TEMARIO.
I) INTRODUCCION.
II) CONTENIDOS.
A) EL MISTERIO DE LA CREACIÓN DEL MUNDO EN EL CONJUNTO DE LA
FE DE LA IGLESIA.
B) LA CREACIÓN DEL MUNDO Y LA BIBLIA.
C) SIGNIFICADO DE LOS RELATOS BÍBLICOS DE LA CREACIÓN.
D) CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA.
C) SIGNIFICADO DE LOS RELATOS BÍBLICOS DE LA CREACIÓN.
D) CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA.
E) LA CREACIÓN EN EL CATECISMO DE LA COMUNIÓN ORTODOXA ECLESIÁSTICA.
III) EPÍLOGO.
LA CREACIÓN DE DIOS.
I) INTRODUCCIÓN.
En esta entrada incorporamos
cinco interesantes desarrollos sobre la creación de Dios, la forma en que se
deben leer e interpretar las Sagradas Escrituras, el significado de los relatos
bíblicos y las enseñanzas impartidas por la Iglesia Católica y la Iglesia
Ortodoxa acerca del cosmos.
II) CONTENIDOS.
A continuación encontrarán el
material al que aludimos precedentemente:
A) EL MISTERIO DE LA CREACIÓN DEL
MUNDO
EN EL CONJUNTO DE LA FE DE LA
IGLESIA.[1]
Por: cristiandad.org |
Fuente original: cristiandad.org
EL tratado teológico de la creación es la parte de la dogmática
cristiana que se ocupa del origen del mundo y del hombre. Es ésta una cuestión
que, junto a la de Dios, resulta básica para la concepción cristiana sobre el
sentido de las cosas y la existencia humana.
La creación del mundo y del hombre por Dios es un misterio de fe. No es
el simple resultado de una deducción empírica-racional. De hecho, la reflexión
pagana clásica no se planteó jamás directamente la cuestión de la procedencia
del mundo y su razón de ser. Los griegos se adherían firmemente a la idea de un
cosmos eterno, permanente e inmutable, a un ser de períodos cíclicos.
La verdad sobre la creación aparece revelada con claridad en la Sagrada
Escritura (Gen 1,1) e incluida en el Credo. Este artículo de fe nos enseña:
Que existe un único Dios, causa soberana del mundo, cuyo impulso es el
amor.
La correcta relación entre Dios y
las creaturas.
A la luz de estas consideraciones podemos entender mejor la importancia
decisiva que tiene este tratado en el edificio de la doctrina cristiana. No es
un simple prólogo neutro de la historia de la salvación, sino que es parte de
la historia salvífica. Allí se nos revelan los atributos de Dios, el sentido
del mundo, la vocación a la vida del hombre a quien es entregada la tierra como
morada y tarea hasta la consumación escatológica, el gobierno del mundo por
parte de Dios mediante su Providencia hasta su perfección última
Es cierto que el misterio de Cristo es el misterio central de la Fe, y
el que articula adecuadamente todas las disciplinas teológicas. Pero ello no
hace irrelevantes ni meramente secundarios las verdades de Fe que no son
directamente cristológicos. Le confiere, por el contrario su plenitud de
sentido y su alcance en el conjunto de la economía divina de santificación y
salvación. Así es como debe ser integrado y concebido este tratado dentro de la
dogmática de la fe de la Iglesia
La creación en los primeros
símbolos de la fe.
A- Símbolo de los Apóstoles:
Creo en un sólo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la
Tierra. Hace alusión a Dios, como Creador del universo. Todopoderoso, significa
que todo viene de Él. Creador de cielo y tierra; expresión que muestra que Dios
es el Creador de todo el Universo.
Creo en Jesucristo su Hijo nuestro Señor, Cristo no se presenta como
agente de la creación. Se alude pues, al antidualismo (dos Creadores,
Maniqueísmo y Agnosticismo).
B- Símbolo de Nicea:
"Creemos en un único Dios Padre creador de todo lo visible e
invisible, y en un Señor Jesucristo...por quien todo fue hecho".
La Creación en la Sagrada Escritura. Y en el Magisterio
LA CREACION EN LA S.E.
