BLOG EDITADO POR ALEJANDRO OSCAR DE SALVO

miércoles, 7 de agosto de 2013

EL CRISTIANISMO ANTES DE CRISTO.





EL CRISTIANISMO ANTES DE CRISTO


TEMARIO.

I) PRELIMINAR.

II) FRAGMENTO DE UNA OBRA DE LEONARDO BOFF.

III) BIOGRAFÍA DEL AUTOR CITADO.

IV) CONSIDERACIONES FINALES.


I) PRELIMINAR.

Incorporaré en esta entrada un interesante fragmento de la obra titulada <JESUCRISTO Y LA LIBERACION DEL HOMBRE> del Teólogo, y ex-sacerdote Franciscano, Leonardo Boff.

El contenido agregado resulta de suma utilidad para entender la aparición de la religión cristiana en un momento dado de la historia de la humanidad y su vínculo inexorable con el antes.

Sin perjuicio de ello, estimo necesario resaltar que el pasaje bibliográfico citado se debe interpretar a la luz de la condición trinitaria de Dios y la doble naturaleza de Cristo (Divina y humana); a fin de evitar eventuales errores en la comprensión del texto citado.

A mayor abundamiento sobre el carácter trinitario de Dios y la naturaleza de Cristo me remito a las entradas de este blog fechadas en 5 de septiembre y 3 de octubre de 2014, respectivamente. (Tituladas: <DIOS TRINO. EL DIOS CRISTIANO ES TRINITARIO: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.> y <LA NATURALEZA DE CRISTO: VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE.>).

Hechas las aclaraciones del caso incluyo en el punto siguiente el contenido propuesto y en el posterior la biografía del autor.


II) FRAGMENTO DE UNA OBRA DE LEONARDO BOFF.


JESUCRISTO Y EL CRISTIANISMO

REFLEXIONES SOBRE LA ESENCIA DE LO CRISTIANO


Jesucristo no es una estrella errante en la historia del mundo. Representa la culminación de los dinamismos que Dios puso en la creación y, especialmente, en el hombre. Estos dinamismos fundan un cristianismo antes de Cristo y fuera de la profesión de fe explícita en Jesucristo. Cristiano no es simplemente quien profesa con los labios a Cristo, sino quien, hoy como ayer, vive la estructura y el comportamiento que Cristo vivió: amor, perdón, apertura total a Dios, etc. Las Religiones que lo enseñan y lo viven son formas concretas que el cristianismo universal puede asumir. La Iglesia católica se presenta institucionalmente como la mejor articulación histórica del cristianismo. Mientras los hombres y el mundo no hayan alcanzado la plenitud en Dios, Cristo continúa esperando y teniendo un futuro.

Al término de nuestras reflexiones cristológicas, se impone una reflexión de orden más universal' acerca del cristianismo y de algunas de sus estructuras fundamentales. Cristianismo viene de Cristo. Cristo no es originalmente un nombre propio de persona, sino un título. Con el título Cristo, atribuido a Jesús de Nazaret crucificado y resucitado, la comunidad primitiva expresaba su fe de que en ese hombre se habían realizado las expectativas radicales del corazón humano, expectativas de liberación de la ambigua condición humana y cósmica y de inmediatez con Dios. Él es el ecce homo, el hombre nuevo y ejemplar que reveló en su máxima profundidad lo que es y lo que puede el hombre: abrirse a Dios de tal forma que llegue a identificarse con él. La encarnación designa exactamente la absoluta y exhaustiva realización de esa posibilidad contenida en el horizonte de la realidad humana, conectada por primera vez en Jesús de Nazaret. Su historia personal reveló un modo de ser hombre, una forma de comportarse, de hablar, de relacionarse con Dios y con los otros que rompía los criterios comunes de interpretación religiosa. Su profunda humanidad dejó vislumbrar estructuras antropológicas de una limpidez y transparencia para lo divino que superaban todo lo que hasta entonces había surgido en la historia religiosa de la humanidad. Tan humano como Jesús sólo podía ser Dios mismo. En consecuencia, Jesús de Nazaret fue llamado con razón Cristo. En él se basa y se comprende el cristianismo. Por tanto, en la base del cristianismo está Jesucristo. Y en la base de Jesucristo hay una vivencia, un comportamiento, un modo de ser hombre, una estructura que, vivida radicalmente por Jesús de Nazaret, hizo que él fuese designado como Cristo. Existe una estructura crística dentro de la realidad humana que se manifestó de forma absoluta y exhaustiva en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.

