LA RESURRECCIÓN DE LOS
MUERTOS.
TEMARIO.
I) INTRODUCCIÓN.
II) SERMÓN DEL PASTOR CHARLES HADDON SPURGEON.
III) ENSEÑANZAS DEL OBISPO ORTODOXO KALLISTOS WARE.
IV) EPÍLOGO.
LA RESURRECCIÓN DE LOS
MUERTOS.
I) INTRODUCCIÓN.
En la entrada anterior -titulada
MUERTE FÍSICA Y RESURRECCIÓN DE LA CARNE y fechada en 21 de abril de 2014- hemos abordado la temática de la resurrección de los
muertos, oportunidad en la que nos servimos de expresiones tomadas del catolicismo.
En esta entrada continuaremos con
el desarrollo del punto recurriendo a manifestaciones provenientes de otras
tradiciones cristianas.
A tal fin hemos seleccionado para
esta ocasión un memorable sermón del famoso Pastor Charles Haddon Spurgeon y un
fragmento de una obra del reconocido obispo y teólogo ortodoxo Kallistos Ware,
los que ofrecemos al lector en los puntos II) y III) siguientes.
II) SERMÓN[1] DEL PASTOR CHARLES HADDON SPURGEON[2].
(Predicado en el Púlpito de la
Capilla New Park Street en la mañana del domingo 17 de Febrero de 1856).
LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS.
"Ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de
injustos." Hechos 24: 15.
Reflexionando el otro día acerca del triste estado de las iglesias en
nuestro tiempo, fui conducido a mirar en retrospectiva a los tiempos apostólicos,
y a considerar en qué difiere la predicación de estos días, de la predicación
de los apóstoles. Noté la vasta diferencia en su estilo en relación a la
oratoria formal y determinada de la época presente. Observé que los apóstoles
no tomaban un texto cuando predicaban, ni se reducían a un solo tema, y mucho
menos a algún lugar de adoración, y más bien descubro que se paraban en
cualquier lugar y declaraban desde la plenitud de su corazón, lo que sabían de
Jesucristo. Pero la principal diferencia que observé radicaba en los temas de
su predicación. Me sorprendí cuando descubrí que el elemento principal de la
predicación de los apóstoles era la resurrección de los muertos. Encontré que
yo había estado predicando la doctrina de la gracia de Dios, que había estado
sosteniendo la elección libre, que había estado conduciendo al pueblo de Dios
de la mejor manera que podía a las profundas cosas de Su palabra; pero me
sorprendí al descubrir que no había estado copiando la manera apostólica ni
siquiera a la mitad de lo que hubiera podido hacerlo.
Los apóstoles, cuando predicaban, siempre daban testimonio de la
resurrección de Jesús, y la consecuente resurrección de los muertos. Parecería
que el Alfa y la Omega de su evangelio fue el testimonio que Jesucristo murió y
resucitó otra vez de los muertos de acuerdo a las Escrituras. Cuando eligieron
a otro apóstol en el lugar de Judas, que se convirtió en un apóstata (Hechos 1:
22), dijeron: "Uno sea hecho testigo con nosotros, de su
resurrección"; de tal forma que la esencia del oficio de un apóstol era
ser un testigo de la resurrección.
Y cumplieron muy bien su oficio. Cuando Pedro se presentó ante la
multitud, declaró que: "David habló de la resurrección de Cristo".
Cuando Pedro y Juan fueron llevados ante el concilio, la mayor causa de su
arresto fue que los gobernantes estaba resentidos "de que enseñasen al
pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos"
(Hechos 4: 2). Cuando fueron puestos en libertad después de haber sido
examinados, se nos dice que: "Con gran poder los apóstoles daban
testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre
ellos" (Hechos 4: 33). Fue esto lo que motivó la curiosidad de los
atenienses cuando Pablo predicó en medio de ellos: "Parece que es
predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de
la resurrección." Y esto provocó la risa de los areopagitas, pues cuando
habló de la resurrección de los muertos, "unos se burlaban, y otros
decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez." En verdad dijo Pablo,
cuando compareció ante el concilio de los fariseos y los saduceos: "Acerca
de la resurrección de los muertos soy juzgado hoy por vosotros." Y es
igualmente cierto que constantemente aseveraba: "si Cristo no resucitó,
vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe… aún estáis en
vuestros pecados."
La resurrección de Jesús y la resurrección de los justos son una
doctrina en la que creemos nosotros, pero que raramente predicamos o nos
interesamos en leer. Aunque he buscado en varias librerías un libro
especialmente relacionado con el tema de la resurrección, todavía no he podido
comprar ningún libro de ningún tipo relacionado con el tema; y cuando busqué en
las obras del doctor Owen, que constituyen una mina inapreciable del
conocimiento divino, y que contienen mucho que es valioso casi sobre cualquier
tema, escasamente pude encontrar, incluso allí, más que una ligera mención de
la resurrección. Ha sido clasificada como una verdad bien conocida, y, por
tanto, no ha sido discutida nunca. No han surgido herejías relacionadas con
ella; casi habría sido una misericordia si hubiesen surgido, pues siempre que
una verdad es disputada por los herejes, los ortodoxos luchan denodadamente por
ella, y el púlpito resuena con ella cada día.
Sin embargo, estoy persuadido de que hay mucho poder en esta doctrina;
y si la predico esta mañana, verán que Dios reconocerá la predicación
apostólica, y habrá conversiones. Pretendo ponerla a prueba ahora, para ver si
no hubiera algo que no podemos percibir en el presente en la resurrección de
los muertos, que sea capaz de mover los corazones de los hombres y llevarlos a
sujetarse al Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Hay muy pocos cristianos que creen en la resurrección de los muertos.
Podrían asombrarse al escuchar eso, pero no me sorprendería si descubriera que
tú mismo albergas dudas con respecto a ese tema. Por la resurrección de los
muertos se quiere expresar algo muy diferente de la inmortalidad del alma que
cada cristiano cree, y en eso está a nivel con el pagano, que cree también en
ella. La luz de la naturaleza es suficiente para decirnos que el alma es
inmortal, así que el infiel que lo duda, es un necio peor que un pagano, pues
éste, antes que la Revelación fuera dada, lo había descubierto: hay débiles
vislumbres en los hombres de razón que enseñan que el alma es una cosa tan
maravillosa que ha de perdurar para siempre.
Pero la resurrección de los muertos es una doctrina bastante diferente,
que trata, no con el alma, sino con el cuerpo. La doctrina consiste en que este
cuerpo material en el que existo ahora ha de vivir con mi alma; que no sólo es
la "chispa vital de la llama celestial" la que ha de arder en el
cielo, sino el propio incensario en el que el incienso de mi vida humea, es
santo para el Señor y ha de ser preservado para siempre.
El espíritu, todo el mundo lo confiesa, es eterno; pero ¡cuántos hay
que niegan que los cuerpos de los hombres se levantarán efectivamente de sus
tumbas en el gran día! Muchos de ustedes creen que tendrán un cuerpo en el
cielo, pero creen que será un fantasmal cuerpo etéreo, en lugar de creer que
será un cuerpo semejante a este: carne y sangre (aunque no el mismo tipo de
carne, pues no toda carne es la misma carne), un cuerpo sustancial, sólido, tal
como el que tenemos aquí.
Y hay un grupo todavía menor de personas entre ustedes que creen que
los impíos tendrán cuerpos en el infierno; pues está ganando terreno por
doquier la convicción de que no habrá tormentos positivos para los condenados
que afecten sus cuerpos, sino que habrá de ser un fuego metafórico, un azufre
metafórico, unas cadenas metafóricas y una tortura metafórica.
Pero si fueran cristianos como profesan serlo, creerían que cada hombre
mortal que haya existido jamás no solamente vivirá por la inmortalidad de su
alma, sino que su cuerpo vivirá otra vez, que la propia carne en la que camina
ahora en la tierra es tan eterna como el alma, y existirá eternamente. Esa es
la peculiar doctrina del cristianismo.
Los paganos no adivinaron ni imaginaron nunca tal cosa, y, por ello,
cuando Pablo habló de la resurrección de los muertos, "unos se
burlaban", lo que demuestra que entendían que hablaba de la resurrección
del cuerpo, pues no se habrían burlado si sólo hubiera hablado de la
inmortalidad del alma, pues eso ya había sido proclamado por Platón y Sócrates,
y había sido recibido con reverencia.
Ahora estamos a punto de predicar que habrá una resurrección de los
muertos, tanto de los justos como de los injustos. Vamos a considerar primero
la resurrección de los justos; y, en segundo lugar, la resurrección de los
injustos.
I. Habrá UNA RESURRECCIÓN DE LOS
JUSTOS.
La primera prueba que ofreceré de esto, es que ha sido la constante e
invariable verdad de los santos desde los primeros períodos del tiempo. Abraham
creía en la resurrección de los muertos, pues se dice en la Epístola a los
Hebreos, en el capítulo 11, y en el versículo 19, que "pensaba que Dios es
poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado,
también le volvió a recibir." No albergo ninguna duda de que José creía en
la resurrección, pues dio instrucciones concernientes a sus huesos; y
seguramente no habría sido tan cuidadoso de su cuerpo, si no hubiera creído que
habría de ser resucitado de los muertos. El patriarca Job era un firme creyente
en la resurrección, pues comentó en el texto que es citado repetidamente (Job
19: 25, 26): "Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el
polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios."
