BLOG EDITADO POR ALEJANDRO OSCAR DE SALVO

jueves, 10 de octubre de 2013

ETICA PRACTICA: LOS PELIGROS DE LAS ZONAS DE IMPUNIDAD PARA NUESTRO DESARROLLO MORAL Y ESPIRITUAL.


ecce homo_Honore Daumier. 1849-52. Museum Folkwang, Essen,_bl
Jesús amó al Padre y rechazó las tentaciones.

YO, EL IMPUNE.
                  EL IMPACTO NEGATIVO DE LOS ESPACIOS DE IMPUNIDAD EN LAS DIMENSIONES MORAL Y ESPIRITUAL.


TEMARIO

I) CONCEPTO DE IMPUNIDAD. ESPACIOS DE IMPUNIDAD.

II) ZONAS Y SITUACIONES DE IMPUNIDAD EN LAS ACTIVIDADES HUMANAS. IMPORTANCIA DEL TEMA ABORDADO.  ALCANCES DEL PRESENTE TRABAJO.

III) SUJETOS IMPUNES.

IVCLASIFICACION DE LAS POSICIONES EN LAS SITUACIONES DE IMPUNIDAD. 

V) EFECTOS PERNICIOSOS DE LAS ZONAS Y LAS SITUACIONES DE IMPUNIDAD PARA EL DESARROLLO MORAL Y ESPIRITUAL.

VI) INTERROGANTES QUE OBLIGAN A PLANTEARSE LAS ZONAS Y LAS SITUACIONES DE IMPUNIDAD.

VII) ACTITUDES Y APTITUDES PERSONALES FRENTE A LAS ZONAS  Y A LAS SITUACIONES DE IMPUNIDAD.

VIII) DETERMINACION DE LAS ZONAS DE IMPUNIDAD QUE ALCANZAN A LOS TERCEROS CON LOS QUE NOS VINCULAMOS. PREVENCION DE LOS PERJUICIOS QUE SE PUEDEN DERIVAR DE LAS MISMAS, TANTO PARA NUESTRAS FAMILIAS COMO PARA NOSOTROS.

IX) GUIA DE TRABAJO.

X) CONSIDERACIONES FINALES.



Santo Tomás Moro (1477-1535). Laico casado de vida santa.



                    YO, EL IMPUNE: EL IMPACTO NEGATIVO DE LOS ESPACIOS DE IMPUNIDAD EN LAS DIMENSIONES MORAL Y ESPIRITUAL.


I) CONCEPTO DE IMPUNIDAD. ESPACIOS DE IMPUNIDAD.

A fin de facilitar la comprensión de esta nota comenzaremos por precisar el sentido con que usamos el concepto “impunidad” y, asimismo, las expresiones “zonas de impunidad”, “situaciones de impunidad” y “espacios de impunidad”.
El D.R.A.E. explica el vocablo “impunidad” como “falta de castigo”, significado con el que aquí se utiliza el concepto, ampliándolo y precisándolo mediante la siguiente definición.

Impunidad, concepto: Situación en la que una o más personas que han cometido, con intención o culpa, acciones u omisiones objetivamente reprochables (contrarias a la ley y/o a la moral) quedan total o parcialmente al margen del tipo de condenas (jurídica, moral y/o social) que resulten pertinentes y equitativas conforme a la naturaleza y a la gravedad de las faltas en que han incurrido y/o liberados de tener que responder personal y patrimonialmente por los perjuicios que han generado con sus conductas indebidas.

En cuanto a las zonas y a las situaciones de impunidad a las que aludimos en este trabajo, hacemos el siguiente distingo:

Zonas de impunidad: Campo de actuación humana en el que suelen quedar impunes una significativa cantidad de hechos jurídica o moralmente reprochables.

Situaciones de impunidad: Casos concretos en que un hecho ilegal o inmoral ha quedado impune o, por lo menos, no ha recibido una sanción oportuna. También incluimos en esta categoría aquellos acontecimientos impropios que han recibido sanciones que resultan notoriamente exiguas en relación con la gravedad de los hechos que las motivan.

Cuando empleamos los términos “espacios de impunidad” o “ámbitos de impunidad” nos referimos a las zonas y a las situaciones de impunidad en su conjunto.


Anna Shaeffer, una laica alemana santa.


II) ZONAS Y SITUACIONES DE IMPUNIDAD EN LAS ACTIVIDADES HUMANAS. IMPORTANCIA DEL TEMA ABORDADO.  ALCANCES DEL PRESENTE TRABAJO.

Los formatos de las organizaciones humanas se basan en estructuras y reglas dinámicas impuestas por los grupos de poder (visibles e invisibles) que han estado dominando a los pueblos en las distintas etapas históricas sucedidas a lo largo de la evolución de la civilización.

Los diferentes sistemas de conducción política, económica y humana establecidos por los poderosos fueron y son influidos por la impronta que le aportan sus representantes, quienes son designados para administrar los distintos estamentos que conforman las estructuras del poder internacional.

Sin embargo, esas personalizaciones en el ejercicio sectorial del poder delegado se van reduciendo significativamente dentro de márgenes cada vez más estrechos, como consecuencia del salvaje “modelado” y las rigurosas “pruebas” a que son sometidas las personas seleccionadas antes de permitírselos acceder a puestos directivos y ejercer el “mando” en un ámbito determinado.

Esta pérdida de libertad y autonomía en la toma de decisiones que vienen sufriendo los administradores del poder en manos de sus mandantes, lógicamente, también se debe a las comunicaciones y al control que permiten las tecnologías modernas, que se resumen en la globalización de nuestros días.