1. EL CRISTIANISMO ES TAN VASTO COMO EL MUNDO

La estructura crística es anterior al Jesús histórico de Nazaret. Preexistía en la historia de la humanidad. Siempre que el hombre se abre a Dios y al otro, siempre que se da un verdadero amor y superación del egoísmo, cuando el hombre busca la justicia, la solidaridad, la reconciliación y el perdón, se da el verdadero cristianismo y emerge, dentro de la historia humana, la estructura crística. Así, pues, el cristianismo puede existir antes del cristianismo; pero también puede haber cristianismo fuera de los límites cristianos. Esto es, el cristianismo se realiza no sólo donde se profesa explícitamente y se vive ortodoxamente, sino que surge también siempre que el hombre dice un sí al bien, a la verdad y al amor. Antes de Cristo el cristianismo era anónimo e implícito. No poseía todavía un nombre, aunque existiese y fuese vivido por los hombres. Pero con Jesucristo recibió un nombre. Jesús lo vivió con tal profundidad y absolutez que, por antonomasia, pasó a llamarse Cristo. El hecho de que al principio el cristianismo no se llamara así no significa que no existiera. Existía, pero escondido, anónimo y latente. Con Jesús llegó a su máxima evidencia, explicitación y revelación.

CR/QUIEN-ES: La tierra siempre fue redonda, aun antes de que Magallanes lo demostrara. América del Sur no comenzó a existir con su descubrimiento por Cristóbal Colón. Ya existía antes, aunque no fuese explícitamente conocida. Así sucede con el cristianismo y con Cristo. Cristo nos reveló la existencia del cristianismo dentro de la realidad humana. Por eso dio el nombre al cristianismo, como Américo Vespucio, el segundo descubridor de América, dio su nombre al continente descubierto. San Agustín, que comprendió muy bien esta realidad, podía afirmar: «La sustancia de lo que hoy nosotros llamamos cristianismo existía ya en los antiguos y estaba presente desde los orígenes de la humanidad. Finalmente, cuando Cristo apareció en carne, lo que siempre existió comenzó a llamarse religión cristiana» (Retr. 1, 12, 3). Podemos, pues, asegurar que el cristianismo es tan vasto como el mundo humano. Pudo realizarse antes de Cristo y puede realizarse todavía hoy fuera de los límites «cristianos», donde la palabra cristianismo no es empleada ni conocida. Más aún: el cristianismo puede encontrarse incluso donde, por una conciencia errónea, se le persigue y combate. Por eso, cristianismo no es simplemente una visión del mundo más perfecta, ni una religión más sublime, ni menos aún una ideología. Cristianismo es la vivencia concreta y consecuente de esa estructura crística que Jesús de Nazaret vivió como total apertura al otro y al gran Otro: amor indiscriminado, fidelidad inexorable a la voz de la conciencia y superación de lo que amarra al hombre a su propio egoísmo. Con razón decía el primer gran filósofo cristiano, Justino (t 167): «Todos los que viven conforme al Logos son cristianos. Así, entre los griegos, Sócrates, Heráclito y otros, y entre los no griegos, Abrahán, Ananías, Azarías, Elías y muchos otros cuyos nombres y obras sería prolijo citar" (Apología I, 46). El cristianismo puede articularse tanto en lo sagrado como en lo profano, tanto en esta cultura como en otra, tanto antes como hoy o mañana.

Jesús, en su humanidad, vivió con tal radicalidad la estructura crística que debe ser considerado como el mejor fruto de la evolución humana, como el nuevo Adán, en expresión del apóstol Pablo (1 Cor 15,45); como aquel hombre que ha alcanzado ya la meta del proceso de humanización del hombre. Por eso, el verdadero cristiano no es simplemente quien se afilia a la religión cristiana, sino quien vive y realiza en la vida, evidentemente en cuanto estamos en la historia de forma deficiente y aproximada, lo que Cristo vivió, por lo que fue apresado, condenado y ejecutado. Ratzinger lo expresaba con gran precisión: «No es verdadero cristiano el miembro confesional del partido, sino quien se hace realmente humano por su vivencia cristiana. No quien observa de manera servil un sistema de normas y de leyes únicamente con miras a sí mismo, sino quien se hace libre para la simple bondad humana» 2. Ser cristiano es vivir la vida humana con la profundidad y radicalidad con que se abre y comulga con el misterio de Dios. Ser cristiano y católico no significa necesariamente ser bueno, verdadero y justo. En cambio, el bueno, verdadero y justo ese es cristiano y católico.

