma de Milagros: El Carisma de Milagros es el don de hacer milagros. Lo prometió Jesús también: En verdad os digo que el que cree en mí, ese hará también las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas (Juan 14:12). Parará las tempestades y andará sobre las aguas, y multiplicará los panes y los peces, y resucitará muertos. ¡Y más que esto promete Jesús!

Carisma de Profecía: La profecía es hablar a los hombres de parte de Dios, y nos anima San Pablo a que aspiremos sobre todo al don de profecía (1 Cor. 14:1), y la define así: El que profetiza habla a los hombres para su edificación, exhortación, y consolación (1 Cor.14:3).

Carisma de Discernimiento de Espíritus: Es el don de diferenciar lo que viene del bien de lo que viene del mal. Éste se necesita mucho en los últimos tiempos, porque hay muchos falsos profetas y mesías. 

Carisma de Lenguas: Es el don de hablar en la lengua que el Espíritu Santo quiera. El que habla en lenguas habla a Dios, no a los hombres, pues nadie le entiende, diciendo su espíritu cosas misteriosas (1 Cor. 14:2). Sirve para la edificación de la persona.

Carisma de Interpretación de Lenguas: Cuando uno habla en lenguas no entiende lo que dice, ni ningún otro, a excepción del que Dios le ha dado el don especial de poder entender e interpretar lo que el hermano oró o cantó en lenguas.


CUADRO SOBRE LAS FACULTADES DE LOS INICIADOS CRISTIANOS 

FACULTADES HUMANAS



Facultades incorpóreas del espíritu
Vida espiritual
Dones, Frutos y Carismas del Espíritu Santo
Teórico o Práctico Movidos por el E.S. con la gracia y la docilidad de la persona




Facultades incorpóreas del alma
Vida intelectiva
Entendimiento
Teórico o Práctico


Voluntad





Facultades corpóreas o del cuerpo
Vida sensitiva
Sentidos externos
Son los cinco sentidos corporales


Sentidos internos
Sensorio común u Percepción, imaginación, memoria y cogitativa.


Apetito sensible
Deseos sensibles, pasiones, emociones, sentimientos, estados de ánimo, instintos.


Facultad locomotriz


Vida vegetativa
Generativa



Aumentativa
Crecimiento


Nutritiva







IX) PLANIFICACIÓN DE LA MORTIFICACIÓN.

Lo expuesto hasta aquí sobre los tipos de mortificaciones (Punto III) y sobre las facultades humanas y las facultades espirituales (Punto VIII) nos permite comprender algunos aspectos esenciales para nuestro desarrollo personal, a saber:

a) Debemos tener como objetivo generar las condiciones personales que permitan que los dones recibidos concreten en nosotros toda su potencialidad. No nos olvidemos que El Espíritu Santo mueve los dones, pero nosotros “movemos” (predisponemos) al Espíritu Santo con nuestra forma de vivir, de pensar y de sentir. Otro tanto ocurre con los frutos.

b) Resulta indispensable armar un plan de trabajo para mortificarnos, vale decir para disciplinar el cuerpo, los sentidos exteriores e interiores, las pasiones, el entendimiento y la voluntad, de manera que alcancemos las condiciones que nos permitan aspirar a los objetivos trascendentes que posibilita la vida humana.

c) El plan de trabajo que se use debe ser estrictamente personalizado y responder a las características, circunstancias y necesidades particulares de la persona que habrá de utilizarlo.

d) La complejidad de la tarea hace que recomendemos con énfasis que: quienes puedan disponer de un director espiritual digno de confianza, no lo deben desaprovechar. Y los que no, analicen la posibilidad de acceder a la ayuda de un consejero espiritual que pueda orientarlos con sus conocimientos y experiencia.

No obstante las recomendaciones precedentes, estamos igualmente convencidos que quienes se hallen en soledad deberán acometer la tarea por sí mismos, porque ninguna dispensa tienen para dejar de disciplinar sus facultades ni para incumplir las obligaciones morales y religiosas que la fe cristiana impone a todos los que pretendan profesarla.

e)     Sin perjuicio de la personalización que exige todo plan de mortificación, a modo de divulgación, es posible dar indicaciones de tipo general sobre las formas de mortificación o entrenamiento que suelen dar resultado. Al respecto, muchos consejos útiles han sido volcados en un destacado trabajo del Cardenal Désiré Mercier, que incorporamos al final como Anexo I y sugerimos su atenta lectura.