No obstante, a pesar de los cambios políticos, sociales, económicos, tecnológicos y culturales habidos a través de miles de años, los esquemas de poder han presentado una particularidad común en todas las culturas y épocas históricas: La presencia de vastas “zonas de impunidad” en las que se concentran las múltiples “situaciones de impunidad” que se han venido produciendo generación tras generación.

En efecto, la experiencia nos muestra que todos los esquemas organizativos dados hasta el presente -aún los legales y útiles e, incluso, los destinados a conseguir fines elevados- poseen amplias “zonas de impunidad” que permiten que se produzcan  un gran número de “situaciones de impunidad” que dejan sin sanción a una parte importante de las acciones ilegítimas que se cometen.

En los hechos, vemos como quedan impunes un sinnúmero de conductas ilegales o inmorales que tienen lugar en los distintos ámbitos del quehacer humano: político, judicial, empresarial, sindical, periodístico, educativo, social, religioso, familiar y personal, entre otros; a pesar de los gravísimos perjuicios que ocasionan para las sociedades en general y para los individuos en particular.

La reiteración y difusión pública de ese tipo de acontecimientos hace que ni el vocablo impunidad ni la existencia de ámbitos impunes resulten extraños para la mayoría de los lectores.

Sin perjuicio de ello, muchas personas no han tenido la oportunidad de reflexionar en profundidad sobre los mencionados espacios de impunidad, los sujetos que quedan involucrados en estos y el modo en que lo hacen, los efectos perniciosos que producen para el desarrollo moral y espiritual, los interrogantes que obligan a plantearse y las actitudes y aptitudes que se deben tener frente a ellos. Y, tampoco, han tenido la posibilidad de meditar acerca de los perjuicios que pueden acarrear en el plano personal y familiar las zonas de impunidad “usufructuadas” por terceros.

Motivo por el cual nos hemos decidido a abordar todas esas cuestiones en el presente trabajo, teniendo en cuenta especialmente la trascendencia que adquieren para la profesión de fe cristiana.

Como habrán apreciado, en la descripción de los ítems que conforman la temática de este trabajo no figuran las causas de las zonas y las situaciones de impunidad.

Preferimos abordar nuestra labor a partir de la aceptación de la existencia de los espacios de impunidad, comprobables por los innumerables hechos que nos presenta la realidad, sin tener que explicitar y desarrollar las causas religiosas, ideológicas, políticas y económicas que las provocan. Seguimos este criterio por entender que tales explicaciones nos llevarían a temas altamente polémicos y que consideramos inconvenientes para la finalidad de este blog.

Sin perjuicio de lo dicho, si habremos de señalar la obviedad -desde el punto de vista cristiano- que la primera causa de los ámbitos de impunidad debemos buscarla en la concupiscencia heredada por el pecado original, que tanto complica nuestro desenvolvimiento moral e espiritual.


III) SUJETOS IMPUNES.

Cuando meditamos sobre las situaciones de impunidad existentes y que tanto daño causan en la época en que nos toca vivir, rápidamente aparecen ante nosotros las imágenes de gente encumbrada a cargo de la administración de importantes cuotas de poder. Por ejemplo -y según las ideas y experiencias de cada uno- podríamos pensar en: Personajes de la política, funcionarios del gobierno, miembros del poder judicial, autoridades policiales, militares de elevado rango, jerarcas sindicales, dirigentes empresarios, referentes de la banca, líderes religiosos e invisibles masones de alto grado, entre otros. 

Según nuestra visión del mundo, imaginamos a unos o a otros de esos “grandes personajes” cometiendo una variedad de acciones ilícitas y todo tipo de inmoralidades constitutivas del estado de profunda corrupción que existe en la mayoría de las sociedades actuales. Y los percibimos como sujetos impunes que actúan sin riesgo de tener que responder en este mundo por sus miserables conductas.

Prescindiremos de incluir un extenso y tedioso listado de los gravísimos hechos delictivos que han quedado sin condenas en los últimos años, dado que nadie mejor que los estimados lectores para recordar los crímenes impunes en sus respectivos países.
     
Ahora bien, si analizamos detenidamente el concepto “impunidad” advertiremos que su significado es mucho más amplio que esas primeras imágenes que se nos presentan. Y a poco de discurrir sobre la cuestión podremos apreciar que las situaciones de impunidad que se materializan en la vida real van mucho más allá de su relación con los delitos y la corrupción del poder y se vinculan también con una multiplicidad de acontecimientos normales y habituales en la existencia de todo tipo de personas.

En rigor de verdad, los espacios de impunidad alcanzan tanto al sujeto poderoso como al hombre común en una infinidad de circunstancias cotidianas de la vida. Vale decir, que todos disponemos de posibilidades de impunidad, aun cuando los poderosos cuentan con chances mucho más grandes y variadas. 

Lo que significa, por un lado, que a más poder y/o riqueza habrá mayor grado de impunidad y, por otro, que en los diferentes ámbitos en que nos desenvolvemos (personal, familiar, profesional, social, apostólico y/o espiritual) todos tendremos que afrontar el peligro de sentirnos humanamente impunes.

Por lo tanto, para poder protegernos de los efectos negativos que ocasionan las zonas y las situaciones de impunidad para nuestras dimensiones moral y espiritual es insoslayable que comencemos por reconocernos como sujetos potencialmente impunes en determinados ámbitos de nuestra vida (Impunes, claro está, en nuestro paso por la tierra).

Y, asimismo, que analicemos las diferentes formas con que pueden impactarnos los ámbitos de impunidad.


IV) CLASIFICACION DE LAS POSICIONES EN LAS SITUACIONES DE IMPUNIDAD.