2. LA PLENA HOMINIZACION DEL HOMBRE SUPONE LA HOMINIZACION DE DIOS

H/REALIZACION: ¿Podemos concretar más qué es la estructura crística? Una posibilidad de la existencia humana. El hombre, a diferencia del animal, se define como el ser abierto a la totalidad de la realidad, como un nudo de relaciones orientado en todas las direcciones. Se realiza sólo en el caso de mantenerse siempre abierto y en comunión permanente con la realidad global. Estando en el otro es como está dentro de sí mismo. Saliendo de sí es como llega a sí., Sólo existiendo (saliendo de sí = ex) vuelve a sí mismo. El yo no existe si no es creado y alimentado por un tú. Para tener, el hombre ha de dar. Por eso debe trascenderse siempre a sí mismo. Por su pensamiento penetra en el horizonte infinito del ser. Cuanto más se abre al ser, es más capaz de escuchar y de ser hombre. Dar no significa únicamente trascenderse a sí mismo y salir de sí; es también capacidad de recibir el don del otro. Amando y dejándose amar por los otros, el hombre descubre su verdadera profundidad y su misterio. Cuanto más el hombre se oriente al infinito y al otro, mayor posibilidad tiene de humanizarse, es decir, de realizar su ser hombre. El hombre más perfecto, completo, definitivo y acabado es el que puede identificarse y ser uno con el Infinito.

Jesús de Nazaret fue el ser humano que realizó esta posibilidad humana hasta el extremo y logró llegar a la meta de la hominización. Porque estuvo tan abierto a Dios hasta ser totalmente colmado por él, que debe ser llamado Dios encarnado. Así han de entenderse las palabras de J. Ratzinger: «La completa hominización del hombre supone la hominización de Dios» 3. El hombre, para ser verdaderamente él mismo, debe poder realizar las posibilidades inscritas en su naturaleza, especialmente la de ser uno con Dios. Cuando el hombre llega a tal comunión con Dios, formando con él una unidad sin confusión, sin división y sin mutación, entonces alcanza su punto máximo de hominización. Cuando esto se verifica, Dios se humaniza, el hombre se diviniza y surge en la historia Jesucristo. De ahí que podamos completar el pensamiento de Ratzinger diciendo que la completa hominización del hombre implica su divinización. Por tanto, el hombre se supera infinitamente no por la aniquilación de su ser, sino por la completa realización de la ilimitada capacidad de comunión con Dios de que está dotada su naturaleza. El término de la antropogénesis reside en la cristogénesis; esto es, en la inefable unidad de Dios y del hombre en un solo ser, Jesucristo.

El cristianismo se concreta en el mundo siempre que los hombres, a semejanza de Cristo, se abren a la totalidad de la realidad y especialmente «al supremo e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, donde tenemos origen hacia el que caminamos 4, Dios. Esta apertura, como veremos luego, puede recibir las más variadas articulaciones en lo sagrado y en lo profano. Lo decisivo no es una determinada articulación, sino que dicha apertura acontezca y se mantenga continuamente susceptible de un indefinido perfeccionamiento. Lo que en Jesús de Nazaret se realizó de forma absoluta e irreversible se debe realizar en la medida propia de cada uno, en toda persona humana. Donde triunfa la estructura crística allí se vigoriza y se realiza la hominización. Donde muere por cerrarse el hombre en sí mismo, allí también se obstaculiza y detiene el crecimiento hominizador del hombre. Esa apertura al otro es tan determinante que de ella depende la salvación o la absoluta frustración humana. En la llamada parábola de los cristianos anónimos (/Mt/25/31-46), el juez divino medirá a todos los hombres por la capacidad que tuvieron de amar a sus semejantes. Aquel que recibió al peregrino, vistió al desnudo, alimentó al hambriento y sació al sediento, acogió no solamente a un hombre, sino también, de incógnito, al propio Dios. Lo que se quiere decir es que la unión en el amor y la apertura a un tú humano implica en su última radicalidad una apertura al tú absoluto y divino. Dios está siempre presente dondequiera que haya amor, solidaridad, unión y crecimiento verdaderamente humanos. Se salva no aquel que se afilió a la confesión cristiana, sino quien vivió la estructura crística; no el que exclama ¡Señor, Señor! y quien construye toda una comprensión del mundo, sino el que actúa de acuerdo con la realidad crística. Para esto poco valen los modelos y las etiquetas cristianas. Lo que cuenta es la vivencia concreta y consecuente de una realidad y de un tipo de comportamiento que Jesús de Nazaret tematizó, radicalizó e hizo ejemplar. En esto consiste fundamentalmente el cristianismo.

3. LA ESTRUCTURA CRÍSTICA Y EL MISTERIO DEL DIOS TRINO

D/A TRI/DAR-RECIBIR: Si la estructura crística consiste esencialmente en dar y en saber recibir el don del otro, quiere decir que tal estructura está en íntima relación con el propio misterio de Dios. La esencia de Dios, si podemos utilizar semejante lenguaje humano, se realiza en el amor, en el dar y en el saber recibir: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Dios sólo existe comunicándose y subsistiendo como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es Padre porque se auto-comunica y se da. Tal comunicación se llama Hijo. El Hijo, a su vez, se da y sale totalmente de sí y se entrega al Padre, que lo recibe plenamente. Este mutuo amor y entrega del Padre al Hijo se llama Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. El Padre no existe sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre, ni el Espíritu Santo sin el Padre y el Hijo. En la total, completa y absoluta entrega de uno al otro es como Dios Trino, eternamente, realiza su ser infinito. La estructura contenida en la creación, especialmente en la realidad humana, alcanzó su máxima potencia en Jesús de Nazaret, que fue creado en analogía con la propia estructura del misterio de Dios Trino. Ya a través de Jesucristo, esta estructura se reveló de forma explícita, a la conciencia humana, no tanto por palabras cuanto en la medida en que vivió su ser humano en diáfana, límpida y completa apertura y entrega a Dios y a los hombres.