X) CITAS DE LA SAGRADA ESCRITURA SOBRE LA MORTIFICACIÓN.

Las mortificaciones están prescriptas y reiteradamente aconsejadas en las Sagradas Escrituras. Incorporamos a continuación un grupo de citas bíblicas que así lo establecen.[35]

En verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto. Jn 12, 24.

Os digo, pues: Andad en espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Cal 5, 16.

Si padecemos con El, también con El viviremos. Si sufrimos con El, con El reinaremos. 2 Tim 2, 11.

Mejor que el valiente es el que aguanta, y el que sabe dominarse vale más que el que conquista una ciudad. Prov 16, 32.

Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Gal 6, 14.

El que ama su vida, la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Jn 12, 25.

Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Cal 5, 24.

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame. Lc 9, 23.

Llevando siempre en el cuerpo la Cruz de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. 2 Cor 4, 10.

Si viviereis según la carne, moriréis; más si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis. Rom 8, 13.

Castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a los otros venga yo a ser reprobado. I Cor 9, 27.

Mortificad, pues, vuestros miembros de hombre terreno. Col 3, 5.

Necesidad de mortificar la carne y todas las concupiscencias para tener la vida del espíritu: Rom 6, 12; 8, 12-13.

La verdadera caridad impone privaciones para socorrer al prójimo: 2 Cor 8, 2-5.

Mortificación de la lengua: Sant 1, 26; 3, 3-12.

La mortificación es principio de paz: Sant 4, 1-10.

Las Palabras de Dios no dejan dudas sobre la necesidad de desarrollar el hábito de la mortificación para todo aquel que quiera profesar la religión cristiana.

XI) SELECCIÓN DE TEXTOS SOBRE LA MORTIFICACIÓN.[36]

La mortificación cristiana, por su máxima importancia para la vida espiritual, ha sido motivo especial de estudio desde los primeros tiempos de la Iglesia.

Agregamos a continuación un conjunto de citas con enseñanzas de santos, doctores y padres de la Iglesia, en las que  se da cuenta de la trascendencia que tiene la mortificación dentro de la espiritualidad cristiana.[37]

Necesidad de la mortificación.

3596 (La penitencia) purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad (SAN AGUSTIN, Sermón 73).

3597 Tomar la cruz—el cumplimiento costoso del deber o la mortificación cristiana asumida voluntariamente—es [...] componente indispensable del seguimiento de Jesucristo. Si alguno quiere venir en pos de mí—dice el Señor—niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame (Lc 9, 23). Estas palabras de Jesús conservan hoy su vigencia de siempre porque son palabras dichas a todos los hombres de todos los tiempos, y expresan una condición inexcusable del seguimiento de Cristo: y el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo (Lc 14, 27). Un Cristianismo del que pretendiera arrancarse la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas prácticas serían hoy residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan sólo de nombre; pero ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de Cristo los pasos de los hombres. J. ORLANDIS, Las bienaventuranzas, Pamplona 1982, pp. 71-72).

3598 Al ser, pues, nocivo para el cuerpo el demasiado cuidado y un obstáculo para su alma, es una locura manifiesta servirle y mostrarse sumiso con él (SAN BASILIO, Discurso a los jóvenes).

3599 Este gusto por la virtud no se adquiere sino a trueque de una profunda contrición del corazón y una perfecta mortificación de los sentidos (CASIANO, Colaciones, 5).

3600 La pureza del alma está en razón directa de la mortificación del cuerpo. Ambas van a la par. No podemos, pues, gozar de la perpetua castidad si no nos resolvemos a guardar una norma constante en la temperancia (CASIANO, Instituciones, 5).

3601 El resultado de la mortificación debe ser el abandono de las malas acciones y de las voluntades injustas. Y esto no excusa de practicarla a quienes están enfermos, pues en un cuerpo débil puede encontrarse un alma sana (SAN LEÓN, en Catena Aurea, vol. 1, pp. 281-282).

3602 ¡Desde el momento en que un cristiano abandona las lágrimas, el dolor de sus pecados y la mortificación, podemos decir que de él ha desaparecido la religión! Para conservar en nosotros la fe, es preciso que estemos siempre ocupados en combatir nuestras inclinaciones y en llorar nuestras miserias (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3603 Donde no hay mortificación no hay virtud (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 180).

