Alegoría de la Santísima Trinidad.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD:
PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.
TEMARIO.
I) INTRODUCCIÓN AL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
II) EL DIOS TRINITARIO
EN LA BIBLIA.
III) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CATOLICISMO.
IV) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CRISTIANISMO ORTODOXO.
V) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL PROTESTANTISMO.
VI) EPÍLOGO.
Otra alegoría de la Santísima Trinidad.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD:
PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.
I) INTRODUCCIÓN AL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
La Santísima Trinidad es el dogma
por el cual todo el cristianismo reconoce en un solo Dios indivisible la
existencia de tres personas distintas consustanciales[1] y
de la misma naturaleza la una con la otra.
La Santísima Trinidad es el
misterio de Dios único, vivo y verdadero, en tres personas distintas: Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
Como complemento del concepto de
“Santísima Trinidad” previamente expuesto daremos una breve explicación
introductoria a este misterio de la religión cristiana, para lo cual
recurriremos a la cita de dos interesantes artículos.
A) En el primero de ellos, que
incorporamos a continuación, se pregunta y se responde qué es el Dios Trinitario
de los cristianos.
¿QUÉ SIGNIFICA QUE DIOS ES UNO Y
TRINO?[2]
Significa que Dios es uno solo, pero que en Dios hay Tres Personas,
distintas entre sí, que tampoco se reparten la única divinidad, sino que cada
uno de ellas es enteramente Dios (cf. CIC 253-254).
Se trata del misterio de la Santísima Trinidad, misterio central de la
fe y de la vida cristiana. Es el misterio de un solo Dios en tres Personas,
misterio imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de explicar,
pues se trata de la esencia misma de Dios. Y ésta es una verdad que sobrepasa
infinitamente las capacidades intelectuales del ser humano.
Cuéntase que mientras San Agustín se encontraba en la playa
preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad,
vio a un niño arrojando agua del mar en un hoyito que había hecho en la arena.
Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba
tratando de vaciar el mar en el hoyito, a lo que le contestó el Santo: “Pero,
¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “No más
imposible de lo que es para ti entender o explicar el misterio de la Santísima
Trinidad”. Y con estas palabras el Niño desapareció.
Así es nuestro intelecto: tan limitado como es el hoyito para contener
el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como
el misterio Trinitario.
Es por ello que el misterio de la Santísima Trinidad no puede ser
conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer. Y Dios nos lo ha dado a conocer
al revelarse como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo: Tres Personas
distintas, pero un mismo Dios.
Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es
explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la
vida de Dios Trinitario (Dios Uno y Trino) de una manera velada, incompleta,
pero en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual
es.
Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser y en su
obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu
Santo la Santificación. Es así como el Espíritu Santo en su obra de
santificación en cada uno de nosotros, nos va haciendo cada vez más semejantes
al Hijo, y el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a Él. “Nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a
conocer” (Mt. 11, 27).
En síntesis, la Trinidad es un
dogma de la fe cristiana. No está sujeto al debate interno ni puede ser
cuestionado dentro de la religión cristiana. Cualquier negación de la
Trinidad es una negación del mismo Evangelio y, por ende, las personas o grupos
que niegan la Santísima Trinidad no deben ser considerados cristianos por
apartarse de la verdad revelada en las sagradas escrituras.
B) El segundo artículo que
elegimos para exponer brevemente el misterio que nos ocupa, explica -en el
tramo pertinente que trascribimos seguidamente- el por qué es tan importante la
doctrina de la Santísima Trinidad dentro del cristianismo.
¿POR QUÉ ES IMPORTANTE LA
DOCTRINA?[3]
Hay varias razones:
Una negación de la Trinidad resultará en una negación de la persona de
Dios. Y si uno no puede entender la naturaleza esencial de Dios mismo, ¿Cómo
podrá entender toda la verdad con relación a Dios? La verdad del cristianismo
se basa en la verdad de quién es Dios. Con un entendimiento totalmente
equivocado de Dios, no puede haber un correcto entendimiento de toda la verdad
relacionada con el Ser de Dios. También, si alguno no adora al Hijo, honra al
Hijo y glorifica al Hijo de la misma manera que adora, honra y glorifica al
Padre, entonces están robando al Hijo de su Gloria esencia y no han captado el
propósito de Dios a través de la historia de la redención: que los hombres
amen, adoren y sirvan al Hijo junto con el Padre (Dan. 7:13-14; Juan 5:23; Fil.
2:11; Col. 1:18).
Cualquiera que falle en reconocer la Trinidad y no adore al Hijo, no
tiene lugar en el cielo, donde el Hijo es adorado para siempre (Heb. 1:6; Apoc.
5:11-12, 7:10-12). Una negación de la Trinidad es una negación del único Dios
verdadero.
Una negación de la Trinidad resultará en un una negación de lo que fue
cumplido en la cruz del Calvario para salvar a los pecadores. La Biblia enseña
que todos los hombres son pecadores (Rom 3:23) y que por lo tanto todos por
naturaleza merecemos la ira de Dios (Efe. 2:3). Sin embargo Cristo murió en la
cruz como el Sustituto divino del pecador; Él llevó nuestros pecados (2 Cor.
5:21), nuestra maldición (Gál. 3:13), y llevó sobre Sí mismo la ira de Dios por
nuestros pecados mientras que fue aplastado por el Padre en nuestro lugar (Isa.
53:10). Si no hay una distinción entre el Padre y el Hijo y ambos son la misma
Persona, ¿entonces cómo hizo el Padre que Cristo sea pecado “por nosotros”? Y
si ambos son la misma Persona, ¿cómo fue “quebrantado” por el Padre por
nuestros pecados? El negar la Trinidad significa que uno tiene que negar que el
Padre hizo que Cristo fuera castigado por nosotros y que Jesús llevó la ira de
Dios que nosotros merecíamos. Esto significa que el negar la Trinidad es negar
la naturaleza sustitutoria de la expiación, sin la cual no hay Evangelio.
Una negación de la Deidad de Cristo (y por lo tanto una negación de la
Trinidad) también resultará en una negación del Evangelio mismo al negar a la
Persona que nos dio el Evangelio. Esto es porque Jesucristo tenía que ser
plenamente Dios para ser sin pecado y por lo tanto ser calificado como el
sacrificio perfecto para ser una expiación y salvar a los pecadores. Esto es
porque la Biblia enseña que todos los que nacieron como descendientes de Adán
nacieron en pecado (Rom. 5:14-19). Todos los hombres fueron concebidos con una
naturaleza pecaminosa desde el vientre de sus madres (Sal. 51:50. Sin embargo
Jesucristo tenía que ser Dios y concebido del Espíritu Santo para no heredar la
naturaleza pecaminosa de Adán. Él tenía que ser Dios para ser sin pecado, ya
que todos los hombres nacen en pecado y han pecado (Rom. 3:23). Su vida
perfecta y el hecho de que era sin pecado lo calificó para ser el Cordero de
Dios sin mancha (1 Ped. 1:19). El hecho de que era sin pecado lo calificó para
que sea el Salvador que pueda salvar a los que habían pecado (Juan 14:30; 2
Cor. 5:21; Heb. 4:15; 1 Ped. 2:22; 1 Juan 3:5). Para ser el perfecto sacrificio
y ser la expiación por los pecados del mundo, Jesús tenía que ser Dios en la
carne. Así que, sin la Deidad de Cristo no tienes expiación, y sin la expiación
no tienes salvación. Por lo tanto, una negación de la Trinidad al negar que
Jesucristo es Dios es una negación de lo que Él cumplió en la cruz para salvar
a los pecadores, y uno no puede ser salvo si no tiene fe en Su sangre (Rom.
3:25).
Un rechazo de la Trinidad es un rechazo de la Palabra de Dios misma.
Esta doctrina es tan claramente revelada en las Escrituras, especialmente en el
Nuevo Testamento, que si alguien se equivoca en entender una doctrina que está
tan claramente revelada, se equivocará inevitablemente en otros puntos de
doctrina que son iguales de claros en las Escrituras. Por lo tanto, un error en
este punto resultará en errores en muchos otros puntos.
Puesto que toda la verdad de Dios está estrechamente vinculada, una
negación de una verdad principal sin duda resultará en la negación de otras
verdades, y no hay una excepción a esto entre ningún grupo histórico que ha
negado la Trinidad.
En síntesis, la fe cristiana en
sus distintas tradiciones cree que: Solo hay un Dios que existe eternamente
en tres Personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y cada una de estas
personas es plenamente Dios, con una misma naturaleza, gloria, perfección y
santidad e idénticos atributos y poderes.
II) EL DIOS
TRINITARIO EN LA BIBLIA.
El Dios Trino es una de las tantas
revelaciones bíblicas que integran el contenido esotérico del cristianismo. Vale
decir que la Santísima Trinidad no surge explícitamente de los Textos Sagrados,
sino que se nos ha dado a conocer mediante una forma velada y progresiva que demanda
un riguroso análisis de las Escrituras.
Los ejemplos de lo que acabamos
de señalar surgen repetidamente en el ensayo que incorporamos a continuación.
UNA MIRADA A LA BIBLIA[4]
Prefiguración de la pluralidad de
Personas en el AT:
Gen 1,26 Dijo Dios. -Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra
semejanza [...]
En el texto hebreo dice: “Dijo Elhoím”, palabra que denota pluralidad
de personas. Es por eso que luego dice: “hagamos” en plural.
Gen 3,22 Y el Señor Dios dijo. -He aquí que el hombre ha llegado a ser
como uno de nosotros [...]
Nuevamente en el texto hebreo donde traducimos Dios, dice “Elohím”, es
por eso que luego el hagiógrafo[5]
vuelve a utilizar el plural “nosotros”.
Gen 11,7 ¡Bajemos y confundamos ahí mismo su lengua, para que ya no se
entiendan unos a otros!
Nuevamente el hagiógrafo usa el plural de personas para referirse a
Dios.
Gen 18,2-3 Abrahán alzó la vista y vio que tres hombres estaban de pie
junto a él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda
y se postró en tierra diciendo. -Mi Señor, si he hallado gracia a tus ojos, no
pases sin detenerte junto a tu siervo.
Este texto es más que esclarecedor. A pesar de que Abraham ve a “tres
personas”, sin embargo, exclama “mi Señor” en singular. Abraham vio a Dios en
su plenitud, pero reconoce en esas tres personas una sola divinidad, es decir
un solo Dios. (Ver además: Gen 18,9-10; Gen 18,16)
Acción de la Divinidad Trinitaria
en el Nuevo Testamento:
Mt 3,16-17 Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del
agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que
descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo:
-Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido.
Es más que claro que Mateo en este relato pone en evidencia la plenitud
de la Divinidad y a la vez, la separa claramente. (Ver además Lc 3,21-22)
Lc 1,35 Respondió el ángel y le dijo: -El Espíritu Santo descenderá
sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que
nacerá Santo será llamado Hijo de Dios.
Dios ha cubierto a la Virgen con su poder, pero será el Espíritu Santo
quien llevará adelante la tarea de engendrar al Hijo en el vientre de María.
Textos que denotan la pluralidad
de Personas en el Nuevo Testamento:
Jn 14,26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en
mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho.
Jn 15,26 Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del
Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de
mí.
Hch 1,6-8 Los que estaban reunidos allí le hicieron esta pregunta:
-Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel? Él les contestó:
-No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con
su poder, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y
hasta los confines de la tierra.
Rom 8,9 Ahora bien, vosotros no vivís según la carne, sino según el
Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Si alguien no tiene
el Espíritu de Cristo, ése no es de él.
Este texto en especial, deja entrever que el Espíritu Santo, procede
tanto del Padre como del Hijo.
1Pe 1,2 Según la presencia de Dios Padre, mediante la santificación del
Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: gracia y paz
en abundancia para vosotros.
1Jn 5,6-7 Éste es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo.
No solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y es el Espíritu
quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Pues son tres los que dan
testimonio…
Creo que no hace falta comentar el texto.
Jud 20-21 Pero vosotros, queridísimos, edificándoos sobre vuestra
santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en el amor de Dios,
aguardando que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os conceda la vida
eterna.
Bautismo dado en el nombre de la
Trinidad:
Mt 28,19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
Si bien hay autores que sostienen que estos versículos son una adición
tardía al texto original, sin embargo, deja a las claras que la Iglesia
Primitiva ya había entendido el misterio de la Santísima Trinidad.
Bendiciones dadas en el nombre de
la Trinidad:
2Co 13,13 (en algunas versiones de la Biblia se presenta como versículo
14) La gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios y la comunión del Espíritu
Santo estén con todos vosotros.
Otros textos que dejan entrever la pluralidad de personas en un solo
Dios:
Isa 6,3 Clamaban entre sí
diciendo. -¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos! ¡Llena está toda
la tierra de su gloria!
Apoc 4,8 “Cada uno” de los
cuatro seres vivos tiene “seis alas” y están llenas de ojos por fuera y por
dentro, y, sin descanso, día y noche dicen: “«Santo, santo, santo es el Señor,
el Dios Todopoderoso”, el que era, el que es, el que va a venir».
III) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CATOLICISMO.
EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA.
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE
ARTÍCULO 1
«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
Párrafo 2
EL PADRE
I "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
232 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo"
a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en
el Espíritu: Fides omnium christianorum in Trinitate consistit ("La fe de
todos los cristianos se cimienta en la Santísima Trinidad") (San Cesáreo de
Arlés, Expositio symboli [sermo 9]: CCL 103, 48).
233 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de éstos
(cf. Virgilio, Professio fidei (552): DS 415), pues no hay más que un solo
Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima
Trinidad.
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de
la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la
fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la
enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de
fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que
la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y
los reconcilia y une consigo" (DCG 47).
235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es
revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha
formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por
las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su
"designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación
(III).
236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la
Oikonomia, designando con el primer término el misterio de la vida íntima del
Dios-Trinidad y con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y
comunica su vida. Por la Oikonomia nos es revelada la Theologia; pero inversamente,
es la Theologia, la que esclarece toda la Oikonomia. Las obras de Dios revelan
quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la
inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas
humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una
persona, mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de
los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son
revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios,
ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en
su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser
como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e
incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío
del Espíritu Santo.
II La revelación de Dios como Trinidad
El Padre revelado por el Hijo.