Sólo a partir de Jesucristo llegaron la revelación y la teología al conocimiento del Dios Trino y Uno. Jesús no sólo se reveló como el hijo de Dios encarnado, sino que reveló también el carácter filial de todo hombre (Rom 8,14).

4. EL CRISTIANISMO, RESPUESTA RESPONSABLE A UNA PROPUESTA

Si quisiéramos explicar con otras palabras la estructura crística, podríamos decir que consiste en una respuesta dada con responsabilidad a una propuesta divina. Dios se entrega también al hombre, le formula una propuesta de comunión con él, de amor y de unión. A esa propuesta divina, el hombre tiene que dar una respuesta. La reciprocidad exige pagar con amor el amor recibido. Esta exigencia interna surge no por parte del que se da y ama, sino por parte del que se deja amar y es amado. Aceptar la propuesta de amor del otro es ya dar amor y una respuesta. De ahí que saber recibir sea una de las formas de dar, quizá la más original, porque crea la atmósfera indispensable para el encuentro, para el diálogo y para el crecimiento del amor.

La propuesta de Dios surge dentro de la conciencia humana, lugar donde Dios habla a cada persona. Cuando la conciencia se siente responsable y desafiada a salir de sí, a aceptar al otro, a asumir una tarea, ahí está Dios formulando una propuesta. La propuesta puede surgir dentro de la vida, en los signos de los tiempos y en las exigencias de la situación concreta. Siempre que somos impulsados a crecer, a amar, a salir de nosotros mismos, a abrirnos a los otros y a Dios, a asumir una responsabilidad ante nuestra conciencia y ante los otros, ahí se da una propuesta que exige una respuesta con fidelidad.

También, en el caso de que el hombre se abra y ame, se da la concreción de la estructura crística. La historia humana puede considerarse como la historia del éxito o del fracaso de la estructura crística; puede analizarse como la respuesta feliz o desgraciada que los hombres, dentro de los condicionamientos históricos y sociales propios de cada época, han dado a la propuesta de Dios, esto es, hasta qué punto han creado estructuras que faciliten y realicen los valores fundamentales del amor, de la fraternidad, de la comprensión entre los hombres y de la apertura consciente a Dios. De ahí que toda la vasta dimensión de la historia humana pueda considerarse como historia de la salvación y de la perdición. La experiencia nos enseña que la respuesta humana jamás consigue agotar la propuesta divina. Es más, toda respuesta está marcada siempre por una ambigüedad fundamental: es simultáneamente historia de la apertura de la cerrazón del hombre, de la respuesta positiva y de la respuesta negativa a la propuesta divina. La historia de la salvación humana es un vasto campo sembrado donde, al mismo tiempo, crecen la cizaña y el trigo.

La historia del Antiguo Testamento y del Nuevo se presenta como ejemplo de que todo un pueblo, a lo largo de más de dos mil años, en un ascenso cada vez mayor, fue dando una respuesta positiva a la propuesta divina. Pero en alguien se llegó a una perfecta adecuación entre propuesta de Dios y respuesta humana. Alguien estuvo abierto a Dios en proporción a su inefable comunicación. Jesús de Nazaret fue quien realizó de forma absoluta la estructura crística hasta hacer que su respuesta se identificara con la propuesta. Como ya hemos visto, exactamente en esa unión inmutable, indivisible e inconfundible consiste la encarnación de Dios y la subsistencia del hombre y de Dios en el único y mismo Jesucristo. En este sentido, Jesús de Nazaret es el mejor don de los hombres a Dios y, al mismo tiempo, el más excelso don de Dios a los hombres. El aparece así como el sacramento del encuentro entre Dios y la humanidad, como el foco donde todo, creación y Creador, alcanzan la unidad y así se logra la meta final de la historia de la creación.

