EL PROFESO CRISTIANO
Y
LA MORTIFICACIÓN
TEMARIO
I) INTRODUCCIÓN A LA
PRÁCTICA DE LA MORTIFICACIÓN.
II) CONCEPTO DE
MORTIFICACIÓN.
III) CLASIFICACIÓN DE
LAS MORTIFICACIONES.
IV) UTILIDAD DE LAS
MORTIFICACIONES.
V) LA NATURALEZA DE
LA MORTIFICACIÓN.
VI) PRINCIPIOS DE LA
MORTIFICACIÓN.
VII) LAS FACULTADES
HUMANAS QUE DEBEN SER MORTIFICADAS
(FORMADAS Y/O ENTRENADAS).
VIII) LAS FACULTADES
HUMANAS MOVIDAS POR EL ESPIRITU
SANTO.
IX) PLANIFICACIÓN DE
LA MORTIFICACIÓN.
X) CITAS DE LA
SAGRADA ESCRITURA SOBRE LA MORTIFICACIÓN.
XI) SELECCIÓN DE
TEXTOS SOBRE LA MORTIFICACIÓN.
XII) EPILOGO.
EL VERDADERO CRISTIANO
ES UN HOMBRE
MORTIFICADO
I) INTRODUCCIÓN A
LA PRÁCTICA DE LA MORTIFICACIÓN.
Se ha elegido para esta ocasión el tema de la Mortificación
Cristiana en razón que conforma un conjunto con la Oración Espiritual, temática
que fue tratada en nuestra anterior entrega.
Los efectos beneficiosos derivados de ambas prácticas juegan
un rol decisivo en la evolución del alma humana, máxime porque la utilidad de
ambas disciplinas se potencia por la sinergia que éstas producen al combinarse.
De manera que la mortificación y la oración son dos elementos insustituibles en
el desarrollo moral y espiritual de un ser humano.
Esa valoración se ha puesto de manifiesto con el estudio de
numerosas personas que han alcanzado una conducta de vida santa; y cuyas experiencias vitales, logros morales y
desarrollos espirituales se conocen desde los primeros siglos de la Era
Cristiana.
Los múltiples antecedentes existentes al respecto muestran
de manera inequívoca que el progreso en la vida interior guarda un estrecho
correlato con el avance que se consiga en las prácticas de la mortificación y
en la oración.
Por lo tanto, la mortificación con sentido cristiano es una
parte natural de la vida del profeso y como tal la debe entender y asumir.
Hecha una breve presentación de la práctica bajo análisis, es
imperioso hacer algunas aclaraciones que resultarán esenciales para contextualizar
el tratamiento del tema abordado y posibilitar su correcta interpretación, a
saber:
Las mortificaciones no son hechos que se deban relacionar
exclusivamente con la religión, por cuanto más allá de su tratamiento en las
Sagradas Escritura y de su utilidad para desarrollar las virtudes teologales
(Fe, Esperanza y Caridad) estas prácticas disciplinarias son también un
poderoso instrumento de capacitación para el desarrollo de las virtudes naturales.
(Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza).
Por eso muchos coinciden en que la mortificación (forjar el
cuerpo y el temple) es un requisito ineludible para generar hábitos virtuosos.
También suele haber coincidencia en que el sacrificio es la
prueba del amor. Cabe entonces preguntar ¿Quién podrá amar sin no está
capacitado para sacrificarse? (mortificarse)
¿Cómo se podrá ser un buen padre de familia sin tener
capacidad de sacrificio?, entendiendo aquí la "capacidad de
mortificación" como la actitud y la aptitud para elegir la peor parte para
uno.
¡Qué inmenso desazón! produce saber que hay padres que en la
mesa familiar se quedan con la milanesa más grande o la mejor presa de pollo.
Y ni que decir de la incapacidad para mortificarse que
tienen muchos padres que usan ropas de marcas costosas mientras visten a sus hijos
con prendas de dudoso gusto y discreta calidad.
O de aquellos otros que viajan en automóviles de alta gama y
comen en distinguidos restaurantes mientras “economizan” contratando “niñeras”
a las que no cabría confiarles ni la mascota.
Gracias a Dios también hay innumerables ejemplos de padres
que hacen increíbles sacrificios por sus hijos.
Ya saliendo del ámbito familiar deberíamos también
preguntarnos si ¿Un sujeto que no está capacitado para mortificarse sirve para
desempeñarse profesionalmente con responsabilidad?
La respuesta, decididamente, es ¡no! ¿Podemos imaginar un
político responsable sin capacidad de sacrificio?, ¿Y un gerente general?, ¿Y
un abogado?, ¿Y un médico?, ¿Y un maestro? ¿Y un soldado?, ¿Y un sacerdote?, ¿Y
un operario?, ¿Y un...?. Pues claro que
no.
Los que no estén formados y dispuestos para mortificarse en
pro de observar un comportamiento justo, no sirven. Y tampoco sirven los que no
se puedan sacrificar en procura de dar un cumplimiento fiel a sus obligaciones;
sean cual fuere el ámbito en el que se desempeñen.
En rigor de verdad, la cuestión excede el plano familiar y
profesional. El espíritu de sacrificio, sea para estar en condiciones de elegir
la peor parte para uno, sea para saber afrontarla cuando nos es impuesta por
las circunstancias, es imprescindible para estar en condiciones de vivir con
dignidad y libertad.
La ética personal se forja bajo la disciplina de la mortificación,
lo cual responde a una estricta lógica porque la mortificación no es otra cosa
que un eficiente entrenamiento para forjar el espíritu de lucha que debe tener
todo sujeto que busque el bien y evite cooperar con el mal.
Entonces, si la mortificación es tan útil para todos los hombres,
creyentes y no creyentes, ¿Por qué ha sido y es tan denostada?
Básicamente, por dos razones:
La primera de ellas se remonta a los orígenes del
cristianismo y se continúa hasta la actualidad.
Los enemigos de la fe cristiana y sus valores, profundos
conocedores de la enorme importancia que tiene la mortificación para la vida
del espíritu y el seguimiento de las enseñanzas de Cristo, han estado
atacándola de manera permanente.
El objetivo que persiguen es eliminar la mortificación de la
cultura cristiana. Que sea suprimida de las prácticas espirituales que se
enseñan en los templos y en los colegios cristianos. (Y, lamentablemente, están
teniendo un alto nivel de éxito con sus destructivas prédicas)
Saben muy bien que sin
oración y sin mortificación la profesión de fe cristiana no puede prosperar. Y,
consecuentemente, en la medida en que estas prácticas van cayendo en desuso,
los profesos tienden a desaparecer y su lugar pasa a ser ocupado por los
llamados "cristianos de nombre" que tanto abundan hoy en día. Vale
decir, por aquellos que dicen ser
cristianos aun cuando no hacen ni el más mínimo esfuerzo para vivir de acuerdo
con ley de Cristo.
Por ese motivo, los omnipotentes grupos internacionales de
poder a los que hoy les toca seguir impulsado el irracional anticristianismo de
siempre, están intentando aniquilar esta poderosa disciplina que integra el
patrimonio espiritual del cristianismo desde hace más de dos mil años.
Los ataques los hacen de manera directa cuando elaboran y
promocionan discursos o ejecutan actos destinados a desprestigiar la práctica
de la mortificación cristiana; y de forma indirecta cuando recurren a acciones
comunicacionales dirigidas a denigrar los valores cristianos en general y/o a
difamar a las instituciones cristianas tradicionales que continúan conservando
el apego por el ejercicio de esta disciplina, tal como lo enseño Jesús y lo
transmitieron los apóstoles y los padres de la Iglesia.
La segunda razón de peso para que la práctica de la
mortificación sea denostada es la modalidad con que se desenvuelven los
intereses políticos y económicos que imponen las condiciones en la actualidad.
En particular, nos referimos al tiempo histórico que nos
toca vivir bajo la denominación de “posmodernidad”, cuyas características y
formas de ejercer el poder permiten definirla como una dictadura globalizada en
la que las conductas que se le imponen a las personas son “legisladas” y
“promulgadas” por los mercados y los medios de comunicación.
Este perverso esquema de mando requiere para su éxito de
seres humanos que no estén en condiciones de ejercer el libre albedrío ni de
gobernarse a sí mismos responsablemente. Demanda personas que se dejen llevar por
los imperativos de las modas, por las publicidades y por las propagandas,
mientras viven absortas intentando satisfacer las exigencias de una voluntad
soberbia, hedonista,
consumista, volátil, exhibicionista, comodona y egoísta que las degrada.
De forma tal que una persona seguidora de las enseñanzas de
Cristo, fuente de toda sabiduría, contrasta con las creencias impuestas por la
globalización y no se ajusta al modelo personal minusválido que el sistema
posmoderno reclama para poder perpetuar su mecánica de dominación universal.
En otras palabras, los valores cristianos son contrarios a
los intereses del poder político-económico que impera en el mundo y por eso se
los ataca de manera salvaje. (En la web hay varios sitios especializados que dan
cuenta de los virulentos ataques que se están practicando contra los valores
cristianos, por lo que no ingresaremos en el tratamiento de esta temática; la
cual, por otra parte, excede el objetivo de este trabajo).
Así llegamos a la disparatada situación a la que nos somete
la actualidad. Por un lado se repudia y tergiversa el hábito de la
mortificación cristiana, destinado a fortalecer la voluntad y elevar el
espíritu que habita en cada ser humano -y que bien practicada ningún daño causa
en la salud-, mientras que por otro lado se consideran positivas otras
conductas que son notoriamente anti naturales, cruentas y dañinas para la integridad
psicofísica de las personas.
A modo de ejemplos podemos decir que hoy son socialmente
aceptadas -y hasta diríamos “bien vistas”- las cirugías para: intentar parecer
más jóvenes, tener menos panza, aumentar el tamaño de los pechos -o implantarlos
en el caso de los travestis-, incrementar el largo de los penes, cambiar de
sexo y, en general, para toda una variedad de aberraciones que se suscitan en
derredor de estas prácticas quirúrgicas que, en la mayoría de los casos,
resultan de gran insensatez.
A lo cual podríamos agregarle los inmensos sacrificios que
se realizan para bajar de peso y estar acorde a un modelo de figura humana que
no responde a la naturaleza impuesta por el Creador, sino a los dictados de una
moda absurda.
A los sufrimientos
que producen por sí
mismas esas crueles mortificaciones paganas, cabe agregarles los daños
psicofísicos que se suelen derivar de ellas.
Con lo cual es más que evidente el estado de confusión que
se ha generado en las sociedades de hoy y las dificultades que se presentan
para comprender el camino de oración y de mortificación que se debe seguir para
llegar a practicar la religión cristiana.