Antiguo Testamento
A- En Gen. 1, 1ss, se destaca claramente la idea de que Dios es el
Creador del mundo y que crea en el tiempo (en el sentido de que las creaturas
no son eternas: tuvieron un principio en el tiempo). La creación tuvo un
comienzo absoluto In principio creavit Deus ceolum et terram. Ninguna criatura
es colaboradora de Dios en el acto creador. La creación es un acto libre de
Dios. Dios crea de la nada (ex nihilo) es decir, es Dios quien por su palabra,
por un acto libre y espontáneo de su voluntad, atrae (tira, saca) de la nada el
universo entero. La aparición del hombre culmina el acto creador. Después de la
creación del hombre Dios vio que era muy bueno: este adjetivo muestra la
excelencia del hombre. La creación no es un acto generativo. Dios creó el mundo
por su palabra, Dijo Dios y lo hizo. El acto creador es un acto personal, es
Dios mismo quien opera en la creación.
División de la obra de la
creación:
Hay dos fases:
Fase de separación: Tres primeros días.
Fase de decoración: Tres últimos días.
1) Fase de separación:
1º día: Dios separa la luz de las tinieblas, es la creación del día y
la noche. Desde este momento, comienza el tiempo, antes existía sólo Dios en su
eternidad.
2º día: Dios separa las aguas superiores de las aguas inferiores, es la
creación del agua encima del firmamento y del agua de bajo del firmamento.
3º día: Dios separa agua y tierra, es la creación de los océanos y el
suelo. Surge pues el aire, el agua y la tierra. Empiezan a crecer las hierbas y
las plantas.
2) Fase de decoración:
4º día: Dios crea los astros: sol, luna y las estrellas.
(A diferencia de las religiones paganas en las cuales Dios y los astros
se confunden se enumeran los cuerpos celestiales. Hay un único Dios Creador, las
demás cosas son criaturas.)
5º día: Dios crea los animales, adorna los mares de peces y los aires
de aves.
6º día: Dios puebla la tierra, crea los animales domésticos y el hombre
a su imagen, le pone encima de todas las criaturas.
7º día: Dios descansa.
B- Relato Yahvista
(Gen. 2, 4b-25), este relato empieza con la creación del hombre y lo
presenta en dos estados diferentes:
Estado de inocencia, de alegría y
de paz.
Estado de pecado y promesa de
salvación.
Gen. 2, 7, Dios crea el hombre con polvo, sopla en sus narices para
darle el soplo de vida, así el hombre deviene un ser vivo. El hombre no ha sido
creado por la palabra de Dios según este relato, sino que fue modelado con
barro del suelo. La creación del hombre y de la mujer es el inicio de la
creación. La creación del hombre es una participación del ser de Dios.
C- Los profetas:
Los profetas contribuyen decisivamente a hacer cada vez más explícita y
a desarrollar la fe en el misterio de la creación. Mención especial merecen los
profetas del exilio, sobre todo Jeremías (32,17;33,25-26) y el Deutero Isaías
(Is 40 ss), que presentan a Yahvéh como Creador y Salvador al mismo tiempo. El
Creador todopoderoso del mundo de también autor compasivo de la Alianza con el
pueblo elegido y, a través de éste, con toda la humanidad. La doctrina de la
Creación y sus consecuencias se hace ahora un mensaje claramente universalista.
Isaías presenta también la creación como un acontecimiento
escatológico, que se extiende desde la producción del mundo, el presente y la
consumación definitiva (cfr. Is 27,1 ss).
D- Salmos, Proverbios y
Sabiduría:
Los salmos son himnos que hablan de la creación. Cantan y exhortan las
acciones gloriosas. Por lo tanto muestran que Dios es el Creador del universo
(Sal. 136).
En los libros de los proverbios se relata la creación como obra divina
en su aspecto objetivo: Se destaca su orden y su racionalidad. Es considerada
como una obra magnífica (Prv. 3, 19-20; 8, 31-32). Pasa a un segundo plano su
aspecto histórico-salvífico.
En el libro de Sabiduría, la sabiduría divina aparece personificada y
como co-principio creador. Procede de Dios y Dios crea con ella. La sabiduría
se identifica con Dios. Su función es de crear (Sab.1, 14).
E- 2 Macabeos 7, 28:
Dios crea el mundo de la nada. Hay una relación entre creación y
escatología. Dios es Consumador por ser Creador y es Creador por ser
Consumador. El misterio de la creación es en definitivo un estímulo para la
confianza en Dios y una prueba de la fidelidad divina a la Alianza.