David creía en la resurrección más allá de cualquier sombra de duda, pues cantó
de Cristo: "Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu
Santo vea corrupción." Daniel creyó en ella, pues dijo que: "muchos
de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida
eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua." Las almas no duermen
en el polvo; los cuerpos sí.
Les hará bien acudir a uno o dos pasajes para ver qué pensaban estos
santos hombres. Por ejemplo, en Isaías, en 26: 19, se lee: "Tus muertos
vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo!,
porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus
muertos." No ofreceremos ninguna explicación. El texto es positivo y
seguro.
Dejemos que hable otro profeta: Oseas, en el capítulo 6 y versículos 1
y 2: "Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió,
y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos
resucitará, y viviremos delante de él." Aunque esto no declara la resurrección,
la usa como una figura que no sería útil si no fuera considerada como una
verdad establecida. Pablo también declara en Hebreos 11: 35, que esa fue la fe
constante de los mártires, pues dice: "Otros fueron atormentados, no
aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección."
Todos esos hombres y mujeres santos que, durante el tiempo de los
Macabeos, se mantuvieron firmes por su fe, y soportaron el fuego y la espada e
inenarrables torturas, creyeron en la resurrección, y esa resurrección los
estimulaba para entregar sus cuerpos a las llamas, sin que les importara ni
siquiera la muerte, sino que creían que después alcanzarían una bendita
resurrección.
Pero nuestro Señor trajo la resurrección a la luz de la manera más
excelente, pues explícita y frecuentemente la declaró. "No os maravilléis
de esto"; -dijo- "porque vendrá hora cuando todos los que están en
los sepulcros oirán su voz." "Viene la hora cuando llamará a los
muertos a juicio, y estarán delante de su trono." En verdad, en toda Su
predicación hubo un flujo continuo de una creencia firme, y de una positiva
declaración pública de la resurrección de los muertos. No los abrumaré con
pasajes de los escritos de los apóstoles: ellos abundan en el tema. De hecho,
la Santa Escritura está tan llena de esta doctrina que me sorprende, hermanos,
que nos hubiéramos apartado tan pronto de la firmeza de nuestra fe, y que se
llegara a creer en muchas iglesias que los cuerpos materiales de los santos no
vivirán otra vez, y especialmente que los cuerpos de los impíos no tendrán una
existencia futura. Nosotros sostenemos según nuestro texto, que "ha de
haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos."
Una segunda prueba, pensamos, la encontramos en la transposición de
Enoc y Elías al cielo. Leemos de dos hombres que fueron al cielo en sus
cuerpos. "Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó
Dios"; y Elías fue transportado al cielo en un carro de fuego. Ninguno de
estos hombres dejó sus cenizas en el sepulcro: ninguno dejó su cuerpo para que
fuera consumido por el gusano, y ambos ascendieron a lo alto en sus cuerpos
mortales (sin duda cambiados y glorificados). Ahora, esos dos individuos fueron
la garantía de que todos hemos de resucitar de la misma manera. ¿Sería
verosímil que dos espíritus relumbrantes estuvieran en el cielo vestidos de
carne, mientras que el resto de nosotros estuviéramos desvestidos? ¿Sería algo
razonable que Enoc y Elías fueran los únicos santos que tuvieran sus cuerpos en
el cielo, y que nosotros estuviéramos allí únicamente en nuestras almas,
¡pobres almas!, anhelando contar otra vez con nuestros cuerpos?
No; nuestra fe nos dice que habiendo ido estos dos hombres al cielo con
seguridad, como lo expresa John Bunyan, por un puente que nadie más pisó,
gracias al cual no se vieron en la necesidad de vadear el río, nosotros seremos
alzados de las aguas, y nuestra carne no morará para siempre en la corrupción.
Hay un notable pasaje en Judas, en el que se habla de que cuando el
arcángel Miguel contendía con el diablo por el cuerpo de Moisés, no se atrevió
a proferir "juicio de maldición". Ahora, esto se refiere a la gran
doctrina de que los ángeles vigilan los huesos de los santos. Ciertamente nos
informa que el cuerpo de Moisés era vigilado por un grandioso arcángel; el
diablo pensaba turbar ese cuerpo, pero Miguel contendía con él por esa causa.
Ahora, ¿habría una contención acerca de ese cuerpo si no hubiese sido de ningún
valor? ¿Contendería Miguel por aquello que habría de servir únicamente de
alimento de los gusanos? ¿Lucharía con el enemigo por aquello que habría de ser
esparcido a los cuatro vientos del cielo, para no ser reunido nunca en una
armazón más buena y nueva? No; seguramente que no.
De esto aprendemos que un ángel vigila sobre cada tumba. No es una
ficción cuando esculpimos sobre el mármol los querubes con sus alas. Hay
querubes con alas extendidas sobre las lápidas sepulcrales de todos los justos;
ay, y donde "los rústicos antepasados de aldea duermen", en algún
rincón recubierto de ortigas, allí está un ángel noche y día para vigilar cada
hueso y proteger cada átomo, para que en la resurrección esos cuerpos, con más
gloria de la que tuvieron en la tierra, puedan levantarse para morar por
siempre con el Señor. La custodia de los cuerpos de los santos, por parte de
los ángeles, demuestra que resucitarán otra vez de los muertos.
Pero, además, las resurrecciones que ya han tenido lugar nos dan
esperanza y confianza de que habrá una resurrección de todos los santos. ¿No
recuerdan que está escrito que cuando Jesús resucitó de los muertos, muchos de
los santos que estaban en sus sepulcros resucitaron, y vinieron a la ciudad, y
aparecieron a muchos? ¿No han oído que Lázaro, aunque había estado muerto tres
días, salió del sepulcro a la palabra de Jesús? ¿No han leído nunca cómo la
hija de Jairo despertó del sueño de la muerte cuando Él dijo: "Talita
cumi"? ¿No le han visto nunca a las puertas de Naín, ordenando que el hijo
de la viuda se levante del féretro? ¿Han olvidado que Dorcas, que hacía
vestidos para los pobres, se sentó y vio a Pedro después de haber estado
muerta? ¿Y no recuerdan a Eutico que cayó del tercer piso abajo, y fue
levantado muerto, pero, ante la oración de Pablo, fue resucitado de nuevo? O, ¿No
vuela su imaginación al tiempo cuando el encanecido Elías se tendió sobre el niño
muerto, y el niño respiró, y estornudó siete veces, y su alma volvió a él? O, ¿No
han leído que cuando enterraron a un hombre, tan pronto como tocó los huesos
del profeta, revivió, y se levantó sobre sus pies? Estas son prendas de la
resurrección; unos cuantos especímenes, unas cuantas joyas ocasionales que son
arrojadas en el mundo para decirnos cuán llena de joyas de la resurrección está
la mano de Dios. Él nos ha dado pruebas de que es capaz de resucitar a los
muertos por la resurrección de unos cuantos que después fueron vistos en la
tierra por testigos infalibles.
Pero ahora debemos dejar estas cosas y debemos referirlos al Espíritu
Santo a modo de confirmación de la doctrina de que los cuerpos de los santos
resucitarán de nuevo. El capítulo en el que encontrarán una gran prueba está en
la Primera Epístola a los Corintios, 6: 13: "Pero el cuerpo no es para la
fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo." El cuerpo,
entonces, es del Señor. Cristo murió, no solamente para salvar mi alma, sino
para salvar mi cuerpo. Se afirma que Él "vino a buscar y a salvar lo que
se había perdido".
Cuando Adán pecó perdió su cuerpo, y perdió también su alma; era un
hombre perdido, perdido por completo. Y cuando Cristo vino para salvar a Su
pueblo, vino para salvar sus cuerpos y sus almas. "Pero el cuerpo no es
para la fornicación, sino para el Señor." ¿Acaso es este cuerpo para el
Señor, y sin embargo será devorado por la muerte? ¿Acaso es este cuerpo para el
Señor, y los vientos esparcirán muy lejos sus partículas donde nunca
encontrarán a sus congéneres? ¡No!, el cuerpo es para el Señor, y el Señor lo
tendrá. "Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará
con su poder."
Ahora miren el verso siguiente: "¿No sabéis que vuestros cuerpos
son miembros de Cristo?" No únicamente el alma es una parte de Cristo,
unida a Cristo, sino el cuerpo lo es también. Estas manos, estos pies, estos
ojos, son miembros de Cristo, si soy un hijo de Dios. Soy uno con Él, no
únicamente en cuanto a mi mente, sino uno con Él en cuanto a este cuerpo
físico. El propio cuerpo es tomado en unión. La cadena de oro que ata a Cristo
a Su pueblo se extiende alrededor del cuerpo y del alma también. ¿Acaso no dijo
el apóstol: "Los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo
digo esto respecto de Cristo y de la iglesia"? Efesios 5: 31, 32.
"Los dos serán una sola carne"; y el pueblo de Cristo no sólo es uno
con Él en espíritu sino que son "una sola carne" también. La carne
del hombre está unida con la carne del Dios-hombre; y nuestros cuerpos son
miembros de Jesucristo. Bien, mientras viva la cabeza, el cuerpo no puede
morir; y mientras Jesús viva, los miembros no pueden perecer.