Los profesos cristianos sabemos que hay una tercera razón
para que se denigre tan fuertemente la práctica y la enseñanza de la
mortificación. Y esta es que el diabólico se inmiscuye en los temas trascendentes
para el combate entre el bien y el mal y, en definitiva, siempre toma partido por
la perdición de las almas.
En su reciente alocución del 23 de febrero de 2013 (pocas
horas antes de resignar su papado) el Sumo Pontífice Benedicto XVI nos decía:
“El maligno intenta siempre ensuciar la creación de Dios a través del mal de
este mundo, el sufrimiento y la corrupción.”
Hechas estas aclaraciones preliminares, dirigidas a poner de
manifiesto la necesidad de conservar y revalorizar las prácticas disciplinarias,
continuaremos con el tratamiento específico de la mortificación cristiana.
II) CONCEPTO DE
MORTICACIÓN.
Adolphe Tanquerey ha definido la mortificación como “La
lucha contra las malas inclinaciones para someterlas a la voluntad y ésta a
Dios.”
Desde antaño, muchos se han referido a la mortificación como
la oración del cuerpo.
También se la ha definido como el conjunto de prácticas
ascéticas destinadas a hacer morir el hombre viejo, con sus malas inclinaciones
que lo llevan al pecado, para dar paso al hombre nuevo.
Por nuestra parte definiremos a la mortificación cristiana
como: Un acto de lucha ascética que lleva a cabo el profeso para corregir las
tendencias desviadas de su ser y aprovechar en su máxima expresión los efectos
del Espíritu Santo que mora en él o, movido por el arrepentimiento de las
faltas cometidas, para alcanzar la expiación de los pecados (propios o ajenos),
mediante la privación y/o el sufrimiento autogenerados o aceptados con la
voluntad de seguir a Cristo en la cruz.
Se trata pues de una herramienta insustituible en el proceso
de mejora moral y espiritual del ser humano.
III) CLASIFICACIÓN
DE LAS MORTIFICACIONES.
Las mortificaciones se dividen en exteriores, interiores,
autogeneradas y derivadas de hechos impuestos por la Providencia.
A) Exteriores: son las mortificaciones que
tienen por finalidad corregir las malas inclinaciones del cuerpo y/o de los
sentidos externos.
B) Interiores:
Son las
mortificaciones que tienen por finalidad corregir las malas inclinaciones de
los sentidos internos, de las pasiones y de las potencias. Y, asimismo, liberar
al iniciado cristiano de la naturaleza viciada que le impide gozar de todos los
beneficios proveídos por el Espíritu Santo que mora en él.
C) Autogeneradas:
Son las
mortificaciones que se auto infringen con cualquiera de las finalidades
previamente indicadas
D) Derivadas de hechos impuestos por la Divina
Providencia: Son
las mortificaciones que se originan en cualquiera de los acontecimientos
negativos que suceden en la vida de un ser humano y causan fastidio, cansancio,
angustia, miedo, dolor, sufrimiento. (Van desde la contrariedad más leve hasta
el estremecimiento más profundo).
De estas últimas nadie está libre, pero, solo adquieren el
carácter de mortificaciones cristianas -y alcanzan la plenitud de sus
beneficios formativos- cuando se aceptan con la intención de seguir a Cristo en
la cruz y abandonarse a la voluntad del Señor.
IV) PRINCIPIOS DE
LA MORTIFICACIÓN.
Los autores especializados en la materia suelen coincidir en
que las mortificaciones más importantes son las interiores. De hecho, éstas son
las que golpean como un cincel en la naturaleza viciada del hombre.
Sin embargo, lo expuesto no debe llevar a subestimar el
valor que tienen las mortificaciones exteriores, porque éstas actúan sobre la
puerta de ingreso de los estímulos que reciben las facultades alojadas en el
alma del ser humano. O bien pueden generar consecuencias en el cuerpo que
adquieren una inmensa repercusión en la interioridad.
En efecto, por intermedio del cuerpo y de los sentidos
externos se estimulan los sentidos internos, las pasiones y las potencias del
alma, tal como veremos más adelante al referirnos a las facultades humanas que
se deben mortificar (entrenar).
“1°) La
mortificación ha de abarcar a todo el hombre, con su alma y su cuerpo; porque
el hombre que no está bien disciplinado en todo su ser, es para sí mismo una
ocasión de pecado. Cierto que en él no peca sino la voluntad; pero tiene por
cómplice o instrumento al cuerpo con sus sentidos y al alma con todas sus
potencias: el hombre todo ha de disciplinarse y mortificarse”[1]
“2°) La
mortificación va contra el placer. Cierto que el placer en sí no es un mal,
sino que es un bien cuando está subordinado al fin por el que Dios le
instituyó. Quiso Dios juntar cierto deleite con el cumplimiento del deber para
que se nos hiciera este más fácil: así hallamos cierto gusto en el comer, en el
beber, en el trabajar, y en otros deberes de este género. Por eso, en el plan
divino, el placer no es un fin sino un medio. Gozar del placer para cumplir
mejor nuestras obligaciones no está prohibido; ese es el orden establecido por
Dios. Más amar el placer por el mismo es cuanto menos peligroso, porque nos
expondremos a deslizarnos desde los deleites permitidos hacia los pecaminosos.
Gozar del deleite excluyendo la obligación es un pecado más o menos grave
porque es una violación del orden establecido por Dios. La mortificación, pues,
consistirá en privarse de los malos deleites, contrarios al orden de la
Providencia, o a la ley de Dios…” y renunciar además “… a los deleites
peligrosos para no exponernos al pecado y aún a abstenernos de algunos placeres
lícitos para asegurar el imperio de la voluntad sobre los sentidos”[2]
“3°) Más la
mortificación ha de practicarse con prudencia y discreción: ha de ser
proporcionada a las fuerzas físicas y morales de cada cual y al cumplimiento de
las obligaciones de nuestro estado. Importa sobre todo que estén en armonía con
los deberes de nuestro estado, porque siendo estos obligatorios son antes que
las prácticas de supererogación. Así no estaría bien que una madre de familia
se diera a austeridades que le estorbaran el cumplimiento de sus deberes para
con el marido y los hijos.”[3]
Para resaltar la prudencia y la diligencia que se deben
observar a la hora de mortificarse y/o dirigir prácticas de mortificación será
de suma utilidad recurrir a una comparación con otros acontecimientos de la
vida real.
Con ese sentido diremos que entre una mortificación
religiosa bien realizada y la llevada a cabo de manera insensata hay tanta
diferencia como la que existe entre un corredor de F1 circulando en un
monoplaza por la pista de un autódromo y un ebrio conduciendo un automóvil a
150 KM/H en una calle de cualquier centro urbano del mundo.
Si el ebrio causa un daño con el vehículo que maneja no será
culpa del automóvil y lo mismo ocurre con las mortificaciones.
Si están bien hechas, las mortificaciones ningún perjuicio
ocasionarán a las personas; por el contrario, les permitirán recibir todos los
beneficios que de ellas se derivan. Y si habiéndose mal hecho las
mortificaciones estas originaran daños no será responsabilidad de las mismas
como práctica, sino de quienes las hayan ejecutado y/o dirigido de manera
irresponsable o negligente.
En un plan de trabajo equilibrado los hechos impuestos por
la Providencia -incluyendo las pequeñas cosas relacionadas con la cotidianidad-
serán la base de las mortificaciones que se practiquen. Con más razón si nos
referimos específicamente a la situación de los seglares, como es el caso de
este blog.
La realidad nos muestra sobradamente que los esfuerzos y los
sufrimientos ínsitos en la vida de la mayoría de las personas son más que
suficientes para mortificarse cristianamente y mejorar moral y espiritualmente.
Lo mismo ocurre con los pequeños sacrificios –y los no tan pequeños- que
requieren el buen trato con nuestros semejantes y el cumplimiento de nuestras
obligaciones.
Solo en circunstancias específicas que lo justifiquen puede
ser indicado el uso de instrumentos disciplinarios (cilicios, pequeños látigos
de 7 puntas, etc.) o prácticas tales como dormir en el suelo por períodos
extensos o realizar ayunos severos.
En la elección de los medios de mortificación que habrán de
emplearse cobra vital importancia la condición de quien vaya a mortificarse en
procura de su crecimiento personal.
Es obvio que no
habrán de considerarse de la misma forma el caso de un joven soltero, en buenas
condiciones de salud, carismático y exitoso en su trabajo que la situación de
un hombre maduro, casado, con problemas de salud, escases de recursos
económicos, hijos adolescentes -uno de ellos discapacitado- y padres de edad
avanzada. (Se recurre a dos situaciones de vida marcadamente contrapuestas para
poner en evidencia que las circunstancias y particularidades de cada persona
deber ser atendidas debidamente).
Como en cualquier otra actividad humana, el sentido común
juega un rol fundamental a la hora de tomar decisiones y las mortificaciones
cristianas no son una excepción. (Ver
punto IX planificación de las mortificaciones).
V) LA NATURALEZA
DE LA MORTIFICACIÓN.
La mortificación es un medio que ayuda a vivir como un
cristiano, por lo que jamás se debe considerar un fin en sí misma.
“La mortificación
comprende dos cosas: un elemento negativo: el desasimiento, el renunciamiento,
el despojarse de sí mismo; y otro positivo: la lucha contra las malas
inclinaciones, el esfuerzo para atrofiarlas, la crucifixión de la carne, la
muerte del hombre viejo y de sus concupiscencias para vivir la vida de Cristo.”[4]
VI) UTILIDAD DE
LAS MORTIFICACIONES.
La utilidad de la mortificación cristiana está dada por su
importante contribución para:
A) Complementar la redención hecha
mediante el bautismo, luego del cual subsisten en el bautizado las secuelas del
pecado original, ayudando a superar la naturaleza viciada del hombre viejo y dar
nacimiento al hombre nuevo capaz de tomar su cruz y seguir a Cristo.
B) Aumentar la sensibilidad y
docilidad a los movimientos del Espíritu Santo que mora en los iniciados
cristianos.
C) Identificarnos con Cristo
sufriente.
D) Entrenarnos para vencer la
tentación.
E) Desagraviar a Dios por los
propios pecados y los de todos los hombres.
F) Vivir con plena y permanente
conciencia de que pensamos, sentimos y actuamos en presencia de Dios.
G) Purificar las faltas pasadas.
H) Crear el “desierto evangélico”
que propicia y requiere la oración.
I) Incrementar las posibilidades de
alcanzar la perfección humana.
J) Aumentar las chaces de salvar el
alma.