238 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en
muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre
de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en
cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en
razón de la Alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito"
(Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy
especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda,
que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).
239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el
lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen
primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y
solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser
expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2)
que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y
su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los
padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el
hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles
y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene
recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No
es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad
humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15):
Nadie es padre como lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido
nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a
su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre:
"Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que
en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como
"la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor
de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia
confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es
"consubstancial" al Padre (Símbolo Niceno: DS 125), es decir, un solo
Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año
381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó
"al Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Luz de
Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al
Padre" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu.
243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro
Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la
Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo
Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípulos y en
ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta
la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como
otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal.
El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre
en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al
Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la
glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la
Santa Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue proclamada por el
segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La
Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la
divinidad" (Concilio de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el
origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El
Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual
al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza
[...] por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el
espíritu del Padre y del Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 527).
El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre
y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS 150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu
"procede del Padre y del Hijo (Filioque)". El Concilio de Florencia,
en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo [...] tiene su esencia y su
ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del
Otro como de un solo Principio y por una sola espiración [...]. Y porque todo
lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al engendrarlo a
excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir
del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró
eternamente" (DS 1300-1301).
247 La afirmación del Filioque no figuraba en el símbolo confesado
el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición
latina y alejandrina, el Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el
año 447 (cf. Quam laudabilitier: DS 284) antes incluso que Roma conociese y
recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso
de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina
(entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo
Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un
motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de
origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al
Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que
éste procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa
en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo
que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera
legítima y razonable" (Concilio de Florencia, 1439: DS 1302), porque el
orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que
el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin
principio" (Concilio de Florencia 1442: DS 1331), pero también que, en
cuanto Padre del Hijo Único, sea con él "el único principio de que procede
el Espíritu Santo" (Concilio de Lyon II, año 1274: DS 850). Esta legítima
complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la
realidad del mismo misterio confesado.
III La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe.
La formación del dogma trinitario.
249 La verdad revelada de la Santísima Trinidad ha estado desde los
orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del
Bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en
la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones
se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la
liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y
la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1
Co 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia fórmula más
explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia
de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la
obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres
de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió
crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico:
"substancia", "persona" o "hipóstasis",
"relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría
humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados
también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más
allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI,
Credo del Pueblo de Dios, 2).
252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido
a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar
el ser divino en su unidad; el término "persona" o
"hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en
su distinción real entre sí; el término "relación" para designar el
hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad.
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios
en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de
Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única
divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo
mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo
mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza"
(Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas
es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza
divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las Personas divinas son realmente distintas entre sí.
"Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71).
"Padre", "Hijo", “Espíritu Santo" no son simplemente
nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos
entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el
Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de
Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de
origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el
Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS
804). La Unidad divina es Trina.
255 Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción
real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside
únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los
nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es
al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de
estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza
o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto,
"en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas"
(Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el
Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el
Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo
en el Hijo" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno,
llamado también "el Teólogo", confía este resumen de la fe
trinitaria:
«Ante todo, guardadme este buen
depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace
soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la
profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy.
Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la
doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y
Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad
sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o
grado inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos.
Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero[...] Dios los Tres
considerados en conjunto [...] No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya
la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad
cuando ya la unidad me posee de nuevo...(Orationes, 40,41: PG 36,417).
IV Las obras divinas y las misiones trinitarias.
257 O lux beata Trinitas et principalis Unitas! ("¡Oh
Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas
"O lux beata Trinitas"). Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz
sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar
libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio
benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su
Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en Él" (Ef 1,4-5),
es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8,29) gracias al
"Espíritu de adopción filial" (Rm 8,15). Este designio es una
"gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido
inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en
toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo
y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres Personas
divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma
naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Concilio de
Constantinopla II, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio"
(Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada Persona divina
realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa,
siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "Uno es Dios [...] y Padre
de quien proceden todas las cosas, Uno el Señor Jesucristo por el cual son
todas las cosas, y Uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Concilio
de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la
Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las
propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a
conocer la propiedad de las Personas divinas y su naturaleza única. Así, toda
la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin
separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el
Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn
6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rm 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las
criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn
17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima
Trinidad: "Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi
Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
«Dios mío, Trinidad que adoro,
ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y
apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi
paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más
lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo,
tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella,
sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración,
entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad,
Oración)
Alegoría ortodoxa de la Santísima Trinidad.
IV) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CRISTIANISMO ORTODOXO.
El misterio de la Santísima
Trinidad lo abordaremos desde la perspectiva ortodoxa en base a tres destacadas
expresiones de esta tradición, a saber: La opinión oficial de la Iglesia
Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquía, Arquidiócesis de México, Venezuela,
Centroamérica y El Caribe, el Catecismo Ortodoxo y la opinión de Alexander
Mileant, uno de sus más reconocidos teólogos.
Incorporamos seguidamente las
mismas en el orden en que han sido aludidas:
A) La Santísima Trinidad y la
Revelación.[6]
Durante siglos, la Iglesia Ortodoxa ha mantenido una continuidad de Fe
y Amor con la Comunidad Apostólica que fue fundada por Cristo y sostenida por
el Espíritu Santo. La Ortodoxia cree que
ha conservado y enseñado la histórica Fe Cristiana libre de error y distorsión,
desde el tiempo de los Apóstoles.
También cree que no hay nada en el cuerpo de sus enseñanzas que sea
contrario a la verdad o que inhiba la unión real con Dios.
La Ortodoxia cree que la Fe Cristiana y la Iglesia, son
inseparables. Separado de la Iglesia es
imposible conocer a Cristo, compartir la vida de la Santísima Trinidad o
considerarse Cristiano.
Revelación divina.
La Ortodoxia cree que Dios se ha manifestado a nosotros, más
especialmente en la revelación de Jesucristo, el Hijo de Dios. Esta revelación
de Dios, de su amor y de Su Plan Divino, constantemente se manifiesta en la vida de la Iglesia por el
Poder del Espíritu Santo.
La Fe Ortodoxa no comienza con especulaciones religiosas de la
humanidad, ni con “pruebas” de la existencia de Dios, ni con una búsqueda
humana de lo Divino. El origen de la Fe
Cristiana Ortodoxa es la Revelación de Dios.
La Doctrina de la Santísima Trinidad, fundamental en la Iglesia
Ortodoxa, no es resultado de una especulación intelectual, sino la experiencia
sublime y regocijante de Dios. La Doctrina afirma que hay un solo Dios, y Tres
personas Divinas en Él. Es decir, que cuando encontramos al Padre, o al Hijo o
al Espíritu Santo, estamos realmente experimentando un contacto verdadero con
Dios.
La Santa Trinidad es un misterio que jamás podrá ser entendido
totalmente, podremos participar de la Trinidad mediante la vida en la Iglesia,
especialmente en la Eucaristía y los Sacramentos.
B) El Catecismo Ortodoxo.[7]
En el catecismo ortodoxo por preguntas y respuestas el tema es tratado
de manera sintética, con total claridad y sencillez y con sus correspondientes
citas bíblicas.
P. ¿Qué es la Santísima Trinidad?
R. Dios es tres Personas divinas y sin embargo un solo Dios: Dios el
Padre, y Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo.
Mateo 28:19, 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14; Efesios 4:4-6.
P. ¿Las tres Personas divinas son iguales en todas las cosas?
R. Las tres Personas divinas son iguales en todas las cosas, y comparten
una y la misma naturaleza y esencia divinas.
Génesis 1:26; Deuteronomio 6:4; Juan 14:23
P. ¿Cuál es el origen de cada una de las tres Personas divinas de la
Santísima
Trinidad?
R. La Santa Trinidad existe desde toda la eternidad y no es creada: Dios
el Padre no viene ni procede de ninguna otra persona, Dios el Hijo viene del
Padre; Dios el Espíritu Santo procede del Padre. Ninguno tiene principio ni
fin, y son un solo Dios.
Juan 1:1, 1:14, 15:26; 1 Juan 4:9
C) Las enseñanzas del obispo
Alexander Mileant.
A continuación transcribimos las partes pertinentes de dos interesantes
artículos del obispo Alexander Mileant en los que explica con particular
sencillez la importancia que tiene la Santísima Trinidad en la vida del
cristiano, toda vez que éste se ha constituido en un templo de Dios al acoger
en su ser al mismísimo Espíritu Santo.
Las Principales Verdades[8]
Obispo Alexander Mileant
Dios Unidad y Trinidad
La primera y fundamental verdad del cristianismo es la existencia de un
solo Dios eterno e infinito, creador de todo cuanto existe: los ángeles, el
mundo y los hombres. Es la causa increada y primera de todas las cosas. Dios es
uno en esencia, más Trino en persona. En Dios hay tres personas divinas,
distintas en cuanto a personas, pero que poseen una misma esencia o naturaleza:
Padre-Hijo-Espíritu Santo. Su explicación es un misterio insondable para la razón
humana, pero este misterio no está en oposición a la misma razón. El Hijo, la
segunda persona, nace del Padre, y también de éste procede el Espíritu Santo,
más cada una es Dios. Dios creó al hombre en el Paraíso Terrenal, totalmente
feliz... En el Paraíso el hombre se rebeló contra Dios pecando. Consecuencia de
ello, todos nacemos con el pecado original, que nos priva de la gracia y
amistad divina, y condenados al dolor y la muerte.
La finalidad del hombre sobre la tierra es conocer, amar y servir a
Dios en este mundo, y después gozarle en el cielo eternamente. El pecado
original sólo se borra por medio del Bautismo. Dios, en su ser mismo, en su
providencia, en su Encarnación, en su presencia en la Iglesia y en su última
manifestación al fin de los tiempos, es el objeto único que los santos conocen
y que los teólogos buscan expresar en sus fórmulas, particularmente importantes
para comprender la Teología Ortodoxa, en su conjunto. Estos dos aspectos — que
se remontan incuestionablemente a los Padres griegos — son la Trascendencia
absoluta y el carácter trinitario del ser divino. Este carácter de la teología
y de la espiritualidad ortodoxa está íntimamente ligado al sentido patrístico
de la trascendencia de Dios como Esencia única, Dios permanece incognoscible,
más se revela como Trinidad. El Dios de la Biblia es conocido en la medida en
que Él es el Dios viviente y operante. Aquel al cual se dirige la oración de la
Iglesia, Aquel que ha enviado a su hijo para la salvación del mundo.
Absolutamente trascendente e incognoscible, Dios se ha revelado en Jesucristo,
"en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad"
(Col. 11:9).
Para la prueba de la existencia de Dios, existen numerosas
demostraciones, tales como: la existencia de las cosas, el orden del mundo, la
perfección de la creación, el movimiento del mundo, la necesidad psicológica
que se siente de un ser superior, las injusticias de este mundo, la creencia de
todos los pueblos en todos los tiempos..., exigen una causa, piden la
existencia de un ser que les dio existencia. Ese ser sólo puede ser Dios.
Festividad de la Santa Trinidad[9]
Día del descenso del Espíritu
Santo sobre los Apóstoles
Obispo Alexander Mileant
La Festividad de la Santa Trinidad está consagrada al descenso del
Espíritu Santo sobre los Apóstoles en el cincuentavo día después de la
resurrección de Cristo. En la celebración de la fiesta de Pentecostés la
Iglesia acerca a sus hijos al umbral de la vida en gracia y los llama a renovar
y fortalecer en ellos los dones del Espíritu Santo, que recibieron en el
Sacramento del Bautismo. Sin la gracia de Dios es imposible la vida espiritual.
Esta fuerza misteriosa renueva y transfigura todo el mundo interior del
cristiano. Todo lo elevado y valioso que uno puede desear es dado por el Espíritu
Santo. Por eso la Festividad de la Santa Trinidad se vive tan solemne y
gozosamente por el cristiano ortodoxo.
Dios se revelaba a los hombres paulatinamente, en los tiempos del Viejo
Testamento los hombres conocían sólo a Dios Padre. Desde el nacimiento del
Redentor, los hombres tomaron conocimiento de Su Hijo Unigénito, el día del
descenso del Espíritu Santo, los hombres reconocieron la existencia de la
tercera Persona de la Santa Trinidad, y así aprendieron a creer y glorificar al
Dios Único en Su esencia y triple en Sus manifestaciones: Padre, Hijo e
Espíritu Santo - La Trinidad Única e indivisible.
El acontecimiento del descenso
del Espíritu Santo.
El descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles el día de
Pentecostés, está descrito por el evangelista Lucas en los capítulos iniciales
en su libro de los "Hechos de los Apóstoles." Dios quiso que este
hecho sea el punto crucial de la historia del mundo.
Pentecostés -o sea el cincuentavo día después de la Pascua- era una de
las festividades más importantes del Viejo Testamento. Esta fiesta marcaba la
aceptación de la ley de Sinaí en los tiempos del profeta Moisés, cuando 1500
años antes del Nacimiento de Cristo, al pie del monte Sinaí, el pueblo hebreo,
liberado de Egipto, entró en la unión con Dios. Los hebreos prometieron a Dios
su obediencia y Dios les prometió Su benevolencia. Por su ubicación en el año
esta fiesta coincidía con la finalización de la cosecha y esto aumentaba su
alegría. Muchos hebreos diseminados en el Imperio Romano trataban de llegar
para esta fiesta a Jerusalén. Muchos de ellos, nacidos en otros países,
entendían con dificultad su lengua hebrea, pero hacían el esfuerzo de guardar
sus costumbres nacionales y religiosas, y peregrinar a Jerusalén.
El descenso del Espíritu Santo no fue un acontecimiento totalmente
inesperado para los Apóstoles. Varios siglos antes del nacimiento del Redentor,
Dios comenzó a preparar a los hombres para el día de su renacimiento
espiritual, y predecía por la boca de los profetas: "Vosotros andareis en
mis mandamientos y respetareis mis decisiones...Derramaré mi Espíritu sobre
toda carne... Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación... Porque
yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida: mi Espíritu
derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos" (Joel
2:28, Is. 12:3, 44:3).