Además, el apóstol dice, en el versículo 19: "¿O ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por
precio." Dice que este cuerpo es el templo del Espíritu Santo; y cuando el
Espíritu Santo mora en un cuerpo, no sólo lo santifica, sino que lo vuelve
eterno. El templo del Espíritu Santo es tan eterno como el Espíritu Santo. Se
pueden demoler otros templos y sus dioses también, pero el Espíritu Santo no
puede morir, ni "puede perecer Su templo". ¿Acaso este cuerpo que ha
contenido una vez al Espíritu Santo será pasto de gusanos siempre? ¿No será
visto más, sino que será como los huesos secos del valle? No; los huesos secos
vivirán, y el templo del Espíritu Santo será edificado otra vez. Aunque las
piernas -los pilares- de ese templo caigan, aunque los ojos -sus ventanas- se
oscurezcan, y aquellos que ven a través de ellos no vean más, sin embargo, Dios
reconstruirá este tejido, alumbrará otra vez los ojos, y restaurará sus pilares
y renovará su belleza, sí, "cuando esto corruptible se haya vestido de
incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad."
Pero el argumento fundamental con el que concluimos nuestra prueba es
que Cristo resucitó de los muertos, y, en verdad, Su pueblo lo hará también. El
capítulo que leímos al comienzo del servicio es prueba de una demostración de
que si Cristo resucitó de los muertos, todo Su pueblo ha de resucitar; que si
no hay resurrección, entonces Cristo no ha resucitado. Pero no me quedaré
considerando esta prueba por mucho tiempo, pues yo sé que todos ustedes sienten
su poder, y no hay necesidad de que yo la exponga claramente.
Como Cristo resucitó en realidad de los muertos: carne y sangre, así
será para nosotros. Cristo no era un espíritu cuando resucitó de los muertos;
Su cuerpo podía ser tocado. ¿Acaso no puso Tomás su mano en Su costado? ¿Y no
le dijo Cristo: "Palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni
huesos, como veis que yo tengo." Y si hemos de resucitar como resucitó
Cristo -y eso es lo que se nos enseña- entonces resucitaremos en nuestros
cuerpos, no como espíritus, no como excelentes cosas etéreas, hechos de no sé
qué, de alguna sustancia sumamente elástica y refinada, sino que "como el
Señor nuestro Salvador resucitó, así todos sus seguidores han de resucitar".
Resucitaremos en nuestra carne, aunque "no toda carne es la misma
carne"; resucitaremos en nuestros cuerpos, aunque no todos los cuerpos son
los mismos cuerpos; y resucitaremos en gloria, aunque no todas las glorias son
las mismas glorias. "Una carne es la de los hombres, otra carne es la de
las bestias"; y hay una carne de este cuerpo, y otra carne del cuerpo
celestial. Hay aquí un cuerpo para el alma, y otro cuerpo para el espíritu allá
arriba; y, sin embargo, será el mismo cuerpo que resucitará de nuevo del
sepulcro: el mismo, digo, en identidad, aunque no en gloria o en adaptación.
Llego ahora a algunos pensamientos prácticos derivados de esta
doctrina, antes de pasar a otras consideraciones.
Hermanos míos, qué pensamientos de consuelo hay en esta doctrina, que
afirma que los muertos resucitarán de nuevo. Algunos de nosotros hemos estado
parados junto a la tumba esta semana; y uno de nuestros hermanos, que sirvió
largamente a su Señor en nuestro medio, fue colocado en la tumba. Él fue un
hombre valiente por la verdad, infatigable en la labor, abnegado en el deber, y
siempre preparado a seguir a su Señor (se trata del señor Turner, de la escuela
Lamb and Flag), y en la máxima medida de su capacidad, fue servicial para la
iglesia. Ahora, allí se vieron algunas lágrimas derramadas: ¿saben a qué se
debían? No hubo una sola lágrima solitaria que haya sido derramada por su alma.
No tuvimos que recurrir a la doctrina de la inmortalidad del alma para que nos
diera consuelo, pues la conocíamos bien, estábamos perfectamente seguros de que
había ascendido al cielo. El servicio funerario acostumbrado en la Iglesia de
Inglaterra no nos ofrece ningún consuelo relativo al alma del creyente que ha
partido, y eso es sabio de su parte, puesto que está en la bienaventuranza,
sino que nos alienta recordándonos la resurrección prometida para el cuerpo; y
cuando hablo en relación a los muertos, no es para dar consuelo en cuanto al
alma, sino en cuanto al cuerpo. Y esta doctrina de la resurrección tiene
consuelo para los deudos en relación a la mortalidad enterrada. Ustedes no
lloran porque su padre, hermano, esposa, esposo, haya ascendido al cielo:
serían crueles si lloraran por eso. Ninguno de ustedes llora porque su amada
madre esté delante del trono, sino lloran porque su cuerpo está en la tumba,
porque esos ojos ya no pueden sonreírles, porque esas manos no pueden
acariciarles, porque esos dulces labios no pueden pronunciar melodiosas notas
de afecto. Lloran porque el cuerpo está frío, y muerto, semejante al barro.
Ustedes no lloran por el alma.
Pero yo tengo un consuelo para ustedes. Ese mismo cuerpo resucitará de
nuevo; ese ojo destellará con fuerza de nuevo; esa mano será extendida con
afecto una vez más. Créanme, no les estoy diciendo ninguna ficción. Esa misma
mano, esa mano real, esos brazos fríos, semejantes al barro, que cuelgan por el
costado y se caen al ser levantados por ustedes, sostendrán un arpa un día; y
esos pobres dedos, ahora helados y tiesos, serán agitados a lo largo de las
cuerdas vivas de las arpas de oro en el cielo. Sí, ustedes verán ese cuerpo una
vez más.
"Sus pecados innatos requieren
Que su carne vea el polvo,
Pero así como el Señor su Salvador resucitó,
Así han de hacerlo Sus seguidores."
¿No secará eso sus lágrimas? "No está muerto, sino que
duerme." No está perdido, sino que es "semilla sembrada para que
madure para la cosecha." Su cuerpo está descansando por poco tiempo,
bañándose en especias, para que sea apto para los abrazos de su Señor.
Y aquí hay consuelo para ustedes también, para ustedes, pobres
sufrientes, que sufren en sus cuerpos. Algunos de ustedes son casi mártires que
experimentan dolores de un tipo o de otro: lumbago, gota, reumatismos, y todo
tipo de tristes situaciones de las que la carne es heredera. Escasamente
transcurre un día sin que sean atormentados con un sufrimiento de algún tipo u
otro; y si no fueran lo suficientemente necios para estar auto-recetándose
siempre, podrían tener a cada rato al doctor de visita en su casa.
Aquí hay consuelo para ustedes. Ese pobre cuerpo suyo destartalado
vivirá otra vez sin sus dolores, sin sus agonías; ese pobre andamio trémulo
recibirá el reembolso de todo lo que ha sufrido. ¡Ah!, pobre esclavo negro,
cada cicatriz sobre tu espalda tendrá una franja de honor en el cielo. ¡Ah!,
pobre mártir, la crepitación de tus huesos en el fuego te ganará algunos
sonetos en la gloria; todos tus sufrimientos serán bien pagados por la
felicidad que experimentarás allá. No temas sufrir en el cuerpo, porque tu
cuerpo participará un día de tus deleites. Cada nervio se estremecerá de gozo,
cada músculo se moverá por la bienaventuranza; tus ojos destellarán con el
fuego de la eternidad; tu corazón palpitará y pulsará con bienaventuranza
inmortal; tu estructura será el canal de beatitud; el cuerpo que es con
frecuencia ahora una copa de ajenjo, será un recipiente de miel; este cuerpo
que es a menudo un panal del cual destila hiel, será un panal de
bienaventuranza para ti. Reciban consuelo, entonces, ustedes que sufren, que
languidecen desfallecidos en el lecho: no tengan miedo, pues sus cuerpos
vivirán.
Pero quiero extraer del texto una palabra de instrucción en relación a
la doctrina del reconocimiento. Muchos se preguntan perplejos si conocerán a
sus amigos en el cielo. Bien, ahora, si los cuerpos han de resucitar de los
muertos, no veo razón alguna para que no los reconozcamos. Creo que conoceré a
algunos de mis hermanos, incluso por sus espíritus, pues conozco muy bien su
carácter, habiendo hablado con ellos de las cosas de Jesús, y conociendo muy
bien las partes más prominentes de su carácter.
Pero veré también sus cuerpos. Siempre consideré como un golpe
contundente, la respuesta a la pregunta que hizo al viejo John Ryland su
esposa. ¿"Piensas", -preguntó- "que me conocerás en el
cielo"? "Vamos" -le respondió- "te conozco aquí; y, ¿crees
que seré más insensato en el cielo de lo que soy en la tierra?" La
pregunta está fuera de toda disputa. Hemos de vivir en el cielo con cuerpos, y
eso decide el asunto. Nos vamos a conocer los unos a los otros en el cielo;
pueden tomar eso como un hecho positivo, y no como una simple fantasía.