3604 Al decir porque son pocos los que la encuentran (la senda estrecha), manifiesta la desidia de muchos; y por eso advirtió a los que le escuchaban que no atendiesen al bienestar de muchos, sino a los trabajos de los pocos (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, pp. 438-439).

3605 El sacrificio del cuerpo y su aflicción es acepto a Dios, si no va separado de la penitencia; ciertamente es un verdadero culto a Dios (CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Stromata, 5).

3606 La Iglesia exige la mortificación externa corporal para declarar las virtudes de un siervo de Dios (BENEDICTO XIV, cfr. De boatificocione Sanctorum, III).

3607 Quien a Dios busca queriendo continuar con sus gustos, lo busca de noche y, de noche, no lo encontrará (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 3, 3).

3608 Si queremos guardar la más bella de todas las virtudes, que es la castidad, hemos de saber que ella es una rosa que solamente florece entre espinas; y, por consiguiente, sólo la hallaremos, como todas las demás virtudes, en una persona mortificada (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3609 El que no es perfectamente mortificado en sí, pronto es tentado y vencido en cosas bajas y viles (Imitación de Cristo, I. 1).

La oración acompañada de mortificación.

3610 Creer que admite a Su amistad a gente regalada y sin trabajos es disparate (SANTA TERESA, Camino de perfección, 18, 2).

3611 Si no eres mortificado, nunca serás alma de oración (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 172).

«Mortificaciones pequeñas>>. Algunos ejemplos y detalles

3612 Es necesario [...] ser muy generosos [...] y tener gran valor para despreciar nuestras malas inclinaciones, nuestro mal humor, nuestras rarezas y sensiblerías, mortificando continuamente todo esto en todas las ocasiones (SAN FRANCISCO DE SALES, Plática XIV, Del juicio propio, 1. c.).

3613 En la comida no debes sentir disgusto cuando los alimentos no sean de tu agrado; haz, más bien, como los pobrecitos de Jesucristo, que comen de buen grado lo que les dan, y dan las gracias a la Providencia (J. PECCI—León Xlll— Práctica de la humildad, 24).

3614 Difícilmente se refrenarán las pasiones ocultas y más violentas de la carne, si [...] se es incapaz de mortificar siquiera un poco las delicias del paladar (CASIANO, Colaciones, 5).

3615 Un buen cristiano no come nunca sin mortificarse en algo (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3616 Debe ponerse en guardia contra estas tres especies de gula mediante una triple observancia. Ante todo, deberá esperar, para comer, la hora fijada; luego, se contentará con una cantidad prudente, no permitiéndose llegar hasta el exceso; por último, comerá de cualesquiera manjares y especialmente de los que puedan obtenerse a un precio módico (CASIANO, Instituciones, 5).

3617 Los cotidianos, aunque ligeros, actos de caridad: el dolor de cabeza o de muelas; las extravagancias del marido o de la mujer; el quebrarse un brazo; aquel desprecio o gesto; el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella incomodidad de recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por solo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida. Y como estas ocasiones se encuentran a cada instante, si se aprovechan son excelente medio de atesorar muchas riquezas espirituales (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, lll. 35).

3618 También es muy cierto que aquel que ama los placeres, que busca sus comodidades, que huye de las ocasiones de sufrir, que se inquieta, que murmura, que reprende y se impacienta porque la cosa más insignificante no marcha según su voluntad y deseo, el tal, de cristiano sólo tiene el nombre; solamente sirve para deshonrar su religión, pues Jesucristo ha dicho: Aquel que quiera venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, lleve su cruz todos los días de su vida, y sígame (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3619 Prepárate [...] a sufrir por nuestro Señor muchas y grandes aflicciones, y aun también el martirio; resuélvete a sacrificarle lo que más estimas si quieres recibirle, sea el padre, la madre, el hermano, el marido, la mujer, los hijos, tus mismos ojos y tu propia vida, porque a todo ello ha de estar preparado tu corazón; pero en tanto que la divina Providencia no te envía tan sensibles y grandes aflicciones, en tanto que no exige de ti el sacrificio de tus ojos, sacrifícale a lo menos tus cabellos, quiero decir que sufras con paciencia aquellas ligeras injurias, leves incomodidades y pérdidas de poca consideración que ocurren cada día, pues aprovechando con amor y dilección estas ocasioncillas, conquistarás enteramente su corazón y le harás del todo tuyo (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 35).