Creación en el N. Testamento.
A- Evangelios sinópticos:
La predicación de Jesús acerca del Reino de Dios, que llega con El,
arranca de la fe bíblica en Dios Creador. Esta resulta tan evidente en el
ambiente religioso judío, que Jesús no necesita insistir en ella. Aún así,
Jesús acude expresamente a la doctrina de la Creación en diversas ocasiones
manifestando que es la Creación un hecho fundamental.
Mc. 10, 6: Al principio del mundo Dios les hizo varón y hembra.
Mt. 6, 25_30: Jesús pide a los judíos que no se preocupen de su vida,
de lo que comerán, ni por su cuerpo, con qué se vestirán. Porque Dios, Creador
del universo, Padre celestial les nutrirá. Dios ejerce su providencia sobre
todo lo que ha creado (criaturas sensibles y los hombres)
Mt. 25, 34. La salvación de Dios en Jesucristo se inserta en la Creación.
B- San Juan:
Jn. 1, 1-5: Este texto de Juan se relaciona con Gen. 1 Al principio,
expresa la eternidad del Verbo. La Palabra estaba con Dios, preexistencia de la
Segunda Persona (Hijo de Dios). La Palabra era Dios, en Gen. 1 Dios es el autor
de la creación. San Jn. presenta a Cristo como autor de la nueva creación.
Jesús no se distingue de Dios porque él es Dios. Todo se hizo por ella, es un
resumen de la doctrina creadora. Cristo se presenta como la Palabra de Dios, la
sabiduría de Dios que crea el mundo. Sin esta sabiduría el mundo no habría
existido. En ella estaba la vida y la vida la luz de los hombres, Cristo es el
salvador del mundo. La creación es renovada por la Redención.
C- San Pablo:
1Cor. 10, 26: S. Pablo dice que hay que comer de todo, porque todo
viene de Dios. Predica así que Dios es el Creador del mundo. Sólo existe un
único Dios Creador (1Cor. 8, 5). Dios creó el mundo por medio de su Hijo Cristo
(1Cor. 1, 15-20).
Rom. 4, 17: Dios ha creado el mundo de la nada, y ha dado existencia a
todo lo que no existía.
Rom. 8, 20-21: La creación fue sometida a la vanidad en la esperanza de
que será liberada. La creación toda entera sufre. S. Pablo nos presenta una
creación que no encuentra la plenitud en este mundo. Hace alusión a Jesucristo
y muestra su función en la creación en cuanto segunda Persona de la Trinidad.
LA CREACION EN EL MAGISTERIO
I) Concilio de Nicea 325.
Hace alusión a Dios, como Creador del universo: Todo viene de Él. Dios
es el Creador de todas las cosas visibles e invisibles. Creemos en un solo Dios
Creador de todas las cosas visibles e invisibles, se dice claramente que la
obra creadora es de un único Dios.
El Hijo es engendrado y no creado, la relación entre el Padre y el Hijo
es una relación de filiación, mientras que la relación de Dios con las
criaturas es una relación de creatividad (de hacer).
Por quien todas las cosas fueron hechas, Dios crea el mundo por medio
de su Hijo.
II) Concilio de Constantinopla
553.
Contra el arrianismo. La acción creadora es obra de la Santísima
Trinidad. Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo, misma naturaleza, misma constitución,
una sola divinidad:
Todo procede del Padre.
Todo fue hecho por el Hijo.
Un solo Espíritu por lo cual todo existe (Cfr. Gen. 1, El Espíritu de
Dios flotaba sobre las aguas)
III) Concilio de Letrán 1215.
Hay una enumeración Clara de la Santísima Trinidad. El Dios uno y tres
es el Creador del universo. Se confiesa que hay un solo principio de todo lo
que existe. De Dios todo procede, de las tres personas divinas, pero con un
solo principio.
Contra los que postulan que hay dos creadores:
1º. Principio que crea las cosas buenas.
2º. Principio que crea las cosas malas.
Crea Dios al comienzo de los tiempos. Antes no había nada, con la
creación empieza el tiempo. Dios creó el mundo de la nada. Crea las creaturas
espirituales y corporales. Dios Creó todo bueno. El mal no ha sido creado por
Dios, porque Dios creó el mundo ordenado y en armonía. El mal entró en el mundo
por la causa del hombre (pecado).