“La mortificación
sirve, como la penitencia, para purificarnos de las faltas pasadas; pero su fin
principal es precavernos contra las del tiempo presente y futuro, disminuyendo
el amor al placer, fuente de nuestros pecados”[5]
Permite recrear la
crucifixión mediante otras formas de sufrimiento, “… produce una especie de
muerte y sepultura, por lo cual parecemos morir por entero a nosotros mismos, y
sepultarnos con Jesucristo para vivir en Él una vida nueva…” “Para significar
esta muerte espiritual, se vale S. Pablo de otra expresión; como después del
bautismo, hay en nosotros dos hombre: el hombre viejo, que queda, o la triple
concupiscencia[6],
y el hombre nuevo, o sea, el hombre regenerado, declara que debemos despojarnos
del hombre viejo para vestir del nuevo: << expoliantes vos veterum hominem…
et induentes novum>>”[7]
“Hoy gusta más
usar de frases mitigadas, que expresan el fin al que se aspira, mejor que el
esfuerzo que ha de hacerse. Dícese ser necesario reformarse, gobernarse a sí
mismo, educar la voluntad, orientar el alma hacia Dios. Estas frases son
adecuadas, con tal que se muestre que es imposible la enmienda y el gobierno de
sí mismo sin reprimir y mortificar las malas inclinaciones que en nosotros hay;
y la educación de la voluntad sin matar y disciplinar los apetitos inferiores;
y que no podemos encaminarnos hacia Dios, sin desasirnos de las criaturas y
desnudarnos de los vicios…”[8].
VII) LAS
FACULTADES HUMANAS QUE DEBEN SER MORTIFICADAS (FORMADAS Y/O ENTRENADAS).
Dijimos previamente que la mortificación es un medio. Ahora
nos referiremos a las facultades sobre los que habrá de aplicarse ese medio
para alcanzar el fin que se persigue.
Tanto para mejorar los aspectos naturales del ser humano
como para aprovechar de la mejor forma
al Espíritu Santo que mora en el bautizado cristiano, resulta imprescindible
mortificar el cuerpo, los sentidos externos, los sentidos internos, las pasiones
y las potencias del alma.
De manera indirecta, las mortificaciones permiten preparar
un terreno fértil en el que se puedan desenvolver los dones que adquiere el
cristiano con la confirmación. Asimismo, favorecen la obtención de la mayor
cantidad posible de frutos del Espíritu Santo, cuya concesión guarda relación
con la forma de vida de cada uno.
A fin de facilitar la comprensión de la inmensa utilidad que
tienen las mortificaciones en el proceso de desarrollo personal explicaremos
brevemente cada uno de los elementos que componen las facultades corpóreas e
incorpóreas del ser humano, previo señalar que todas se encuentran
interconectadas y que una mejora en cualquiera de ellas influye positivamente
en el conjunto. Y viceversa.
A continuación nos referiremos al cuerpo y al alma y en el
punto VIII) siguiente al Espíritu Santo.
A)
El
cuerpo:[9] “Se conoce como cuerpo humano a
la estructura física y material con la cual estamos compuestos los seres
humanos que habitamos el planeta tierra. A grandes rasgos, el cuerpo humano
está conformado por la cabeza, que ocupa el lugar más alto del cuerpo, le
siguen, yendo de arriba hacia abajo, el tronco y las extremidades superiores
(brazos) e inferiores (piernas).”
“El
cuerpo humano es una de las estructuras más sofisticadas existentes en la
humanidad, ya que cuenta con una compleja organización interna que observa a su
vez diversos niveles jerárquicos. Si miramos, exploramos o investigamos el
cuerpo de algún ser humano, por dentro claro está, nos encontramos con aparatos
como el digestivo, el respiratorio, los cuales a su vez están integrados en
sistemas, que a la par están compuestos por órganos tan decisivos y vitales
para la conservación y la supervivencia como puede ser el caso del corazón, por
nombrar al más importante y el que mejor representa la vida de un cuerpo.”
“Pero
esto nos es todo, sino que además estos órganos están formados por tejidos, que
a su vez los forman células, las cuales además están compuestas por moléculas.”
“Vaya
complejidad si las hay, por esto es que una reciente clasificación habla de
cinco niveles distintos: nivel atómico, nivel molecular, celular, anatómico y
el nivel cuerpo íntegro.”
“Cuando
un ser humano está ya en la edad adulta se ha comprobado que está conformado
por cien billones de células, su piel ostenta una superficie de 2 metros
cuadrados aproximadamente y su estatura normal es de 1 metro setenta
centímetros.”
B) Los
sentidos externos: Los
seres humanos tenemos cinco sentidos que nos sirven para conocer y
relacionarnos con nuestro entorno; son el gusto, la vista, el olfato, el oído y
el tacto (Este último nombre suele ser reemplazado actualmente por el término cenestésico,
que abarca mayores funciones que las reconocidas originalmente al tacto)
Los órganos de los sentidos captan impresiones, las cuales
son transmitidas al cerebro y éste las convierte en sensaciones.
Con la vista vemos lo que pasa a nuestro alrededor; con el
gusto reconocemos los sabores; con el olfato los olores que están en el
entorno; con el oído percibimos los sonidos y con el cenestésico reconocemos
las diferentes sensaciones físicas del cuerpo (tacto, frío, calor, dolor,
contacto, equilibrio, posiciones corporales, movimientos físicos, intensidad de la actividad, etc.)
C) Los
sentidos internos:
Al conocimiento sensible que permiten los sentidos externos sigue el
conocimiento que aportan los sentidos internos, que son: el sensorio común, la
imaginación sensible, la memoria sensible y la cogitativa. Vale decir que los
sentidos internos permiten aprovechar en su máxima expresión el conocimiento
que aportan los sentidos externos.
a) Sensorio
común:
Distingue y asocia los datos de los sentidos externos. (Por ejemplo, diferencia
el color del sonido, algo que el ojo y el oído no podrían hacer por sí mismos
ya que uno no ve y el otro no escucha).
b) La
imaginación: Tiene
por objeto la imagen o fantasma sensible. Su función es representar el mundo
real o crear mundos fantásticos. Es una función de conocimiento porque se
representa objetos, y es sensible porque su objeto es concreto.
c) La
memoria: Es la
facultad de recordar el pasado. Es una relación entre un fenómeno que se hace
presente producto de una evocación desde el pasado, (puede ser una imagen, un
sonido, un texto). Permite disponer de un contenido que no es captado en tiempo
actual por los sentidos externos.
d) La
cogitativa: Tiene
una función de conocimiento. Permite
vincular lo sensible, con lo pasional y lo espiritual. Aporta la capacidad de
percibir y diferenciar lo útil y lo nocivo, lo amigable y lo hostil. Compara,
valora y juzga. Relaciona y da significado a las percepciones sensibles aportadas
por los sentidos externos. Es exclusiva del ser humano. (En los animales es de
orden instintivo y se denomina estimativa).
D) Las
pasiones: Un
concepto ampliamente difundido en el campo de la psicología define a las
pasiones como: “Movimientos impetuosos del apetito sensitivo acompañados de una
conmoción refleja más o menos fuerte en el organismo”.
Las pasiones humanas se derivan
de las emociones y de manera general es posible referir a la pasión como una
emoción fuerte, vale decir que las pasiones tienen un punto en común con las
emociones, su origen y las formas en que éstas se clasifican.
En consecuencia, con un enfoque
general resulta posible englobar las pasiones dentro de las emociones y junto a
los sentimientos y a los estados de ánimo, sin hacer la distinción conceptual
que suele efectuar la ciencia psicológica entre todas estas categorías.
A partir de dicha generalización
es posible realizar una definición que abarque a todos esos conceptos del campo
sensitivo y resulte de utilidad para la finalidad que aquí perseguimos.
B.1)
Las emociones:
Con el alcance previamente indicado, es posible definirlas como: Los impulsos
de la sensibilidad que influyen o predisponen a las personas para actuar en una
dirección determinada o no actuar, en razón de lo que es sentido o imaginado
como bueno o como malo.
Las emociones, al igual que las pasiones, son
numerosas y existen diferentes formas de clasificarlas.
No hay coincidencias sobre
cuáles son las emociones que componen las líneas emocionales primarias. El
punto de vista clásico limita las emociones básicas a tres: Amor, Ira y Miedo.
No obstante existen diversas posiciones
que amplían ese enfoque, como por ejemplo la que contempla seis líneas de
emociones básicas, (con sus correspondientes derivadas) y que a título
ilustrativo exponemos a continuación:
a)
Amor: aceptación, simpatía, confianza, amabilidad, afinidad, devoción,
felicidad, alegría, alivio, dicha, orgullo, satisfacción;
b) Temor: ansiedad, aprensión, nerviosismo, preocupación, consternación, inquietud, cautela, incertidumbre, pavor, miedo, terror y en un nivel
psicopatológico, fobia y pánico;
c)
Ira: furia, ultraje, resentimiento, cólera, exasperación, indignación,
animosidad, fastidio, irritabilidad, hostilidad y, en el extremo, violencia y
odio patológicos;
d)
Tristeza: congoja, pesar, melancolía, pesimismo, pena, auto compasión,
soledad, abatimiento y en casos patológicos depresión grave;
e) Sorpresa: conmoción, asombro,
desconcierto;
f)
Vergüenza: culpabilidad, remordimiento, arrepentimiento, humillación.
E) Las
potencias: En
el ser humano, son el entendimiento y la voluntad.
a) Entendimiento:
Facultad humana
de comprender, comparar, juzgar las cosas o inducir y deducir otras de las que
ya se conocen. Discernimiento. Razonamiento. Raciocinio. Intelecto.
Inteligencia. (Diccionario Word Reference y Diccionario de sinónimos Espasa
–Calpe 2005).
b) Voluntad:
Facultad humana
de decidir y ordenar la propia conducta. Libre albedrío o libre determinación.
Intención. Ánimo o resolución de hacer algo. … (DRAE on line) Acto con que la
potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola o aborreciéndola y
repugnándola.
VIII) LAS
FACULTADES HUMANAS MOVIDAS POR EL ESPÍRITU SANTO.
Además de las facultades humanas propiamente dichas que
vimos en el punto VII) precedente y comprenden a todas las personas (sin
perjuicio de las discapacidades que se presentan en la vida real), existen
otras facultades adicionales que podemos usufructuar los cristianos gracias al Espíritu
Santo que mora en nuestro interior.
Posibilidad que se adquiere en plenitud con los tres pasos
de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía.