3620 Donde más fácilmente encontraremos la mortificación es en las cosas ordinarias y corrientes: en el trabajo intenso, constante y ordenado; sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia por acabar con perfección la labor comenzada; en la puntualidad, llenando de minutos heroicos el día; en el cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de penitencia... Tiene espíritu de penitencia el que sabe vencerse todos los días, ofreciendo al Señor, sin espectáculo, mil cosas pequeñas (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, en Gran Enciclopedia Rialp 16, 336).

La mortificación interior.

3621 Mas, me diréis vosotros, ¿cuántas clases de mortificaciones hay? Hay dos: una es interior, otra es exterior, pero las dos van siempre juntas (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).

3622 Si la salud poco firme u otras causas no permiten a alguien mayores austeridades corporales, no por ello le dispensan jamás de la vigilancia y de la mortificación interior (Pio Xll, Enc. Sacra virginitas, 25-3-1954).

3623 Así, aunque viva en la soledad o retirado en una celda, la vanidad le hace deambular con la mente por casas y monasterios, y le muestra en su fantasía una multitud de almas que se convierten al imperio y eficacia de su palabra. El desgraciado, juguete de tales quimeras, parece sumergido en un profundo sueño. De ordinario vive seducido por la dulzura de estos pensamientos. Absorto en tales imágenes, ni advierte lo que hace ni se da cuenta de lo que sucede en torno. Ni siquiera repara en la presencia de sus hermanos. El infeliz va meciéndose, cual si fueran verdad, en las fantasías que soñó despierto (CASIANO, Instituciones, 11).

3624 Si haces alguna mortificación extraordinaria, procura preservarte del veneno de la vanagloria, que destruye a menudo todo su mérito (J. PECCI—León XIII—, Práctica de la humildad, 34)

3625 Es ciertamente imposible que la mente no se vea envuelta en múltiples pensamientos; pero aceptarlos o rechazarlos sí que es posible al que se lo propone. Aunque su nacimiento no depende enteramente de nosotros, está desde luego en nuestra mano el darles acogida o soslayarlos (con la ayuda de la gracia) (CASIANO, Colaciones, 1).

Alegría en la mortificación.

3626 Mortificación no es pesimismo, ni espíritu agrio (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 37).

3627 (Cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu cara...). Aquí se habla de la costumbre que existía en Palestina de ungirse la cabeza los días de fiesta, y mandó el Señor que cuando ayunemos nos manifestemos contentos y alegres (SAN JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 380).

XII) EPILOGO.

En el curso de este trabajo hemos puesto de manifiesto la importancia que tiene el entrenamiento (mortificaciones) de las facultades humanas para el desarrollo moral y espiritual de la persona.

Hicimos hincapié en las razones por las que los enemigos del cristianismo denuestan con virulencia estas disciplinas formativas de los profesos cristianos.

Nos referimos específicamente al concepto de mortificación, a sus clases, a sus beneficios, a su naturaleza y a sus principios.

Identificamos las distintas facultades con que cuenta el ser humano y las diferenciamos entre aquellas que dependen de su voluntad y aquellas que provienen y son movidas por el Espíritu Santo.

Distinguimos las facultades que los iniciados cristianos pueden -y deben- mejorar por medio de la mortificación (las movidas por la voluntad humana) y las que se encuentran al margen de esta posibilidad (las movidas por el Espíritu Santo).

Con la finalidad de contribuir al crecimiento personal de quienes deseen profesar la fe de Cristo desagregamos las facultades humanas, explicamos en que consiste cada una de ellas y las agrupamos en tres categorías según su naturaleza: Las facultades del cuerpo, las facultades del alma y las facultades del espíritu.

En el caso de las facultades espirituales (dones y frutos), que -como dijimos- son movidas por el Espíritu Santo, explicamos la forma en que las mortificaciones influyen indirectamente en la evolución de las mismas. Y aclaramos que esta influencia no se extendía a los carismas, por ser éstos independientes de la conducta de la persona que los recibe.

Incorporamos citas de la Sagradas Escrituras en las que por revelación divina se nos hace saber que en la lucha por la salvación de nuestra alma debemos valernos de las mortificaciones. Y sumamos una selección de textos de santos, de doctores y de padres de la Iglesia que dan cuenta de la utilidad de las prácticas de mortificación para el desarrollo de la espiritualidad cristiana.