Luego de reconocernos como sujetos potencialmente impunes y a fin de efectuar el análisis sugerido en el último párrafo del punto que precede, es imprescindible que diferenciemos las posiciones en las que podemos vernos alcanzados por casos de impunidad y que valoremos las distintas gravedades que presentarán los efectos negativos que se derivarán para nuestra interioridad, según sea la ubicación de que se trate.

Con el objeto de facilitar esas tareas clasificamos en nueve tipos las posiciones que suelen integrar las situaciones de impunidad, a saber:

1°) Los sujetos que propician los hechos ilegítimos: Son aquellos que ordenan, organizan, conducen o instigan acciones ilegales o inmorales y no son castigados en tiempo y forma por su proceder impropio ni se ven obligados a compensar los daños que se causaron con la materialización de los hechos en cuestión.  

2°) Los sujetos que ejecutan los hechos ilegítimos: Son aquellos que materializan los actos objetivamente reprochables y se ven exentos del castigo oportuno y proporcional a las faltas cometidas y/o liberados de la obligación de compensar los perjuicios ocasionados a terceros y/o a la comunidad.

3°) Los sujetos que con su proceder cooperan con la realización de los hechos ilegales o inmorales que quedan impunes: Son aquellos que colaboran, en mayor o menor medida, para la ejecución de los hechos ilegítimos y quedan igualmente al margen de los castigos y del pago de las compensaciones pertinentes.

4°) Los sujetos que con el incumplimiento de sus obligaciones permiten o facilitan los hechos ilegítimos: Son aquellos sujetos que dentro de una estructura organizativa deben prevenir, controlar, impedir y/o sancionar la comisión de determinados hechos objetivamente reprochables e incumplen las obligaciones a su cargo -con dolo o culpa- y no reciben las sanciones del caso ni deben afrontar las indemnizaciones que deberían resultar de los perjuicios ocasionados por su conducta.

5°) Los sujetos víctimas de los hechos ilegítimos: Son aquellos que se ven perjudicados por un acto o un hecho objetivamente reprochable y que ha quedado impune o que, por las circunstancias del caso, presumen razonablemente que quedará sin castigo.

6°) Los sujetos víctimas de la impunidad de los hechos ilegales o inmorales: Son aquellos que particularmente se ven privados de justicia al no aplicársele al ofensor la debida pena y, de resultar pertinente, no recibir ellos la compensación de los perjuicios derivados de la conducta impropia. (Pueden -o no- ser las mismas personas que fueron víctimas de los hechos ilegales o inmorales). 

7°)  Los sujetos que encubren los hechos indebidos: Son aquellos que de alguna manera contribuyen para que los sucesos ilegítimos no sean descubiertos o queden sin castigo y ellos mismos se ven exentos de las sanciones correspondientes por el encubrimiento realizado.

8°) Los sujetos que son testigos de hechos ilegales y/o inmorales que quedan impunes: Son aquellos que por medio de sus sentidos han tomado conocimiento directo de la comisión de los hechos impropios que no reciben sanciones oportunas y equitativas.

9°) Los sujetos que en condición de terceros piensan que se han cometido determinados hechos ilegales o inmorales y que estos han quedado o quedarán impunes: Son aquellos que sin haber participado ni conocido de manera directa los acontecimientos de que se trate toman un conocimiento indirecto de los mismos (preciso, distorsionado o falaz) que los lleva a la creencia de que esos episodios se han materializado, son ilegítimos y han quedado o quedarán impunes.

Cada hecho concreto de carácter ilegítimo e impune involucra a dos o más de las posiciones que integran la clasificación precedente. Por lo que es importante tener presente la misma a la hora de analizar las situaciones de impunidad y sus efectos negativos.

Y cualesquiera que sean las posiciones que ocupemos dentro de los espacios de impunidad éstas tenderán a influir de manera negativa (consciente o inconsciente y en mayor o en menor grado) en nuestra moralidad y en nuestra espiritualidad. Dicha  influencia perjudicial, en caso de no ser neutralizada mediante las técnicas apropiadas, se va haciendo más y más intensa con la acumulación de los distintos episodios que vamos soportando a lo largo de nuestra experiencia vital.

En relación a lo expuesto, cabe aclarar que el orden seguido en la clasificación de las posiciones en las situaciones de impunidad responde en orden decreciente -de mayor a menor- a la magnitud de las influencias negativas que cada una de ellas suele causar en la evolución de la interioridad de las personas.

Lo dicho, claro está, es aplicable cuando todas las posiciones son valoradas en relación a idéntico hecho ilegítimo. De lo contrario se podrá dar que produzca más daño para la moralidad y espiritualidad de una persona el verse involucrada desde la última posición en un gravísimo hecho ilegítimo impune que ocupar la primera posición en una cuestión menor.


V) EFECTOS PERNICIOSOS DE LAS ZONAS Y LAS SITUACIONES DE IMPUNIDAD PARA EL DESARROLLO MORAL Y ESPIRITUAL.

Mediante un razonamiento bastante sencillo es posible comprender la magnitud de las dificultades que originan las zonas y las situaciones de impunidad en materia de promoción humana:

1°) La mejora moral se va logrando a partir del desarrollo progresivo de la virtud del sujeto.

2°) Se utiliza en este caso el concepto “Virtud” como: “Capacidad para hacer el bien y rehuir del mal.

3°) El crecimiento en virtud se obtiene mediante el ejercicio habitual de conductas eficientes para conseguir el bien y/o evitar cooperar con el mal.

4°) Las zonas de impunidad facilitan la concreción de situaciones de impunidad.

5°) Las situaciones de impunidad dejan sin castigo las acciones que causan el mal o cooperan con él, vale decir las transgresiones jurídicas o morales.