“Por los
sacramentos de la iniciación cristiana, los hombres, <<libres del poder
de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el
Espíritu de los hijos de adopción y celebran con todo el pueblo de Dios el
memorial de la Muerte y Resurrección del Señor>>.”[10]
“En efecto,
incorporados a Cristo por el Bautismo, constituyen el pueblo de Dios, reciben
el perdón de todos sus pecados, y pasan de la condición humana en que nacen
como hijos del primer Adán al estado de hijos adoptivos, convertidos en una nueva criatura por el agua
y por el Espíritu Santo. Por esto se llaman y son hijos de Dios.”[11]
“Marcados luego en
la Confirmación por el don del Espíritu, son perfectamente configurados al
Señor y llenos del Espíritu Santo, a fin de que, dando testimonio de él ante el
mundo, <<cooperen a la expansión y dilatación del Cuerpo de Cristo para
llevarlo cuanto antes a su plenitud>>”.[12]
“Finalmente,
participando en la asamblea eucarística, comen la carne de hijo del hombre y
beben su sangre, a fin de recibir la vida eterna y expresar la unidad del pueblo de Dios; y
ofreciéndose a sí mismos con Cristo, contribuyen al sacrificio universal en el
cual se ofrece a Dios, a través del Sumo Sacerdote, toda la Ciudad misma redimida; y piden que, por una efusión más plena del
Espíritu Santo, <<llegue todo el género humano a la unidad de la familia
de Dios>>.”[13]
“Por tanto, los
tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a
su pleno desarrollo a los fieles, que ejercen la misión de todo el pueblo
cristiano en la Iglesia y en el mundo.”[14]
Mediante el bautismo recibimos al Espíritu Santo y mediante
la confirmación sus siete dones.
Los dones que recibimos en la confirmación son movidos por
el Espíritu Santo y podemos aprovecharlos en la medida en que estemos en Gracia
y seamos dóciles a Su voluntad.
A los dones se agregan los frutos del Espíritu Santo que
podemos recibir los cristianos a lo largo de nuestra vida y los carismas que
pueden beneficiar a cualquier persona (cristiana o no); todo lo cual
desarrollaremos a continuación.
A) Espíritu Santo:
El Espíritu Santo es la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo, como
tercera persona de la Santísima Trinidad, es Dios. Verdadero Dios como lo son
el Padre y el Hijo. Es el Amor del Padre y el Hijo.
Cristo prometió que este Espíritu de Verdad iba a venir y
moraría dentro de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor
que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo
no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él
permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 16-17)
El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés y nunca se
ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los
Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes
proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el
mundo.
“Como Persona,
aunque realmente distinta del Padre y del Hijo, es también consustancial a
Ellos; siendo Dios como Ellos, El posee con Ellos una y misma Naturaleza o
Esencia Divina. Procede, no por generación, sino por espiración del Padre y del
Hijo juntos, como de un único principio.”[15]
El Espíritu Santo habita desde el Bautismo, junto con el
Padre y el Hijo, en el alma que está en Gracia. Sin embargo, la plenitud del
Espíritu Santo la recibimos en la Confirmación. Y con esa plenitud, también
recibimos sus siete dones.
San Pablo nos lo recuerda diciendo: "¿No saben ustedes
que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"(1 Cor
3, 16).
El Espíritu, siempre según san Pablo, es un anticipo
generoso que el mismo Dios nos ha dado como adelanto y al mismo tiempo garantía
de nuestra herencia futura (Cf. 2 Corintios 1, 22; 5,5; Efesios 1, 13-14). La
acción del Espíritu Santo orienta nuestra vida hacia los grandes valores del
amor, de la alegría, de la comunión y de la esperanza. A nosotros nos
corresponde seguir las sugerencias interiores del Espíritu.
Los movimientos de los Dones y Frutos del Espíritu Santo son
de un gran dinamismo y éste permite que sus influencias en nuestras almas se
vayan profundizando o apagando según las formas de vida que llevemos.
Esta dinámica hace que debemos esforzarnos durante toda
nuestra existencia para mantenerlos vivos y aumentar sus efectos beneficiosos,
permitiendo que obren en nosotros bajo la Gracia de Dios.
En otras palabras, los dones del Espíritu Santo se encienden
y se apagan según nuestra forma de vida y este dinamismo también es una
característica de los frutos del Espíritu Santo.
Es entonces que la mortificación tiene una labor destacada en
la generación de las condiciones necesarias para que los dones y los frutos del
Espíritu Santo puedan alcanzar el máximo potencial querido por Dios para
nosotros. Al igual que la oración y el cumplimiento de los preceptos religiosos
que hacen a la profesión de la fe de Cristo.
Tengamos presente que el hombre, aun cuando more en él el
Espíritu Santo, mantiene plenamente su libre albedrío. Es el único responsable
de seguir las inspiraciones de Aquel y puede hacerlo o no, según resuelva en
libertad.
En síntesis, tener disciplinada nuestra voluntad por la
mortificación es esencial para poder gozar de los dones y los frutos del
Espíritu Santo y también para vivir en Gracia de Dios y poder unirnos con Él.
B) Dones del
Espíritu santo: Son
disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos
del Espíritu Santo. (CIC 1830)
La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones
del Espíritu Santo. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes
los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las
inspiraciones divinas. (CIC
1830 y 1831).
Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10).
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos
de Dios...Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de
Cristo (Rm 8,14.17).
a) Los siete dones del Espíritu
Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor
de Dios. (CIC 1831)
(Conforme las enseñanzas de los Padres de la Iglesia).
S.S. Juan Pablo II ha explicado los dones de la siguiente
forma:
Sabiduría: Gusto para lo espiritual,
capacidad de juzgar según la medida de Dios. (Catequesis sobre el Credo,
9-IV-89)
Inteligencia: Es una gracia para
comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas. (Catequesis
sobre el Credo, 16-IV-89).
Consejo: Ilumina la conciencia en las
opciones que la vida diaria le impone, sugiriéndole lo que es lícito, lo que
corresponde, lo que conviene más al alma.” (Catequesis sobre el Credo, 7-V-89).
Fortaleza: Fuerza sobrenatural que
sostiene la virtud moral de la fortaleza. Para obrar valerosamente lo que Dios
quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir
las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera
la timidez y la agresividad. (Catequesis sobre el Credo, 14-V-89).
Ciencia: Nos da a conocer el verdadero
valor de las criaturas en su relación con el Creador. (Catequesis sobre el
Credo, 23-IV-89).
Piedad: Sana nuestro corazón de todo
tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los
hermanos como hijos del mismo Padre.
Clamar ¡Abba, Padre!
Un hábito
sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad,
por instinto del E.S., un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un
sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto son
hermanos e hijos del mismo Padre. (Catequesis sobre el Credo, 28-V-1989).
Temor de Dios: Espíritu contrito
ante Dios, conscientes de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe
en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios, humildemente reconociendo
nuestra debilidad. Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se
preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de
"permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7). (Catequesis
sobre el Credo, 11 -VI-1989).
“Los dones del
Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias
del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu
Santo al modo divino o sobrehumano.”[16]
“Los dones son
infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias
fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los
dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Son incompatibles
con el pecado mortal.”[17]
“El Espíritu Santo
actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a
diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo
hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de
una gracia actual.”[18]
“Los dones
perfeccionan el acto sobrenatural de las virtudes infusas.”[19]
“Por la moción
divina de los dones, el Espíritu Santo, habitante en el alma, rige y gobierna
inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda
y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa
principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el
organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.”[20]
b) Distinción entre
las virtudes y los dones[21]
Por:
|
El hombre:
|
En orden a los actos:
|
La Virtud adquirida
|
Se dispone para ser movido por la simple razón natural
|
Naturalmente buenos.
|
La Virtud infusa
|
Se dispone para ser movido por la razón iluminada por la fe
|
Sobrenaturales al modo humano.
|
Los Dones del Espíritu Santo
|
Se connaturaliza con los actos a que es movido por el Espíritu
Santo
|
Sobrenaturales al modo divino
o sobrehumano.
|
“Hay muchas
similitudes entre las virtudes y los dones:
Ambos son hábitos
operativos que residen en las facultades humanas. Ambos buscan practicar el
bien honesto y tienen el mismo fin remoto: la perfección del hombre.”[22]
“Pero hay
diferencias:
1: La causa
motora: Las virtudes son movidas por la razón vs. Los dones del E.S. son
movidos directamente por el Espíritu Santo.
-Las virtudes
disponen para seguir el dictamen de la razón humana (ilustrada por la fe si se
trata de virtud infusa), bajo la previa moción de Dios (gracia actual). [23]
-Los dones son
movidos por el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.”[24]
“2: El objeto
formal. (Virtudes) Actúan por razones
humanas vs. (Dones del ES) Actúan por razones divinas. Los dones del ES
transcienden la esfera de la razón humana, aun de la razón iluminada por la fe.”[25]
“3: (Virtudes)
Modo humano vs. (Dones del ES) Modo divino
-Las virtudes
infusas tienen por motor al hombre y por norma la razón humana iluminada por la
fe. Se deduce que sus actos son a modo humano.
-En cambio los
dones tienen por causa motora y por norma el mismo Espíritu Santo, sus actos
son a modo divino o sobrehumano. De esto se deduce que las virtudes infusas son
imperfectas por la modalidad humana de su obrar y es imprescindible que los
dones del Espíritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad
divina, sin la cual las virtudes no podrán alcanzar su plena perfección.”[26]
“4: (Virtudes) Uso
a nuestro arbitrio vs. (Dones del ES) al arbitrio divino.
-Se deduce de las
diferencias anteriores que el hábito de las virtudes infusas lo podemos usar
cuando nos plazca -presupuesta la gracia actual, que a nadie se niega-
-Mientras que los
dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos. Los dones de
Espíritu no confieren al alma más que la facilidad para dejarse mover, de
manera consciente y libre, por el Espíritu Santo, quien es la única causa
motora de ellos. Nuestra parte es solo disponernos. Ej.: refrenando el tumulto
de las pasiones, afectos desordenados, distracciones, etc.”[27]
“El crecimiento en
los Dones del Espíritu Santo forma en el alma perfecciones llamadas Frutos del
Espíritu Santo.”[28]
C) Frutos del Espíritu santo: Son perfecciones que forma en
nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna.
Los frutos que recibamos no serán el resultado de nuestro
esfuerzo sino de la fe, de la acción de Dios en nosotros, de que hemos
permitido obrar al Espíritu. En estos casos el Espíritu Santo nos llena,
ilumina, fortalece, sostiene e impulsa al Amor, que es la tercera Persona de la
Santísima Trinidad.
Cuando correspondemos con docilidad a sus inspiraciones, el
Espíritu Santo produce en nosotros frutos.
La tradición de la Iglesia enumera doce frutos del Espíritu
Santo: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad,
mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Gál 5,22-23,
vulg.). (CIC 1832)
Los 12 Frutos del
Espíritu Santo
De los frutos de
caridad, gozo y paz.[29]
Los tres primeros
frutos pertenecen especialmente al Espíritu Santo, están unidos y se derivan
naturalmente uno del otro.
La caridad -o el
amor ferviente- nos pone en posesión de Dios.
El gozo nace de la
posesión de Dios, que no es otra cosa que el reposo y el contento que se
encuentra en el goce del bien poseído.
La paz, según San
Agustín, es la tranquilidad en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la
alegría contra todo lo que es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de
temor.