Cuando Se preparaba Nuestro Señor Jesucristo de volver a Su Padre
Celestial, antes de la Crucifixión dedica Su última conversación con los
Apóstoles a la próxima llegada del Espíritu Santo. El Señor explica a Sus
discípulos, que el Consolador -Espíritu Santo- debe pronto llegar a ellos para
concluir la obra de la salvación de los hombres "Yo rogaré al Padre, y os
dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre, -el Espíritu de Verdad-
... Él os enseñara todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho...el
Espíritu de Verdad, el cual procede del Padre, El dará testimonio de Mi"
(Juan 14:16-17, 26, 15:26).
Preparándose para recibir al Espíritu Santo, después de la Ascensión
del Señor al Cielo, los discípulos de Cristo, junto con la Santísima Virgen
María, mujeres-miroforas[10]
y otros creyentes (cerca de 120 personas), en Pentecostés se encontraban en
Jerusalén en el lugar que llamaban "La Sala de Sión." Posiblemente se
trataba de una habitación grande donde, antes de Su Pasión, el Señor celebró Su
Ultima Cena. Los Apóstoles y todos los allí reunidos esperaban cuando el
Redentor les enviaría la "Promesa del Padre," y ellos se investirían
con la fuerza superior, pero ellos no sabían, con certeza, en qué consistiría
la llegada del Espíritu Consolador (Luc. 24:49). Como el Señor Jesucristo murió
y resucitó durante la Pascua hebrea, el Pentecostés del Viejo Testamento
coincidía aquel año con el cincuentavo día después de la Resurrección.
Así, cerca de las 9 horas de la mañana, cuando el pueblo se preparaba
para ir al Templo para sacrificio y oración, de pronto en la sala de Sión se
escuchó un ruido como de viento de tormenta. Este ruido llenó la casa donde se
encontraban los Apóstoles y simultáneamente sobre sus cabezas aparecieron
numerosas lenguas de fuego que descendieron sobre cada uno de ellos. Estas
lenguas de fuego tenían una particularidad extraordinaria; iluminaban pero no
quemaban. Todavía más extraordinarias eran las cualidades espirituales que
otorgaban estas misteriosas lenguas. Cada persona sobre la cual bajaba esta
lengua de fuego sentía un gran aumento de fuerzas espirituales, y al mismo
tiempo una inexpresable alegría y entusiasmo. Comenzaba a sentirse como
completamente otra persona, apaciguada, plena de vida y ardiente amor a Dios.
Estos cambios íntimos y nuevas sensaciones, los Apóstoles expresaban con
gozosas exclamaciones y alabanzas a Dios. Y aquí se pudo oír que ellos no
hablaban en su idioma sino en otras lenguas desconocidas. Así se cumplió el
Bautismo de los Apóstoles con el Espíritu Santo y fuego, tal como lo predijo el
Profeta Juan el Bautista (Mat. 3:11).
Mientras tanto el ruido, como del viento de tormenta, atrajo a mucha
gente hacia la casa de los Apóstoles. Al ver a la muchedumbre reuniéndose, los
Apóstoles salieron al techo de la vivienda, con oraciones y alabanzas a Dios.
Escuchando esas gozosas oraciones, los que estaban reunidos alrededor de la
casa, fueron sorprendidos por un hecho incomprensible para ellos: los
discípulos de Cristo, en su mayoría eran oriundos de Galilea, gente sin
instrucción, que no podían conocer otras lenguas además de la nativa. De
repente comenzaron a hablar en varias lenguas extranjeras de tal forma que, a
pesar, de ser muy heterogénea la muchedumbre, llegada a Jerusalén de distintos
países, cada uno escuchaba su propia lengua. Entre la gente se encontraban
algunos cínicos, quienes desvergonzadamente, se reían de los inspirados predicadores,
diciendo que los Apóstoles, a pesar de la hora temprana, estaban ebrios.
En realidad la fuerza del Espíritu Santo se manifestó entonces, además
de otros cambios buenos, en el don de las lenguas, especialmente para permitir
a los Apóstoles difundir el Evangelio con más éxito entre diversos pueblos, sin
tener que estudiar previamente sus idiomas.
Viendo la sorpresa de la gente, el Apóstol Pedro se adelantó y dijo su
primer sermón, donde explicó a los reunidos, que con la llegada del Espíritu
Santo se cumplió la antigua profecía de Joel, quien hablaba en nombre de Dios:
"Y será que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y
profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros viejos soñarán sueños, y
vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las
siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días Y daré prodigios en el cielo y
en la tierra.....Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová, será
salvo" (Joel 2:28-32). El Apóstol explicó que justamente en éste descenso
del Espíritu Santo debía cumplirse la obra de la salvación de los hombres. Para
hacerlos dignos de la gracia del Espíritu Santo, el llegado Mesías soportó la
muerte en la cruz y resucitó de entre los muertos -Nuestro Señor Jesucristo-.
Era corto y claro este sermón, pero como por la boca de Pedro hablaba
el Espíritu Santo, estas palabras penetraron en los corazones de los oyentes.
Muchos de ellos sintieron ablandarse su corazón y preguntaron a él: "Que
debemos hacer?" "Hagan su contrición," les contestó Pedro,
"y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo y no
solo serán perdonados sino que recibirán la Gracia del Espíritu Santo."
Muchos creyeron en Cristo, por la palabra de Pedro. Allí mismo, delante
de todos, confesaron sus pecados, se bautizaron y hacia la tarde de este día,
la Iglesia de Cristo de 120 creció hasta 3000 personas. Con este acontecimiento
milagroso comenzó la existencia de la Iglesia de Cristo, esta sociedad de
Gracia de los creyentes, en la cual todos están llamados a salvar sus almas. El
Señor prometió que la Iglesia no será vencida por las puertas del infierno,
hasta el final de la existencia del mundo.
Se debe pensar que no fue una mera coincidencia que en aquel día se
juntaron dos acontecimientos importantes, la llegada del Espíritu Santo y el
Pentecostés hebreo. Pentecostés del Viejo Testamento marcaba la liberación de
los hebreos de la cautividad egipcia y el comienzo de la vida libre en unión
con Dios. El descenso del Espíritu Santo sobre los creyentes en Jesucristo
significó la liberación de los creyentes del poder del diablo y fue el comienzo
de una vida nueva, llena de Gracia y unión con Dios en Su Reino Espiritual. Así
la Festividad de Pentecostés es el día cuando la teocracia del Viejo Testamento
que comenzó en Sinaí y que dirigía la sociedad con la severa ley escrita, fue
sustituida por la teocracia del Nuevo Testamento en la cual Dios mismo dirige a
los creyentes en espíritu de libertad y amor (Rom. 8).
Profundamente afectados por la Pasión, muerte y Resurrección del Señor,
los Apóstoles crecieron espiritualmente hacia el tiempo de Pentecostés,
sintieron y maduraron para recibir los dones del Espíritu Santo. Entonces
descendió sobre ellos la plenitud de la Gracia Divina y ellos, por primera vez,
probaron los frutos espirituales del sacrificio salvador de Dios-Hombre.
El significado de la Gracia en la
vida del cristiano.
En cada ser humano hay una semilla del bien. Pero como cualquier
semilla, no puede desarrollarse sin agua y luz, así el alma del hombre queda
estéril, hasta que la riega la Gracia Divina. Sintiendo dentro de sí la falta
de la ayuda Divina, el recto del Antiguo Testamento rogaba a Dios: "Mi
alma como la tierra sedienta, se dirige a Ti" (Sal. 143:6). Y todos los
Hombres, quienes sinceramente tienen sed de la verdad, entienden que sin la
ayuda Divina, sin Su dirección y sostén, no es posible la vida espiritual. La
Gracia Divina renueva el alma humana, limpia su conciencia, ilumina su
intelecto, fortalece la fe, dirige la voluntad hacia el bien, enternece el
corazón con el amor a Dios y prójimos, encamina al hombre hacia lo celestial,
induce el deseo de vivir con intereses espirituales. Ella limpia e ilumina a
todo el ser. Según el testimonio de muchos que experimentaron una alta iluminación
espiritual, la Gracia Divina trae una paz y alegría tal al alma humana, que
todos los bienes terrenales y sensaciones físicas parecen pobres e ínfimos.
Desde el día que el Espíritu Santo, descendió sobre los Apóstoles, cada
persona que se bautiza, en el Sacramento de la unción con Miro, (Confirmación)
igual que los Apóstoles, recibe la Gracia del Espíritu Santo. La fuerza de este
Sacramento es tan enorme e indeleble, que no se repite, como el Bautismo. Los
otros Sacramentos de la Iglesia como la Confesión, la Comunión, así como las
liturgias en el templo, oraciones privadas, abstinencia, obras de misericordia
y vida benefactora, sirven para fortalecer y aumentar en el cristiano la acción
de los dones de la Gracia, recibidos con los Santos óleos.
La fuerza regeneradora de la Gracia Divina se muestra en los cambios
positivos internos y externos, que se producen en los hombres que la
recibieron. Estos cambios fueron especialmente visibles en los discípulos de
Cristo. Ellos, como nosotros sabemos, eran gente simple no instruida, sin
facilidad de palabra, hasta la llegada del Espíritu Santo. Cuando Este
descendió sobre ellos, se enriquecieron con la sabiduría espiritual y con su
inspirada palabra atrajeron, no solo al pueblo sino hasta los filósofos y hombres
de sobresaliente cultura. Su palabra, signada por la Gracia, penetraba hasta en
los corazones duros, inducía a los pecadores a la contrición y enmienda y a los
débiles al esfuerzo.
De tímidos y timoratos, como eran los Apóstoles durante la vida terrenal
del Redentor, después de recibir al Espíritu Santo, se tornaron llenos de
coraje y perdieron todo temor. Como resultado de los dones de Gracia se
formaron numerosas congregaciones cristianas, todavía durante la vida de los
Apóstoles, no sólo en distintas partes del Imperio Romano, sino también fuera
de sus límites: en África del Norte, India, Persia, Sur de Skifia. Así gracias
al incansable trabajo de los Apóstoles, el cristianismo se difundió en todo el
mundo, entonces conocido, y junto con esto comenzó el renacimiento de la
sociedad humana.
Sobre la fuerza regeneradora de la Gracia del Espíritu Santo, se puede
convencer al leer los Hechos de los Apóstoles, donde se describe la vida de los
cristianos en la primera década después del Pentecostés. Realmente muchos
pecadores, descreídos y los que vivían sólo con intereses carnales, después de
recibir el Espíritu Santo se transformaban en creyentes, virtuosos, llenos de
fuerte amor a Dios y a los hombres.
"Ellos, los recién bautizados, -como está escrito en el libro de
los Hechos- perseveraban en la doctrina de los Apóstoles, en la comunión unos
con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Todos los creyentes se
mantenían juntos y tenían todas las cosas en común. Y vendían sus propiedades y
sus bienes, y lo repartían a todos, según la necesidad de cada uno. Y
perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas,
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo
favor con todo el pueblo... Y la multitud de los que habían creído era de un
corazón y un alma. Y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino
que tenían todas las cosas en común. Así que no había entre ellos ningún
necesitado" (Hechos 2:42-47; 4:32-35). Se puede decir que los intereses
espirituales y tendencia hacia el cielo, reemplazaron en ellos todo lo
pecaminoso y bajo.
Según la enseñanza del Redentor, la vida espiritual es imposible sin la
ayuda superior. "El que no nació de agua y Espíritu no puede ver el Reino
Divino...Lo que nace de la carne es carne, nacido del Espíritu es
Espíritu" (Juan 3:5-6). También el Redentor enseñaba que el Espíritu
Santo, ubica al cristiano en la Verdad, consuela las congojas, sacia su sed
espiritual (Juan 16:13-17; 4:13-14).
El Apóstol Pablo llama a todas las virtudes cristianas "frutos del
Espíritu," diciendo: "Fruto espiritual es amor, alegría, paz,
paciencia, bondad, misericordia, fe, mansedumbre, contención" (Gal.
5:22-23). A menudo el crecimiento espiritual interno y el perfeccionamiento del
cristiano transcurre sin que él se dé cuenta de ello, como el Señor explicó en
la palabra de la semilla que crece invisible (Mar. 4:26-29). Sobre la
misteriosa acción del Espíritu Santo sobre el alma humana el Redentor Decía:
"El Espíritu respira donde quiere y su voz se escucha, sin saber de dónde
viene y a dónde se va. Así pasa con todos los nacidos del Espíritu" (Juan
3:8).
Además de los dones imprescindibles para cada cristiano en su vida
personal, El Espíritu Santo da a algunos creyentes dones especiales. Que son
necesarios para el bien de la Iglesia y la sociedad. Sobre estos dones
especiales, el Apóstol Pablo escribe así: "Pero a cada uno le es dada
manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu
palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; A
otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro, dones de sanidades por el mismo
Espíritu; A otro, el hacer milagros, y a otro, profecía; y a otro,
discernimiento de espíritus; y a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro,
interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas les hace uno y el mismo
Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere" (1 Cor.
12:7-11). Más adelante el Apóstol compara a la Iglesia con el cuerpo donde cada
parte tiene su misión: "Y Él mismo [Jesucristo] constituyó a unos,
apóstoles, a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y
maestros, a fin de perfeccionar a los santos, para la obra del ministerio, para
la edificación del cuerpo de Cristo" (Efes. 4:11-12).
El cristiano, al recibir la Gracia, se transforma en un templo vivo del
Espíritu Santo. Por eso debe guardarse de todo pecado como enseña el Apóstol:
"¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en
vosotros? Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el
templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Cor. 3:16-17).
En su parábola sobre las diez vírgenes, El Señor habla de la necesidad
de recibir los dones espirituales. Sin ellos el hombre es como la lámpara sin
aceite, o un tronco quemado (Mat. 25:1-13). Explicando la palabra del Redentor
sobre las diez vírgenes, San Serafín de Sarov, en su conversación con
Motovilov, enseña que la meta de la vida humana es conseguir la gracia Divina.