6°) Por lo tanto, las zonas y las situaciones de impunidad amparan, facilitan, influyen y estimulan las conductas defectuosas que con su reiteración consolidan los vicios y, consecuentemente, atentan contra la posibilidad de mejorar como seres humanos. (De hecho producen una involución)

7°) Una exigua dimensión moral (falta de desarrollo de las virtudes morales, también llamadas humanas o naturales) restringe las posibilidades de recibir la gracia de Dios que es imprescindible para poder desarrollar las virtudes teologales.

8°) La escasa evolución de las virtudes teologales impide profesar la fe cristiana.

Con el razonamiento precedente han quedado brevemente expuestos los efectos perniciosos que originan las zonas y las situaciones de impunidad para el desarrollo moral y espiritual.

A lo cual hay que agregar que las expectativas de impunidad alientan la perversa ilusión de que por el camino del mal será posible alcanzar la realización personal y la felicidad, mediante la facilitación de la consecución de los falaces paradigmas impuestos por la posmodernidad y que, obviamente, entran en una flagrante contradicción con los postulados que enseña la Religión Cristiana.

Las personas atrapadas en ese contexto, lejos quedan de poder advertir que los logros materiales y las falsas seguridades humanas, aún en el caso de conseguirse, jamás podrán compensar los perjuicios y los sufrimientos que se desprenden de la pérdida de la integridad personal, tal como el maligno exige a cambio del éxito mundano habido a expensas del bien.

En síntesis, la impunidad repercute negativamente sobre las personas, generando el ámbito ideal para que prosperen las tentaciones a las que se hallan expuestas y terminen dando rienda suelta a la concupiscencia que tantas veces las ha llevado a apartarse de la virtud y de la religión, para transitar el camino del vicio que las adentra más y más en las profundidades de las tinieblas.


VI) INTERROGANTES QUE OBLIGAN A PLANTEARSE LAS ZONAS Y LAS SITUACIONES DE IMPUNIDAD.

A pesar de lo expuesto, es frecuente que se descuiden o, lisa y llanamente, se ignoren acciones imprescindibles para aumentar las probabilidades de éxito en la difícil tarea de buscar la “perfección humana” o, en su caso, la perfección cristiana (“santidad”) para quienes profesamos la religión cristiana.

Dichas acciones consisten en: conoceren profundidad nuestra persona, determinar las zonas y las situaciones de impunidad que nos involucran, analizar nuestros comportamientos en esos ámbitos,precisardesde qué posiciones nos relacionamos con esos espacios de impunidad,identificar los efectos nocivos que las zonas y las situaciones de impunidad irradian en perjuicio de nuestra dimensión moral y espiritual yneutralizarlos aludidos efectos negativos mediante la elaboración e implementación del plan de trabajo que resulte apropiado para nuestro caso en particular.

Con la finalidad de facilitar la ejecución de las aludidas acciones proponemos a los lectores que se aboquen a la tarea de dar respuesta a los interrogantes incorporados a continuación; además de los que cada uno crea apropiado agregar al listado.

1°) ¿He advertido que casi todas las personas, sean poderosas o comunes, gozan de un amplio campo de impunidad terrenal en el que se pueden apartar de sus obligaciones sin recibir sanción humana alguna?

2°) ¿He reflexionado seriamente acerca de que los espacios de impunidad están presentes tanto en mis conductas personales como en mis labores de índole familiar, profesional, social, apostólica y religiosa?

3°) ¿He individualizado las zonas de impunidad que me involucran? ¿Y he precisado en qué posición me encuentro dentro de ellas?

4°) ¿He determinado las situaciones de impunidad en las que estoy involucrado? ¿Y he precisado en qué posición me encuentro dentro de ellas?

5°) ¿Soy consciente de cómo una zona de impunidad influye en mi persona y en mi conducta al permitirme suponer que no recibiré en tiempo y forma castigos humanos proporcionales a mis faltas?

6°) ¿Soy consciente de cómo una situación de impunidad influye en mi persona y en mi conducta al ver que obtengo beneficios y no recibo las correspondientes sanciones por mi mal proceder? (En aquellos casos en que soy victimario).

7°) ¿He racionalizado cómo una situación de impunidad influye en mi persona y en mi conducta cuando he sido o estoy siendo injustamente dañado y sé o intuyo que no se aplicarán los castigos pertinentes por las faltas cometidas en mi perjuicio? (En los casos en que soy víctima)

8°) ¿Valoro adecuadamente cómo una situación de impunidad influye en otra persona y en su conducta cuando ha sido o está siendo injustamente dañada y sabe o intuye que no habrá castigos humanos, proporcionales y oportunos por las faltas cometidas en su perjuicio? (En los casos en que la víctima sea un tercero).

9) ¿He considerado cómo influyen las situaciones de impunidad en quienes las presencian o toman conocimiento de ellas?

10°) ¿Advierto que en el largo plazo la impunidad tiene un efecto mucho más dañino que los propios hechos ilegítimos que deja sin castigo?

11°) ¿Me doy cuenta que la alegada intención de evitar un escándalo mediante el ocultamiento de hechos ilegales -so pretexto que el estado público de los mismos lo produciría inevitablemente- oculta habitualmente la verdadera intención de consagrar la impunidad de sus autores?

12°) ¿Comprendo que la misericordia es el rasgo cristiano que le da plenitud a la justicia en el marco de la caridad? Y, consecuentemente, ¿Me doy cuenta que la misericordia en ningún caso puede legitimar la impunidad de un crimen?

13°) ¿Acepto que la consideración de una falta contra Dios en muchos casos no se agota con su tratamiento religioso? ¿Y que cuando un pecado también configura un delito es imprescindible que intervengan las autoridades penales competentes para juzgar el crimen cometido?

14°) ¿Estoy seguro que conozco con precisión el límite que separa el espíritu de cuerpo del espíritu de asociación ilícita?