La caridad y la
santidad valen más que todo. La caridad es el primero entre los frutos del
Espíritu Santo, porque es el que más se parece al Espíritu Santo, que es el
amor personal, y por consiguiente el que más nos acerca a la verdadera y eterna
felicidad y el que nos da un goce más sólido y una paz más profunda.
El Espíritu Santo
actúa siempre para un fin: nuestra santificación que es la comunión con Dios y
el prójimo por el amor.
La santidad y la felicidad son como dos hermanas
inseparables. Dios no se da ni se une más que a las almas nobles que buscan ser
santas y no a las que sin perseguir la santidad, poseen la ciencia, el poder,
la riqueza y todas las demás
perfecciones mundanas imaginables.
Por eso los santos
están unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los
acontecimientos más desagradables no consiguen turbarlos.
De los frutos de
Paciencia y Mansedumbre.[30]
Los tres primeros
frutos (caridad, gozo y paz) disponen al
alma a los frutos de paciencia y mansedumbre.
Es propio de la
virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la
mansedumbre moderar los arrebatos de la cólera que se levanta impetuosa para
rechazar el mal presente.
Cuando la paz está
bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los
movimientos de tristeza o cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder
nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus
facultades y residir en ellas, aleja la tristeza y al cólera o no permite que
le hagan impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.
De los frutos de
bondad y benignidad.[31]
Estos dos frutos
miran al bien del prójimo.
La bondad es la
inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno
tiene.
La Benignidad. No
tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benignitas.
La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de
dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría,
sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en
calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.
Del fruto de
longanimidad.[32]
La longanimidad
nos ayuda a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y
la pena que provienen del deseo del bien que se demora, o del esfuerzo y la duración
del bien que se hace, o del mal que se sufre; y permite gozarnos en la grandeza
de la empresa que perseguimos, sin que importen los obstáculos que encontremos
en el camino, ni la lejanía de los objetivos que perseguimos. La longanimidad hace, por ejemplo, que al
final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.
Del fruto de la fe.[33]
La fe como fruto
del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer,
firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir
repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos
naturalmente respecto a las materias de la fe.
Para esto debemos
tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al entendimiento a creer,
sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer este piadoso afecto, muchos,
aunque convencidos por los milagros de Nuestro Señor, no creyeron en Él, porque
tenían el entendimiento oscurecido y cegado por la malicia de su voluntad. Lo
que les sucedió a ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con
frecuencia a nosotros.
Cuando nuestro
corazón está dominado por otros intereses y afectos, nuestra voluntad no
responde o está en pugna con la creencia del entendimiento. Creemos pero no
como una realidad viva a la que debemos responder. Hacemos una dicotomía entre
la "vida espiritual" (algo solo mental) y nuestra "vida
real" (lo que domina el corazón y la voluntad).
Ahogamos con
nuestros vicios los afectos piadosos. Si nuestra voluntad estuviese
verdaderamente ganada por Dios, tendríamos una fe profunda y perfecta.
De aquí sacamos la
conclusión de que debemos amarlo sobre todas las cosas, visitarlo a menudo en
la Santa Eucaristía, prepararnos para recibirlo y hacer de todo esto el
principio de nuestros deberes y el remedio de nuestras necesidades.
De los frutos de
Modestia, Templanza y Castidad.[34]
La modestia regula
los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu
Santo, todo esto lo hace sin trabajo y naturalmente, y además dispone todos los
movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios.
La modestia modera
nuestro ser y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la
mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios.
La presencia de
Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de
todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad
que la que vemos los colores a la luz del mediodía.
Las virtudes de
templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos
y moderando los permitidos.
Mas los frutos de
templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que
ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.
Pretender salvar nuestra alma desentendiéndonos de los
Frutos del Espíritu Santo sería una verdadera quimera.
Pocas cosas deben preocuparnos y ocuparnos tanto como la
posibilidad de obtener estas perfecciones que el Espíritu Santo nos entrega
cuando somos merecedoras de ellas.
Y jamás debemos olvidar que los dones y los frutos del Espíritu
Santo son imprescindibles para nuestra santificación y salvación.
D) Los carismas: Los Carismas son gracias
especiales muchas veces temporales del Espíritu Santo dados para la edificación
de la iglesia, el bien de los hombres y las necesidades del mundo.
Pueden ser otorgadas sólo para situaciones especiales.
No son otorgados para la salvación o santificación, y pueden
darse también fuera de la iglesia.
Los carismas son unos dones sobrenaturales que nos da el
Espíritu Santo (1 Corintios 12, 7). Se reciben de manera independiente de los
méritos del individuo, y no son necesarios para su salvación (1 Corintios
12,11). Un carisma es un don especial, no es una señal de santidad, o de mayor
unión con Dios (l Corintios 13,1). No puede uno ni atraerlo ni retenerlo sin la
concesión del Espíritu Santo (1 Corintios 14, 28- 32).
En la lista de Corintios hay 9 carismas que se pueden
distribuir en tres grupos:
* Los carismas de la mente: Sabiduría, Ciencia,
Discernimiento de Espíritus.
* Los carismas de acción: Milagros, Sanaciones, Fe (de la
que mueve montañas).
* Los carismas de la lengua: Profecía, Lenguas,
Interpretación de lenguas. (1Cor.12:8-10).
Los 9 carismas
son:
Carisma de
Sabiduría: Es
el primero que señala Isaías y el primero que señala San Pablo, es el más
importante. La sabiduría es más valiosa que el oro y la plata, es el don de conocer
los misterios maravillosos de Dios, su amor, su grandeza, su preocupación por
nosotros.
Carisma de
Ciencia: Es
algo de lo muchísimo que Dios conoce que lo da a saber a una persona, a la que
él quiera. Es conocer algo del presente, del pasado o del futuro, que nadie lo
puede saber, que no se puede aprender en ningún libro.
Carisma de Fe: Esa fe que mueve montañas. La
dinamita más potente que conoce la humanidad, que mueve las montañas del odio y
de los celos, que desata las cadenas de las drogas y del alcohol, que sana
enfermos incurables, que arregla matrimonios que ningún abogado puede
solucionar, que resucita muertos.
Carisma de
Sanaciones:
Este carisma trata de sanar física e interiormente, con el poder del Espíritu
de Dios. Este don lo deben tener todos los que predican la palabra de Dios,
porque así lo prometió el mismo Jesús: Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura... A los que creyeren les acompañarán estas
señales... pondrán las manos sobre los enfermos y estos se sanarán (Marcos
16:15-19).
Carisma de
Milagros: El
Carisma de Milagros es el don de hacer milagros. Lo prometió Jesús también: En
verdad os digo que el que cree en mí, ese hará también las obras que yo hago, y
las hará mayores que éstas (Juan 14:12). Parará las tempestades y andará sobre
las aguas, y multiplicará los panes y los peces, y resucitará muertos. ¡Y más
que esto promete Jesús!
Carisma de Profecía: La profecía es hablar a los
hombres de parte de Dios, y nos anima San Pablo a que aspiremos sobre todo al
don de profecía (1 Cor. 14:1), y la define así: El que profetiza habla a los
hombres para su edificación, exhortación, y consolación (1 Cor.14:3).
Carisma de
Discernimiento de Espíritus: Es
el don de diferenciar lo que viene del bien de lo que viene del mal. Éste se
necesita mucho en los últimos tiempos, porque hay muchos falsos profetas y mesías.
Carisma de
Lenguas: Es el
don de hablar en la lengua que el Espíritu Santo quiera. El que habla en
lenguas habla a Dios, no a los hombres, pues nadie le entiende, diciendo su
espíritu cosas misteriosas (1 Cor. 14:2). Sirve para la edificación de la
persona.
Carisma de Interpretación
de Lenguas:
Cuando uno habla en lenguas no entiende lo que dice, ni ningún otro, a
excepción del que Dios le ha dado el don especial de poder entender e
interpretar lo que el hermano oró o cantó en lenguas.
CUADRO SOBRE LAS
FACULTADES DE LOS INICIADOS CRISTIANOS
FACULTADES HUMANAS
|
|||
Facultades incorpóreas del espíritu
|
Vida espiritual
|
Dones, Frutos y Carismas del
Espíritu Santo
|
Teórico o Práctico Movidos por
el E.S. con la gracia y la docilidad de la persona
|
Facultades incorpóreas del alma
|
Vida intelectiva
|
Entendimiento
|
Teórico o Práctico
|
Voluntad
|
|||
Facultades corpóreas o del
cuerpo
|
Vida sensitiva
|
Sentidos externos
|
Son los cinco sentidos
corporales
|
Sentidos internos
|
Sensorio común u Percepción,
imaginación, memoria y cogitativa.
|
||
Apetito sensible
|
Deseos sensibles, pasiones,
emociones, sentimientos, estados de ánimo, instintos.
|
||
Facultad locomotriz
|
|||
Vida vegetativa
|
Generativa
|
||
Aumentativa
|
Crecimiento
|
||
Nutritiva
|
|||
IX)
PLANIFICACIÓN DE LA MORTIFICACIÓN.
Lo expuesto hasta aquí sobre los
tipos de mortificaciones (Punto III) y sobre las facultades humanas y las
facultades espirituales (Punto VIII) nos permite comprender algunos aspectos esenciales
para nuestro desarrollo personal, a saber:
a) Debemos tener como objetivo
generar las
condiciones personales que permitan que los dones recibidos concreten en
nosotros toda su potencialidad. No nos olvidemos que El Espíritu Santo mueve
los dones, pero nosotros “movemos” (predisponemos) al Espíritu Santo con
nuestra forma de vivir, de pensar y de sentir. Otro tanto ocurre con los
frutos.
b) Resulta indispensable armar un
plan de trabajo para mortificarnos, vale decir para disciplinar el cuerpo, los
sentidos exteriores e interiores, las pasiones, el entendimiento y la voluntad,
de manera que alcancemos las condiciones que nos permitan aspirar a los
objetivos trascendentes que posibilita la vida humana.
c) El plan de trabajo que se use debe
ser estrictamente personalizado y responder a las características,
circunstancias y necesidades particulares de la persona que habrá de
utilizarlo.
d) La complejidad de la tarea hace
que recomendemos con énfasis que: quienes puedan disponer de un director
espiritual digno de confianza, no lo deben desaprovechar. Y los que no, analicen
la posibilidad de acceder a la ayuda de un consejero espiritual que pueda
orientarlos con sus conocimientos y experiencia.
No obstante las recomendaciones
precedentes, estamos igualmente convencidos que quienes se hallen en soledad
deberán acometer la tarea por sí mismos, porque ninguna dispensa tienen para
dejar de disciplinar sus facultades ni para incumplir las obligaciones morales
y religiosas que la fe cristiana impone a todos los que pretendan profesarla.
e) Sin perjuicio de la personalización que exige
todo plan de mortificación, a modo de divulgación, es posible dar indicaciones
de tipo general sobre las formas de mortificación o entrenamiento que suelen
dar resultado. Al respecto, muchos consejos útiles han sido volcados en un
destacado trabajo del Cardenal Désiré Mercier, que incorporamos al final como
Anexo I y sugerimos su atenta lectura.