Como Anexo I incluimos un destacado trabajo sobre la mortificación  realizado por el cardenal Désiré Mercier.

Ahora, en la parte final de nuestra tarea, reflexionaremos sobre las razones por las que a lo largo de la historia se ha valorado de manera peyorativa al hombre medio de las respectivas épocas, con la intención de extraer alguna conclusión que pueda resultar útil para el desarrollo de la persona de hoy.

Abordaremos la ponderación negativa aludida de manera breve y genérica, limitándonos a recordar que el <hombre medio> ha sido calificado por distinguidos pensadores de diferentes épocas como: vulgar, mediocre, gris, adocenado, incoloro, “light”, insignificante, común, regular, anodino, mediano, intrascendente, profano, simplón, entre otros adjetivos descalificatorios. Asimismo, que el conjunto de <<hombres medios>> ha sido referido como: turba, masa, vulgo, medianía, etc.

Partiendo de ese criterio, se vuelve ineludible que nos preguntemos ¿Por qué se valoraban despreciativamente al <hombre medio>?

Y la respuesta es que ese menosprecio por los <hombres medios> se debía a su exiguo desarrollo espiritual y moral; ocasionado por su escaso conocimiento de sí mismos, por el estado anárquico de sus facultades y, consecuentemente, por la falta de dominio sobre sus personas y los graves vicios sobrevinientes en ese estado de descontrol. (Situaciones que conservan plena vigencia en la actualidad y a las que se deben agregar, si observamos la cuestión desde una óptica cristiana, los resabios del pecado original que afectan a la naturaleza humana).

Sin embargo, es habitual que las personas incurran en un grave error al considerar esa cuestión. Y los sujetos que tienen algo más de estudios formales que el promedio, un nivel cultural que sobrepasa la media, una posición social o profesional de cierta relevancia o un poco más de dinero -o mucho más, lo mismo es al efecto- se consideran fuera de la categoría de <hombre medio, común o mediocre>, según prefiramos denominarlos.

Así se da que inmersos en la confusión que les genera algún tipo de éxito mundano se desentienden de la evolución de los múltiples y complejos elementos del cuerpo y del alma, permitiéndoles que avancen sin norte y que se terminen corrompiendo por su falta de educación y ejercitación.

De ese modo, se ven satisfechos inicialmente por un frívolo modelo de éxito personal y más adelante terminan sumergidos en las tinieblas del descontrol y la desesperación, que irremediablemente los aleja de la felicidad que tanto ansían.

Sólo quienes advierten ese grave error y comprenden sus aún más graves consecuencias pueden decidir libremente si desean continuar en la mediocridad o si optan por transitar el camino de la superación personal hasta la máxima expresión humana; asumiendo todos los sacrificios que esta última alternativa impone como contraprestación del inmenso beneficio que ofrece.

Para hacer efectiva esta última posibilidad, es imprescindible trabajar arduamente sobre nuestro cuerpo, nuestros sentidos exteriores e interiores, nuestras pasiones y nuestras potencias.

Labor que deberemos cumplir siendo plenamente conscientes de que si fracasamos al intentar disciplinar las facultades de nuestro cuerpo y de nuestra alma y en generar las condiciones para que nuestras facultades espirituales puedan alcanzar todo su potencial, quedaremos reducidos a la condición de <hombre medio, común o mediocre>, con todos sus vicios, defectos, miserias y claudicaciones. Y, paradójicamente, con todos los sufrimientos que éste pretende evitar a cualquier precio.

 Asimismo, deberemos trabajar sobre nosotros conociendo que la esencia del <hombre mediocre> no la cambian los títulos, los cargos o los grados que ostentemos, ni la posición cultural, social o económica que tengamos. Y, lo más importante, sabiendo que en caso de quedar inmersos en la mediocridad nuestra alma tendrá grandes probabilidades del ser condenada al fuego eterno del Infierno.

Todas esas rigurosas tareas deberemos hacerlas en gracia de Dios, con una fuerte decisión de conocernos y mejorarnos. Vale decir con una inquebrantable voluntad de desarrollar nuestras virtudes cardinales y teologales, de erradicar nuestros vicios, de buscar la reconstrucción de nuestra naturaleza dañada por la caída original, de perseguir la santidad (que es lo único que trae felicidad en esta vida efímera) y de luchar con firmeza por la salvación de nuestra alma para la vida eterna.