A pesar del hecho que la fuerza del Espíritu Santo es otorgada al
creyente, no por sus méritos, sino por la bondad de Dios y como resultado de la
Pasión redentora del Dios-Hombre, esta fuerza crece en "él en la medida de
sus esfuerzos de vivir una vida cristiana. Bendito Isaac Siriaco escribe:
"En la medida que el hombre se acerca a Dios con sus deseos, en la misma
medida Dios se acerca al hombre con Sus dones." El Apóstol Pedro así
instruye a los cristianos: "Como todas las cosas que pertenecen a la vida
y a la piedad nos son dadas de Su divino poder [de Jesucristo]... para que por
ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina ... Vosotros ...
añadid a vuestra fe virtud, a la virtud conocimiento; al conocimiento, dominio
propio, al dominio propio, paciencia, a la paciencia, piedad; a la piedad,
afecto fraternal, y al afecto fraternal, amor" (2 Ped. 1:3-7).
El Apóstol Pablo exhorta a los cristianos a atraer la gracia Divina con
una vida virtuosa y con oración, diciendo: "Porque en otro tiempo erais
tinieblas; más ahora sois luz en el Señor: Andad como hijos de luz (porque el
fruto del Espíritu está en toda bondad, justicia, y verdad)... Sed llenos de
Espíritu; Hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones
espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones" (Efes.
5:8-9).
Se acostumbra comenzar las oraciones matinales y vespertinas con la
oración al Espíritu Santo: "Oh, Rey Celestial..." En esta oración
nosotros pedimos al Espíritu Santo renovar en nosotros Su Gracia. Lo maravilloso
de esta oración, es que está compuesta por las palabras del propio Señor
Jesucristo, y contiene todo lo que debemos saber sobre el Espíritu Santo y qué
podemos pedirle.
Oh Rey Celestial, Consolador, Espíritu de la verdad, Omnipresente, Tu
que penetras todas las cosas, Tesoro de todo lo bueno y Dispensador de la vida,
ven y mora en nosotros, purifícanos de toda iniquidad y salva nuestras almas.
Oh Bondadoso.
En esta oración el Espíritu Santo se denomina "Rey Celestial"
como igual al Padre e Hijo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es
llamado "Consolador", por Su esencia que consuela y alegra la persona
y también "Espíritu de la Verdad", porque manifiesta la verdad a la
gente, ayudándoles a verla y quererla. "Omnipresente, Tu que penetras todas
las cosas", por Su naturaleza Celestial, sin límites ni obstáculos.
"Tesoro de todo lo bueno",
tesoro de todas las cosas buenas y valiosas, todo lo que la persona
desea para su perfección. "Dispensador de la vida", como vivificador
de la naturaleza, en especial, donador de la gracia espiritual para la gente y
los ángeles.
Dirigiéndonos de esta forma al Espíritu Santo, nosotros rogamos al Todo
bondadoso que nos purifique de toda iniquidad, la cual nace en nosotros por
diferentes pasiones o se apega a nosotros cuando nos rozamos con el mundo
impregnado en el mal. Nosotros le pedimos que permanezca en nosotros y dirija
nuestras vidas hacia la salvación del alma. En adición, dirigiéndonos al Espíritu
Santo, tenemos que ser humildes y conscientes de nuestra pobreza espiritual, y
que somos indignos, porque "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a
los humildes.".
V) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL PROTESTANTISMO.
Como hemos expuesto al comienzo
de este trabajo los católicos, los ortodoxos y los protestantes creen en un
Dios Trino y, en sus aspectos esenciales, coinciden en la doctrina de la
Santísima Trinidad, por lo que lo dicho previamente es válido aquí.
De modo que esa situación
concordante nos permite apartarnos del tratamiento de más opiniones actuales y aprovechar
este espacio para citar seguidamente dos antiguos sermones de singular belleza y
un alto valor histórico que, además, conservan una plena vigencia y
representatividad de la tradición protestante.
El primero de ellos es del siglo
XVI y corresponde al reformador protestante Martín Lutero y el segundo data del
siglo XIX y su autoría es atribuida al pastor Charles Haddon Spurgeon.
LA FE EN EL DIOS TRINO
MARTÍN LUTERO
Sermón para el Domingo de la Santísima Trinidad.[11]
Fecha: 4 de junio de 1531.
Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y en
Jesucristo, su unigénito Hijo, nuestro Señor. Y creo en el Espíritu Santo.
La fiesta de hoy se llama “el Domingo de la Santísima Trinidad”. Fueron
razones de mucho peso, y una necesidad muy grande, las que impulsaron a la
iglesia a disponer que esta fiesta fuese celebrada, cada año, a fin de que
mediante dicha celebración se reconociera y conservara este artículo de nuestra
fe. Pues los cristianos creemos que hay un solo Dios, y este único Dios es Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y este artículo es lo básico y principal de
nuestra fe, como lo ponemos de manifiesto al orar: “Creo en Dios Padre
todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, su Hijo
unigénito, nuestro Señor; y en el Espíritu Santo”. Si falta uno solo de estos
artículos, está perdido todo.
En tiempos antiguos, en los días de Arrio[1], se suscitó a este
respecto una violenta controversia. Todos los considerados santos y poderosos,
emperadores, reyes y obispos, se dejaron arrastrar por la herejía. Apenas dos
obispos[2] se mantuvieron fieles a la doctrina sana, todos los demás adhirieron
a la herejía de Arrio. Pues parece tan natural, y concuerda tan bien con lo que
nos dice la razón humana, que haya un Dios único y además, es la pura verdad.
Pero lo que la razón no puede concebir es cuando tú dices que hay un solo Dios,
y luego añades que este único Dios tiene consigo al Hijo y al Espíritu Santo.
Esto -objetan- es hacer de un solo Dios, tres dioses. Y se vienen con pasajes
bíblicos como Deuteronomio 6 (v. 4): “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová
uno es”, y recalcan que en las Escrituras se lee por doquier que los profetas
advirtieron al pueblo que no levantaran otros dioses sino que se quedaran con
el Dios único. Esto le entra a la razón sin ninguna dificultad. Aquel otro
artículo empero del Dios Trino no lo puede admitir. Por eso los turcos[3] y los
judíos se obstinan contra nosotros y dicen que no hay en la tierra gente más
execrable que los cristianos, que predican que hay un solo Dios, y en realidad
adoran tres dioses. Ellos en cambio se jactan de ser el verdadero pueblo de Dios,
y dicen que lo que nosotros enseñamos acerca de Dios, es tan disparatado como
el sostener que en un mismo hogar pueda haber tres jefes. Así se burlan de
nosotros los judíos. Algunos hay, si, que se convirtieron, y que se dieron la
apariencia de que querían hacerse cristianos, pero al fin siguieron en sus
creencias anteriores.
Es por esto que la iglesia ha dispuesto que se celebre esta fiesta para
que en el día de hoy se trate este artículo, a fin de que permanezca en
vigencia entre los cristianos. En caso contrario, si no se lo trata siempre de
nuevo, bien pronto podría ocurrir que los falsos profetas nos seduzcan a
abrazar la fe de los turcos. Y ya veréis que algún día, esto volverá a suceder.
Si el diablo no logra sofocarnos mediante el papa y por la fuerza de las armas,
tratará de introducir en nuestras filas predicadores deshonestos y malvados que
atacarán este artículo, como ya lo están haciendo algunos. Antes, cuando la
palabra del evangelio estaba proscripta, el diablo no obstaculizó mayormente la
predicación de este artículo. Pero ahora, al ver cuánto daño le estamos
causando, buscará una forma de incomodarnos de nuevo, si bien la doctrina
acerca del Dios Trino ya no será lacerada con tanta saña como en tiempos de
Arrio, a la inversa de lo que ocurre con los sacramentos, que también sufrieron
ataques ya en el pasado, pero no tan furiosos como los que tiene que sufrir
ahora [4]. Sin embargo, en el Apocalipsis se nos asegura que “el Cordero los
vencerá” (cap. 17:14).
1. La fe en el Dios Trino se
funda exclusivamente en la palabra divina. Las cavilaciones de la razón nos
inducirán a la incredulidad.
En primer lugar, lo que urge ante todo es que se excluya a la razón
humana, y que se evite tratar de dilucidar con ayuda de ella este artículo. Ahí
tenemos a los herejes: ellos quisieron comprender a toda costa cómo es posible
que en una sola deidad haya tres personas y cayeron en el error. Esa es la
manera como Satanás le presenta a uno la palabra de Dios, y pregunta: ¿Cómo
concuerda aquí lo uno con lo otro? Así lo hizo con Eva al preguntarle: “¿Conque
Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1). Y Eva,
nuestra madre, en este momento no dio mayor importancia a la palabra de Dios.
Entonces, Satanás le abrió los ojos con su pregunta insidiosa: ¿Por qué Dios
habría de prohibir que se coma de este árbol? Ahora, Eva se puso a reflexionar
acerca de esta cuestión y quiso discutirla con Satanás, y ahí mismo, él logró
seducirla. Por consiguiente, no nos creamos tan sabios, y cuidémonos de querer
investigar lo divino con la razón humana.
En cuanto al artículo del Dios Trino, lo único que debe oírse y decirse
es la palabra de Dios, lo que él mismo dice con respecto a la Trinidad. En este
sentido observa Hilario: “¿Quién puede hablar con más propiedad acerca de Dios
que Él mismo?”[5].Qué es Dios, y qué no es, nadie lo sabe mejor que Él mismo.
El que intente presentar definiciones mejores, obscurecerá las cosas o las
empeorará, o hará que los demás las entiendan menos aún que antes. Por cierto,
no hay hombre en la tierra que sepa decirnos qué quiere Dios, y qué es Dios en
su verdadera esencia. Por consiguiente debemos oírlo de Él mismo, y expresarlo
con sus propias palabras. Más si queremos saber cómo concuerdan las cosas en
Dios, estamos perdidos junto con Eva y todos los herejes. Por eso, cállese la
razón, y abra los oídos, y escuche lo que Dios nos dice.
También los eruditos deben
sujetarse a las Escrituras.
Los eruditos por su parte, los que tienen que disputar con los herejes,
tienen que leer el Evangelio según San Juan y las cartas de Pablo. Allí oirán
que hay un solo Dios, y no obstante, un ser divino tal que como Padre, tiene
consigo al Hijo y al Espíritu Santo. El Hijo, así como también el Espíritu
Santo, es una persona con Él, vale decir, en Él. No están separados uno del
otro como están separados Dios y las criaturas, sino que Padre, Hijo y Espíritu
son Dios en sí mismo. Este Dios es el que se dirige a nosotros mediante la
palabra[6]; de lo contrario, nadie podría haber tenido noticia acerca de lo que
hay en el interior del ser divino. Ahora empero oímos que su esencia es tal que
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es el solo y único Dios, y que no hay
otro Dios sino este Uno. Y este Uno tiene tres personas, y no obstante,
indivisas en una misma esencia divina[7], sólo que son tres personas distintas,
las que, sin embargo, llevan uno y el mismo nombre y hacen una y la misma obra.
En Juan 5 (v. 21) leemos: “Como el Padre levanta a los muertos, y les da vida,
así también el Hijo a los que quiere da vida”. Estas palabras son una prueba
irrefutable de que el Hijo es Dios; pues realiza la obra divina de dar vida a
los muertos. Los judíos entendieron correctamente que con esto, Cristo se hacía
igual a Dios, razón por la cual procuraban apedrearle (Juan 5:18). Sin duda, el
tener vida en sí mismo (Juan 5:26) es una obra que por su naturaleza puede
atribuirse exclusivamente a Dios. De la misma manera, también el Espíritu Santo
da vida; así lo afirma Pablo (en Romanos 8:11): “El Espíritu que mora en vosotros
vivificará vuestros cuerpos mortales”. Satanás puede matar; pero vivificar y
crear -esto no lo puede hacer ningún ángel, ni otro ser creado alguno. Muchos
otros pasajes semejantes a éstos hallarán los eruditos en las Sagradas
Escrituras, pasajes que evidencian que los nombres y las obras de las tres
personas de la Santísima Trinidad no admiten división ni separación.
El laico aténgase a lo que dice
el Credo.
Pues bien: en lugar de querer penetrar con nuestra mirada en el
interior de la Majestad divina, debemos prestar oídos a lo que Dios mismo nos
dice. ¡No atendáis a lo que sostienen los que se jactan de iluminaciones
directas del Espíritu, al margen de las Escrituras[8]. Esto lo recomiendo
encarecidamente a los eruditos a quienes les incumbe defender nuestra fe.
También los laicos hacen bien en participar de esta defensa; sin embargo, al
común de los cristianos sencillos les basta con decir: Creo en Dios Padre, Hijo
y Espíritu Santo.
Con la misma fe que crees en el Padre, cree también en el Hijo; y con
la misma fe que crees en el Hijo, cree en el Espíritu Santo. Esto será tu
armadura, la más sencilla y a la vez la más fuerte. Contra ella, nadie puede
argumentar nada; porque las palabras del Credo expresan con inequívoca claridad
que tú crees en el Hijo igualmente como en el Padre. Ningún otro empero puede
ser el objeto de nuestra fe sino el Dios único. Toda la Escritura es un
elocuente testimonio de que no se debe creer en hombres; ante todo, no debes
confiar en ninguno como que pudiera ayudarte a alcanzar la vida eterna. A los
hombres hay que amarlos, sobrellevar con paciencia sus debilidades, aunque
fueren muchas. Pero la vida eterna y el perdón de los pecados los obtendrás
sólo por el hecho de creer en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta fe te
da todo lo que se nos promete en el Credo. Pues si el Hijo no fuera Dios ni lo
fuera el Espíritu Santo, no tendrías perdón de los pecados ni vida eterna. Más
como el dar perdón y vida eterna es una obra que se atribuye a cada una de las
personas de la Trinidad, consecuentemente cada una de ellas es Dios. Y como con
la misma fe adoras al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, consecuentemente hay
“una fe, una vida eterna, un bautismo” (Efesios 4:4-6). Y por eso mismo hay un
solo y único Dios; porque este honor de ser el que perdona los pecados y
resucita a los muertos, no lo puedes tributar sino al verdadero Dios, puesto
que ni un ángel ni tampoco Satanás pueden darte tales cosas. Ni tampoco está
escrito que puedas esperar de los hombres lo que el Credo atribuye a Dios.
II. La fe en el Dios Trino está
profundamente arraigada en la iglesia. Su perduración en la iglesia es
testimonio de su invariable vigencia.