Pero ahora tendremos una palabra de advertencia, y entonces habré
concluido con esta parte de mi tema. Si sus cuerpos han de morar en el cielo,
les suplico que los cuiden. No me refiero a que tengan cuidado con lo que comen
y beben, y con lo que se han de vestir, sino que me refiero a que tengan
cuidado de que sus cuerpos no sean contaminados por el pecado. Si esta garganta
ha de gorjear para siempre los cánticos de gloria, no permitan que palabras de
impudencia la ensucien. Si estos ojos han de ver al rey en su hermosura,
entonces esta ha de ser su oración: "Aparta mis ojos, que no vean la
vanidad". Si estas manos han de sostener una rama de palma, oh, entonces
nunca han de recibir un soborno, nunca han de buscar el mal. Si estos pies han
de caminar por las calles de oro, entonces no han ser ligeros tras la maldad.
Si esta lengua ha de hablar por siempre de todo lo que Él dijo e hizo, ¡ah!,
entonces no ha de expresar cosas ligeras y frívolas. Y si este corazón ha de
palpitar para siempre con bienaventuranza, les suplico que no se lo entreguen a
extraños; tampoco le permitan extraviarse tras el mal. Si este cuerpo ha de
vivir para siempre, qué cuidado hemos de darle, pues nuestros cuerpos son
templos del Espíritu Santo, y son miembros del Señor Jesús.
Ahora, ¿creerán en esta doctrina o no? Si no creen, están excomulgados
de la fe. Esta es la fe del Evangelio; y si no creen en ella, todavía no han
recibido el Evangelio. "Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún
estáis en vuestros pecados." Los muertos en Cristo van a resucitar, y
resucitarán primero.
II. Pero ahora llegamos a LA
RESURRECCIÓN DE LOS IMPÍOS.
¿Resucitarán los impíos también? Aquí tenemos un punto de controversia.
Ahora tendré que decir algunas cosas duras: podría detenerlos un poco, pero les
ruego que me escuchen con atención. Sí, los impíos resucitarán.
La primera prueba nos es proporcionada en la segunda Epístola a los
Corintios, 5: 10: "Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras
estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo." Ahora, puesto que todos hemos
de comparecer, los impíos han de comparecer, y recibirán según lo que hayan
hecho en el cuerpo. Como el cuerpo peca, es natural que el cuerpo sea
castigado. Sería injusto castigar el alma y no el cuerpo, pues el cuerpo ha
estado tan involucrado con el pecado como lo ha estado el alma en todo momento.
Pero doquiera que voy ahora oigo que se afirma: "Los ministros en
tiempos antiguos eran proclives a decir que había fuego en el infierno para
nuestros cuerpos, pero no es así; es un fuego metafórico, un fuego
imaginario." ¡Ah!, no es así. Recibirán las cosas hechas en su cuerpo.
Aunque sus almas habrán de ser castigadas, sus cuerpos serán castigados
también. Ustedes que son sensuales y diabólicos, no se preocupan de que sus
almas sean castigadas, porque nunca piensan acerca de sus almas, pero si yo les
hablo de un castigo corporal, pensarán mucho más en él. Cristo ha dicho que el
alma será castigada, pero describió con mayor frecuencia al cuerpo en aflicción
para impresionar a Sus oyentes, pues sabía que eran sensuales y diabólicos, y
que nada que no afectara el cuerpo los tocaría en lo más mínimo. "Es
necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que
cada uno reciba según lo haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o
sea malo."
Pero este no es el único texto que demuestra la doctrina, y les daré
uno que es mejor: Mateo 5: 9: "Si tu ojo derecho te es ocasión de caer,
sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y
no que todo tu cuerpo sea echado al infierno." No dice: "que toda tu
alma", sino "todo tu cuerpo." Amigo, esto no dice que tu alma
estará en el infierno -eso es afirmado muchas veces- sino que declara
positivamente que tu cuerpo estará. Ese mismo cuerpo que ahora está parado en
el pasillo, o sentado en la banca, si llegaras a morir sin Cristo, arderá por
siempre en las llamas del infierno. No es una fantasía del hombre, sino una
verdad que tu carne material y tu sangre, y esos propios huesos sufrirán:
"todo tu cuerpo sea echado en el infierno."
Pero por si una prueba no te satisface, escucha otra extraída del mismo
Evangelio, capítulo 10: 28: "No temáis a los que matan el cuerpo, más el
alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el
cuerpo en el infierno. El infierno será un lugar para cuerpos así como para
almas. Tal como he observado, siempre que Cristo habla del infierno y del
estado perdido de los impíos, habla en todo momento de sus cuerpos; escasamente
le encuentran diciendo algo acerca de sus almas. Él dice: "Donde el gusano
de ellos no muere", que es una figura de un sufrimiento físico: el gusano
que tortura por siempre lo íntimo del corazón, como un cáncer dentro de la
propia alma.
Él habla del "fuego que no puede ser apagado." Ahora, no
comiencen a decirme que se trata de un fuego metafórico: ¿a quién le importa
eso? Si un hombre me amenazara con darme un golpe metafórico en la cabeza, poco
me preocuparía al respecto; sería bienvenido para que me diera los golpes que
quisiera. ¿Y qué dicen los impíos? "A nosotros no nos importan los fuegos
metafóricos." Pero, amigo, son reales, sí, tan reales como tú mismo. Hay
un fuego real en el infierno, tan ciertamente como ahora tienes un cuerpo real,
hay un fuego exactamente igual en todo al que tenemos en la tierra, excepto en
esto: que no consumirá, aunque te torturará.
Tú has visto al asbesto cuando está al rojo vivo dentro del fuego, pero
cuando lo sacas, no se ha consumido. De igual manera tu cuerpo será preparado
por Dios de tal manera que arderá para siempre sin ser consumido; estará
metido, no como tú consideras, en un fuego metafórico, sino en una llama real.
¿Tenía en mente nuestro Salvador una ficción cuando dijo que arrojaría cuerpo y
alma en el infierno? ¿Para qué habría un abismo si no hubiese cuerpos? ¿Por qué
el fuego, por qué las cadenas, si no fueran a estar los cuerpos allí? ¿Puede
tocar el fuego al alma? ¿Pueden encerrar el abismo a los espíritus? ¿Pueden las
cadenas atar a las almas? No; el abismo y el fuego y las cadenas son para los
cuerpos, y los cuerpos estarán allí. Tú dormirás en el polvo por poco tiempo.
Cuando mueras, tu alma será atormentada sola, -eso será un infierno
para ella- pero en el día del juicio tu cuerpo se unirá a tu alma, y entonces
tendrás infiernos gemelos, cuerpo y alma estarán juntas, ambos repletos de
dolor hasta el borde, tu alma sudando gotas de sangre por los poros más íntimos
y tu cuerpo cubierto de agonía de la cabeza a los pies; conciencia, juicio,
memoria, todos siendo torturados, pero más aún: tu cabeza siendo atormentada
por dolores desgarradores, tus ojos saltando de sus cuencas con cuadros de
sangre y dolor; tus oídos siendo atormentados con
"Tétricos gemidos y quejidos profundos.
Y alaridos de torturados espíritus."
Tu corazón palpitará precipitadamente por la fiebre; tu pulso se
agitará en agonía a una enorme velocidad; tus miembros crujirán en el fuego
como los de los mártires, pero no arderán; tú mismo, colocado en un recipiente
de aceite hirviente, estarás dolorido, pero permanecerás siendo indestructible;
todas tus venas se convertirán en una senda que será recorrida por los pies
ardientes del dolor; cada nervio será una cuerda sobre la cual el diablo tocará
por siempre su diabólica melodía del 'Lamento Inenarrable del Infierno'; tu
alma se dolerá eternamente y para siempre, y tu cuerpo palpitará al unísono con
tu alma.
¡Ficciones, señor! De nuevo lo digo: no son ficciones, y vive Dios que
se trata de una verdad sólida y severa. Si Dios es veraz, y esta Biblia es
verdadera, lo que he dicho es la verdad, y descubrirán algún día que así es.
Pero ahora debo tener un pequeño razonamiento con los impíos sobre uno
o dos puntos. Primero, razonaré con aquellos de ustedes que están muy
orgullosos de sus atractivos cuerpos, y que se arreglan con excelentes
ornamentos, y se tornan gloriosos en sus ropajes. Hay algunos de ustedes que no
tienen tiempo para la oración, pero tienen suficiente tiempo para ataviarse; no
tienen tiempo para la reunión de oración, pero tienen suficiente tiempo para
cepillarse su cabello por toda una eternidad; no tienen tiempo para doblar sus
rodillas, pero tienen tiempo abundante para tratar de parecer listos y
grandiosos. "¡Ah, fina dama, tú que cuidas tu rostro muy bien maquillado!,
recuerda qué dijo alguien en la antigüedad cuando alzó una calavera para
contemplarla:
"Díganle a ella, que aunque se cubra con una pulgada de pintura,
A este cutis ha de llegar al final."
Y algo peor que eso: ese bello rostro será marcado con las garras de
los demonios, y ese hermoso cuerpo será únicamente el instrumento del tormento.
¡Ah!, vístete para el gusano, altivo caballero; úngete para las rastreras
criaturas del sepulcro; y peor aún, ven al infierno con tu cabello empolvado:
'un caballero en el infierno'; desciende al abismo con tus preciosos vestidos;
señor mío, ve allá, para encontrarte no más alto que los demás, excepto tal vez
por una mayor tortura, y sumergido más profundamente en las llamas.