Llegamos así al final de este trabajo con la ilusión de que pueda ser de alguna utilidad para mejorar en nuestra profesión de fe cristiana.

Y, particularmente, con la expectativa de que nos sirva para asumir con decisión que:

                                      Sin mortificación no hay virtud y que, por ende, sin mortificarnos jamás lograremos alcanzar una moral natural consistente, ni ser hombres de oración, ni desarrollar una fe sólida, ni vivir con consciencia de la presencia de Dios, ni reconstruir nuestra naturaleza viciada por el pecado original, ni encontrar la luz que nos permita salir de las tinieblas de la mediocridad y convertirnos en el hombre nuevo que esté en condiciones de tomar su cruz y seguir a Cristo Nuestro Señor.


                                                                               
Dr. Alejandro Oscar De Salvo.
Abogado - Coach directivo.




ANEXO I

TRABAJO DEL CARDENAL DÉSIRÉ MERCIER


OBJETO DE LA MORTIFICACIÓN CRISTIANA

La mortificación cristiana tiene por objeto neutralizar las influencias malignas que el pecado original sigue ejerciendo en nuestras almas, incluso después de haber sido regeneradas por el Bautismo.

Nuestra regeneración en Cristo, a pesar de vencer completamente al pecado en nosotros, nos deja sin embargo muy lejos de la rectitud y de la paz original. El Concilio de Trento reconoce que la concupiscencia, es decir, la triple inclinación de la carne, de los ojos y de la soberbia, se hace sentir en nosotros, incluso después del Bautismo, con el fin de excitarnos al combate glorioso de la vida cristiana (1). La Escritura llama a esta triple concupiscencia en algún momento el hombre viejo, opuesto al hombre nuevo que es Jesús viviendo en nosotros y nosotros viviendo en Jesús, y otras veces la carne o la naturaleza caída opuesta al espíritu o la naturaleza regenerada por la gracia sobrenatural. Es este hombre viejo o esta carne, es decir todo el hombre con su doble vida moral y física, a quien es preciso, no digo ya aniquilar, pues esto es imposible mientras dure la vida presente, sino mortificar, es decir reducir prácticamente a la impotencia, a la inercia y a la esterilidad de un muerto; hay que impedir que nos dé su fruto propio, que es el pecado, y anular su acción en toda nuestra vida moral.

La mortificación cristiana se debe pues extender a todo el hombre, llegar a todas las actividades en las que nuestra naturaleza se desenvuelve.

Tal es el objeto de la virtud de la mortificación: nosotros vamos a indicar su práctica, y cómo se realiza en nosotros, recorriendo sucesivamente las múltiples manifestaciones de la actividad humana.

La actividad orgánica o la vida corporal.
La actividad sensible, que se ejerce, bien bajo la forma de conocimiento sensible por los sentidos externos, o por la imaginación, bien bajo la forma de apetito sensible o de pasión.
La actividad racional y libre, principio de nuestros pensamientos y de nuestros juicios y de las determinaciones de nuestra voluntad.
Consideraremos a continuación la manifestación externa de la vida de nuestra alma o nuestros actos externos.
Por fin, el intercambio de nuestras relaciones con el prójimo.
  
EJERCICIO DE LA MORTIFICACIÓN CRISTIANA

I. MORTIFICACIÓN DEL CUERPO

1. Respecto a los alimentos, cíñanse, tanto como les sea posible, a lo estrictamente necesario. Mediten estas palabras que San Agustín dirigía a Dios: «Me habéis enseñado, oh Dios mío, a tomar los alimentos como medicinas. ¡Ay!, Señor, ¿y quién de nosotros en este aspecto no va más allá de lo estipulado? Si se encuentra uno, declaro que es un gran hombre y que debe dar mucha gloria a vuestro Nombre» (Conf. L. X, cap. 31).

2. Oren a Dios a menudo, rogad a Dios todos los días para que los preserve, por su Gracia, de sobrepasar los límites de la necesidad y para que no permita que caigan en la red del placer.

3. No tomen nada entre las comidas, salvo si la necesidad o la conveniencia lo indican.

4. Practiquen la abstinencia y el ayuno, pero solamente bajo obediencia y con discreción.

5. No está prohibido que prueben o degusten algo refinado, pero háganlo con intención pura y bendiciendo a Dios.

6. Regulen el tiempo de descanso, evitando todo tipo de pereza, de desidia, especialmente por la mañana. Si pueden, establezcan una hora para acostarse y una para levantarse y aténganse a ella con toda energía.