Esto ha sido la confesión unánime de toda la Iglesia por más de 1.500
años; y aunque el papa obscureció el significado del Credo, no obstante Dios
hizo que quedaran intactas las palabras del mismo, por amor de los que
permanecieron fieles en la fe. Siendo pues que esta confesión perduró en la
iglesia por tanto tiempo, y sin que nadie haya podido desacreditarla, ella
constituye para ti el fundamento en que puedes basarte sin temor alguno. Arrio
se levantó contra ella; todos los reyes, emperadores y príncipes la hicieron
objeto de sus ataques. Todos ellos yacen postrados en tierra; pero este
artículo de la fe, tan ajado y desprestigiado, permanece aún en pie, y
permanecerá para siempre. Sea pues tu fundamento el que puedas decir: “La fe
que yo confieso reza así: Creo en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a
causa de la vida eterna y del perdón de los pecados. Todo esto lo espero del
Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, pues así es como Dios habla de sí
mismo.” De esta manera permaneces en Dios y puedes tratar con él, y además
puedes decirte: “Lo que yo confieso ahora, lo viene confesando la cristiandad
entera ya durante siglos y siglos, a despecho de la oposición de tanta gente
-casi cinco docenas de herejes- y de todos los poderosos y sabios de esta
tierra. Por lo tanto, lo que la iglesia cristiana ha conservado con tanto celo,
también yo quiero creerlo”[9]
También la fórmula bautismal da
testimonio del Dios Trino.
La segunda confirmación para tu fe en el Dios Trino puedes derivarla
del bautismo. En este sacramento recibimos de parte de Dios, que se llama
Padre, Hijo, Espíritu, el perdón de los pecados. Así lo observáis en el acto
del bautismo; todos los niños son bautizados de la siguiente manera: “Yo te
bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, y esta
práctica, común en toda la cristiandad, se ha conservado en forma invariable;
aun hoy, todos son bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. Por lo tanto, di: “Mi bautismo se basa en que me fue aplicado
no sólo en el nombre del Padre, ni sólo en el nombre del Padre y del Hijo, sino
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, porque así reza la
fórmula bautismal. Y este Padre, Hijo y Espíritu Santo es un solo Dios, un solo
Creador, un solo Señor y Rey, y sin embargo, hay tres personas distintas en ese
único Ser y Nombre. Si el Hijo y el Espíritu Santo no fuesen Dios, se estaría
blasfemando de Dios y se le estaría deshonrando, porque se estaría atribuyendo
el nombre y la obra de Dios a uno que no es Dios. Pues así leemos en el libro
de Isaías (42:8): ‘Dios no quiere dejar a otro su gloria y su nombre’; y no
obstante, ambos los deja al Hijo y al Espíritu Santo. De esto concluyo: o tiene
que haberse equivocado la cristiandad entera, o aquellas tres personas son el
Dios único y verdadero, puesto que así como el Padre da vida en el bautismo, la
da también el Hijo y el Espíritu Santo.”
Con esto tienes, por lo tanto, dos fuertes armas contra Satanás. Dile
sin más ni más: “Primero: no entro en discusión contigo; porque al hacerlo, me
inducirías a querer defender el evangelio y la palabra con raciocinios humanos.
Antes bien, he sido bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo, y me quedaré con lo que ha perdurado ya tanto tiempo. En
segundo lugar: Mi fe que confieso tiene una base firme: Creo en el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Mediante esta fe obtengo el perdón de los pecados y
la resurrección de entre los muertos; porque esto, perdón y resurrección, no lo
puede efectuar nadie sino el solo Dios. Y si bien lo efectúa en mí por los
medios del bautismo y de la predicación, no obstante es Él, Dios, el que lo
efectúa.” Vencer a Satanás y dar la vida eterna son por lo tanto obras divinas.
Quien da tales cosas, es Dios. Y ¿Quién nos las da? ¡Tú, Padre, Hijo y Espíritu
Santo!
No disputes, pues, sino aférrate a la palabra. Y no olvides que tienes
dos buenos testigos: primero, el Credo, y segundo, el bautismo. Con esto
defiéndete, persevera en ello, y así podrás resistir a Satanás. Y así
terminemos la meditación sobre este tema.
[1] Arrio, presbítero de Alejandría (m. en 336) sostuvo que
Cristo es un ser que fue creado de la nada y elevado por Dios al rango de Hijo
a causa de sus sobresalientes cualidades morales. Arrio y los arrianos negaban
por lo tanto la divinidad de Cristo. Su doctrina, tras haber causado estragos
en la iglesia durante largos años, fue condenada como herética en el Concilio
Ecuménico de Nicea, año 325, convocado por Constantino el Grande,
[2] Uno de ellos era Pafnucio, a quien Lutero menciona
repetidas veces como modelo del hombre que defiende la verdad aun contra los
personajes más poderosos y sabios de esta tierra.
[3] En el uso idiomático de Lutero, turco es sinónimo de
mahometano.
[4] Respecto de la doctrina acerca de los sacramentos del
bautismo y la santa cena, Latero estaba en oposición no sólo a la teología católica,
sino también a lo que enseñaban Zuinglio, los iluminados y los anabaptistas.
(Véanse también los datos bibliográficos de la Nota 3 del Sermón 5, página 67).
[5] Hilario, De Trinitate, y 21 (Migne II 117): “A deo
discendum est, quid de Deo lntelligendum sit” = lo que se ha de entender en
cuanto a Dios, debe aprenderse de Dios mismo.
[6] Juan 1:14
[7] Comp, el Credo Atanasiano: “Y la verdadera fe cristiana
es ésta, que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y la Trinidad en la
unidad; no confundiendo las personas, ni dividiendo la substancia.”
[8] El término empleado en el original es Schwermeri,
latinización del alemár Schwarmer = “fanáticos”, como se traduce a menudo, o
mejor: “iluminados”
[9] Esta
última oración se encuentra sólo en el Códice Nuremberguense.
"¡MIEL EN LA BOCA!"
Texto del Pastor Charles
Haddon Spurgeon[12]
Predicado en la mañana del viernes 24 de Abril de 1891 (N° 2213)
en el Púlpito del Tabernáculo Metropolitano.
Conferencia de la Asociación Evangélica del Colegio del Pastor.
"El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo
hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo
mío, y os lo hará saber." Juan 16: 14, 15.
Amados amigos, ¡aquí tienen a la
Trinidad, y no hay salvación fuera de la Trinidad! Es el Padre, y el Hijo y el
Espíritu Santo. "Todo lo que tiene el Padre es mío," dice Cristo, y
el Padre tiene todas las cosas. Siempre fueron Suyas; son Suyas; siempre serán
Suyas; y no podrán ser nuestras hasta que cambien de dueño. Hasta que Cristo
diga: "Todo lo que tiene el Padre es Mío."
Es en virtud del carácter
representativo de Cristo, como Garantía del Pacto, que "Todo" lo que
tiene el Padre es traspasado al Hijo, y sólo entonces puede ser entregado a
nosotros. "Por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda
plenitud;" "porque de su plenitud tomamos todos." Pero nosotros
somos tan torpes, que no podemos llegar a la grandiosa fuente, aunque el tubo
conductor esté conectado a ella. Estamos lisiados. No podemos alcanzarla. Pero
en eso interviene la tercera Persona de la divina Unidad, es decir, el Espíritu
Santo, que toma de las cosas de Cristo y nos las hace saber. Así que realmente
recibimos lo que es del Padre, a través de Jesucristo, por el Espíritu.
Ralph Erskine, en su prefacio a
un sermón sobre el versículo quince, tiene un notable comentario. Él compara la
gracia con la miel: miel que alegra a los santos, y endulza sus bocas y
corazones; pero aclara que en el Padre "la miel está en la flor, y a tal
distancia de nosotros que no podemos extraerla." En el hijo "la miel
está en el panal, preparada para nosotros en nuestro Emanuel, Dios-Hombre, el
Verbo hecho carne, que dice: 'Todo lo que tiene el Padre es Mío; y Mío, para
uso y provecho de ustedes." Está en el panal. Pero a continuación, la miel
está en la boca: el Espíritu toma todas las cosas, y hace una aplicación,
mostrándonos esas cosas, y llevándonos a comer y beber con Cristo, y a
compartir 'todas estas cosas.' Sí, no sólo a comer la miel, sino también el
panal rebosante de miel; no sólo Sus beneficios, sino a Él mismo."
Es una hermosa división del tema.
La miel en la flor en Dios, como en misterio; verdaderamente allí. Nunca habrá
más miel que la que se encuentra en la flor. Pero, ¿cómo la obtendremos? No
tenemos sabiduría para extraer su dulzura. No somos como las abejas que son
capaces de hallarla. Es miel de abejas, no miel de hombres.
Pero en Cristo se convierte en la
miel en el panal y, por tanto, Él es dulce a nuestro gusto como la miel que
gotea del panal. A menudo estamos tan débiles que no podemos estirar la mano
para alcanzar ese panal; ay, y hubo un tiempo en el que nuestros paladares eran
tan depravados, que preferíamos las cosas amargas, hasta el punto de
considerarlas dulces.
Pero ahora que el Espíritu Santo
ha venido, la miel ha sido puesta en nuestra boca junto con el gusto para
disfrutarla. Sí, ahora hemos gozado tanto de ella, que la miel de la gracia ha
llegado a formar parte de nuestro ser, y nos hemos vuelto dulces para Dios; y
su dulzura nos ha sido entregada mediante este extraño método.
Amados amigos, no necesito
recordarles que mantengan la existencia de la Trinidad en un lugar prominente
en su ministerio. Recuerden que no pueden orar sin la Trinidad. Si la obra
plena de la salvación requiere de una Trinidad, el aliento de nuestra vida
también la necesita. Ustedes no pueden acercarse al Padre excepto a través del
Hijo y por el Espíritu Santo. Indudablemente, hay una trinidad en la
naturaleza. Y de manera cierta y constante, surge la necesidad de una Trinidad
en el dominio de la gracia; y cuando lleguemos al cielo entenderemos, quizá con
más plenitud, el significado de la Trinidad en su Unidad.
Pero, si eso es algo que no
podamos entender nunca, al menos lo captaremos con más amor, y nos
regocijaremos más intensamente, cuando los triples tonos de nuestra música se
eleven en perfecta armonía hasta Él, que es uno e indivisible, y sin embargo es
tres, por siempre bendito, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, único Dios.
Ahora, en cuanto al punto que
debo abrirles el día de hoy, aunque yo no pueda hacerlo, Él sí lo hará. Debemos
sentarnos aquí y pedir que podamos experimentar este texto en nosotros.
"El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber."
¡Que lo experimentemos en este preciso momento!
Primero, la obra del Espíritu
Santo: "Tomará de lo Mío, y os lo hará saber." Segundo, el propósito
del Espíritu Santo y Su eficacia: "El Me glorificará." Y luego, en
tercer lugar, cómo en ambas cosas Él es el Consolador. Es el Consolador quien
lo hace; y encontraremos nuestro consuelo más rico y seguro en esta obra del
Espíritu Santo, quien tomará de las cosas de Cristo y nos las hará saber.
I. Primero, LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO. Es evidente, queridos
amigos, que el Espíritu Santo trata con las cosas de Cristo. Como dijo nuestro
hermano, Archibald Brown, al comentar el capítulo que estamos estudiando ahora,
Él no tiene ningún propósito de originalidad. Trata con las cosas de Cristo.
Todas las cosas que Cristo había oído de Su Padre nos las hizo saber. Se apegó
estrictamente a ellas. Y ahora el Espíritu toma únicamente de las cosas de
Cristo. No debemos esforzarnos por buscar algo nuevo. El Espíritu Santo podría
tratar con cualquier otra cosa arriba en el cielo, o abajo en la tierra: la
historia de las edades pasadas, la historia de las edades por venir, los
secretos íntimos de la tierra, la evolución de todas las cosas, si hubiese una
evolución. Él podría hacer todo eso. Como el Señor, podría manejar cualquier
clase de tópicos que eligiera; pero se limita a las cosas de Cristo, y en ello
encuentra libertad inefable e ilimitada independencia.
¿Acaso piensas, querido amigo,
que puedes ser más sabio que el Espíritu Santo? Y si Su elección es sabia,
¿acaso tu elección podría serlo si comenzaras a tomar de las cosas de algo o de
alguien más? Tendrás al Espíritu Santo cerca de ti cuando estés recibiendo de
las cosas de Cristo; pero, como se dice que el Espíritu no trata nunca sobre
otra cosa, cuando estás haciendo uso de otras cosas el día domingo, las haces
tú solo; y entonces el púlpito se convierte en una lúgubre soledad, aun en
medio de una multitud, si el Espíritu Santo no está allí contigo.
Puedes inventar, si lo crees
conveniente, una teología que brote de tu brillante cerebro; pero el Espíritu
Santo no está allí contigo. Pero, ¡fíjate bien!, algunos de nosotros estamos
resueltos a quedarnos con las cosas de Cristo, y continuar tratando con ellas
mientras Él nos permita hacerlo. Y sentimos que estamos en tan bendita compañía
con el Espíritu divino, que no envidiamos tu amplio bagaje de conocimientos.
El Espíritu Santo todavía existe,
y trabaja, y enseña en la iglesia; pero tenemos una regla mediante la cual
podemos saber si lo que la gente asegura que es una revelación, lo es realmente
o no: "Él tomará de lo Mío." El Espíritu Santo no irá nunca más allá
de la cruz, ni de la venida del Señor. Él no irá más allá de lo que concierne a
Cristo. "Tomará de lo Mío." Por tanto, cuando alguien susurra a mi
oído que esto o aquello le ha sido revelado, y yo no lo encuentro en la
enseñanza de Cristo ni de Sus apóstoles, le respondo que debemos ser enseñados
por el Espíritu Santo.
Su única vocación es tratar con
las cosas de Cristo. Si olvidamos esto, podemos ser arrastrados por
extravagancias, como ya lo han experimentado muchos. Los que quieran tratar con
otras cosas, que lo hagan; pero en cuanto a nosotros, estaremos satisfechos con
encerrar nuestros pensamientos y nuestra enseñanza dentro de estos límites
ilimitados: "Él tomará de lo Mío, y os lo hará saber."