15°) ¿Entiendo que -aunque persiga una buena intención- jamás será santa una idea  que impulsa acciones que vulneran los derechos naturales del ser humano, vale decir los derechos que le son propios por haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza? ¿Y que Dios quiere que le amemos, pero que le amemos con entera libertad?

16°) ¿Aprendí que es un grave error emplear criterios y posiciones dogmáticas en cuestiones no dogmáticas? Y, en sentido inverso, ¿Sé que debo evitar meditar con espíritu crítico y/o ánimo reformista los asuntos que son dogmas de fe? (verdades rebeladas).

17°) ¿Cultivo amistades verdaderas o mis relaciones se limitan a atender mis intereses y conveniencias?

18°) ¿Actúo con honestidad intelectual? ¿Existe unidad entre lo que pienso, lo que siento, lo que digo y lo que hago?

19°) ¿Soy consciente que muchas de las contradicciones en las que eventualmente puedo estar incurriendo no serán producto de la mala fe y que, consecuentemente, es probable que me estén pasando desapercibidas? ¿Me esfuerzo por detectarlas y evitarlas?

20°) ¿Mi palabra es de valor para quienes me tratan regularmente? ¿Cómo lo sé?

21°) ¿Soy un sujeto socialmente responsable? (¿Uso mi vehículo con prudencia y consideración por mis semejantes? ¿Cuido los espacios públicos? ¿Protejo el medio ambiente? ¿Cumplo con mis obligaciones comunitarias? ¿Hay un espacio en mi vida para atender el bien común? ¿Hago beneficencia? Etc.)

22°) ¿Indago y analizo si cometí injusticias o causé daños con una conducta imprudente, inequitativa, maliciosa, negligente, inexperta, reticente, desaprensiva, irreflexiva o temeraria, producida en cualquiera de las funciones en las que me desenvuelvo? Vale decir, en mis roles de padre, hijo, esposo, hermano, amigo, consejero, profesional, integrante de la comunidad, Etc.
   
23°) Si llego a la conclusión de que he ocasionado perjuicios con mi conducta improcedente: ¿Analizo si recibí el castigo que merecía y si compensé el daño causado a terceros por mis acciones defectuosas? Y, en su caso, ¿Trato de reparar los perjuicios ocasionados por mi conducta impropia y no repetir las mismas? (Aun cuando hayan sido motivadas por un exceso de celo en el cumplimiento de mis funciones)

24°) ¿He considerado si estoy sometido a esquemas de evaluación que midan razonablemente mi desempeño y que, en base a los resultados alcanzados, apliquen los premios o castigos que correspondan? En caso negativo busco la forma de superar esta falta del sistema a fin de estimular la excelencia en mi desempeño.

25°) En caso de ejercer funciones jerárquicas: ¿Me aseguro que en mi forma de proceder no haya deficiencias que generen zonas o situaciones de impunidad que afecten a mis subordinados o a quienes tratan con ellos?

26°) ¿Comprendo que aumenta seriamente el riesgo de incurrir en acciones ilegales o inmorales cuando tengo la posibilidad de operar a través de terceros o de valerme de una red de poder? Y, en su caso, ¿Adopto los recaudos necesarios para neutralizar ese mayor riesgo de obrar mal?

27°) ¿He analizado si frente a la falta de una gestión exitosa, aún sin culpas de mi parte, me vi obligado a soportar en carne propia las consecuencias habituales del fracaso? O si, por el contrario, ¿Me vi beneficiado por situaciones particulares que impidieron que pagara un precio acorde a la falta de concreción de los objetivos previstos, tal como le suele ocurrir a la mayoría de las personas?

28°) ¿Asumo que las obligaciones familiares se deben cumplir en tiempo y forma? A partir de ese punto: ¿Comprendo que lo que le niego a un ser humano en una etapa de su vida difícilmente se lo pueda compensar en otra? Y sin perjuicio de ello: ¿Entiendo que el hecho de no haber cumplido con mis obligaciones pasadas no me libera de cumplir con mis obligaciones actuales y futuras?

29°) ¿Reconozco que muchas obligaciones familiares son “intuitu personae” y que no puedo delegarlas en un tercero, aun cuando éste pueda tener más capacidades que yo para realizarlas? (Para un niño no es lo mismo jugar con sus padres que hacerlo con una niñera, aun cuando ésta sea la más eficiente que se pueda contratar, ni para un adolescente es igual conversar y recibir consejo a sus padres que hacerlo con otros adultos abocados profesionalmente a su formación)

30°) ¿Me engaño pensando que hago cosas por los integrantes de mi familia sin saber si esas cosas son las que ellos verdaderamente desean, les convienen o les hacen falta, cuando en realidad obro cegado por mis preferencias, intereses, ambiciones personales y/o mi intención de aparentar o exhibirme?

31°) ¿Estoy verdaderamente satisfecho de ser como soy? ¿Por qué? En concreto, ¿Qué me gusta y que no me gusta de mi persona? ¿En qué etapa considero que estoy de la regeneración de mi naturaleza dañada? ¿Qué debo hacer para seguir avanzando?

32°) ¿Estoy seguro que los parámetros que uso para valorar mi persona son los correctos? ¿He comenzado por trabajar arduamente para autoconocerme? ¿Acepto que quien no se conoce a sí mismo, mal puede mejorar lo que no sabe cómo es?

33°) ¿Estoy seriamente comprometido con mi crecimiento personal? ¿Cómo lo sé?

34°) ¿Estoy realmente decidido a erradicar mis conductas violatorias de las normas jurídicas y/o de la moral cristiana? En caso afirmativo, ¿En qué hechos concretos fundamento mi conclusión?

35°) ¿He dado un razonable orden de prioridades a los vicios o defectos que debo erradicar?