Ay, no nos conviene desperdiciar aquí tanto tiempo en las cosas
menudas, cuando hay tanto por hacer, y tan poco tiempo para hacerlo, en lo
relacionado a la salvación de las almas de los hombres. Oh Dios, nuestro Dios,
libra a los hombres de celebrar y de darle gusto a sus cuerpos, cuando sólo los
están engordando para el matadero, y alimentándolos para que sean devorados en
las llamas.
Además, óiganme cuando digo que están gratificando a sus
concupiscencias: ¿saben que esos cuerpos cuyas lascivias gratificamos aquí,
estarán en el infierno, y que tendrán las mismas concupiscencias en el infierno
que las que tiene aquí? El libertino se apresura a dar gusto a su cuerpo en lo
que desee; ¿podrá hacer eso en el infierno? ¿Podrá encontrar un lugar allí en
el gratifique su concupiscencia y encuentre indulgencia para su sucio deseo?
Aquí, el borracho puede vaciar por su garganta la copa intoxicante y mortal;
pero, ¿dónde encontrará el licor para beber en el infierno, cuando la
borrachera será tan ardiente sobre él como lo es aquí? Ay, ¿dónde encontrará
siquiera una gota de agua para refrescar su lengua ardiente? El hombre que ama
aquí la glotonería, será un glotón allá, pero ¿dónde estará la comida que le
satisfaga, cuando aunque sostuviera su dedo en alto vería que los panes se
alejan, y no le será permitido que tome ningún fruto? ¡Oh, tener tu pasiones,
y, sin embargo, no poder satisfacerlas! ¡Encerrar a un borracho en su celda y
no darle nada de beber! Se arrojaría contra la pared para conseguir el licor,
pero no hay licor para él. ¿Qué harás en el infierno, oh borracho, con esa sed
en la garganta, y no pudiendo tragar nada sino flamas que incrementan tu
suplicio?
Y, ¿Qué harás tú, oh persona disoluta, cuando todavía quisieras estar
seduciendo a otros, pero no hay nadie con quien puedas pecar? ¿Hablo
claramente? Si los hombres quieren pecar, encontrarán hombres que no se
avergüencen de reprocharles. ¡Ah, tener un cuerpo en el infierno, con todas sus
concupiscencias, pero sin el poder de satisfacerlas! ¡Cuán horrible será ese
infierno!
Pero escúchenme todavía una vez más. Oh, pobre pecador, si viera que
vas al escondrijo del inquisidor para ser atormentado, ¿no te rogaría que te
detuvieras antes de que traspasaras el umbral? Y ahora te estoy hablando de
cosas que son reales. Si estuviera esta mañana sobre un escenario, y estuviera
actuando estas cosas como si fueran fantasías, les haría llorar: haría llorar a
los piadosos al pensar que tantos serán condenados, y haría llorar a los impíos
al pensar que serán condenados. Pero cuando hablo de realidades, no los
conmueven ni la mitad de lo que lo harían las ficciones, y están sentados como
lo estaban antes de que el servicio comenzara.
Pero óiganme mientras afirmo de nuevo la verdad de Dios. Yo te digo
pecador, que esos ojos que ahora miran a la lujuria, mirarán a las aflicciones
que te han de vejar y atormentar. Esos oídos que prestas ahora para oír la canción
de la blasfemia, oirán gemidos, y quejidos, y hórridos sonidos, que sólo los
condenados conocen. Esa misma garganta por la que ahora derramas la bebida,
estará llena de fuego. Esos propios labios y brazos tuyos serán torturados al
mismo tiempo. Vamos, si tú tienes un dolor de cabeza, correrías a tu médico;
pero, ¿qué harás cuando tu cabeza, y tu corazón, y tus manos, y tus pies te
duelan todos a la vez? Cuando sólo tienes un dolor en tus riñones, buscas las
medicinas que te sanen, pero ¿qué harás cuando la gota, y el reumatismo, y le
vértigo y todo lo vil ataquen tu cuerpo a la vez? ¿Cómo te comportarás cuando
seas aborrecible con todo tipo de enfermedad, leproso, paralítico, negro,
podrido, tus huesos te duelan, tu médula tiemble, cada miembro que tienes esté
lleno de dolor; tu cuerpo un templo de los demonios y un canal de aflicciones?
Y, ¿proseguirás a ciegas? Como va el buey al degolladero, y como lame la oveja
el cuchillo del carnicero, lo mismo ocurre con muchos de ustedes.
Señores, ustedes están viviendo sin Cristo, muchos de ustedes; son
justos con justicia propia e impíos. Uno de ustedes sale esta tarde para tomar
su porción de placer del día; otro es un fornicador en secreto; otro puede
engañar a su vecino; otro puede maldecir a Dios de vez en cuando; otro viene a
esta capilla pero en secreto es un borracho; otro parlotea acerca de la piedad,
y Dios sabe que es un hipócrita desventurado. ¿Qué harás en aquel día cuando
estés delante de tu Hacedor? Es poco que tu ministro te censure ahora; es poco
ser juzgado por el juicio del hombre; ¿qué harás cuando Dios truene, no tu
acusación, sino tu condenación: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles"?
¡Ah!, ustedes que son sensuales, yo sabía que no les conmovería nunca
mientras hablara acerca de tormentos para sus almas. ¿Les conmuevo ahora? ¡Ah,
no! Muchos de ustedes se irán y se reirán, y me llamarán -como recuerdo que me
llamaron una vez antes- "un clérigo del fuego del infierno". Bien,
vayan; pero verán un día al predicador del fuego del infierno en el cielo, tal
vez, y ustedes mismos serán echados fuera; y mirando hacia abajo con una mirada
reprobatoria, pudiera ser, les recordaré que oyeron la palabra, y no la
escucharon.
¡Ah, hombres, es algo sin importancia oírla; será algo duro soportarla!
Ahora me escuchan inconmovibles; será trabajo más duro cuando la muerte se
aferre a ustedes y estén rostizándose en el fuego. Ahora desprecian a Cristo;
no le despreciarán entonces. Ahora pueden desperdiciar sus días domingo;
entonces darían mil mundos por un domingo si pudieran tenerlo en el infierno.
Ahora pueden mofarse y burlarse; entonces no habrá ni mofas ni burlas; estarán
gritando, y aullando, y llorando y pidiendo misericordia; pero:
"No se permiten actos de perdón
En la fría tumba a la que nos apresuramos;
La oscuridad, la muerte y la larga desesperación,
Reinan en eterno silencio allí."
¡Oh, mis queridos hermanos! ¡La ira venidera! ¡La ira venidera! ¡La ira
venidera! ¿Quién de ustedes morará con el fuego consumidor? ¿Quién de ustedes
habitará con las llamas eternas? ¿Puedes hacerlo tú, amigo mío? ¿Y tú? ¿Puedes
habitar con la llama eterna? "Oh, no", -respondes- "¿Qué debo
hacer para ser salvo?" Escucha lo que Cristo tiene que decir: "Cree
en el Señor Jesucristo, y serás salvo; el que cree no será condenado".
"Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren
como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el
carmesí, vendrán a ser como blanca lana."
III) ENSEÑANZAS DEL OBISPO ORTODOXO KALLISTOS WARE[3] (Pasaje de su
Libro: "El Reino interior," de la editorial Le sel de la Terre,
1993.[4]
DE LA MUERTE Y DE LA
RESURRECCIÓN.
Nuestra existencia humana puede ser comparada con un libro: la mayoría
de la gente considera su vida aquí abajo como un texto real, como la historia
principal y ve la vida futura – por supuesto cree en su realidad --- como un
simple apéndice. La actitud cristiana autentica es exactamente la inversa:
nuestra vida presente en realidad no es más que el prefacio, la introducción
del libro. La vida futura constituye por el contrario la historia principal. El
momento de la muerte no es la conclusión del libro sino el comienzo del primer
capítulo.
Sobre ese punto final, que es en realidad un comienzo, conviene
recordar dos cosas, tan evidente que se las olvida con facilidad: primero, la
muerte es un hecho inevitable y real; segundo la muerte es un misterio. Entonces
debemos considerarla con sentimientos opuestos, con sobriedad y realismo por un
lado y con temor y admiración por otro.
En esta vida hay una sola cosa de la que podemos estar seguros: todos
vamos a morir, a menos que la segunda venida del Cristo suceda antes. La muerte
es el único acontecimiento determinado, inevitable, al cual el hombre se debe
enfrentar; si intenta olvidarlo o esconder su carácter ineluctable, no puedo
ser más que un perdedor. El verdadero humanismo es inseparable de la conciencia
de la muerte, solo afrontando y aceptando la realidad de mi muerte por venir es
que puedo estar auténticamente vivo. Como ha observado D. H. Lawrence:
"Sin el canto de la muerte, el canto de la vida es insípido y
ridículo." Al ignorar la dimensión de la muerte privamos la vida de su
verdadera grandeza. El metropolitano Antonio de Sourog lo dijo con énfasis:
"la muerte es la piedra angular de nuestra actitud hacia la vida. Aquellos
que temen a la muerte temen a la vida. Es imposible no tener miedo de la vida,
con toda su complejidad y todos sus peligros, si tenemos miedo de la muerte.