Me gusta pensar que el Espíritu
Santo trata con estas cosas. Son tan dignas de Él. Ahora se ha elevado a las
montañas. Su mente poderosa está entre las infinitudes cuando trata con Cristo,
pues Cristo es el Infinito con el velo de lo finito. Vamos, Él parece algo más
que infinito cuando penetra a lo finito; y el Cristo de Belén es menos
entendible que el Cristo del seno del Padre. Parecería, si eso fuera posible,
que Él ha sobrepasado lo infinito, y el Espíritu Santo tiene aquí temas que son
dignos de Su vasta naturaleza.
Cuando te has pasado todo el
domingo por la mañana contrayendo poco a poco un texto hasta convertirlo en
nada, ¿Qué has hecho? Un rey pasó todo un día tratando de hacer un retrato
sobre la semilla de una cereza: un rey que gobernaba imperios; y aquí hablamos
de un ministro que profesa que tiene un llamado del Espíritu Santo para el
oficio de tomar de las cosas de Cristo, que ha desperdiciado toda una mañana
con preciosas almas moribundas, predicándoles sobre un tema sin mayor
importancia.
¡Oh, imiten al Espíritu Santo! Si
profesan que Él habita en ustedes, entonces sean movidos por Él. Que se diga de
ustedes, en su medida, lo mismo que se dice del Espíritu Santo, aunque sin
medida: "Tomará de lo Mío, y os lo hará saber."
Ahora bien, ¿Qué hace el Espíritu
Santo? Él trata con hombres débiles. Sí, Él mora en nosotros, pobres criaturas.
Yo puedo entender que el Espíritu Santo tome de las cosas de Cristo y Se
regocije en ello; pero lo maravilloso es que glorifique a Cristo mostrándonos
estas cosas. Y, sin embargo, hermanos, es en medio de nosotros que Cristo es
glorificado. Nuestros ojos Lo verán. Un Cristo oculto es poco glorioso; y las
cosas de Cristo que no han sido gustadas y que no son amadas, parecen haber
perdido mucho de su fulgor. Pero al mostrar al pecador la salvación de Cristo,
Le glorifica, y por tanto dedica Su tiempo, y ha dedicado todos estos siglos, a
tomar de las cosas de Cristo, para que nosotros las conozcamos.
¡Ah!, es una gran condescendencia
de Su parte, que nos muestre esas cosas; pero también es un milagro. Si se
reportara que repentinamente las piedras cobran vida, y los cerros tienen ojos,
y los árboles cuentan con oídos, sería algo extraño; pero que a nosotros, que
estábamos muertos y ciegos y sordos en un sentido terrible (pues lo espiritual
es más enfático que lo natural), a nosotros, que estábamos tan alejados, el
Espíritu nos haga saber las cosas de Cristo, es para Su honra. Y así lo hace.
Él baja del cielo para morar con nosotros. Démosle honra y bendigamos Su
nombre.
Yo nunca he podido decidir qué
admiro más, como acto de condescendencia: la encarnación de Cristo, o la morada
del Espíritu Santo en nosotros. La encarnación de Cristo es maravillosa: que
asumiera la naturaleza humana; pero, observen, el Espíritu Santo habita en la
naturaleza humana pecaminosa; no en la naturaleza humana perfecta, sino en la
naturaleza humana imperfecta; y continúa morando, no en un cuerpo que fue
creado exclusivamente para Él, puro y sin mancha; no, sino que mora en nuestro
cuerpo. ¿Acaso no saben que son templos del Espíritu Santo, aquellos que fueron
manchados por naturaleza, y en quienes permanece todavía una medida de
corrupción, a pesar de que Él habite allí? Y esto ha hecho Él toda esta
multitud de años, no sólo en un caso, ni en miles de casos, sino en incontables
casos. Él continúa poniéndose en contacto con la humanidad pecadora. No muestra
las cosas de Cristo a los ángeles, ni a los serafines, ni a los querubines, ni
a las huestes que han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre
del Cordero; sino que las hará saber a los hombres.
Yo supongo que significa que toma
de las palabras de nuestro Señor, las que Él habló personalmente y las palabras
que dijo por medio de Sus apóstoles. No permitamos nunca que alguien haga una
división entre la palabra de los apóstoles y la palabra de Cristo. Nuestro
Señor mismo las unió. "Mas no ruego solamente por éstos, sino también por
los que han de creer en mí por la palabra de ellos." Y si algunos
rechazaran la palabra apostólica, quedarían excluidos del número de aquellos
por quienes Cristo ora; ellos mismos se colocarían fuera, por ese simple hecho.
Yo quisiera que recordaran solemnemente que la palabra de los apóstoles es la
palabra de Cristo. Él no se quedó por largo tiempo después que resucitó de los
muertos, ni hubo la oportunidad que nos diera una exposición más detallada de
Su mente y de Su voluntad; tampoco la hubiera dado antes de Su muerte, porque
no era el momento oportuno. "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero
ahora no las podéis sobrellevar."
Después de la venida del Espíritu
Santo, los discípulos estaban preparados para recibir lo que Cristo habló por
medio de Sus siervos Pablo y Pedro, y Santiago y Juan. Ciertas doctrinas que
algunos afirman que no son reveladas por Cristo, sino por Sus apóstoles, fueron
todas reveladas por Cristo, cada una de ellas. Todas pueden ser encontradas en
Su enseñanza; pero muchas de ellas se encuentran en forma parabólica. No es
sino hasta que subió a la gloria, y por Su Espíritu preparó a un pueblo que
pudiera entender la verdad con mayor claridad, que envía a Sus apóstoles,
diciendo: "Vayan, y abran el significado de todo lo que dije, a quienes he
elegido en el mundo."
El significado está todo allí, lo
mismo que todo el Nuevo Testamento está en el Antiguo; y a veces he pensado
que, en lugar de que el Antiguo sea menos inspirado que el Nuevo, es más inspirado.
Las cosas están más condensadas en el Antiguo Testamento que en el Nuevo
Testamento, si fuera posible. Hay mundos de significados en una línea preñada
del Antiguo Testamento; y en palabras del propio Cristo, es así. Él es el
Antiguo Testamento en el que entran las Epístolas como un tipo de Nuevo
Testamento; pero todo forma una unidad indivisible; no pueden ser separados.
Bien, las palabras del Señor
Jesús y las palabras de Sus apóstoles, deben ser interpretadas para nosotros
por el Espíritu Santo. Nunca llegaríamos al meollo de su significado sin Su
enseñanza. Nunca entenderíamos su sentido pleno, si comenzáramos a disputar
acerca de las palabras, diciendo: "yo no puedo aceptar esas
palabras." Si no quieres tener la cáscara, nunca tendrás al polluelo. Eso
es imposible. "Las palabras no son inspiradas," afirman.
Un ejemplo de una escena en la
corte puede ayudarnos a entender lo débiles y confusas que son las palabras que
no tienen el debido respaldo: pensemos en un hombre que es llamado a la corte como
testigo, y que jura decir la verdad, y dice que así lo ha hecho; pero cuando lo
someten a interrogatorio, dice: "pues bien, he dicho la verdad, pero
retiro mis palabras." El abogado que lo está interrogando tiene una copia
de cierta declaración suya. El testigo dice: "¿Sabe?, yo no garantizo la
verdad de esas palabras." Entonces le preguntan: "¿Cuál es su
testimonio, entonces? No tenemos ninguna otra declaración. No entendemos nada
de lo que quiere decir. Todo lo que ha dicho bajo juramento fueron sus propias
palabras." Todo lo que esto significa es que ese individuo es en realidad
un mentiroso, un perjuro. Bueno, yo no digo más de lo que el sentido común
sugeriría si estuviéramos en una corte. Ahora, si un hombre que estuviera
predicando, dijera: "Yo he dicho la verdad, pero aun así no podría
garantizar que mis palabras sean ciertas;" ¿Qué queda? Si no hubiera
inspiración en las Palabras de Dios, tendríamos una inspiración impalpable que
se escurriría poco a poco entre los dedos, sin dejar ningún rastro.
Bien, tomen las palabras, y nunca
disputen sobre ellas. Sin embargo, no podrían llegar al alma de su significado
genuino, si el Espíritu Santo no los condujera hasta allí. Quienes las
escribieron, en muchas ocasiones no entendían por completo lo que escribían.
Algunos de ellos preguntaban y escudriñaban diligentemente para entender esas
cosas que el Espíritu Santo les había hablado, y que les había ordenado
anunciar.
Y ustedes, a quienes se dirigen
estas palabras, tendrán que hacer lo mismo. Deben ir y decir: "Gran Señor,
te damos gracias de todo corazón por el Libro; y te agradecemos porque has
puesto el Libro en palabras; pero ahora, buen Señor, no vamos a cavilar acerca
de la letra, como lo hicieron los judíos antiguamente, y los rabinos, y los
escribas, perdiendo así su significado. Abre de par en par la puerta de las
palabras, para que podamos entrar a la cámara secreta de su significado; y
enséñanos lo que dicen, te lo pedimos. Tú tienes la llave. Llévanos
adentro."
Queridos amigos, siempre que quieran
entender un texto de la Escritura, traten de leerlo en el original. Consulten
con alguien que haya estudiado su significado en el idioma original; pero
recuerden que la manera más efectiva para adentrarse en un texto, es orar en el
Espíritu Santo. Oren por entender todo el capítulo. Afirmo que si leemos de
rodillas un capítulo, buscando en cada palabra a Quien la dio, el significado
vendrá a ustedes infinitamente más iluminado que por vía de cualquier otro
método utilizado para estudiarla. "Él Me glorificará; porque tomará de lo Mío
y os lo hará saber." Él volverá a entregar el mensaje del Señor para
ustedes, en la plenitud de su significado.
Pero yo no creo que eso sea todo
lo que el texto quiere decir: "Tomará de lo Mío." En el siguiente
versículo el Señor pasa a decir: "Todo lo que tiene el Padre es Mío."
Por tanto, yo pienso que quiere decir que el Espíritu Santo nos enseñará las
cosas de Cristo. Aquí tenemos un texto para nosotros: "Las cosas de
Cristo." Cristo habla como si en ese momento no poseyese nada que fuera
especialmente Suyo, pues no había muerto todavía; no había resucitado todavía;
no estaba suplicando todavía como el grandioso Intercesor en el cielo: todo eso
estaba por venir. Pero, a pesar de eso, dice: "Aun ahora, todo lo que
tiene el Padre es Mío: todos Sus atributos, toda Su gloria, todo Su reposo,
toda Su felicidad, toda Su bendición. Todo eso es Mío, y el Espíritu Santo les
mostrará eso."
Pero podría leer mi texto desde
una diferente perspectiva; pues Él ha muerto, ha resucitado, ha subido a lo
alto, y he aquí, Él viene. Sus carros están en camino. Hay ciertas cosas que el
Padre tiene, y que Jesucristo tiene, que son verdaderamente las cosas de
Cristo, enfáticamente las cosas de Cristo; y mi oración es que ustedes y yo,
predicadores del Evangelio, podamos tener el cumplimiento de este texto en
nosotros: "Él tomará de lo Mío, (Mis cosas), y os lo hará saber."
Supongan, amados hermanos, que
vamos a predicar la palabra, y el Espíritu Santo nos muestra a nuestro Señor en
Su Deidad. ¡Oh, cómo lo predicaríamos como divino: cuán ciertamente podría
bendecir a nuestra congregación! ¡Cuán verdaderamente podría someter todas las
cosas a Sí mismo, siendo que Él es Dios verdadero de Dios verdadero!
Es igualmente dulce verlo como
hombre. ¡Oh, que tuviéramos el ángulo de visión del Espíritu hacia la humanidad
de Cristo! Reconocer con toda claridad que Él es hueso de mis huesos, y carne
de mi carne, y que en Su infinita ternura tendrá compasión de mí, y tratará con
mi pobre pueblo, y con las conciencias atribuladas que me rodean; que todavía
tengo que ir a ellos, para decirles de Alguien que se conmueve de sus
debilidades, habiendo sido tentado en todo de manera semejante a sus
tentaciones.
Oh, hermanos míos, si alguna vez,
no, más bien, si en todo momento antes de predicar, tuviéramos una visión de
Cristo en Sus naturalezas divina y humana, y bajáramos después de haber tenido
esa fresca visión, para hablar acerca de Él, ¡Qué eficaz predicación sería para
nuestro pueblo!
Es glorioso tener una visión de
los oficios de Cristo, recibida directamente del Espíritu Santo; pero
especialmente de Su oficio de Salvador. A menudo Le he dicho: "Tú debes
salvar a mi pueblo. Ese no es un asunto mío. Nunca he puesto un letrero sobre
mi puerta diciendo que soy un salvador, ni me he erigido como tal; pero Tú has
sido preparado para ese oficio. Tú lo has aprendido por experiencia, y Tú lo
reclamas como Tu propio honor. Tú eres exaltado en lo alto como un Príncipe y
un Salvador. Haz Tu obra, Señor mío."
Yo tomé este texto, y lo prediqué
a unos pecadores el otro domingo por la noche, y sé que Dios lo bendijo
mientras les decía: "¡Que el Espíritu Santo les muestre que Cristo es un
Salvador! Un médico no espera que ustedes se disculpen cuando acuden a él
porque están enfermos, pues él es médico, y él los necesita para poder
demostrar su capacidad. De igual manera, Cristo es un Salvador, y no necesitan
disculparse por acudir a Él; pues Él no podría ser un Salvador si no tuviera a
nadie a quien salvar."
El hecho es que Cristo no puede
tomar posesión de nosotros de otra manera, excepto por nuestro pecado. El punto
de contacto entre el enfermo y el médico es la enfermedad. Nuestro pecado es el
punto de contacto entre nosotros y Cristo. ¡Oh, que el Espíritu de Dios tomara de
los oficios divinos de Cristo, especialmente del de Salvador, y nos los hiciera
saber!
¿Alguna vez les enseñó el
Espíritu Santo estas cosas de Cristo, es decir, Sus compromisos del pacto?
Cuando acordó el pacto con el Padre, fue para comprometerse a traer muchos
hijos a la gloria; no perdería ninguno de los que el Padre le dio, sino que
serían salvados; tiene el compromiso con Su Padre de traer a Sus elegidos a
casa.
Cuando las ovejas tengan que
pasar bajo la mano de quien las cuenta, pasarán bajo la vara una por una, cada
una mostrando una marca de sangre; y Él no descansará hasta que el número de
las que estén en el redil celestial, coincida con el número registrado en el
Libro.