5. EL CATOLICISMO ES LA ARTICULACIÓN INSTITUCIONAL MÁS PERFECTA DEL CRISTIANISMO

Si el cristianismo consiste fundamentalmente en la respuesta responsable a la propuesta divina, comprobamos que la respuesta humana se puede articular históricamente, de muchas formas. En su respuesta, el hombre asume su cultura, su historia, su comprensión del mundo, su pasado; en fin, todo su mundo. Las Religiones del mundo, antes y hoy, a pesar de una serie de elementos cuestionables y hasta, desde el punto de vista cristiano, condenables, representan en sí la respuesta y la reacción religiosa de los hombres frente a la propuesta y la acción de Dios. Las Religiones pueden y deben ser consideradas como articulaciones de la estructura crística y concretan en alguna medida la propia Iglesia de Cristo. En este sentido no existen Religiones naturales. Todas ellas se originan de una reacción frente a la acción salvífica de Dios, que se dirige y se ofrece a todos indiscriminadamente. RLS/QUE-SON: La diversificación de las Religiones reside en la diversidad de las culturas, de las visiones del mundo que marcan la respuesta a la propuesta de Dios, pero la propuesta trasciende todas las respuestas y está dirigida igualmente a todos y a cada uno. De ahí que se pueda decir que las Religiones son caminos ordinarios por los cuales el hombre se dirige a Dios y también experimenta y recibe de él la salvación. Las Religiones, dado que son respuestas humanas a la propuesta divina, pueden contener errores e interpretar de modo inadecuado la propuesta de Dios. Cuando decimos que las Religiones articulan y concretan, cada una a su modo, la estructura crística, no queremos legitimar todo lo que en ellas existe. La religión debe mantenerse abierta, criticarse a sí misma y crecer en una respuesta cada vez más adecuada a la propuesta de Dios. El propio Antiguo Testamento nos da un ejemplo: partiendo de formas primitivas de religiosidad y de representaciones demasiado antropomórficas e incluso demoníacas de Dios, se fue elevando a formas cada vez más puras, hasta llegar a la concepción de un Dios trascendente, revelador y creador de todo.

I/LA-MAS-VERDADERA: La Iglesia católica apostólica romana, por su estrecha e ininterrumpida unión con Jesucristo, a quien predica, conserva y vive en sus sacramentos y ministerios, y por quien se deja continuamente criticar, puede y debe ser considerada como la más excelente articulación institucional del cristianismo. En ella se ha logrado la más límpida interpretación del misterio de Dios, del hombre y de su mutua interpenetración. En ella se encuentra la totalidad de los medios de salvación. Aunque ella misma se sepa pecadora y peregrina, todavía lejos de la casa paterna, está convencida de llevar a Cristo y su causa adelante, sin error sustancial. No agota la estructura crística, ni se identifica pura y simplemente con el cristianismo, pero es su objetivación y concreción institucional más perfecta y acabadas de tal forma que en ella se realiza, en germen, el propio reino de Dios y se viven los primeros frutos de la nueva tierra y del nuevo cielo.

No se niega, sin embargo, el valor religioso y salvífico de las demás Religiones, por más que éstas, en la confrontación con la Iglesia, aparezcan deficientes. Conservan, sin duda, su legitimidad, pero deben dejarse interrogar por la Iglesia, para que se abran y crezcan a una apertura cada vez más adecuada a la propuesta de Dios manifestada en Jesucristo. A su vez, la Iglesia no debe envanecerse de sí misma, sino mostrarse abierta al Dios que se revela y manifiesta en las Religiones, y aprender de ellas las facetas y dimensiones de la experiencia religiosa que estén mejor tematizadas en esas Religiones que dentro de la propia Iglesia, como el valor de la mística en la India, el desprendimiento interior en el budismo, el culto a la palabra de Dios en el protestantismo, etc. Sólo entonces será verdaderamente católica, es decir, universal, pues sabrá ver y acatar la realidad de Dios y de Cristo fuera de su articulación y fuera de los límites sociológicos de su propia realidad.

6. JESUCRISTO, "TODO EN TODAS LAS COSAS»

ENC/MOTIVO: Si la estructura crística es un dato de la historia y una estructura antropológica que debe realizarse en cada hombre para que éste se salve, y que fue exhaustivamente concretada por Jesús de Nazaret, entonces podemos lanzar una última pregunta: ¿Dónde tiene su origen? ¿Cuál es su último y trascendente fundamento? Esta pregunta fue formulada por la teología tradicional en otros términos: ¿Cuál es el motivo de la encarnación: la redención del pecado de los hombres o la perfección y glorificación del cosmos? Durante siglos, tomistas dominicos y escotistas franciscanos disputaron reñidamente. Los tomistas respondían, citando frases de la Escritura y la fórmula del credo "por nuestra salvación descendió de los cielos y fue concebido por el Espíritu Santo», que la encarnación se debe al pecado del hombre. Los franciscanos respondían, con textos tomados de las epístolas a los Efesios y Colosenses, que Cristo se habría encarnado aun al margen del pecado, porque todo fue hecho para él y por él. Sin Cristo faltaría algo a la creación, y el hombre jamás llegaría a su completa hominización.