IV) Concilio de Florencia
1438-1445.
Contra el dualismo maniqueísta. Trinidad creadora de todo el mundo.
Dios no ha creado el mal, todo lo que creó es bueno. Dios crea por su bondad y
por amor todas las cosas de la nada. Creó las criaturas con una cierta libertad
capaz de moverse hacia el bien y capaz de equivocarse.
V) Concilio Vaticano I.
(1869-1870): Afirma que Dios es el Creador del universo. Dios es
perfecto, inmóvil, inmortal, creó el mundo no por adquirir perfecciones, sino
para que las criaturas participen a su perfección (repartir su perfección a las
criaturas). Condena los errores modernos que niegan la existencia de Dios
(ateísmo materialista, y panteísmo: Dios y las cosas tienen una misma
substancia); los que aceptan a Dios pero no admiten su libertad creadora y su
intervención en el mundo (deísmo);
VI) C.V.II.
1962-1965: Tres personas divinas son autor de la creación. El mundo fue
creado bueno porque Dios es Bueno y de El nada malo puede salir. La actividad
del hombre debe llevar a la perfección la obra creadora de Dios.
Noción Teológica de Creación.
I - El acto creador:
La idea cristiana de creación es una idea precisa y bien determinada.
Se refiere al acto creador por el que Dios produce la totalidad de lo que
existe. No hablamos ahora por tanto de Creación como efecto o producto de ese
acto creativo divino (lo haremos en 16.4).
Nos ocupamos en este momento del acto creador, o creación activa.
Noción: la Creación se puede definir como la producción del ser entero
de las cosas o la producción de las cosas según toda su sustancia. En el acto
creativo, Dios produce lo que existe en cuanto que existe. Dado que lo que
existe es tal en virtud del acto de ser, que es perfección de toda perfección
en todo individuo existente, producir lo que existe en tanto que existe
significa producirlo totalmente.
La creación activa puede definirse también como la emanación de todo el
ser, realizada por Dios. Emanación equivale aquí sencillamente a producción u
originación. Lo que emana en virtud del acto creador e toso el se, es decir, no
este ser concreto. Si fuera así, estaríamos en presencia de una generación.
El acto de Creación encierra tres
aspectos básicos:
a) El Creador no sufre cambio o modificación alguna por el hecho de
crear, es decir, no pierde ni adquiere ninguna perfección.
b) Lo creado es real y completamente distinto del Creador. La Creación
implica que aunque el Creador y la criatura pueden considerarse ambos bajo la
noción común de ser, dado que la criatura posee un ser participado, no tiene
sin embargo comunidad de ser con Dios.
La Teología de Santo Tomás se apoya en la idea de participación para
formular el concepto de creación. Participar significa aquí el poseer de modo
limitado e imperfecto algo que se halla en otro de modo total, ilimitado y
perfecto. La participación de la criatura respecto del creador es la llamada
participación trascendental. (ver Morales, op. cit. pag 123).
Ser creatura significa poseer el esse participado, limitado por la
esencia que lo recibe. Dios, en cambio, no "posee" el esse, el ES el
ESSE subsistente.
c) Lo creado es totalmente creado. El creador no parte de una materia
informe preexistente, sino que crea "ex nihilo".
La Causa eficiente de la creación.
a) Dios solo es el Creador:
Cfr Gen. Al principio Dios crea:
S. Agustín: No puede haber una criatura creadora, ni los ángeles, ni
las demás criaturas.
S. Tomás dice que entre el efecto y la causa debe haber una proporción,
por lo tanto, si el efecto es universal la causa debe ser universal. Es
necesario que la creación sea producida por Dios porque sólo Dios es el Ser
total que existe por sí mismo, el Ser absoluto. Dios no puede crear a través de
un ser finito porque crear es pasar del no-ser al ser, lo cual requiere una potencia
infinita.
b) Creación obra de la Trinidad:
Como toda actividad de Dios hacia afuera (ad extra) la creación es un
acto libre de Dios, y común por lo tanto a las tres Personas divinas.
El concilio II de Constantinopla (a. 553) afirma:"Un solo es Dios
y Padre, de quien todo procede; y un solo Señor Jesucristo, por quien todas las
cosas han sido hechas; y un solo Espíritu Santo, en quien todas las cosas
existen".