(...) Si tememos a la muerte nunca estaremos listos para aprender el riesgo;
pasaremos nuestra vida de manera cobarde, prudente y tímida. Al mirar a la
muerte de frente, al darle un sentido, al determinar el lugar que le toca y
nuestro lugar respecto de ella es como seremos capaces de vivir sin temor y
hasta el límite de nuestras posibilidades"1.
Sin embargo nuestro realismo y nuestra determinación al darle un
sentido a la muerte no deberían llevarnos a reducir la segunda verdad: el
carácter misterioso de la muerte. A pesar de todo lo que puedan decirnos las
diferentes tradiciones religiosas, no comprendemos casi nada de "ese país
desconocido del cual ningún viajero retorna...." Es verdad, como lo hace
notar Hamlet, el temor a la muerte "estorba la voluntad." No debemos
darle poca importancia a la muerte, es un hecho ineluctable y real pero también
es el gran desconocido. (...)
Sobre el lugar que la muerte ocupa en nuestra vida y nuestra posición
frente a ella, conviene tener bien en cuenta tres cosas: primero, la muerte
está más cerca de nosotros de lo que nos imaginamos; segundo, es profundamente
innatural, contraria al plan Divino y es, sin embargo, al mismo tiempo, un don
de Dios; por último, es una separación que no es una separación.
La muerte no es simplemente un acontecimiento lejano que vendrá a
concluir nuestra existencia terrestre; es una realidad bien presente que
prosigue sin cesar alrededor de nosotros y en nosotros. "Cada día
muero," dice S. Pablo (1 Co 15:31); "El tiempo de la muerte es a cada
instante," pondera T. S. Eliot. Todo aquello que vive es una forma de la
muerte; morimos todo el tiempo pero en esta experiencia cotidiana de la muerte,
cada muerte está seguida de un nuevo nacimiento: toda muerte es también una
forma de vida. La vida y la muerte no son contrarias; no se excluyen mutuamente
sino que se entrelazan. Toda nuestra existencia humana es una mezcla de muerte
y de resurrección. "Como moribundos, más he aquí vivimos" (2 Co 6:9).
Nuestro viaje por esta tierra es una Pascua incesante, una travesía continua
desde la muerte hacia una nueva vida. Entre nuestro nacimiento inicial y
nuestra muerte final, todo el curso de nuestra existencia está constituido de
una serie de "pequeñas" muertes y nacimientos.
Cuando llega la noche, cada vez que nos dormimos, es una anticipación
de la muerte; cuando llega la mañana, cada vez que nos despertamos, es como si
resucitáramos de entre los muertos. Una bendición judía dice: "bendito
seas Tú, oh Señor, nuestro Dios, Rey del Universo, que recreas tu mundo cada
mañana." Lo mismo sucede con nosotros cada mañana: cuando nos despertamos
estamos como recreados. Puede ser que nuestra última muerte sea de la misma
manera, una "recreación," un adormecerse seguido de un despertar. No
tenemos miedo de dormirnos cada noche porque sabemos que nos vamos a despertar
una vez más a la mañana siguiente. ¿No podemos darle la misma confianza a
nuestro último adormecimiento en la muerte? ¿No podríamos esperar despertarnos
recreados en la eternidad?
Este modelo de vida-muerte aparece también de manera un poco diferente
en el proceso de nuestro crecimiento. En cada etapa, cada cosa en nosotros debe
morir para que podamos pasar a la etapa siguiente de la vida. El pasaje de un
niño de pecho al niño, del niño al adolescente, del adolescente al adulto
maduro, implica cada vez una muerte interior para permitir el nacimiento de
algo nuevo.
Y estas transiciones, en particular la de la infancia a la adolescencia,
pueden ser fuentes de crisis a veces muy dolorosas, pero si en un punto o en
otro nosotros rechazamos esta necesidad de morir entonces no podemos
desarrollarnos y volvernos verdaderas personas. Como escribió George Mac Donald
en su novela Lilita, "vosotros estaréis muertos tanto como rechacéis
morir." Justamente es la muerte de lo viejo lo que posibilita la
emergencia de lo nuevo en nosotros, sin la muerte no habría vida nueva.
Si volverse adulto es una forma de muerte, lo mismo sucede en el
comienzo con la separación de un lugar o de una persona que hemos amado. Estas
separaciones son necesarias en nuestro crecimiento continuo hacia la madurez. A
menos que tengamos algún día el coraje de salir de nuestro ambiente familiar,
de separarnos de nuestros amigos actuales y de forjar nuevos lazos, no
realizaremos jamás todo lo que hay en nosotros, nuestro verdadero potencial. Al
atarnos por mucho tiempo a lo viejo rechazamos la invitación a descubrir lo
nuevo. (...)
Para muchos creyentes la muerte de la fe -la pérdida de nuestras
certezas (al menos aparentes) más profundas sobre Dios y sobre el sentido de la
existencia- es casi tan traumatizante como la pérdida de un amigo o de la
pareja, pero eso también es una experiencia de muerte-vida por la que debemos pasar
para que nuestra fe madure. La fe auténtica es un diálogo permanente con la
duda. Dios sobrepasa infinitamente todo lo que podemos decir de Él, nuestros
conceptos mentirosos son ídolos que deben ser quebrados. Para estar plenamente
vivo nuestra fe debe morir continuamente.
En todos estos casos la muerte no tiene un carácter destructivo sino
creativo: es de la muerte que viene la resurrección. Una cosa que muere es algo
que nace a la vida. La muerte que llega al final de nuestra vida terrestre ¿no
es del mismo orden? ¿No es ella la más última y la más formidable
muerte-resurrección entre todas aquellas que conocimos desde nuestro
nacimiento? Lejos de estar totalmente cortada, la muerte es la expresión más
vasta y más completa de todo lo que hemos vivido en el curso de nuestra vida.
Si las pequeñas muertes por las cuales hemos debido pasar nos han conducido
cada vez más allá hacia una resurrección, ¿Por qué no sería eso también
verdadero del gran momento de la muerte cuando nos llegue el tiempo de dejar este
mundo?
Pero eso no es todo: para los cristianos este modelo de
muerte-resurrección repetido al infinito en nuestra vida, toma su sentido más
profundo en la vida, la muerte y la resurrección de nuestro Salvador Jesús,
Cristo. Nuestra propia historia debe ser comprendida a la luz de Su historia
que celebramos cada año durante la Semana Santa y también cada domingo en la
Liturgia eucarística. Nuestras pequeñas muertes y restricciones están unidas a
través de la historia a Su muerte y resurrección definitivas, nuestras pequeñas
pascuas están elevadas y reafirmadas en la Gran Pascua. La muerte de Cristo,
según la liturgia de San Basilio, es una "muerte creadora de vida."
Seguros de su ejemplo nosotros creemos que nuestra propia muerte también puede
ser "creadora de vida." El Cristo es nuestro precursor y nuestras
primicias. La Iglesia Ortodoxa afirma la noche de Pascua en la homilía
atribuida a San Juan Crisóstomo (siglo 4): "que nadie tema a la muerte
porque la muerte del Salvador nos ha librado de ella; Él la ha hecho
desaparecer después de haberla sufrido. (...) Cristo resucitó y entonces reina
la Vida. El Cristo resucitó y no hay más muertos en la tumba."2
Entonces la muerte es nuestra compañera a lo largo de nuestra vida como
una experiencia cotidiana permanente que se repite hasta el infinito. Sin
embargo, por muy familiar que sea, sigue siendo profundamente innatural. La
muerte no pertenece al designio pre-eterno de Dios para su creación, Dios nos
creó no para que muriéramos, sino para que viviéramos. Aún más, nos creó como
una unidad indivisible. Desde el punto de vista judío y cristiano la persona
humana debe ser vista completamente en términos holísticos: no somos un alma
prisionera temporal de un cuerpo que aspira escaparse de él, sino una totalidad
integrada que comprende el cuerpo y el alma. Carl Gustav Jung tenía razón al
insistir en lo que él llama "verdad misteriosa": "el espíritu es
el cuerpo vivo, visto desde el interior y el cuerpo es la manifestación
exterior del espíritu vivo – los dos son verdaderamente uno." Como
separación del cuerpo y del alma la muerte es en consecuencia un duro golpe
para la unidad de nuestra naturaleza humana.
Si la muerte es algo que nos llega a todos también es profundamente
anormal, es monstruosa y trágica. Ante la muerte de nuestro prójimo y nuestra
propia muerte cualquiera sea nuestro realismo, nuestros sentimientos de
desolación, de horror y también de indignación, están justificados: "no
entren dulcemente en aquella buena noche. Rabien, vociferen contra la agonía de
la luz," dice el poeta Dylan Thomas. Jesús mismo lloró ante la tumba de su
amigo Lázaro (Jn 11:35); y en el jardín de Getsemani Él estaba lleno de
angustia ante la perspectiva inminente de su propia muerte (Mateo 26:38). San
Pablo considera la muerte como un "enemigo que será destruido" (1 Co
15:26) y la liga estrechamente al pecado: "el aguijón de la muerte es el
pecado" (1 Co 15:56). Como vivimos todos en un mundo caído, distorsionado,
desunido, loco, destruido, vamos a morir.