7. En general, no se entreguen al descanso más allá de lo necesario; préstense con generosidad al trabajo, no escatimando energías. No se agoten, pero tampoco entreguen el cuerpo a la molicie; en cuanto sientan en él un primer atisbo de sublevación, trátenlo como a un esclavo.

8. Si sienten alguna leve indisposición, tengan cuidado de no molestar a los demás con su mal humor; dejen que sus hermanos se conduelan de ustedes por propia iniciativa; ustedes sean pacientes y mudos como el Cordero de Dios, que cargó sobre sí todas nuestras flaquezas.

9. Eviten el ser dispensados o relevados de sus obligaciones con la excusa de cualquier mínima dolencia. «Hay que odiar como si de peste se tratase toda dispensa referente a las Reglas», escribía San Juan Berchmans.

10. Reciban con docilidad, soporten humildemente, pacientemente, con perseverancia, la penosa mortificación que se llama enfermedad.

II. MORTIFICACIÓN DE LOS SENTIDOS, DE LA IMAGINACIÓN Y DE LAS PASIONES

1. Alejen su mirada siempre y en todo momento de cualquier escena peligrosa e incluso tengan el valor de hacerlo respecto a todo lo que es vano e inútil. Vean sin mirar: no se fijen en nadie para observar su belleza o su fealdad.

2. Cierren sus oídos a las insinuaciones halagüeñas, a las alabanzas, a las seducciones, a los malos consejos, a las maledicencias, a las bromas hirientes, a las indiscreciones, a la crítica malevolente, a las sospechas temerarias y a toda palabra que pueda causar, entre dos almas, el más mínimo distanciamiento.

3. Si el sentido del olfato es ofendido por ciertas dolencias o enfermedades del prójimo, no se quejen nunca de ello sino, por el contrario, conviértanlo en fuente de santa alegría.

4. En lo que respecta a la cantidad de los alimentos, ¡presten suma atención al consejo de Nuestro Señor! «Comed lo que se os sirva». «Los buenos alimentos tomadlos sin complacencias, los malos sin manifestar vuestra repugnancia, con la misma indiferencia ante unos y ante otros; ésta es –dice San Francisco de Sales– la verdadera mortificación».

5. Ofrezcan a Dios sus comidas, prívense de algo al comer, por ejemplo: no añadan ese poco de sal, ni tomen ese vaso de vino, ni ese manjar, etc.; sus comensales no se darán cuenta, pero Dios lo recompensará.

6. Si lo que se les ofrece les agrada sobremanera, piensen que a Nuestro Señor en la Cruz le fue ofrecido hiel y vinagre; eso no les impedirá saborearlo, pero si equilibrará el placer que experimenten.

7. Hay que evitar todo contacto sensual, cualquier caricia acompañada de cierta pasión, o bien buscando o experimentando un gozo especialmente sensible.

8. Prescindan de acercarse a la estufa o al radiador, excepto que lo necesiten para evitar una indisposición de salud.

9. Resígnense a las mortificaciones que impone la propia Naturaleza; especialmente el frío del invierno, el calor del verano, la incomodidad en el dormir y demás molestias por el estilo. Pongan buena cara ante las variaciones del tiempo y sonrían, sea cual sea la temperatura del ambiente. Digan como el profeta: «Frío, calor, lluvia, bendecid al Señor».

Dichosos si pudiéramos llegar a decir con corazón sincero esta expresión que era familiar a San Francisco de Sales: «Nunca me encuentro mejor que cuando no estoy bien».

10. Mortifiquen su imaginación cuando los seduzca con el señuelo de una situación brillante, cuando los aflija con la perspectiva de un futuro sombrío, o cuando los irrite con el recuerdo de una palabra o de una acción que los hayan ofendido.

11. Si sienten en su interior la necesidad de soñar, corten de raíz ese empuje, sin piedad.

12. Mortifíquense con el mayor celo en cuanto se refiere a la impaciencia, la irritación o la ira.

13. Examinen profundamente sus deseos y sométanlos al dominio de la razón y de la fe: ¿no desean acaso una larga vida más bien que una vida santa? ¿Placer y bienestar sin penas ni dolores, victorias sin combates, éxitos sin contratiempos, aplausos sin críticas, una vida cómoda, tranquila sin ningún género de cruz, es decir una vida completamente opuesta a la de Nuestro Divino Salvador?