36°) ¿Tengo una planificación eficiente para enmendar mis conductas impropias que se encuentran al amparo de ámbitos de impunidad?

37°) ¿Hago lo que está a mi alcance por evitar o morigerar las zonas de impunidad que me involucran aun cuando no dependan de mí? ¿O, en su caso, para alejarme de las mismas?

38°) ¿Tengo un plan de vida que contemple las exigencias de la profesión de fe cristiana en materia de: oración, mortificación y meditación, junto a un riguroso examen de conciencia y una permanente presencia de Dios?

Como anticipamos al comienzo de este punto, creemos que el cuestionario incorporado ayudará a que cada lector que lo desee pueda: conocer mejor su persona, determinar las zonas y las situaciones de impunidad que lo involucren,precisardesde qué posiciones se relaciona con los espacios de impunidad,identificar los efectos nocivos que esos ámbitos impunes irradian en perjuicio de los objetivos de mejora moral y espiritual que se haya trazado yneutralizarlos mismos mediante la elaboración y ejecución del plan de trabajo específico que considere apropiado para su caso concreto.



Federico Antonio Ozanam (1813-1853). 
Otro laico casado de vida santa.


VII) ACTITUDES Y APTITUDES PERSONALES FRENTE A LAS ZONAS  Y A LAS SITUACIONES DE IMPUNIDAD.

Cada zona y cada situación de impunidad que nos involucran exigen un minucioso análisis particular, por lo que no existe la posibilidad de prescribir en una receta única los antídotos que permitan neutralizar los efectos negativos que ellas producen para nuestro desarrollo personal.

De todos modos si es posible esbozar algunos lineamientos o principios generales a tener en cuenta:

1°) Quien se proponga seriamente como objetivo lograr la perfección humana hará un mayor esfuerzo por obrar éticamente. Vale decir por procurar el bien y evitar cooperar con el mal, aun cuando suponga que no recibirá premios ni castigos en virtud de sus merecimientos personales. Con lo cual habrá dado un paso decisivo para neutralizar los efectos negativos que producen los ámbitos de impunidad.

2°) Quien asuma que adoptar una forma de vida comprometida con el bien es sumamente complejo y peligroso (desde el punto de vista físico, moral, psíquico y patrimonial) comprenderá que es necesario alcanzar una elevada capacitación ética. Y, consecuentemente, procurará convertirse en un “moralista práctico competente”, de manera que -si lo logra- estará en mejores condiciones para vivir sin claudicaciones éticas a pesar de las presiones perniciosas que genera el entorno.

3°) Quien comprenda que si sucumbe a los cantos de sirena que emiten las zonas y las situaciones de impunidad deberá soportar en esta vida la angustia y la insatisfacción que inevitablemente producen los desarrollos morales anémicos, encontrará las motivaciones necesarias para rechazar las prebendas del mal, aun cuando se crea a salvo de un justo castigo.

4°) Quien trascienda el enfoque ético naturalista aplicado a la búsqueda de la perfección humana y procure alcanzar la perfección cristiana (santificación) a través del ejercicio heroico de las virtudes cristianas (morales y teologales), en el marco familiar, profesional y apostólico, encontrará en la Gracia Divina una fuerza sobrenatural que resultará decisiva para neutralizar los efectos negativos que propagan los espacios de impunidad.

5°) Quien haya alcanzado la sabiduría comprenderá que tarde o temprano “tendrá que comparecer ante el Señor para ser juzgado por la forma en que ha vivido” y, consecuentemente, su principal deseo -para sí- será “ser absuelto en el juicio final y, de esa forma, salvar su alma para la eternidad”. Este objetivo es la motivación distintiva que tienen los profesos cristianos para luchar contra los ámbitos de impunidad que pudieran involucrarlos y que tan fuertemente tientan a los hombres a obrar en contra de las leyes de Cristo.


San José, ejemplo de padre.


VIII) DETERMINACION DE LAS ZONAS DE IMPUNIDAD QUE ALCANZAN A LOS TERCEROS CON LOS QUE NOS VINCULAMOS. PREVENCION DE LOS PERJUICIOS QUE SE PUEDEN DERIVAR DE LAS MISMAS, TANTO PARA LOS INTEGRANTES DE NUESTRAS FAMILIAS COMO PARA NOSOTROS.

El sentido común nos indica que también debemos considerar los vínculos que tienen los integrantes de nuestras familias con terceros, así como los nuestros, con la finalidad de determinar las zonas de impunidad que estos están “usufructuando”; para luego ponderar los riesgos de sufrir perjuicios ilegítimos a los que estamos expuestos como consecuencia de esas relaciones y, seguidamente, tomar las medidas que estén a nuestro alcance para evitar dichos riesgos o, si eso no fuera posible, por lo menos, reducirlos a niveles aceptables.

Vale decir que no sólo debemos ocuparnos de neutralizar los efectos negativos que se derivan de nuestras zonas de impunidad sino que, además, tenemos que ocuparnos de suprimir o disminuir las posibilidades de sufrir daños morales, psicológicos y/o patrimoniales a causa de las zonas de impunidad que “usufructúan” los terceros con los que nos relacionamos.

En especial debemos estar muy atentos para proteger a nuestros hijos menores de los riesgos en que se encuentran al interactuar con adultos que operan al amparo de las vastas zonas de impunidad existentes, sean generadas de ex-profeso por los poderes reinantes o causadas por las múltiples ineficiencias que presentan los sistemas de conducción que estos imponen para desenvolverse en la formalidad y los que emplean para operar encubiertamente.