X) CITAS DE LA
SAGRADA ESCRITURA SOBRE LA MORTIFICACIÓN.
Las mortificaciones están prescriptas y reiteradamente
aconsejadas en las Sagradas Escrituras. Incorporamos a continuación un grupo de
citas bíblicas que así lo establecen.[35]
En verdad os digo,
que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si
muere, llevará mucho fruto. Jn 12, 24.
Os digo, pues:
Andad en espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Cal
5, 16.
Si padecemos con
El, también con El viviremos. Si sufrimos con El, con El reinaremos. 2 Tim 2,
11.
Mejor que el
valiente es el que aguanta, y el que sabe dominarse vale más que el que
conquista una ciudad. Prov 16, 32.
Cuanto a mí, jamás
me gloriaré a no ser en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo
está crucificado para mí y yo para el mundo. Gal 6, 14.
El que ama su
vida, la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para
la vida eterna. Jn 12, 25.
Los que son de
Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Cal
5, 24.
Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame. Lc 9,
23.
Llevando siempre
en el cuerpo la Cruz de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en
nuestro cuerpo. 2 Cor 4, 10.
Si viviereis según
la carne, moriréis; más si con el espíritu mortificáis las obras de la carne,
viviréis. Rom 8, 13.
Castigo mi cuerpo
y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a los otros venga yo a ser
reprobado. I Cor 9, 27.
Mortificad, pues,
vuestros miembros de hombre terreno. Col 3, 5.
Necesidad de
mortificar la carne y todas las concupiscencias para tener la vida del
espíritu: Rom 6, 12; 8, 12-13.
La verdadera
caridad impone privaciones para socorrer al prójimo: 2 Cor 8, 2-5.
Mortificación de
la lengua: Sant 1, 26; 3, 3-12.
La mortificación
es principio de paz: Sant 4, 1-10.
Las Palabras de Dios no dejan dudas sobre la necesidad de
desarrollar el hábito de la mortificación para todo aquel que quiera profesar
la religión cristiana.
XI) SELECCIÓN DE
TEXTOS SOBRE LA MORTIFICACIÓN.[36]
La mortificación cristiana, por su máxima importancia para
la vida espiritual, ha sido motivo especial de estudio desde los primeros
tiempos de la Iglesia.
Agregamos a continuación un conjunto de citas con enseñanzas
de santos, doctores y padres de la Iglesia, en las que se da cuenta de la trascendencia que tiene la
mortificación dentro de la espiritualidad cristiana.[37]
Necesidad de la
mortificación.
3596 (La
penitencia) purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al
espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la
concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de
la castidad (SAN AGUSTIN, Sermón 73).
3597 Tomar la
cruz—el cumplimiento costoso del deber o la mortificación cristiana asumida
voluntariamente—es [...] componente indispensable del seguimiento de
Jesucristo. Si alguno quiere venir en pos de mí—dice el Señor—niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día y sígame (Lc 9, 23). Estas palabras de Jesús
conservan hoy su vigencia de siempre porque son palabras dichas a todos los
hombres de todos los tiempos, y expresan una condición inexcusable del
seguimiento de Cristo: y el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi
discípulo (Lc 14, 27). Un Cristianismo del que pretendiera arrancarse la cruz
de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas
prácticas serían hoy residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una
época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan sólo de nombre; pero
ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de
Cristo los pasos de los hombres. J. ORLANDIS, Las bienaventuranzas, Pamplona
1982, pp. 71-72).
3598 Al ser, pues,
nocivo para el cuerpo el demasiado cuidado y un obstáculo para su alma, es una
locura manifiesta servirle y mostrarse sumiso con él (SAN BASILIO, Discurso a
los jóvenes).
3599 Este gusto
por la virtud no se adquiere sino a trueque de una profunda contrición del
corazón y una perfecta mortificación de los sentidos (CASIANO, Colaciones, 5).
3600 La pureza del
alma está en razón directa de la mortificación del cuerpo. Ambas van a la par.
No podemos, pues, gozar de la perpetua castidad si no nos resolvemos a guardar
una norma constante en la temperancia (CASIANO, Instituciones, 5).
3601 El resultado
de la mortificación debe ser el abandono de las malas acciones y de las
voluntades injustas. Y esto no excusa de practicarla a quienes están enfermos,
pues en un cuerpo débil puede encontrarse un alma sana (SAN LEÓN, en Catena
Aurea, vol. 1, pp. 281-282).
3602 ¡Desde el
momento en que un cristiano abandona las lágrimas, el dolor de sus pecados y la
mortificación, podemos decir que de él ha desaparecido la religión! Para
conservar en nosotros la fe, es preciso que estemos siempre ocupados en
combatir nuestras inclinaciones y en llorar nuestras miserias (SANTO CURA DE
ARS, Sermón sobre la penitencia).
3603 Donde no hay
mortificación no hay virtud (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 180).
3604 Al decir
porque son pocos los que la encuentran (la senda estrecha), manifiesta la
desidia de muchos; y por eso advirtió a los que le escuchaban que no atendiesen
al bienestar de muchos, sino a los trabajos de los pocos (SAN JUAN CRISÓSTOMO,
en Catena Aurea, vol. I, pp. 438-439).
3605 El sacrificio
del cuerpo y su aflicción es acepto a Dios, si no va separado de la penitencia;
ciertamente es un verdadero culto a Dios (CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Stromata, 5).
3606 La Iglesia
exige la mortificación externa corporal para declarar las virtudes de un siervo
de Dios (BENEDICTO XIV, cfr. De boatificocione Sanctorum, III).
3607 Quien a Dios
busca queriendo continuar con sus gustos, lo busca de noche y, de noche, no lo
encontrará (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 3, 3).
3608 Si queremos
guardar la más bella de todas las virtudes, que es la castidad, hemos de saber
que ella es una rosa que solamente florece entre espinas; y, por consiguiente,
sólo la hallaremos, como todas las demás virtudes, en una persona mortificada (SANTO
CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).
3609 El que no es
perfectamente mortificado en sí, pronto es tentado y vencido en cosas bajas y
viles (Imitación de Cristo, I. 1).
La oración
acompañada de mortificación.
3610 Creer que
admite a Su amistad a gente regalada y sin trabajos es disparate (SANTA TERESA,
Camino de perfección, 18, 2).
3611 Si no eres
mortificado, nunca serás alma de oración (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n.
172).
«Mortificaciones pequeñas>>. Algunos ejemplos y
detalles
3612 Es necesario
[...] ser muy generosos [...] y tener gran valor para despreciar nuestras malas
inclinaciones, nuestro mal humor, nuestras rarezas y sensiblerías, mortificando
continuamente todo esto en todas las ocasiones (SAN FRANCISCO DE SALES, Plática
XIV, Del juicio propio, 1. c.).
3613 En la comida
no debes sentir disgusto cuando los alimentos no sean de tu agrado; haz, más
bien, como los pobrecitos de Jesucristo, que comen de buen grado lo que les
dan, y dan las gracias a la Providencia (J. PECCI—León Xlll— Práctica de la
humildad, 24).
3614 Difícilmente
se refrenarán las pasiones ocultas y más violentas de la carne, si [...] se es
incapaz de mortificar siquiera un poco las delicias del paladar (CASIANO,
Colaciones, 5).
3615 Un buen
cristiano no come nunca sin mortificarse en algo (SANTO CURA DE ARS, Sermón
sobre la penitencia).
3616 Debe ponerse
en guardia contra estas tres especies de gula mediante una triple observancia.
Ante todo, deberá esperar, para comer, la hora fijada; luego, se contentará con
una cantidad prudente, no permitiéndose llegar hasta el exceso; por último,
comerá de cualesquiera manjares y especialmente de los que puedan obtenerse a
un precio módico (CASIANO, Instituciones, 5).
3617 Los
cotidianos, aunque ligeros, actos de caridad: el dolor de cabeza o de muelas;
las extravagancias del marido o de la mujer; el quebrarse un brazo; aquel
desprecio o gesto; el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella
incomodidad de recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar;
aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en
suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son
agradabilísimas a la divina Bondad, que por solo un vaso de agua ha prometido a
sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida. Y como estas
ocasiones se encuentran a cada instante, si se aprovechan son excelente medio
de atesorar muchas riquezas espirituales (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la
vida devota, lll. 35).
3618 También es
muy cierto que aquel que ama los placeres, que busca sus comodidades, que huye
de las ocasiones de sufrir, que se inquieta, que murmura, que reprende y se
impacienta porque la cosa más insignificante no marcha según su voluntad y
deseo, el tal, de cristiano sólo tiene el nombre; solamente sirve para
deshonrar su religión, pues Jesucristo ha dicho: Aquel que quiera venir en pos
de mí, renúnciese a sí mismo, lleve su cruz todos los días de su vida, y sígame
(SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la penitencia).
3619 Prepárate
[...] a sufrir por nuestro Señor muchas y grandes aflicciones, y aun también el
martirio; resuélvete a sacrificarle lo que más estimas si quieres recibirle,
sea el padre, la madre, el hermano, el marido, la mujer, los hijos, tus mismos
ojos y tu propia vida, porque a todo ello ha de estar preparado tu corazón;
pero en tanto que la divina Providencia no te envía tan sensibles y grandes
aflicciones, en tanto que no exige de ti el sacrificio de tus ojos, sacrifícale
a lo menos tus cabellos, quiero decir que sufras con paciencia aquellas ligeras
injurias, leves incomodidades y pérdidas de poca consideración que ocurren cada
día, pues aprovechando con amor y dilección estas ocasioncillas, conquistarás
enteramente su corazón y le harás del todo tuyo (SAN FRANCISCO DE SALES,
Introd. a la vida devota, 3, 35).
3620 Donde más
fácilmente encontraremos la mortificación es en las cosas ordinarias y
corrientes: en el trabajo intenso, constante y ordenado; sabiendo que el mejor
espíritu de sacrificio es la perseverancia por acabar con perfección la labor
comenzada; en la puntualidad, llenando de minutos heroicos el día; en el
cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de servicio, que nos
hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los detalles de
caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el mundo: una
sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de
penitencia... Tiene espíritu de penitencia el que sabe vencerse todos los días,
ofreciendo al Señor, sin espectáculo, mil cosas pequeñas (J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, en Gran Enciclopedia Rialp 16, 336).
La mortificación
interior.
3621 Mas, me
diréis vosotros, ¿cuántas clases de mortificaciones hay? Hay dos: una es
interior, otra es exterior, pero las dos van siempre juntas (SANTO CURA DE ARS,
Sermón sobre la penitencia).