La afirmación de que la humanidad esperaba al Salvador debe entenderse ontológicamente, y no cronológicamente. Es decir, el hombre ansía ser cada vez más él mismo y realizarse por completo. Anhela, por tanto, su divinización. No sólo antes de Cristo, sino también después de él. La dinámica misma de la creación converge y llega en el hombre a una decisiva culminación. Lo que Cristo realizó deberá realizarse también en sus hermanos.

J/PLENITUD-H: De las reflexiones efectuadas hasta aquí, nos parece que nuestra posición es clara. Cristo no es un ser aparte dentro de la historia de la humanidad, sino que es su sentido y culminación. Es aquel ser que, por primera vez, llegó al término del camino para darnos esperanza y certeza de que también estamos destinados a ser lo que Él fue y que, si vivimos lo que ´´El vivió, llegaremos también allí. La excelencia de Cristo no es una casualidad histórica ni un mero suceso antropológico. Desde la eternidad fue predestinado por Dios para ser quien amara a Dios en forma divina fuera de Dios y se convirtiera en el hombre que realizase todas las capacidades contenidas en su naturaleza humana, especialmente la de ser uno con Dios. Jesús, Verbo encarnado, está en una relación única con el plan de Dios. Constituye un momento del propio misterio de Dios. El plan divino, en cuanto podemos deducir de la propia revelación y de la reflexión teológica, está orientado a la gloria de Dios que se realiza haciendo participar de su vida, de su amor y de su propio misterio a toda la creación. La gloria de Dios consiste también en la gloria de las criaturas. Toda la creación está inserta en el propio misterio íntimo de Dios Trino. No es algo exterior a Dios, sino uno de los momentos de su completa manifestación. Dios se comunica totalmente y engendra al Hijo, y en el Hijo los infinitos semejantes al Hijo. El Hijo, o el Verbo, es el Pensamiento eterno, infinito y consustancial de Dios Padre. Toda la creación son los pensamientos de Dios que pueden ser creados y realizados dando origen a la creación de la nada. En cuanto pensamientos de Dios, son engendrados en el mismo acto de generación del Hijo y, porque son producidos activamente por Dios en el Hijo, reflejan al Hijo y son su imagen y semejanza. La más perfecta imagen y semejanza del Hijo eterno es la naturaleza humana de Cristo. Ya en el seno de la Santísima Trinidad, todas las cosas llevan en su ser íntimo marcas y signos del Hijo. Para que la naturaleza humana de Cristo sea realmente la más perfecta imagen y semejanza del Hijo y pueda tener y rendir gloria a Dios «fuera» de Dios, Dios decretó su unión con la persona eterna del Hijo. Dios quiso que Jesús de Nazaret pudiera vivir con tal intensidad y profundidad su humanidad que se hiciera uno con Dios y fuera simultáneamente Dios y hombre. Si todas las cosas fueron creadas por Dios en el Hijo y este Hijo se encarnó, entonces todo refleja al Hijo eterno encarnado.

La estructura crística posee un origen trinitario. Todas las cosas están abiertas a un crecimiento indefinido, porque el ser de Dios es amor, comunicación e infinita apertura. Y la comunicación total de Dios se llama Hijo o Verbo. De ahí que todo en la creación posea la estructura del Hijo, porque todo se comunica, está en relación hacia fuera y realiza su ser, auto-entregándose. El Hijo está siempre actuando en el mundo, desde el primer momento de la creación: después actúa de forma más densa cuando se encarna en Jesús de Nazaret y, por fin, amplía su acción a las dimensiones del cosmos por su resurrección. Así, Cristo, como dice Pablo, «es todo en todas las cosas» (/Col/03/11). La estructura crística que recorría toda la realidad asumió forma concreta en Jesús de Nazaret porque él, desde toda la eternidad, fue pensado y querido como el ser focal en que se daría por primera vez la total manifestación de Dios dentro de la creación. Esta manifestación significa la acabada interpenetración de Dios y del hombre, la unidad inconfundible e indivisible y la meta de la creación, ahora inserta dentro del propio misterio trinitario. Jesucristo se constituye así en paradigma y ejemplo de lo que acontecerá con todos los hombres y con la totalidad de la creación. En él vemos el futuro realizado. La historia y el proceso evolutivo cósmico pueden asumir un carácter ambiguo y quizá dramático. En Jesucristo se nos revela que el fin será feliz y que ya está garantizado por Dios en nuestro favor. Por eso, Jesucristo logra para toda la realidad pasada, presente y futura un valor que interpreta, determina y elucida. Por él es evidente que el cosmos, y particularmente el hombre, no podrán llegar jamás a sí mismos y a la completa perfección si no son divinizados y asumidos por Dios. Cristo es el penúltimo paso en ese inmenso proceso. En él se realizó ejemplarmente lo que se hará con toda la realidad: conservando la alteridad de cada ser, Dios será todo en todas las cosas (1 Cor 15,28).