14. Tengan cuidado de no adquirir ciertas costumbres que, sin ser positivamente malas, pueden llegar a ser funestas, tales como las lecturas frívolas, los juegos de azar, etc.

15. Busquen cuál es su defecto dominante, y cuando lo hayan descubierto, persíganlo hasta lo más recóndito. A este respecto, sométanse con docilidad al examen particular con todo lo que él pueda conllevar de monotonía y tedio.

16. No está prohibido tener y demostrar un corazón sensible, pero eviten el peligro de sobrepasar el límite de lo prudente. Rechacen con energía los apegos demasiado humanos, las amistades particulares y la sensibilidad inconsistente y débil del corazón.

____________

1. «Manere autem in baptizatis concupiscentiam, vel fomitem, hæc sancta Sinodus fatetur ET sanctit: quæ quum at agonem relicta sit, etc. Hanc concupiscentiam aliquando Apostulus peccatum appelat… quia ex peccato est et ad peccatum inclinat». (Conc. Trid. sess. V - Decretum de pecc. orig.)
«Ahora bien, que la concupiscencia o fomes permanezca en los bautizados, este santo Concilio lo confiesa y siente; la cual, como haya sido dejada para el combate, etc. Esta concupiscencia que alguna vez el Apóstol llama pecado… sino porque procede del pecado y al pecado inclina». (Concilio de Trento, sesión V - Decreto sobre el pecado original)


Autor del retrato de Cristo Mortificado Reynaldo Veliz Fernández.
[1] Adolphe Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística. Págs. 417/418 Colección Pelícano  4ta. Edición, junio 2002. Ediciones Palabra S.A. España.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.       
[4] Adolphe Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística, pág. 408. Colección Pelícano  4ta. Edición, junio 2002. Ediciones Palabra S.A. España.
[5]  Adolphe Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística, pág. 407. Colección Pelícano  4ta. Edición, junio 2002. Ediciones Palabra S.A. España.
[6] La concupiscencia es la inclinación al mal que continúa en los hombres redimidos y contra la cual se deben librar duras y constantes batallas para neutralizar su influencia negativa y poder alcanzar el bien. Se presenta como un deseo desordenado de poseer bienes materiales y gozar de placeres sensuales en general y sexuales en particular. Por triple concupiscencia se entiende en la tradición cristiana el deseo de la carne, el deseo de los ojos y la soberbia.
[7] Adolphe Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística, pág. 407. Colección Pelícano  4ta. Edición, junio 2002. Ediciones Palabra S.A. España.
[8] Adolphe Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística, pág. 409. Colección Pelícano  4ta. Edición, junio 2002. Ediciones Palabra S.A. España.
[9] Desde Definición ABC:  
 http://www.definicionabc.com/salud/cuerpo.php#ixzz2Mwkhp9X2
[10] RITUAL DE LA INICIACIÓN CRISTIANA DE ADULTOS REFORMADO SEGÚN LOS DECRETOS DEL CONCILIO VATICANO II, PROMULGADO POR MANDATO DE PABLO VI, APROBADO POR EL EPISCOPADO ESPAÑOL Y CONFIRMADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LOS SACRAMENTOS Y EL CULTO DIVINO.
[11] Ibídem.
[12] Ibídem.
[13] Ibídem.
[14] Ibídem.
[15] Enciclopedia Católica.     http://ec.aciprensa.com/e/espiritu.htm#2
[16] Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
http://www.corazones.org/espiritualidad/espiritu_santo/dones_espiritu.htm
[17] Ibídem.
[18] Ibídem.
[19] Ibídem.
[20] Ibídem.
[21] Ibídem.
[22] Ibídem.
[23] Ibídem.
[24] Ibídem.
[25] Ibídem.
[26] Ibídem.
[27] Ibídem.
[28] Ibídem.
[29] Síntesis realizada del contenido extraído de http://www.corazones.org/espiritualidad/espiritu_santo/dones_espiritu.htm
[30] Ibídem.
[31] Ibídem.
[32] Ibídem.
[33] Ibídem.
[34] Ibídem.
[35] Extraídas de http://www.serviciocatolico.com/files/textos/mortific.htm
[36] Textos extraídos de http://www.serviciocatolico.com/files/textos/mortific.htm
[37] Las citas han sido tomadas de http://www.serviciocatolico.com/files/textos/mortific.htm