3622 Si la salud
poco firme u otras causas no permiten a alguien mayores austeridades
corporales, no por ello le dispensan jamás de la vigilancia y de la
mortificación interior (Pio Xll, Enc. Sacra virginitas, 25-3-1954).
3623 Así, aunque
viva en la soledad o retirado en una celda, la vanidad le hace deambular con la
mente por casas y monasterios, y le muestra en su fantasía una multitud de
almas que se convierten al imperio y eficacia de su palabra. El desgraciado,
juguete de tales quimeras, parece sumergido en un profundo sueño. De ordinario
vive seducido por la dulzura de estos pensamientos. Absorto en tales imágenes,
ni advierte lo que hace ni se da cuenta de lo que sucede en torno. Ni siquiera
repara en la presencia de sus hermanos. El infeliz va meciéndose, cual si
fueran verdad, en las fantasías que soñó despierto (CASIANO, Instituciones,
11).
3624 Si haces
alguna mortificación extraordinaria, procura preservarte del veneno de la vanagloria,
que destruye a menudo todo su mérito (J. PECCI—León XIII—, Práctica de la
humildad, 34)
3625 Es
ciertamente imposible que la mente no se vea envuelta en múltiples
pensamientos; pero aceptarlos o rechazarlos sí que es posible al que se lo
propone. Aunque su nacimiento no depende enteramente de nosotros, está desde
luego en nuestra mano el darles acogida o soslayarlos (con la ayuda de la
gracia) (CASIANO, Colaciones, 1).
Alegría en la
mortificación.
3626 Mortificación
no es pesimismo, ni espíritu agrio (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa,
37).
3627 (Cuando
ayunes, unge tu cabeza y lava tu cara...). Aquí se habla de la costumbre que
existía en Palestina de ungirse la cabeza los días de fiesta, y mandó el Señor
que cuando ayunemos nos manifestemos contentos y alegres (SAN JERÓNIMO, en
Catena Aurea, vol. I, p. 380).
XII) EPILOGO.
En el curso de este trabajo hemos puesto de manifiesto la
importancia que tiene el entrenamiento (mortificaciones) de las facultades
humanas para el desarrollo moral y espiritual de la persona.
Hicimos hincapié en las razones por las que los enemigos del
cristianismo denuestan con virulencia estas disciplinas formativas de los
profesos cristianos.
Nos referimos específicamente al concepto de mortificación,
a sus clases, a sus beneficios, a su naturaleza y a sus principios.
Identificamos las distintas facultades con que cuenta el ser
humano y las diferenciamos entre aquellas que dependen de su voluntad y
aquellas que provienen y son movidas por el Espíritu Santo.
Distinguimos las facultades que los iniciados cristianos pueden
-y deben- mejorar por medio de la mortificación (las movidas por la voluntad
humana) y las que se encuentran al margen de esta posibilidad (las movidas por
el Espíritu Santo).
Con la finalidad de contribuir al crecimiento personal de
quienes deseen profesar la fe de Cristo desagregamos las facultades humanas,
explicamos en que consiste cada una de ellas y las agrupamos en tres categorías
según su naturaleza: Las facultades del cuerpo, las facultades del alma y las
facultades del espíritu.
En el caso de las facultades espirituales (dones y frutos), que -como
dijimos- son movidas por el Espíritu Santo, explicamos la forma en que las
mortificaciones influyen indirectamente en la evolución de las mismas. Y
aclaramos que esta influencia no se extendía a los carismas, por ser éstos
independientes de la conducta de la persona que los recibe.
Incorporamos citas de la Sagradas Escrituras en las que por
revelación divina se nos hace saber que en la lucha por la salvación de nuestra
alma debemos valernos de las mortificaciones. Y sumamos una selección de textos
de santos, de doctores y de padres de la Iglesia que dan cuenta de la utilidad
de las prácticas de mortificación para el desarrollo de la espiritualidad
cristiana.
Como Anexo I incluimos un destacado trabajo sobre la
mortificación realizado por el cardenal Désiré Mercier.
Ahora, en la parte final de nuestra tarea, reflexionaremos
sobre las razones por las que a lo largo de la historia se ha valorado de
manera peyorativa al hombre medio de las respectivas épocas, con la intención
de extraer alguna conclusión que pueda resultar útil para el desarrollo de la
persona de hoy.
Abordaremos la ponderación negativa aludida de manera breve
y genérica, limitándonos a recordar que el <hombre medio> ha sido
calificado por distinguidos pensadores de diferentes épocas como: vulgar,
mediocre, gris, adocenado, incoloro, “light”, insignificante, común, regular,
anodino, mediano, intrascendente, profano, simplón, entre otros adjetivos
descalificatorios. Asimismo, que el conjunto de <<hombres medios>> ha
sido referido como: turba, masa, vulgo, medianía, etc.
Partiendo de ese criterio, se vuelve ineludible que nos
preguntemos ¿Por qué se valoraban despreciativamente al <hombre medio>?
Y la respuesta es que ese menosprecio por los <hombres
medios> se debía a su exiguo desarrollo espiritual y moral; ocasionado por
su escaso conocimiento de sí mismos, por el estado anárquico de sus facultades y,
consecuentemente, por la falta de dominio sobre sus personas y los graves
vicios sobrevinientes en ese estado de descontrol. (Situaciones que conservan
plena vigencia en la actualidad y a las que se deben agregar, si observamos la
cuestión desde una óptica cristiana, los resabios del pecado original que afectan a la naturaleza
humana).
Sin embargo, es habitual que las personas incurran en un
grave error al considerar esa cuestión. Y los sujetos que tienen algo más de
estudios formales que el promedio, un nivel cultural que sobrepasa la media,
una posición social o profesional de cierta relevancia o un poco más de dinero
-o mucho más, lo mismo es al efecto- se consideran fuera de la categoría de <hombre
medio, común o mediocre>, según prefiramos denominarlos.
Así se da que inmersos en la confusión que les genera algún
tipo de éxito mundano se desentienden de la evolución de los múltiples y
complejos elementos del cuerpo y del alma, permitiéndoles que avancen sin norte
y que se terminen corrompiendo por su falta de educación y ejercitación.
De ese modo, se ven satisfechos inicialmente por un frívolo
modelo de éxito personal y más adelante terminan sumergidos en las tinieblas
del descontrol y la desesperación, que irremediablemente los aleja de la felicidad que tanto ansían.
Sólo quienes advierten ese grave error y comprenden sus aún
más graves consecuencias pueden decidir libremente si desean continuar en la
mediocridad o si optan por transitar el camino de la superación personal hasta
la máxima expresión humana; asumiendo todos los sacrificios que esta última
alternativa impone como contraprestación del inmenso beneficio que ofrece.
Para hacer efectiva esta última posibilidad, es
imprescindible trabajar arduamente sobre nuestro cuerpo, nuestros sentidos
exteriores e interiores, nuestras pasiones y nuestras potencias.
Labor que deberemos cumplir siendo plenamente conscientes de
que si fracasamos al intentar disciplinar las facultades de nuestro cuerpo y de
nuestra alma y en generar las condiciones para que nuestras facultades
espirituales puedan alcanzar todo su potencial, quedaremos reducidos a la
condición de <hombre medio, común o mediocre>, con todos sus vicios,
defectos, miserias y claudicaciones. Y, paradójicamente, con todos los
sufrimientos que éste pretende evitar a cualquier precio.
Asimismo, deberemos
trabajar sobre nosotros conociendo que la esencia del <hombre mediocre>
no la cambian los títulos, los cargos o los grados que ostentemos, ni la
posición cultural, social o económica que tengamos. Y, lo más importante,
sabiendo que en caso de quedar inmersos en la mediocridad nuestra alma tendrá
grandes probabilidades del ser condenada al fuego eterno del Infierno.
Todas esas rigurosas tareas deberemos hacerlas en gracia de
Dios, con una fuerte decisión de conocernos y mejorarnos. Vale decir con una
inquebrantable voluntad de desarrollar nuestras virtudes cardinales y
teologales, de erradicar nuestros vicios, de buscar la reconstrucción de
nuestra naturaleza dañada por la caída original, de perseguir la santidad (que es
lo único que trae felicidad en esta vida efímera) y de luchar con firmeza por
la salvación de nuestra alma para la vida eterna.
Llegamos así al final de este trabajo con la ilusión de que
pueda ser de alguna utilidad para mejorar en nuestra profesión de fe cristiana.
Y, particularmente, con la expectativa de que nos sirva para
asumir con decisión que:
Sin mortificación no hay virtud y que, por
ende, sin mortificarnos jamás lograremos alcanzar una moral natural consistente, ni ser hombres de oración, ni desarrollar una
fe sólida, ni vivir con
consciencia de la presencia de Dios, ni reconstruir nuestra naturaleza viciada por
el pecado original, ni encontrar la luz que nos permita salir de las tinieblas
de la mediocridad y convertirnos en el hombre nuevo que esté en condiciones de
tomar su cruz y seguir a Cristo Nuestro Señor.
Dr. Alejandro
Oscar De Salvo.
TRABAJO DEL
CARDENAL DÉSIRÉ MERCIER
OBJETO DE LA
MORTIFICACIÓN CRISTIANA
La mortificación cristiana tiene por objeto neutralizar las influencias
malignas que el pecado original sigue ejerciendo en nuestras almas, incluso
después de haber sido regeneradas por el Bautismo.
Nuestra regeneración en Cristo, a pesar de vencer
completamente al pecado en nosotros, nos deja sin embargo muy lejos de la
rectitud y de la paz original. El Concilio de Trento reconoce que la
concupiscencia, es decir, la triple inclinación de la carne, de los ojos y de
la soberbia, se hace sentir en nosotros, incluso después del Bautismo, con el
fin de excitarnos al combate glorioso de la vida cristiana (1). La Escritura
llama a esta triple concupiscencia en algún momento el hombre viejo, opuesto al
hombre nuevo que es Jesús viviendo en nosotros y nosotros viviendo en Jesús, y
otras veces la carne o la naturaleza caída opuesta al espíritu o la naturaleza
regenerada por la gracia sobrenatural. Es este hombre viejo o esta carne, es
decir todo el hombre con su doble vida moral y física, a quien es preciso, no
digo ya aniquilar, pues esto es imposible mientras dure la vida presente, sino
mortificar, es decir reducir prácticamente a la impotencia, a la inercia y a la
esterilidad de un muerto; hay que impedir que nos dé su fruto propio, que es el
pecado, y anular su acción en toda nuestra vida moral.
La mortificación cristiana se debe pues extender a todo el
hombre, llegar a todas las actividades en las que nuestra naturaleza se
desenvuelve.
Tal es el objeto de la virtud de la mortificación: nosotros
vamos a indicar su práctica, y cómo se realiza en nosotros, recorriendo sucesivamente
las múltiples manifestaciones de la actividad humana.