7. CONCLUSIÓN: LA ESPERANZA Y EL FUTURO DE CRISTO JESÚS

Mientras no se realice el «panteísmo cristiano» de "Dios todo en todas las cosas» (1 Cor 15,28), Jesucristo seguirá siendo esperanza y poseyendo un futuro. Sus hermanos y la patria humana (el cosmos) todavía no han sido transfigurados como él. Están en camino, viviendo la ambigüedad con que se manifiesta el reino de Dios en este mundo: en la flaqueza, en la ignominia, en el sufrimiento y en las persecuciones. Jesús no es únicamente un individuo, sino una persona. Y como persona convive, posee su cuerpo místico, con el cual es solidario. Jesús resucitado, aunque realice en su vida el reino de Dios, espera que lo que se concretó y comenzó con él llegue a un feliz término. Así como los santos del cielo, según el libro del Apocalipsis (6,11), tienen que esperar «hasta que se complete el número de sus compañeros y de sus hermanos», así también espera Jesús por los suyos. Glorificado junto a Dios, «vive siempre para interceder por los hombres» (Heb 7,25), por su salvación y por la transformación del cosmos. Así, Jesús resucitado vive todavía una esperanza. Sigue esperando el crecimiento de su reino entre los hombres, porque su reino no comienza a existir más allá de la muerte, sino que se inicia en este mundo siempre que se instaure la justicia, se vigorice el amor y se abra un horizonte nuevo para la captación de la palabra y de la revelación de Dios dentro de la vida.

Jesús sigue esperando que la revolución que él inició, y que busca la comprensión entre los hombres y Dios, el amor indiscriminado para con todos y la continua apertura al futuro donde Dios viene con su reino definitivo, penetre más y más en las estructuras del pensar, del actuar y del planificar humanos13. Sigue esperando que el semblante del hombre futuro, velado en el hombre presente, se manifieste cada vez más. Jesús continúa esperando que la promissio (promesa) divina de un futuro feliz para el hombre y para el cosmos se transforme en una missio (misión) humana de esperanza, alegría y vivencia, entre los absurdos existenciales, del sentido radical de la vida.

Hasta tanto esto no irrumpa del todo, Jesús sigue esperando. Por eso existe aún un futuro para el Resucitado. De hecho ya vino, pero para nosotros es el que ha de venir. El futuro de Cristo no reside únicamente en su parusía y la total apocalipsis (revelación) de su divina y humana realidad. El futuro de Cristo realiza algo más, aún no plenamente concluido y terminado: la resurrección de los muertos, sus hermanos, la reconciliación de todas las cosas consigo mismas y con Dios y la transfiguración del cosmos. San Juan pudo decir: "Aún no se ha manifestado lo que seremos» (1 Jn 3,2). Aún no se han oído las palabras: «el mundo viejo ha pasado... Mira que hago un mundo nuevo» (Ap 21,4.5). Todo eso es también futuro para Cristo. El futuro será el futuro de Jesucristo: lo que ya aconteció con él acontecerá análogamente con sus hermanos y con las demás realidades. MUNDO/FIN: El fin del mundo no debe, por tanto, ser representado como una catástrofe cósmica, sino como consumación y consecución del fin como meta y plenitud. Lo que ya está fermentando dentro de la creación será totalmente realizado, lo que está latente se convertirá en total evidencia y tendencia. Entonces aparecerá la «patria y el hogar de la identidad» (E. Bloch) de todo con todo y con Dios, sin caer en una identificación de homogeneidad. La situación de éxodo, que es permanente en el proceso evolutivo, se convertirá en una situación de casa paterna con Dios: "Ya no habrá noche; no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los ilumina y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap 22,5). Entonces se dará verdadera génesis14: estallará el hombre y el mundo que Dios, realmente y de forma definitiva, quiso y amó. A través de Jesucristo obtenemos esta esperanza y también esta certeza, porque «todas las promesas hechas por Dios han tenido en él su sí y su amén» (cf. 2 Cor 1,20).

Puesto que estamos en camino, tenemos el rostro vuelto hacia el futuro, hacia el Señor que viene, repitiendo las palabras de infinita nostalgia que rezaba la Iglesia primitiva: «¡Venga tu gracia y pase este mundo! Amén. ¡Hosanna a la casa de David! ¡Si alguien es santo, aproxímese! ¡Si alguien no lo es, haga, penitencia! ¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús! ¡Amén!»

LEONARDO BOFF
JESUCRISTO Y LA LIBERACION DEL HOMBRE
EDICIONES CRISTIANDAD. MADRID 1981. Pág. 268-282.


III) BIOGRAFÍA DEL AUTOR CITADO.
 (Tomada de Wikipedia)

Genésio Darci Boff (n. en Concórdia, Brasil, 14 de diciembre de 1938), más conocido como Leonardo Boff, es un teólogo, ex-sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño. Su hermano, Clodovis Boff, es un teólogo católico de la orden de los Siervos de María, cercano a la Teología de la Liberación.