Yo así lo creo; y ha sido
maravilloso que esto me haya sido enseñado cuando he salido a predicar. Es una
mañana triste, opaca, húmeda y brumosa. Sólo hay unas cuantas personas
presentes. Sí, pero son un pueblo elegido, a quienes Dios ha ordenado que estén
allí, y está el número que debe estar. Voy a predicar, y habrá algunas personas
que serán salvas. No esperamos resultados al azar; sino que, guiados por el
bendito Espíritu de Dios, predicamos con una viva certeza, sabiendo que Dios
tiene un pueblo que Cristo se ha comprometido a traer a casa, y lo traerá; y
cuando vea el fruto de la aflicción de Su alma, Su Padre se deleitará en cada
uno de ellos. Si alcanzan una clara visión de esto, les proporcionará mucha
firmeza y los hará fuertes." "Él tomará de lo Mío, y les enseñará mis
compromisos del pacto, y cuando los vean, recibirán mucho consuelo."
Pero, amados, el Espíritu Santo
los favorece tomando lo que es peculiarmente de Cristo, es decir, Su amor, para
mostrárselos. Lo hemos visto, algunas veces más vívidamente que otras. Pero si
toda la brillante luz del Espíritu Santo fuera a concentrarse sobre el amor de
Cristo, y nuestra visión fuera ampliada a su máxima capacidad, sería una visión
tal, que ni el cielo podría sobrepasarla. Deberíamos sentarnos en nuestro
estudio con la Biblia frente a nosotros, hasta llegar a sentir: "Bien,
ahora, he aquí un hombre, si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé. Ese
hombre es arrebatado al paraíso."
¡Oh, poder ver el amor de Cristo
a la luz del Espíritu Santo! Cuando nos es revelado así, no solamente vemos la
superficie, sino el propio amor de Cristo. Ustedes saben que no han visto nada
todavía, estrictamente hablando. Sólo ven la apariencia de la cosa: la luz que
se refleja en ella; eso es todo lo que ven.
Pero el Espíritu Santo nos
muestra la verdad desnuda, la esencia del amor de Cristo; y cuál es esa
esencia: ese amor que no tiene principio, inmutable, ilimitado, sin fin; y ese
amor que ha sido depositado sobre Su pueblo simplemente por motivos que
provienen de Él y no por ningún motivo ab extra: cuál sea ese motivo, ¿Qué
lengua podría expresarlo? ¡Oh, es una visión encantadora!
Yo pienso que si pudiera haber
una visión más maravillosa que el amor de Cristo, sería la visión de la sangre
de Cristo.
"¡Hablamos mucho de la
sangre de Cristo,
Pero cuán poco la podemos
entender!"
Es el punto culminante de Dios.
No conozco nada más divino. Parecería como si todos los propósitos eternos se
dirigieran hacia la sangre de la cruz, y luego obraran desde la sangre de la
cruz hacia la sublime consumación de todas las cosas. ¡Oh, pensar que Él habría
de hacerse hombre! Dios creó el espíritu, un espíritu puro, un espíritu
encarnado; y luego lo material; y de alguna manera, como si lo unificara todo,
la Deidad se vincula a Sí misma con lo material, y se cubre de polvo al igual
que nosotros; y juntando todo eso, luego va, y en esa forma, redime a Su pueblo
de todo el mal de su alma, y de su espíritu, y de su cuerpo, derramando una
vida que, mientras fue humana, estaba conectada con lo divino, para que
hablemos correctamente de "la sangre de Dios."
Vayamos al capítulo veinte de los
Hechos, y leamos cómo lo expresa el apóstol: "Para apacentar la iglesia
del Señor, la cual Él ganó por su propia sangre." Yo no creo que el doctor
Watts esté equivocado cuando afirma: "Dios que amó y murió." Es una
precisión incorrecta, una precisión de incorrección absoluta y estricta. Así
sucede siempre cuando lo finito habla de lo Infinito. Fue un sacrificio
maravilloso que pudo borrar, aniquilar, y extinguir absolutamente el pecado, y
todas las trazas que pudieran quedar de él; pues "Él ha terminado la
prevaricación, y puesto fin al pecado, y ha expiado la iniquidad, para traer la
justicia perdurable."
¡Ah, queridos amigos! Ustedes han
visto esto, ¿No es cierto? Pero todavía tendrán que ver más; y cuando lleguemos
al cielo, sabremos lo que significa la sangre, y con qué vigor cantaremos:
"¡Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre!"
¿Habrá alguien allí que diga: "acaso no es esa la religión
sangrienta" como blasfemamente la llaman algunos? ¡Ah, amigos míos, ellos
estarán en la condición de arrepentirse tardíamente por no haber creído en la
"religión sangrienta!" Pienso que el alma de cualquier hombre que se
haya atrevido jamás a hablar de esa manera, arderá como carbones de enebro, por
haber despreciado la sangre de Dios, y así, por sus propias obras
intencionales, ese hombre será echado fuera para siempre.
¡Que el Espíritu Santo les
muestre hoy Getsemaní, y Gabata y el Gólgota! ¡Y luego, que les permita una
visión de lo que ahora está haciendo nuestro Señor! ¡Oh, y cómo les levantaría
invariablemente el ánimo, cuando estuvieran deprimidos, tan sólo verlo
intercediendo por ustedes!
Crean que si su esposa estuviera
enferma, o su hijo se doliera de algo, y hubiera escaso alimento en la alacena,
y ustedes salieran por la puerta trasera, y Lo vieran con Su pectoral, con
todas sus piedras relucientes, y su nombre escrito allí, intercediendo por
ustedes; ¿Acaso no regresarían de inmediato y le dirían: "vamos, esposa,
todo está bien; Él está orando por nosotros"? ¡Oh, sería un consuelo si el
Espíritu Santo les mostrara un Cristo intercesor! Y pensar que Él reina a la
vez que intercede. Él está a la diestra de Dios el Padre, que ha puesto todas
las cosas bajo Sus pies. Y está en espera que el último enemigo sea puesto
allí. Ahora, ustedes no tienen miedo de aquellos que los han atacado, y se les
han opuesto, ¿No es cierto? Recuerden que Él ha dicho: "Toda potestad me
es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas
las naciones... y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin
del mundo."
Además, que el Espíritu Santo les
muestre una clara visión de Su venida. Eso es lo mejor de todo. Esa es nuestra
más brillante esperanza: "¡He aquí, Él viene!" Cuando cobre valor el
adversario y haya menos fe, y el celo parezca casi extinto, estaremos
recibiendo las señales de Su venida. El Señor siempre dijo eso: que no vendría
antes de que se diera primero la apostasía; y así, en la medida en que la noche
se torna oscura, y la tormenta enfurece, podremos recordar mejor que Él se
acercó a los discípulos en el lago de Galilea, caminando sobre las olas, en
medio de la noche, en lo más fiero de la tormenta.
Oh, ¿Qué dirán Sus enemigos
cuando Él venga? Cuando contemplen las huellas de los clavos del Glorificado, y
al Hombre que lleva la corona de espinas, (cuando realmente lo vean venir), los
que despreciaron Su palabra y Su sangre siempre bendita, ¡cómo se esconderán de
Su rostro de amor ofendido! Nosotros, por el contrario, por Su infinita
misericordia, diremos: "Esto es lo que Espíritu Santo nos enseñó; y ahora
lo vemos literalmente. Le damos gracias por los anticipos que nos dio de la
visión beatífica."
No he terminado con el primer
encabezado todavía, porque hay un punto que necesito que recuerden. Cuando el
Espíritu Santo toma de las cosas de Cristo, y nos las hace saber, tiene un
propósito al hacerlo. Espero que no se rían cuando les recuerde lo que hacen
los niñitos, a veces, en la escuela. He visto a un niño que saca de su bolsillo
una manzana, y le dice a su compañero: "¿Ves esta manzana?"
"Sí," replica el otro. "Entonces, verás cuando me la como,"
dice el primero. Pero el Espíritu Santo no es ningún Tántalo, que toma de las
cosas de Cristo, para guardarlas y mofarse de nosotros. No: Él dice: "¿Ves
estas cosas? Si puedes verlas, puedes tenerlas." ¿Acaso no dijo el propio
Cristo: "Mirad a Mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra"?
Mirar les proporciona un argumento; y si pueden verlo, Él es suyo.
Sucede con ustedes, lo mismo que
le ocurrió a Jacob, en relación al tema del Espíritu que enseña cosas. Ustedes
saben que Jacob se acostó y se durmió, y el Señor le dijo: "La tierra en
que estás acostado te la daré a ti." Ahora, en el lugar que elijan, a lo
largo de todas las Escrituras, si encuentran dónde acostarse, ese lugar les
pertenece. Si pueden dormir sobre una promesa, esa promesa es suya.
"Alza ahora tus ojos,"
dijo Dios a Abram, "y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el
sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a
ti." Que el Señor aumente nuestra santa visión de gozosa fe; pues no hay
nada que veas que no puedas también disfrutar; todo lo que es en Cristo está
allí para ustedes.
II. Ahora, en segundo lugar, ¿CUÁL ES EL PROPÓSITO DEL ESPÍRITU
SANTO Y CUÁL ES SU EFICACIA? "Él me glorificará."
¡Ah, hermanos! El Espíritu Santo
no viene nunca para glorificarnos a nosotros, o para glorificar a una
denominación, o, creo, ni siquiera para glorificar un arreglo sistemático de
doctrinas. Él viene para glorificar a Cristo. Si queremos tener el mismo propósito,
debemos predicar para glorificar a Cristo. No alberguemos nunca este
pensamiento: "Voy a incorporar este trozo; va a sonar muy bien. Los amigos
sentirán que la oratoria no ha desaparecido todavía, que Demóstenes está
presente en esta aldea."
No, no. Debo decirte, hermano,
que aunque sea una pieza encantadora, debes eliminarla sin piedad; pues si has
tenido un pensamiento así, no debes ponerte en el camino de la tentación al
usarlo. "¡Sí, es una magnífica frase! No sé bien dónde la encontré, o si viene
de mi inspiración. Me temo que la mayoría de nuestros amigos no la entenderán;
pero les dará la impresión que cuentan con un pensador profundo en el
púlpito."
Pues bien, aunque sea muy
admirable, y, además, aunque pudiera ser algo muy correcto predicarles esa
preciosa pieza, si piensas así, elimínala. Bórrala sin piedad. Debes decir:
"¡No, no, no! Si mi objetivo no es glorificar claramente a Cristo, no
tendría el mismo propósito del Espíritu Santo, y no podría esperar Su ayuda. No
tendríamos el mismo objetivo, y por tanto no estaría predicando para glorificar
a Cristo de manera simple, sincera y única."
Entonces, ¿Cómo glorifica a
Cristo el Espíritu Santo? Es muy hermoso pensar que Él glorifica a Cristo
mostrando las cosas de Cristo. Si quisieras honrar a alguien, tal vez le
llevarías un regalo que pudiera utilizar para decorar su casa. Pero en este
caso, si quieres glorificar a Cristo, debes ir y tomar las cosas de la casa de
Cristo, "las cosas de Cristo." Siempre que tenemos que alabar a Dios,
¿Qué hacemos? Simplemente decimos lo que Él es. "Tú eres esto, Tú eres
eso." No hay otra forma de alabarlo. No podemos tomar nada de ninguna otra
parte, para traerla a Dios; las alabanzas a Dios son simplemente los hechos
acerca de Él.
Si quieres alabar al Señor
Jesucristo, háblale a la gente acerca de Él. Toma de las cosas de Cristo, y
enséñalas a la gente, y glorificarás a Cristo. ¡Ay!, yo sé lo que ustedes
harán. Tejerán palabras y les darán forma y las ordenarán de una manera
elegante, hasta producir una encantadora pieza literaria. Cuando hayan hecho
eso de manera muy cuidadosa, métanla al fuego en el horno, y dejen que se
incinere. Posiblemente puedan hornear pan con eso. Hermanos, es mejor que
digamos lo que es Cristo, que inventar diez mil palabras bonitas de alabanza en
referencia a Él. "El me glorificará; porque tomará de lo Mío, y os lo hará
saber."
Además, yo pienso que el bendito
Espíritu glorifica a Cristo al hacernos saber las cosas de Cristo como de
Cristo. ¡Oh, ser perdonados! Sí, es algo grandioso; ¡pero encontrar ese perdón
en Sus heridas, eso es algo más grandioso aún! ¡Oh, alcanzar la paz! Sí, ¡pero
encontrar esa paz en la sangre de Su cruz!
Hermanos, mantengan la señal de
la sangre muy visible sobre todas las misericordias que reciben. Todas ellas
están marcadas con la sangre de la cruz; pero algunas veces pensamos tanto en
la dulzura del pan, o en la frescura de las aguas, que nos olvidamos de dónde
proceden, y cómo nos llegaron, y entonces pierden su mejor sabor. Que haya
venido de Cristo es lo mejor acerca de la mejor cosa que provenga jamás de
Cristo. Que Él mismo me salve es, de alguna manera, mejor, que simplemente ser
salvado. Ir al cielo es una gran bendición; pero yo sé que es mejor estar con
Cristo, y, como resultado de ello, ir al cielo. Es Él mismo, y lo que procede
de Él, lo que es lo mejor de todo, porque viene de Él mismo.
Así, el Espíritu Santo
glorificará a Cristo haciéndonos ver que estas cosas de Cristo son verdadera y
plenamente de Cristo, y todavía están vinculadas con Cristo; y únicamente las
gozamos porque nosotros estamos unidos a Cristo.
Entonces se dice en el texto:
"El me glorificará; porque tomará de lo Mío, y os lo hará saber." Sí,
que el Espíritu Santo nos haga conocer a Cristo, ciertamente glorifica a
Cristo. ¡Cuántas veces he anhelado que hombres de mentes sobresalientes
pudieran ser convertidos! He deseado que pudiéramos contar con unos cuantos
hombres como Milton, pero que cantaran al amor de Cristo; unos cuantos hombres
poderosos, maestros de política y de ciencias semejantes, que consagraran sus
talentos a la predicación del Evangelio.