La actividad orgánica o la vida corporal.
La actividad sensible, que se ejerce, bien bajo la forma de
conocimiento sensible por los sentidos externos, o por la imaginación, bien
bajo la forma de apetito sensible o de pasión.
La actividad racional y libre, principio de nuestros
pensamientos y de nuestros juicios y de las determinaciones de nuestra
voluntad.
Consideraremos a continuación la manifestación externa de la
vida de nuestra alma o nuestros actos externos.
Por fin, el intercambio de nuestras relaciones con el
prójimo.
EJERCICIO DE LA
MORTIFICACIÓN CRISTIANA
I. MORTIFICACIÓN
DEL CUERPO
1. Respecto a los alimentos, cíñanse, tanto como les sea
posible, a lo estrictamente necesario. Mediten estas palabras que San Agustín
dirigía a Dios: «Me habéis enseñado, oh Dios mío, a tomar los alimentos como
medicinas. ¡Ay!, Señor, ¿y quién de nosotros en este aspecto no va más allá de
lo estipulado? Si se encuentra uno, declaro que es un gran hombre y que debe
dar mucha gloria a vuestro Nombre» (Conf. L. X, cap. 31).
2. Oren a Dios a menudo, rogad a Dios todos los días para
que los preserve, por su Gracia, de sobrepasar los límites de la necesidad y
para que no permita que caigan en la red del placer.
3. No tomen nada entre las comidas, salvo si la necesidad o
la conveniencia lo indican.
4. Practiquen la abstinencia y el ayuno, pero solamente bajo
obediencia y con discreción.
5. No está prohibido que prueben o degusten algo refinado,
pero háganlo con intención pura y bendiciendo a Dios.
6. Regulen el tiempo de descanso, evitando todo tipo de
pereza, de desidia, especialmente por la mañana. Si pueden, establezcan una
hora para acostarse y una para levantarse y aténganse a ella con toda energía.
7. En general, no se entreguen al descanso más allá de lo
necesario; préstense con generosidad al trabajo, no escatimando energías. No se
agoten, pero tampoco entreguen el cuerpo a la molicie; en cuanto sientan en él
un primer atisbo de sublevación, trátenlo como a un esclavo.
8. Si sienten alguna leve indisposición, tengan cuidado de
no molestar a los demás con su mal humor; dejen que sus hermanos se conduelan
de ustedes por propia iniciativa; ustedes sean pacientes y mudos como el
Cordero de Dios, que cargó sobre sí todas nuestras flaquezas.
9. Eviten el ser dispensados o relevados de sus obligaciones
con la excusa de cualquier mínima dolencia. «Hay que odiar como si de peste se
tratase toda dispensa referente a las Reglas», escribía San Juan Berchmans.
10. Reciban con docilidad, soporten humildemente,
pacientemente, con perseverancia, la penosa mortificación que se llama
enfermedad.
II. MORTIFICACIÓN
DE LOS SENTIDOS, DE LA IMAGINACIÓN Y DE LAS PASIONES
1. Alejen su mirada siempre y en todo momento de cualquier
escena peligrosa e incluso tengan el valor de hacerlo respecto a todo lo que es
vano e inútil. Vean sin mirar: no se fijen en nadie para observar su belleza o
su fealdad.
2. Cierren sus oídos a las insinuaciones halagüeñas, a las
alabanzas, a las seducciones, a los malos consejos, a las maledicencias, a las
bromas hirientes, a las indiscreciones, a la crítica malevolente, a las
sospechas temerarias y a toda palabra que pueda causar, entre dos almas, el más
mínimo distanciamiento.
3. Si el sentido del olfato es ofendido por ciertas
dolencias o enfermedades del prójimo, no se quejen nunca de ello sino, por el
contrario, conviértanlo en fuente de santa alegría.
4. En lo que respecta a la cantidad de los alimentos,
¡presten suma atención al consejo de Nuestro Señor! «Comed lo que se os sirva».
«Los buenos alimentos tomadlos sin complacencias, los malos sin manifestar
vuestra repugnancia, con la misma indiferencia ante unos y ante otros; ésta es
–dice San Francisco de Sales– la verdadera mortificación».
5. Ofrezcan a Dios sus comidas, prívense de algo al comer,
por ejemplo: no añadan ese poco de sal, ni tomen ese vaso de vino, ni ese
manjar, etc.; sus comensales no se darán cuenta, pero Dios lo recompensará.
6. Si lo que se les ofrece les agrada sobremanera, piensen
que a Nuestro Señor en la Cruz le fue ofrecido hiel y vinagre; eso no les
impedirá saborearlo, pero si equilibrará el placer que experimenten.
7. Hay que evitar todo contacto sensual, cualquier caricia
acompañada de cierta pasión, o bien buscando o experimentando un gozo
especialmente sensible.
8. Prescindan de acercarse a la estufa o al radiador,
excepto que lo necesiten para evitar una indisposición de salud.
9. Resígnense a las mortificaciones que impone la propia
Naturaleza; especialmente el frío del invierno, el calor del verano, la
incomodidad en el dormir y demás molestias por el estilo. Pongan buena cara
ante las variaciones del tiempo y sonrían, sea cual sea la temperatura del
ambiente. Digan como el profeta: «Frío, calor, lluvia, bendecid al Señor».
Dichosos si pudiéramos llegar a decir con corazón sincero
esta expresión que era familiar a San Francisco de Sales: «Nunca me encuentro
mejor que cuando no estoy bien».
10. Mortifiquen su imaginación cuando los seduzca con el
señuelo de una situación brillante, cuando los aflija con la perspectiva de un
futuro sombrío, o cuando los irrite con el recuerdo de una palabra o de una
acción que los hayan ofendido.
11. Si sienten en su interior la necesidad de soñar, corten
de raíz ese empuje, sin piedad.
12. Mortifíquense con el mayor celo en cuanto se refiere a
la impaciencia, la irritación o la ira.
13. Examinen profundamente sus deseos y sométanlos al
dominio de la razón y de la fe: ¿no desean acaso una larga vida más bien que
una vida santa? ¿Placer y bienestar sin penas ni dolores, victorias sin
combates, éxitos sin contratiempos, aplausos sin críticas, una vida cómoda,
tranquila sin ningún género de cruz, es decir una vida completamente opuesta a
la de Nuestro Divino Salvador?
14. Tengan cuidado de no adquirir ciertas costumbres que,
sin ser positivamente malas, pueden llegar a ser funestas, tales como las
lecturas frívolas, los juegos de azar, etc.
15. Busquen cuál es su defecto dominante, y cuando lo hayan
descubierto, persíganlo hasta lo más recóndito. A este respecto, sométanse con
docilidad al examen particular con todo lo que él pueda conllevar de monotonía
y tedio.
16. No está prohibido tener y demostrar un corazón sensible,
pero eviten el peligro de sobrepasar el límite de lo prudente. Rechacen con
energía los apegos demasiado humanos, las amistades particulares y la
sensibilidad inconsistente y débil del corazón.
____________
1.
«Manere autem in baptizatis concupiscentiam, vel fomitem, hæc sancta Sinodus
fatetur ET sanctit: quæ quum at agonem relicta sit, etc. Hanc concupiscentiam
aliquando Apostulus peccatum appelat… quia ex peccato est et ad peccatum
inclinat». (Conc. Trid. sess. V - Decretum de pecc. orig.)
«Ahora bien, que la concupiscencia o fomes permanezca en los
bautizados, este santo Concilio lo confiesa y siente; la cual, como haya sido
dejada para el combate, etc. Esta concupiscencia que alguna vez el Apóstol
llama pecado… sino porque procede del pecado y al pecado inclina». (Concilio de
Trento, sesión V - Decreto sobre el pecado original)
Autor del retrato de Cristo Mortificado Reynaldo Veliz Fernández.
[1] Adolphe
Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística. Págs. 417/418 Colección
Pelícano 4ta. Edición, junio 2002.
Ediciones Palabra S.A. España.
[2]
Ibídem.
[3]
Ibídem.
[4] Adolphe
Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística, pág. 408. Colección
Pelícano 4ta. Edición, junio 2002.
Ediciones Palabra S.A. España.
[5] Adolphe Tanquerey. Compendio de Teología
Ascética y Mística, pág. 407. Colección Pelícano 4ta. Edición, junio 2002. Ediciones Palabra
S.A. España.
[6] La
concupiscencia es la inclinación al mal que continúa en los hombres redimidos y
contra la cual se deben librar duras y constantes batallas para neutralizar su
influencia negativa y poder alcanzar el bien. Se presenta como un deseo
desordenado de poseer bienes materiales y gozar de placeres sensuales en
general y sexuales en particular. Por triple concupiscencia se entiende en la
tradición cristiana el deseo de la carne, el deseo de los ojos y la soberbia.
[7]
Adolphe Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística, pág. 407.
Colección Pelícano 4ta. Edición, junio
2002. Ediciones Palabra S.A. España.
[8] Adolphe
Tanquerey. Compendio de Teología Ascética y Mística, pág. 409. Colección
Pelícano 4ta. Edición, junio 2002.
Ediciones Palabra S.A. España.
[9] Desde
Definición ABC:
http://www.definicionabc.com/salud/cuerpo.php#ixzz2Mwkhp9X2
[10]
RITUAL DE LA INICIACIÓN CRISTIANA DE ADULTOS REFORMADO SEGÚN LOS DECRETOS DEL
CONCILIO VATICANO II, PROMULGADO POR MANDATO DE PABLO VI, APROBADO POR EL
EPISCOPADO ESPAÑOL Y CONFIRMADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LOS SACRAMENTOS Y EL
CULTO DIVINO.
[11]
Ibídem.
[12] Ibídem.
[13] Ibídem.
[14] Ibídem.
[15] Enciclopedia
Católica.
http://ec.aciprensa.com/e/espiritu.htm#2
[16]
Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
http://www.corazones.org/espiritualidad/espiritu_santo/dones_espiritu.htm
[17]
Ibídem.
[18] Ibídem.
[19] Ibídem.
[20] Ibídem.
[21] Ibídem.
[22] Ibídem.
[23] Ibídem.
[24] Ibídem.
[25] Ibídem.
[26] Ibídem.
[27] Ibídem.
[28] Ibídem.
[29] Síntesis
realizada del contenido extraído de
http://www.corazones.org/espiritualidad/espiritu_santo/dones_espiritu.htm
[30]
Ibídem.
[31] Ibídem.
[32] Ibídem.
[33] Ibídem.
[34]
Ibídem.
[35] Extraídas
de http://www.serviciocatolico.com/files/textos/mortific.htm
[36]
Textos extraídos de http://www.serviciocatolico.com/files/textos/mortific.htm
[37]
Las citas han sido tomadas de
http://www.serviciocatolico.com/files/textos/mortific.htm