Sin embargo si la muerte es trágica también es al mismo tiempo una
bendición. Aunque no forme parte del plan Divino, también es un don de Dios,
una expresión de su misericordia y de su compasión. Para nosotros humanos vivir
sin fin en este mundo caído, cautivo para siempre del círculo vicioso del
aburrimiento y del pecado, hubiera sido un destino insoportable. Es por eso que
Dios nos ha ofrecido una escapatoria, El deshace la unión del alma y del cuerpo
para poder enseguida recrearlos, reunirlos en el momento de la resurrección de
los cuerpos en el último día y llevarlos así a la plenitud de la vida. Es como
el alfarero que observaba el profeta Jeremías: "descendí a casa del
alfarero y he aquí, que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que
él hacia se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le
pareció mejor hacerla" (Jr 18:3-4). El alfarero Divino pone su mano sobre
la vasija de nuestra humanidad abismada por el pecado y lo quiebra para poder
hacerla de nuevo a su vez y devolverle su gloria inicial. La muerte en este
sentido es un instrumento de nuestra restauración. Como lo canta la Iglesia
Ortodoxa en su servicio fúnebre: "Antes, Tú me sacaste de la nada para
formarme a la imagen de Dios. Pero yo transgredí tu ley y Tú me has hecho
retornar al barro del cual me habías creado; hazme volver ahora hacia tu
semejanza y restaura mi primera belleza."3 (...)
Entonces hay una dialéctica en nuestra actitud hacia la muerte en la
que los dos extremos se acercan finalmente, y no son contradictorios. Nosotros
vemos la muerte como innatural, anormal, contraria al plan original del Creador
y nos revelamos contra ella con dolor y desesperación, pero la consideramos
también como una parte de la voluntad Divina, una bendición y no un castigo. Es
también una salida de nuestro estancamiento, un medio de gracia, la puerta
hacia nuestra recreación, es nuestra vía de retorno. Para citar nuevamente el
servicio fúnebre ortodoxo: "Yo soy la oveja perdida: llámame, oh mi
Salvador y sálvame." Nosotros nos acercamos a la muerte con apuro y
esperanza, diciendo con San Francisco de Asís: "Que mi Señor sea alabado
por nuestra hermana, la muerte corporal"; porque a través de esta muerte
corporal el Señor llama hacia Él al niño de Dios. Más allá de su separación en
la muerte, el alma y el cuerpo serán reintegrados cuando llegue la resurrección
final.
Esta dialéctica aparece claramente en el desarrollo de los funerales
ortodoxos. Nada se hace para intentar ocultar la difícil y chocante realidad de
la muerte. El ataúd permanece abierto y es un momento punzante cuando las
familias y los amigos se acercan unos después de otros para darle el último
beso al difunto. Sin embargo al mismo tiempo y en muchos lugares es de uso
común llevar no vestimentas negras sino blancas, las mismas que se llevan para
el oficio de la Resurrección en la noche Pascual: porque Cristo, resucitado de
entre los muertos, llama a los cristianos difuntos a compartir su propia
Resurrección. No está prohibido llorar en un entierro; es más bien sabio ya que
las lágrimas pueden actuar como un bálsamo y la herida es más profunda cuando
la pena es rechazada. Pero no debemos desconsolarnos "como los otros, que
no tienen esperanza" (1 Ts 4:13). Nuestra aflicción por muy desgarradora
que sea no es desesperada porque como lo confesamos en el Credo nosotros
esperamos "la resurrección de entre los muertos y la vida del siglo
venidero."
Finalmente la muerte es una separación que no es separación. La
tradición ortodoxa le otorga la mayor importancia a este aspecto. Los vivos y
los difuntos pertenecen a una sola familia. El abismo de la muerte no es
infranqueable ya que podemos encontrarnos todos alrededor del altar de Dios. El
escribano ruso Iulia de Beausobre (1893-1977) decía: "la Iglesia (...) es
el punto de encuentro de los muertos, los vivos y de aquellos que todavía no
nacieron, que amándose los unos a los otros, se reúnen alrededor de la roca del
altar para proclamar su amor por Dios.4" Así otro autor ruso, el
presbítero misionero Makario Gloukhard (1792-1847) dice en una carta a un fiel
que se encuentra de duelo: "en Cristo vivimos, nos movemos y existimos.
Vivos y muertos, todos estamos en Él. Sería más justo decir que estamos todos
vivos en Él y que no hay muerte. Nuestro Dios no es un Dios de muertos, es el
Dios de los vivos. Es vuestro Dios, es el Dios de la difunta. No hay más que un
Dios y ustedes están unidos en el Único. Solo que no podrán verse durante algún
tiempo para que el encuentro futuro sea más gozoso. Entonces nadie podrá
quitarles vuestro gozo. Pero aún ahora, ustedes viven juntos, solo que ella se
fue a otra habitación y cerró la puerta... El amor espiritual ignora la
separación visible."5 (...)
Queda el tema de la resurrección de los cuerpos, a menudo planteado e
imposible de resolver en el estado de nuestro conocimiento. Hemos dicho que la
persona humana fue creada en el origen por Dios como una unidad indivisible del
cuerpo y del alma y que esperábamos más allá de su separación por la muerte
física su reunificación última en el último día. Una antropología holística nos
lleva a creer no simplemente en la inmortalidad del alma, sino en la
resurrección del cuerpo. Ya que el cuerpo es una parte integrante de la persona
humana total, toda inmortalidad plenamente personal debe implicar tanto el
cuerpo como el alma. ¿Cuál es en este caso la relación entre nuestro cuerpo
actual y el cuerpo de nuestra resurrección en el siglo venidero? En el momento
de la resurrección ¿tendremos el mismo cuerpo que ahora o un cuerpo nuevo?
La mejor respuesta es tal vez la siguiente: el cuerpo será
simultáneamente el mismo y otro. Los cristianos comprenden tal vez la
resurrección de los cuerpos de una manera simplista y estrecha, se imaginan que
los elementos materiales constitutivos del cuerpo que han sido disueltos y
dispersados por la muerte, de alguna manera serán vueltos a juntar en el día
del Juicio Último, de manera que el cuerpo reconstituido contenga exactamente
los mismos fragmentos minúsculos de materia que antes.
Pero aquellos que afirman una continuidad entre nuestro cuerpo actual y
nuestro cuerpo en el Ultimo día no tienen necesariamente una visión tan literal
de las cosas. San Gregorio de Nisa, por ejemplo, en La Creación del hombre y
Del alma y de la Resurrección, propone un acercamiento más objetivo e
imaginativo. El alma para él confiere al cuerpo una forma distinta (eidos);
ella marca al cuerpo de una impresión particular impuesta no desde el exterior
sino desde el interior. Es por esta impresión que el cuerpo expresa la
característica o el estado espiritual interior de la persona. En el curso de
nuestra vida aquí, los constituyentes físicos de nuestro cuerpo cambian varias
veces pero en la medida en que la forma impresa por el alma posee una
continuidad que no está afectada por las alteraciones físicas, se puede decir
realmente que nuestro cuerpo sigue siendo el mismo. Hay una autentica
continuidad corporal ya que hay una continuidad en la forma dada al alma. (...)
En el momento de la resurrección final, prosigue San Gregorio, el alma
va a marcar nuestro cuerpo resucitado con el mismo sello que tenía durante esta
vida. No es necesario que los mismos fragmentos sean juntados; el mismo sello
alcanza para que el cuerpo sea el mismo. Entre nuestro cuerpo presente y
nuestro cuerpo resucitado habrá en efecto una verdadera continuidad que no hay
que interpretar sin embargo de una manera demasiado inocentemente materialista.
Dicho esto, si el cuerpo permanece en ese sentido el mismo en la
resurrección, será igualmente diferente. Como lo dice San Pablo: "se
siembra cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual" (1 Co 15:44)
"Espiritual" aquí no debe ser tomado en el sentido de "no
material." El cuerpo resucitado será siempre un cuerpo material, pero al
mismo tiempo será transformado por el poder y la gloria del Espíritu y así
liberado de todas las limitaciones de la materialidad tal como las conocemos
actualmente. Por el momento, no conocemos el mundo material y nuestros propios
cuerpos materiales más que en su estado de caída; concebir las características
que poseerá la materia en un mundo no caído está mucho más allá de los poderes
de nuestra imaginación.
No podemos más que tenuemente adivinar la transparencia y la vitalidad,
la liviandad y la sensibilidad de las que nuestro cuerpo resucitado, al mismo
tiempo material y espiritual, será revestido en el siglo venidero. Como lo
escribe San Efren el Sirio (+373): "mira a este individuo en el cual había
hecho su morada una legión de diablos: ignorábamos que ellos se encontraban
allí porque sus almas estaban mejor mantenidas y eran más sutiles que el alma.
Y todo entero en un solo cuerpo, este ejército pudo residir. Ahora bien, están
cien veces mejor mantenidos y son cien veces más sutiles los cuerpos de los
justos que se levantan el día de la resurrección y están hechos a semejanza de
un espíritu que sería capaz de crecer y agrandarse a su voluntad, de apretarse
y de encogerse. Encogido está en un lugar y agrandado está en todas partes.
(...) ¿Alcanzará entonces el Paraíso (¡que sea bendecido!) para todos estos
espíritus cuya sustancia es tan sutil que aún los pensamientos no pueden lograr
percibirlos?"6 Tal vez sea esta la mejor descripción que podamos esperar
de la gloria de la resurrección. Dejemos el resto al silencio. "Ahora
somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser" (1
Juan 3:2).