En tal sentido debemos ser conscientes que las zonas de impunidad con las que convivimos, mal que nos pese, generan recurrentemente casos de: trata de niños, niñas y adolescentes, tráfico de órganos de criaturas, corrupción de menores, abusos sexuales, pornografía infantil, maltratos físicos y psíquicos, lavados de cerebros y graves discriminaciones, entre otras infamias.

Las aberrantes situaciones aludidas, lamentablemente, siguen causando inmensos daños a una gran cantidad de menores sin que las autoridades -por una u otra razón- estén a la altura que exigen las circunstancias para terminar con esos flagelos; motivo por sí solo suficiente para demandar una labor más atenta y vigilante por parte de los padres y de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) especializadas en dichas temáticas, como asimismo para reclamar del público en general un mayor compromiso con tamaña problemática.  

Cumpliremos mejor nuestro cometido de proteger a nuestros hijos menores y/o a los menores a nuestro cargo, si somos conscientes que zonas de impunidad y sujetos inmorales puede haber en todas las estructuras humanas, se trate de las instituciones con las que nos identificamos o de organizaciones que estén alejadas de nuestras preferencias.

Igualmente, si aceptamos de antemano la posibilidad de que esas manifestaciones deleznables del ser humano pueden también tener lugar en ámbitos bajo nuestra responsabilidad directa.

Vale decir, que una perspectiva objetiva y rigurosa sobre la naturaleza humana y una ponderación práctica de las zonas de impunidad que se hallan presentes en la vida comunitaria nos ayudarán a desenvolvernos con efectividad en todo tipo de relaciones asimétricas.

En concreto nos permitirán entender que las consecuencias del desequilibrio propio de las relaciones asimétricas se ven notoriamente influidas por las tendencias naturales al vicio transmitidas a partir de la caída original y, asimismo, por las aludidas zonas de impunidad que alientan fuertes expectativas de no ser castigados por las malas acciones que se cometen.

Un análisis pormenorizado de las relaciones humanas sin equilibrio entre las partes excede el alcance previsto para este escrito por lo que a mero título ilustrativo nos limitaremos a mencionar unos pocos ejemplos de relaciones asimétricas, entre los muchos que existen y todos conocemos. Algunos vinculan a adultos con menores y otros a mayores entre sí, a saber: padres  /  hijos menores,  hijos adultos / padres ancianos, médicos / pacientes, abogados / presos, niñeras / niños, docentes / alumnos, sacerdotes / fieles, maestros / aprendices. Etc.


La virtud de la prudencia es esencial para protegernos de los engaños.

En síntesis, si hemos desarrollado la virtud cardinal de la prudencia y dominamos los criterios expuestos precedentemente seremos más eficientes para proteger a nuestra familia, ejercer nuestras funciones jerárquicas y cuidar a nuestra persona.


IX) GUIA DE TRABAJO.

Como complemento de los conceptos previamente expuestos se sugiere al lector que, de manera individual, efectúe:

1°) Un detalle de las acciones disvaliosas que haya realizado en sus distintos ámbitos de actuación (personal, familiar, profesional, social, apostólico, religioso, Etc.) y que quedaron sin el oportuno castigo al amparo de zonas de impunidad terrenal.

2°) Una evaluación de cómo han impactado los hechos impropios cometidos en sus dimensiones moral y espiritual. Y, de igual forma, respecto de sus niveles de autoestima y tranquilidad interior.

3°) Un estudio de las acciones que deba implementar para poner fin a los hechos ilegítimos que esté realizando (antijurídicos o inmorales). Asimismo, para  neutralizar los efectos negativos de las zonas de impunidad que lo involucren o, cuando le sea posible, hacer desaparecer dichas zonas impunes.

4°) Un análisis sobre la forma de reparar los daños que haya causado mediante hechos ilegítimos.

5°) Una ponderación exhaustiva de los peligros para su integridad psicofísica (y la de su familia), al igual que de los riesgos patrimoniales, que generará la mejora moral y espiritual que tiene prevista implementar. (Téngase presente que elevar la actitud moral exige incrementar proporcionalmente la aptitud moral, a fin de lograr aumentar la capacidad moral. En otras palabras, se debe adquirir la competencia moral necesaria para no malograrnos sin sentido)

6°) Una evaluación de los riesgos a los que esté expuesto como consecuencia de las zonas de impunidad que estén “usufructuando” los terceros con los que interactúe. Y, con especial cuidado, extienda su evaluación a las situaciones peligrosas que involucren a las personas a su cargo.

7°) Ponga en práctica un plan de trabajo destinado a elevar sus dimensiones moral y espiritual, teniendo en cuenta las consideraciones y conclusiones resultantes de los puntos anteriores.

La familia y el trabajo, ámbitos supremos de santificación.


X) CONSIDERACIONES FINALES.

Si nos pidieran que explicáramos en pocas palabras ¿Qué finalidad tiene profesar de fe cristiana? diríamos que la misma queda sintetizada en la búsqueda de dos objetivos, uno terrenal y otro celestial, los cuales definiríamos de la siguiente manera:

El objetivo terrenal: Radica en procurar llevar una vida santa -resultante del desarrollo en grado heroico de las virtudes cristianas- y alcanzar la unión mística con Dios. (Lograr en este mundo la unión mística del alma humana con Dios es sólo para una minoría escogida por el Supremo. No obstante ningún profeso cristiano se autoexcluye de tal posibilidad; por el contrario, se muestra dócil a todas las Gracias que recibe y en esa dirección avanza con dedicación, esfuerzo y optimismo hasta donde el Señor le permita llegar).

El objetivo celestial: Consiste en obtener la absolución de Dios y acceder a la vida eterna en Su compañía. (Si apuntamos bien alto mediante la búsqueda de la perfección cristiana (santificación), seguramente tendremos más chances de conseguir la absolución que nos permita entrar en el cielo y vivir la eternidad junto a nuestro Padre (Dios, Yahvé, Jehová o como prefiramos llamar a nuestra Divinidad Trinitaria).