¿Por qué no sucede así? Bien,
porque parece que el Espíritu Santo no cree que esa sea la manera de glorificar
supremamente a Cristo; y prefiere, como una mejor manera de hacerlo, traernos a
personas comunes, y tomar de las cosas de Cristo y hacérnoslas saber. Él
verdaderamente glorifica a Cristo; y bendito sea Su santo nombre porque por
siempre mis ojos de confusa mirada contemplarán Su infinita amabilidad; que por
la eternidad un infeliz como yo, que puede entender cualquier cosa excepto lo
que debe entender, sea conducido a comprender las alturas y las profundidades,
y conocer, con todos los santos, el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento.
Pueden conocer, en una escuela, a
un chico inteligente. Pero no dependió del maestro haber hecho de él alguien
preparado. Pero por otro lado tenemos a un destacado estudiante, cuya madre nos
relata que en la familia era el tonto más grande. Todos sus compañeros de clase
dicen, "¡Cómo, él estaba en la cola! Daba la impresión que no tenía
cerebro; pero nuestro maestro, de alguna manera, le infundió algo de cerebro, y
lo llevó a conocer algo que antes parecía incapaz de saber." De alguna
manera, nos da la impresión que nuestra propia insensatez, e impotencia, y
muerte espiritual, (si el Espíritu Santo nos hace saber las cosas de Cristo),
ayudarán a aumentar la grandiosa glorificación de Cristo, que es el propósito
del Espíritu Santo.
Luego, amados hermanos, puesto
que es para honra de Cristo que Sus cosas sean dadas a conocer a los hombres,
Él nos las hará saber, para que nosotros vayamos y las hagamos saber a otras
personas. Esto no lo podemos hacer nosotros, excepto en la medida que Él esté
con nosotros para abrir los ojos a los demás; pero Él estará con nosotros
mientras prediquemos lo que Él nos ha enseñado; así que el Espíritu Santo
realmente estará haciéndolo saber a los otros, al tiempo que nos lo muestra a
nosotros mismos. Una influencia secundaria fluirá de este servicio, pues
recibiremos ayuda para usar los medios correctos para hacer que otros vean las
cosas de Cristo.
III. Se nos acabó el tiempo; pero en tercer lugar debo señalarles
simplemente CÓMO EN AMBAS COSAS ÉL ES NUESTRO CONSOLADOR.
Lo es, primero, por esta razón:
que no hay ningún consuelo en el mundo como la visión de Cristo. Él nos hace
saber las cosas de Cristo. ¡Oh, hermanos, si ustedes son pobres, y el Espíritu
Santo les muestra que Cristo no tenía donde reclinar Su cabeza, qué visión
consoladora es para ustedes! ¡Y si están enfermos, y el Espíritu Santo les
muestra los sufrimientos que tuvo que soportar Cristo, qué consuelo les llega a
ustedes! Y si son conducidos a ver las cosas de Cristo, cada una de conformidad
a la condición en la que se encuentren, ¡Cuán prontamente son liberados de su
aflicción!
Y luego, si el Espíritu Santo
glorifica a Cristo, esa es la cura para cualquier tipo de aflicción. Él es el
Consolador. Tal vez ya se los he dicho antes, pero no puedo evitar repetirlo,
que hace muchos años, después del terrible accidente ocurrido en Surrey
Gardens, tuve que irme al campo y guardar reposo. Simplemente ver la Biblia me
producía llanto. Únicamente podía mantenerme solo en el jardín; y estaba
deprimido y triste, pues varias personas murieron en el accidente; y allí
estaba yo también medio muerto; y recuerdo cómo recibí de nuevo mi consuelo, y
prediqué el domingo siguiente a mi recuperación. Había estado caminando por el
jardín, y estaba parado bajo un árbol. Si está allí todavía, no lo sé; pero
recuerdo estas palabras: "A éste, Dios ha exaltado con su diestra por
Príncipe y Salvador." "Oh," pensé para mí mismo, "yo sólo
soy un soldado común. Si muero en una trinchera, no me importa. El rey es
honrado. Él obtiene la victoria;" y yo era como uno de esos soldados
franceses de tiempos antiguos, que amaban a su emperador; y ustedes saben cómo,
cuando estaban a punto de morir, si el emperador pasaba junto a ellos, cada
herido hacía un esfuerzo por erguirse apoyándose en su codo, y gritaba una vez
más: "¡Vive l'Empereur!" (Viva el Emperador), pues el emperador
estaba esculpido en su corazón.
Lo mismo, estoy seguro, sucede
con cada uno de ustedes, hermanos míos, en esta guerra santa. Si nuestro Señor
y Rey es exaltado, entonces nada importa todo lo demás: si Él es exaltado, no
te preocupes por lo que nos pueda pasar. Somos un conjunto de pigmeos; todo
está bien si Él es exaltado. La verdad de Dios está segura, nosotros estamos
perfectamente anuentes a ser olvidados, ridiculizados, calumniados, y cualquier
otra cosa que quieran hacernos los hombres. La causa está segura, y el Rey está
en Su trono. ¡Aleluya! ¡Bendito sea Su nombre!
Nota del traductor: Al pie de
este sermón hay una nota, con el informe del estado de salud de Spurgeon,
bastante deteriorado:
"Ha transcurrido otra semana
de ansiedad, y por la bendición del Señor sobre los medios utilizados, el señor
Spurgeon ha logrado mantenerse con vida. La oración unida y casi universal por
su completa recuperación sigue siendo ofrecida de manera continua; y al momento
que este sermón es enviado a los impresores, parece haber una ligera mejoría en
la condición de nuestro querido enfermo, que sigue siendo muy crítica. La
señora Spurgeon, y los otros miembros de la familia, así como la Iglesia del
Tabernáculo, están muy agradecidos por toda la simpatía que ha encontrado
expresión de diversas maneras; y les suplican a todos los creyentes que sigan
pidiendo por la plena restauración del señor Spurgeon, si es la voluntad de
Dios."
VI) EPÍLOGO.
En esta oportunidad nos hemos
referido al misterio de la Santísima Trinidad, agrupando destacadas opiniones
provenientes de sectores católicos, ortodoxos y protestantes.
Con los distintos trabajos reunidos
pusimos a disposición del lector una variedad de perspectivas sobre el
significado y la trascendencia que adquiere la Santísima Trinidad para el
cristianismo. Desde todas ellas se sostiene con total contundencia que el Dios
cristiano es Trinitario y, consecuentemente, se pone en evidencia que cualquier
expresión religiosa que adore a un dios de distintas características queda al
margen de la fe cristiana.
En sintonía con lo expresado en
los puntos precedentes, aprovecharemos el epílogo para insistir sobre la
importancia que tiene para nosotros, los cristianos, el hecho de poseer plena
conciencia de que Dios mora en nuestro interior.
El asumir -aún con las
limitaciones humanas- que Dios forma parte de la interioridad del cristiano, nos
permite comprender la verdadera finalidad de desarrollar en grado heroico las
virtudes morales y teologales. Los profesos cristianos sabemos que estamos
trabajando en la construcción de una digna “Casa para el Señor” que habita en
nosotros y de otra casa para habitar nosotros en el cielo junto al Señor, en
caso que una vez que concluya nuestra vida terrena resultemos merecedores de
tan inmenso favor.
Razón por la cual lo que parece un
esfuerzo absurdo frente a los ojos de un profano se convierte en una actividad
esencial e insoslayable para un iniciado cristiano, cuando su capacidad de
entendimiento ha sido expandida e iluminada por el Principio Vital e Inmortal que
actúa en él.
Recién una vez que nos
convencemos de la existencia de una dimensión sobre-natural podemos tener
chances de comprender la necesidad de trabajar de manera rigurosa en los planos
ascéticos y místicos para que, con la Gracia Divina, el Espíritu Santo que llevamos
dentro tome las riendas de nuestro ser y ponga bajo su imperio los impulsos
descontrolados provenientes de los bajos instintos y las emociones desbordadas
que gobiernan a los sujetos carnales.
Asimismo, sólo en esas
circunstancias, podremos escuchar la voz del Espíritu Santo transmitiéndonos
una y otra vez -y todas las veces que sean necesarias- las enseñanzas de
Cristo.
En un marco de coherencia con
nuestros conocimientos como cristianos y las responsabilidades que ellos
conllevan, debemos orar para que Dios ilumine a todos aquellos hombres bien
intencionados que inmersos en el error deciden emprender en soledad -sin la
guía y el socorro del Señor- el camino de la mejora personal.
A los que no podemos dejar de
advertirles el fracaso y el sufrimiento que azota a todos los que intentan
reconstruir su pecaminosa naturaleza con similares rebeldías a las que tuvieron
nuestros primeros ancestros y que llevaron a que Dios desatara Su furia contra
ellos y contra todos sus descendientes; revistiéndonos con un cuerpo mortal y
concupiscente.
Y, como parte de ese aviso
fraterno, recordamos las enseñanzas del Obispo Alexander Mileant, en cuanto a
señalado: <A pesar del hecho que la
fuerza del Espíritu Santo es otorgada al creyente, no por sus méritos, sino por
la bondad de Dios y como resultado de la Pasión redentora del Dios-Hombre, esta
fuerza crece en "él en la medida de sus esfuerzos de vivir una vida
cristiana. Bendito Isaac Siriaco escribe: "En la medida que el hombre se
acerca a Dios con sus deseos, en la misma medida Dios se acerca al hombre con
Sus dones." El Apóstol Pedro así instruye a los cristianos: "Como
todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos son dadas de Su divino
poder [de Jesucristo]... para que por ellas llegaseis a ser participantes de la
naturaleza divina ... Vosotros ... añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud,
conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia, a
la paciencia; piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal,
amor" (2 Ped. 1:3-7).>
De lo dicho hasta aquí se
desprende que los profesos cristianos tenemos plena conciencia de que la gnosis
y la regeneración sólo son accesibles para los humildes que se reconocen hijos
del Todo Poderoso y se empeñan en hacer Su voluntad. De manera que asumimos que
únicamente nos será posible reconstruir nuestras naturalezas dañadas con la
ayuda de la Santísima Trinidad y las conductas que llevemos a cabo para
hacernos merecedores de su Gracia y de sus dones.
Finalizaremos nuestro trabajo con
una meditación sobre una interesante frase del célebre filósofo alemán Immanuel
Kant:
"Tiene la razón humana el singular destino, en cierta especie de
conocimiento, de verse agobiada por cuestiones de índole tal que no puede
evitarlas, porque su propia naturaleza las impone, y que, sin embargo, no las
puede resolver, puesto que no se encuentran a su alcance".
Desde nuestra perspectiva
cristiana advertimos que en la cita transcrita la especie de conocimiento que
agobia a la razón humana y que de manera inevitable se empeña en perseguir el
hombre aun cuando se encuentra fuera de su alcance, es -precisamente- el saber
que se relaciona con: la existencia de Dios, Su pensamiento omnisciente, Su
acción todopoderosa y los destinos últimos de la Creación. (El fin del hombre,
de la humanidad y del universo).
Entonces, debemos recordar que para
el cristianismo Dios quiere que lo conozcamos y lo amemos esencialmente por fe (más allá de las ayudas que nos da) y no por exclusivo raciocinio humano. Vale decir que quienes ingresen en un
laberinto construido por un arquitecto antropocéntrico jamás podrán encontrar
la salida (simplemente porque el racionalismo aún no ha logrado construirla) y
sólo podrán escapar de la trampa con la ayuda del Señor.
En síntesis: Los cristianos
aceptamos por fe, por Revelación y por reflexión que toda la creación es obra
del Todopoderoso. Y, consecuentemente, creemos: Que venimos de Dios, que
debemos recurrir a Él para entender el sentido de nuestra existencia, que sólo
podremos reconstruir nuestra naturaleza caída con la intervención del Espíritu
Santo que mora en nosotros y que vamos hacia un destino eterno de felicidad o
sufrimiento, según sean las resultas del juicio al que nos someterá el
Altísimo.
Queridos Hermanos, hemos así
llegado al final de nuestra tarea. Sólo nos queda despedirnos implorando a la
Santísima Trinidad para que nos de las fuerzas necesarias para cargar nuestra
cruz y perseverar en la fe y en las obras que nos permitan regenerar nuestras naturalezas
dañadas y llegar al destino de felicidad eterna que Dios pone al alcance de
todos los seres humanos.
Dr.
Alejandro Oscar De Salvo.
Abogado
- Coach Directivo
[1]
Consustancial: Que es de la misma sustancia, naturaleza o esencia que otra cosa.
[2]
El artículo fue extraído de la página Buena Nueva Círculo Bíblico, en la que no
figura el nombre del autor del mismo. http://www.buenanueva.net/preguntasb/Trinidad.htm
[3]
Autor Josef Urban. Artículo extraído de la página de Cristianismo Bíblico.
http://www.cristianismobiblico.com/la-trinidad---un-estudio-sobre-la-naturaleza-de-dios-como-una-santisima-trinidad.html
[4]
Se desconoce la autoría de este interesante estudio bíblico. El mismo fue
publicado por Pablo Eze en su página: http://pabloeze.wordpress.com/2012/08/15/la-santisima-trinidad/
[5]
Hagiógrafo: Cada uno de los autores de los libros de la Biblia.
[6]
El contenido de este punto ha sido tomado de la página Web de la Iglesia
Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquía,
Arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y El Caribe
http://www.iglesiaortodoxa.org.mx/informacion/?p=1641
[7]
El contenido del catecismo citado ha sido extraído de la página web: http://hogarafaelayau.org/cms/media/download_gallery/Publicaciones/H._Catecismo.pdf
[8]
Fuente: http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/principales_verdades.htm
[9]
Fuente: http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/fiesta_pentecostes.htm
[10]
Mujeres-Miroforas: Se dedica el tercer domingo de la Pascua a las mujeres
miróforas (portadoras de bálsamo) quienes cuidaron el cuerpo de Cristo en su
muerte y quienes fueron las primeras testigos de Su Resurrección.
[11]
Este sermón ha sido extraído de la página Sermones y otros documentos de la
Iglesia Evangélica Luterana de España.
http://sermonesluteranos.blogspot.com.ar/2008/05/domingo-de-trinidad-18-05-08.html
[12]
El contenido del sermón “Miel en la Boca” del Pastor Charles Haddon Spurgeon ha
sido extraído de la página web: http://www.spurgeon.com.mx/sermon2213.html