Notas:
1. Sobornost,
"On Death," 1:2, 1979, p. 8.
2.
Pentecostaire, t 1, College grec de Rome, 1978, pp. 21-22.
3. Grand
Euchologe et Arkhiératikon, Diaconia apostolica, p. 212.
4. Creative
Suffering, Londres 1940, p. 44.
5.
Tyszkiewicz et Dom Th. Belpaire, Ecrit d’ascetes russes, Édition du Soleil
Levant, 1957, p.104.
6. "La Harpe de l’Esprit," in Sebastian Brock,
L’oeil de Lumiere, Abbaye de Bellefontaine (Spiritualité
Orientale N° 50),
pp. 222-223.
IV) EPÍLOGO.
El haber valorado expresiones sobre
la “resurrección de los muertos” provenientes
de diferentes Iglesias, por un lado, nos ha sido provechoso para aumentar
nuestros conocimientos en un tema medular dentro del “Plan Salvífico de Dios” y, por otro, nos ha permitido apreciar la unidad
de criterio que existe sobre este misterio en las distintas tradiciones
cristianas.
En tal sentido, del análisis de
los contenidos católicos expuestos en la entrada anterior y su confronte con el
material de origen protestante y ortodoxo incluido en la presente, surge que en
este asunto hay una total coincidencia entre las doctrinas sostenidas por las
distintas corrientes cristianas.
Lo cual nos permite responder sin margen de duda a la pregunta contenida en el título de este trabajo.
¿CREEN EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE: CATÓLICOS, PROTESTANTES Y ORTODOXOS?: Si. Existe plena coincidencia en cuanto a que sobrevendrá la resurrección de la carne y, asimismo, respecto de que la misma será en cuerpo glorioso.
Lo cual nos permite responder sin margen de duda a la pregunta contenida en el título de este trabajo.
¿CREEN EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE: CATÓLICOS, PROTESTANTES Y ORTODOXOS?: Si. Existe plena coincidencia en cuanto a que sobrevendrá la resurrección de la carne y, asimismo, respecto de que la misma será en cuerpo glorioso.
Adicionalmente, el saber
adquirido sobre el particular nos será de suma utilidad para poder reconocer
las estructuras anticristianas que tienen la particularidad de actuar
solapadamente bajo una mascarada de cristiandad.
Lo dicho, porque muchas son las
sectas que se declaran cristianas y que, sin embargo, le imponen a sus adeptos
creencias contrarias a las verdades bíblicas.
Entre los falseamientos de la
doctrina cristiana que suele hacer ese tipo de organizaciones engañosas se
encuentra la negación de la resurrección de los muertos. Incluso, las de mayor
anti-cristianismo, le llegan a desconocer a Cristo Su condición de Dios Trino y
Su naturaleza de verdadero Dios y verdadero hombre y, en algunos casos, también
niegan que la Creación del mundo físico haya sido la consecuencia del inmenso
Amor de Dios.
Por lo tanto, de acuerdo con las
enseñanzas de las distintas tradiciones cristianas, nos permitimos sugerir a
todo creyente que desee profesar la fe de Cristo que:
<Si advierte que se ha relacionado con alguna organización que se hace
pasar por cristiana al tiempo que niega la resurrección de los muertos en
cuerpo glorioso, con urgencia haga lo necesario para zafar de sus tentáculos; en
la seguridad de que está tratando con impostores que adulteran la doctrina
cristiana y, consecuentemente, desvían a las personas del camino cristiano
hacia Dios.>
Sin perjuicio de lo expuesto,
somos plenamente conscientes que si una persona desea adherir a una creencia contraria al cristianismo,
obviamente, está en todo su derecho de hacerlo; siempre que lo haga con pleno
conocimiento de que no está profesando la fe revelada en las Sagradas
Escrituras.
Naturaleza de los cuerpos
resucitados.
35 Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo
vendrán?
36 Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes.
37 Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano
desnudo, ya sea de trigo o de otro grano;
38 pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio
cuerpo.
39 No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los
hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las
aves.
40 Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la
gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.
41 Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la
gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria.
42 Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en
corrupción, resucitará en incorrupción.
43 Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en
debilidad, resucitará en poder.
44 Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo
animal, y hay cuerpo espiritual.
45 Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma
viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.
46 Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo
espiritual.
47 El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que
es el Señor, es del cielo.
48 Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial,
tales también los celestiales.
49 Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la
imagen del celestial.
Misterio consolador.
50 Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar
el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.
51 He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados,
52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta;
porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y
nosotros seremos transformados.
53 Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y
esto mortal se vista de inmortalidad.
Queridos Hermanos, hemos así
llegado al final de nuestro trabajo. Sólo nos queda despedirnos implorando a la
Santísima Trinidad para que nos de las fuerzas necesarias para cargar nuestra
cruz y perseverar en la fe y en las obras que nos permitan regenerar nuestras
naturalezas dañadas y llegar al destino de felicidad eterna que Dios pone al
alcance de todos los seres humanos.
Dr. Alejandro
Oscar De Salvo.
[1] El contenido del sermón citado fue tomado de:
http://www.spurgeon.com.mx/sermon66-67.html
[2] Spurgeon nació en Kelvedon, Essex, el 19 de Junio de
1834. Fue convertido a Cristo en una visita inesperada, debido a una tremenda
tormenta de nieve, a una capilla metodista ubicada en Artillery Street,
Colchester, el día 6 de Enero de 1850. Recibió el bautismo por inmersión en el
río Lark, en Isleham, el día 3 de Mayo de 1850. Predicó durante unos meses en
los campos alrededor de la ciudad de Cambridge. Muy pronto se convirtió en
Pastor de la Capilla Bautista de Waterbeach, en 1852. Un año más tarde aceptó
una invitación para predicar en una iglesia de mucha tradición, ubicada en New
Park Street, Londres. Muy pronto la capilla no pudo albergar a la creciente
congregación. Esa capilla no había visto tanta bendición en muchos años. La
influencia de un padre y de un abuelo piadosos, de una madre llena de oración,
de las obras de los autores puritanos de los que se rodeaba siempre (y que
devoraba con avidez) y de la educación que recibió de un perceptivo director de
escuela (a una temprana edad podía leer Latín, Hebreo y Griego) todo esto
contribuyó, durante los años formativos de su vida, para que Charles Haddon
Spurgeon se convirtiera en el Príncipe de los Predicadores, primero en la
Capilla New Park Street, y luego en el Tabernáculo Metropolitano que él mismo
construyó. En enero de 1892, los recurrentes y cada vez más intensos ataques de
la gota reumática terminaron con su vida. “Sesenta mil personas fueron a
rendirle homenaje durante los tres días que su cuerpo se hallara en capilla
ardiente en el Tabernáculo Metropolitano. Una procesión de más de tres
kilómetros siguió su carroza fúnebre desde el Tabernáculo hasta el cementerio
en Upper Norwood. Cien mil personas estuvieron de pie a lo largo del camino.
Las banderas se izaron a media asta, y se cerraron los negocios y los bares.”16
Spurgeon fue un hombre muy amado por los londinenses y los creyentes de todo el
mundo.
[3] Nacido Timoteo Ware en Bath, Somerset, Inglaterra,
Metropolitana Kallistos fue educado en la escuela de Westminster (a la que él
había ganado una beca) y el Magdalen College de Oxford, donde obtuvo un primer
doble en clásicos, así como la lectura de Teología. En 1958, a la edad de 24
años, abrazó la fe cristiana ortodoxa (habiendo resucitado Anglicana), viajando
posteriormente a través de Grecia, pasando una gran cantidad de tiempo en el
Monasterio de San Juan el Teólogo en Patmos. También frecuentaba otros
importantes centros de la ortodoxia como Jerusalén y el Monte Athos. En 1966,
fue ordenado sacerdote y fue tonsurado como monje, recibiendo el nombre
Kallistos.In el mismo año, se convirtió en profesor en Oxford, enseñando
Estudios Orientales Ortodoxas, una posición que él llevó a cabo durante 35 años
hasta su jubilación. En 1979, fue nombrado a una beca en el Pembroke College,
Oxford, y en 1982, fue consagrado al episcopado como Obispo titular con el
título de Obispo de Diokleia, nombrado para servir como asistente del obispo de
ortodoxo del Patriarcado Ecuménico Arquidiócesis de Thyateira y Gran Bretaña. A
pesar de su altura, Kallistos permanecieron en Oxford y llevaron en sus deberes
tanto como el párroco de la comunidad ortodoxa griega y Oxford como profesor de
la University.Since su retiro en 2001, Kallistos ha seguido publicando y para
dar conferencias sobre el cristianismo ortodoxo, que viaja mucho. Hasta hace
poco, era el presidente de la junta de directores del Instituto de Estudios
Cristianos ortodoxos en Cambridge. Él es el Presidente del Grupo de Amigos de
la Ortodoxia en Iona. Es miembro de la junta asesora de la Peace Fellowship
ortodoxa. El 30 de marzo de 2007, el Santo Sínodo del Patriarcado Ecuménico
elevó la Diócesis de Diokleia a Metropolis y obispo Kallistos al Titular
Metropolitano de Diokleia.
[4] El contenido fue tomado de la página: http://www.iglesiaortodoxa.cl/vida%20y%20muerte.htm
MAYO DE 2014.