Algunos aluden de modo alegórico a esos dos objetivos como la construcción de los dos templos. Uno el templo interior, que nos convierta en una morada digna de ser habitada por el Espíritu Santo y otro el templo exterior, en el cielo, que nos haga merecedores de ser “vecinos” de la Divinidad.

Con lo dicho hasta aquí damos por concluida nuestra respuesta sobre ¿Cuál es la finalidad de profesar la religión cristiana?

La consecución de ambos objetivos (terrenal y celestial) exige enfocar el trabajo en la regeneración de la naturaleza del hombre deteriorada por la caída original, labor que es valorada como algo fundamental por todo profeso cristiano.

Y allí está la explicación de por qué en la profesión de fe cristiana se considera imprescindible desarrollar las virtudes morales y espirituales en grado heroico, tal como señalamos en los párrafos precedentes.

Dicho nivel heroico de virtuosismo cristiano sólo se puede alcanzar con la Gracia Divina, que los profesos cristianos piden con humildad.

Lógicamente, además de la necesaria ayuda de Dios, también hacen falta saberes y sacrificios que todo profeso cristiano se hace responsable de incorporar y afrontar.

En concordancia con los criterios expuestos, parte importante de la masa crítica de conocimientos que demanda trazar, planificar y efectivizar un desarrollo moral y espiritual sostenido ha sido previamente aportada en las entradas anteriores de este blog. En las mismas nos hemos referido a la oración espiritual, la mortificación cristiana, las leyes morales, las virtudes cardinales y contenidas, los vicios capitales y las virtudes que se les oponen, y las virtudes teologales, entre otros temas trascendentes para tales labores.

En esta oportunidad hemos resuelto tratar las zonas y las situaciones de impunidad debido a que son un tema habitualmente desatendido en los planes de desarrollo moral y espiritual, a pesar de la enorme repercusión negativa que tienen para esas dos dimensiones humanas.

Otra razón por la que elegimos el tema abordado es que los ámbitos de impunidad  son peligros habitualmente inadvertidos por la gente común, cuya ignorancia sobre el particular les suele impedir tomar consciencia sobre los graves daños que los mismos causan a la interioridad humana. La experiencia demuestra que los estadios de injusticia se suelen convertir en verdaderos laberintos en los que se extravía la mayoría de las personas, que ven en ellos destruirse su integridad y su fe.

Casos paradigmáticos de tan desalentadoras situaciones los han protagonizado muchos de los que han sido merecedores de los motes de: “cristianos sociales”, “… de etiqueta”, “… de nombre”, “… de salón” o “… de despacho” y otros tantos de los que han ingresado en la confusión que proponen las ideologías sincréticas. Y ni que hablar de las dificultades que acarrean las zonas y las situaciones de impunidad para la moralidad de las personas ateas o agnósticas.  

Las pruebas incontrastables de los daños que originan los espacios de impunidad a nivel moral y espiritual las encontramos en la moda del sincretismo, en el acérrimo individualismo desatado y en la corrupción extendida a nivel global, que crecen día a día de manera pública y notoria al no encontrar justas sanciones (jurídicas, religiosas, morales y/o sociales) que las detengan y hagan retroceder a límites aceptables.

Lo cierto es que las condiciones de vida imperantes hoy en día configuran una realidad solapadamente peligrosa para los integrantes de las Milicias de Cristo, que nos lleva a alertar en cuanta ocasión nos es propicia que para no malograrse en el ejercicio profesional por causa de profesar la religión cristiana cada apóstol moderno debe convertirse en un moralista práctico competente.

Competencia que exige incorporar las múltiples capacidades necesarias para poder obrar bien en los dominios del mal y sobrevivir para dar testimonio de fe y enseñar el arte práctico de la moral a los hermanos que lo requieran. Asimismo, para evitar ceder terreno en el siglo a los tibios o, lo que sería aún peor, a los enemigos de la Santa Religión Cristiana.

Sabedores de todos esos riesgos y dificultades, no queremos concluir este trabajo sin remarcar que todos aquellos que deseen abrazar la profesión de fe cristiana se deben congregar -de acuerdo con sus gustos personales, preferencias de carismas y posibilidades concretas- a fin de evitar quedar aislados y ser presa fácil de los poderosos grupos anticristianos que operan cada vez con mayor virulencia y al amparo de ardides más audaces y descarados.

Asimismo, no deseamos finalizar nuestra labor sin insistir en que es imprescindible que los seguidores de Cristo aprendan a neutralizar los efectos negativos de las zonas y las situaciones de impunidad en que se pudieran ver involucrados, a fin de evitar que éstas:

A) Les obstaculicen su crecimiento personal y, más específicamente, les resten chances de regenerar su naturaleza y lograr la salvación de su alma; y

B) Les impidan alcanzar un bien ganado prestigio profesional y los descalifiquen como apóstoles.

Queridos hermanos, hemos así llegado al final de nuestro trabajo. Nos despedimos implorando a la Santísima Trinidad para que nos guíe y ayude a hallar nuestro camino, soportar el sufrimiento que impone su tránsito y poseer la perseverancia necesaria para llegar al destino de felicidad eterna que Dios previó para nosotros.            

               Alejandro Oscar De Salvo. (1)
                                          Octubre de 2013.

(1) La presente nota ha sido originalmente redactada por el Dr. Alejandro O. De Salvo (abogado) en el mes de noviembre de 2001 como parte del material didáctico de un programa de capacitación directiva. Y fue revisada y adaptada por su autor en octubre de 2013 para su incorporación a este blog.