Es nieto de inmigrantes italianos venidos del Véneto a Río Grande do Sul a finales del siglo XIX. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Concórdia, Río Negro y Agudos. Estudió Filosofía en Curitiba y Teología en Petrópolis. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Múnich, Alemania. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, franciscanos, en 1959.

Durante 22 años fue profesor de Teología Sistemática y Ecuménica en el Instituto Teológico Franciscano de Petrópolis, profesor de Teología y Espiritualidad en varios centros de estudio y universidades de Brasil y del exterior, y profesor visitante en las universidades de Lisboa (Portugal), Salamanca (España), Harvard (EUA), Basilea (Suiza) y Heidelberg (Alemania).

Es doctor honoris causa en política por la Universidad de Turín (Italia) y en Teología por la Universidad de Lund (Suecia).1

Entre 1975 y 1985 participó del consejo editorial de la Editorial Vozes. En este periodo formó parte de la coordinación de la colección Teología y Liberación y de la edición de las obras completas de Carl Gustav Jung. Ha sido redactor de la Revista Eclesiástica Brasileira (1970-1984), de la Revista de Cultura Vozes (1984-1992) y de la Revista Internacional Concilium (1970-1995).

Es uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, junto con Gustavo Gutiérrez Merino. En 1984, en razón de sus tesis ligadas a la teología de la liberación expuestas en su libro Iglesia: Carisma y Poder, fue sometido a un proceso por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En 1985 fue condenado a un año de “silencio” (suspensión “a divinis”) y depuesto de todas sus funciones editoriales y académicas en el campo religioso.

Estuvo a punto de ser silenciado de nuevo en 1992 por Roma, para evitar que participara en el Eco-92 de Río de Janeiro, lo que finalmente le movió a dejar la orden franciscana, y el ministerio presbiteral. Actualmente vive en el Jardim Araras, región campestre ecológica del municipio de Petrópolis-RJ, con su pareja Marcia Maria Monteiro de Miranda.

En 1993 presentó concurso, y fue aprobado, como profesor de ética, filosofía de la religión y ecología en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ).

Es autor de más de 60 libros en las áreas de teología, espiritualidad, filosofía, antropología y mística. Habla alemán con fluidez; la mayor parte de su obra ha sido traducida a los principales idiomas modernos.


IV) CONSIDERACIONES FINALES.

Desde sus orígenes el cristianismo ha venido desarrollando y transmitiendo un método destinado a recorrer el camino de la “theosis, la divinización del ser o la santificación (según sea la terminología que prefiramos utilizar) en esta vida y obtener la salvación del alma inmortal una vez producida la muerte física.

Al respecto es importante resaltar que el cristianismo cuando habla de evolución humana u hominización en procura de lograr la divinización del ser en ningún caso afirma que ésta se puede alcanzar en virtud de exclusivos esfuerzos humanos. Lejos de ello, asegura que para lograr la theosis o divinización del ser es imprescindible contar con el auxilio de la gracia de Dios, actuando en y por medio de nosotros. (De ahí la necesidad de un Dios Vivo, Personal, Creador y Proveedor).

De modo que la plenitud de la hominización a la que se alude en el fragmento citado precedentemente se puede alcanzar mediante la sinergia derivada de la acción mancomunada del Espíritu de Dios (Dones, Gracias e Inspiraciones) y el espíritu del hombre. (Docilidad a las mociones y ayudas del Espíritu Santo junto a un esforzado trabajo de auto-mejora).  En ningún caso se confunde o integra el Espíritu de Dios que mora en nuestro ser con el espíritu humano que hace a nuestra naturaleza humana (inmodificable).

En base a ese esquema de pensamiento el cristianismo nunca consideró que el hombre fuera un dios, ni que se pudiera convertir en un dios, ni que tuviera chances de ocupar el centro del universo, tal como enseñan diversas corrientes pertenecientes a la denominada New Age o Nueva Era.

Sólo conociendo y reflexionando en profundidad sobre esos asuntos es posible comprender el verdadero trabajo de hominización que nos propone el cristianismo, el modo en que habremos de realizarlo y los objetivos finales que habremos de perseguir en nuestra vida terrenal. (Santificación en esta vida y Salvación del alma para la vida eterna.)

Así, queridos Hermanos, llegamos al final de nuestra labor y nos despedimos implorando a la Santísima Trinidad para que nos de las fuerzas necesarias para cargar nuestras cruces y perseverar en la fe y en las obras que nos permitan regenerar nuestras naturalezas dañadas, disfrutar de la felicidad humana durante nuestro paso terrenal y llegar al destino de felicidad plena y eterna que Dios concede a las almas que absuelve.


Dr. Alejandro Oscar De Salvo.
Abogado - Coach Directivo.