El conc. Lateranense (649) habla de la "Trinidad, creadora y
protectora de todas las cosas". La misma verdad expresa el Lateranense IV
(1215): "Padre, Hijo y Espíritu Santo constituyen un solo principio de
todo el universo, Creador de todo lo existente".
Testimonio de la Sagrada
Escritura:
Jn. 1, 1ss, Todo fue creado por El y sin El nada sería hecho. Se
refiere al Hijo.
1 Co,8,6 atribuye al creación tanto al Padre como al Hijo.
Gen. Y el Espíritu de Dios soplaba sobre las aguas, Espíritu Santo
agente de la creación. (JP II, en Dominum et vivificantem se refiere repetidas
veces al "ES Creador").
Argumento teológico: Así razona Santo Tomás: "Crear, es decir,
producir el ser de las cosas, conviene a Dios por razón de su ser, que es su
misma esencia, la cual es idéntica en las tres divinas Personas. Por
consiguiente, crear no es principio de alguna Persona, sino algo común a toda
la Trinidad" (S.Th.1,45,6.).
En la mayoría de los símbolos de fe antiguos, la creación suele
atribuirse al Padre, que es fuente y origen de la Trinidad. No se dice, sin
embargo, que la creación sea propia o exclusiva del Padre. Sencillamente, se le
atribuye como una apropiación justificada por el hecho de que el Padre no tiene
ni recibe el poder de otro. Pero no se excluye con ello la afirmación del poder
creativo de las otras dos Personas.
Es el mismo proceder teológico por el que se atribuye la redención al
Hijo y la santificación al Espíritu Santo.
Creación y Redención: es importante no separar ambos misterios.
Ambas verdades reveladas constituye como dos centros de una misma concepción
dogmática.
Fin de la creación: "Dios creó el mundo para manifestar y
comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste
en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza" (Cat de la Igl
Cat n.319; cf también 293 y 294).
Las Criaturas: Ángeles, Hombres, Seres Materiales.
LOS ÁNGELES:
La existencia de seres espirituales, no corporales, que la S.E. llama
habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es
tan claro como la unanimidad de la Tradición.
Sagrada Escritura: a) AT: Los ángeles aparecen a lo largo de toda la
historia salvifica, y no solo después del destierro: se les designa en grupo
(Gn. 28,12; 32,2-3;Jb 1,6), se habla del "ángel de Yahvé (Gen 16,57,
22,11). Otros textos: Dn 10,13 (Miguel); Dn 8,16 (Gabriel); Tob 12,15 (Rafael);
Gn 3,24 (querubines); Is 6,2 (serafines). En el N.T. se llega al máximo de la
revelación angélica: forman la corte de Dios, están presentes en la tierra con
mayor frecuencia (Anunciación, Zacarías, San José, etc.), se ve claramente su
subordinación a Cristo y su función de mediadores, así como la distinción entre
los ángeles buenos y los demonios, la limitación de su ciencia (desconocen la
fecha del juicio final), su posesión de la visión beatífica, etc.
La Tradición, en general, deja claro que no son
"diosecillos", sino criaturas, y que hay ángeles buenos y malos. Más
confuso es el tema de su perfecta espiritualidad. Fue Santo Tomás el gran
constructor de la teología angélica.
Quiénes son los ángeles: San Agustín dice respecto de ellos: "El
nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su
naturaleza, te diré que es un espíritu, si preguntas por lo que hace, te diré
que es un ángel". Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros
de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está
en los cielos (Mt 18,10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de
su palabra".
En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y
voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas
las criaturas visibles. El resplandor de su gloria es testimonio de ello.
Toda la vida de la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y
poderosa de los ángeles. En la liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para
adorar a Dios, invoca su asistencia y celebra la memoria de ciertos ángeles. En
cuanto a la vida del cristiano, durante todo su transcurso está rodeado de su
particular custodia (Sal 34,8; 91,10).
D. José Morales resume así "la doctrina definida solemnemente por
la Iglesia en torno a los ángeles". "Abarca cinco afirmaciones
principales: a) Los ángeles existen; b) Son de naturaleza espiritual; c) Fueron
creados por Dios; d) Fueron creados al comienzo del tiempo; e) Los ángeles
malos o demonios fueron creados buenos, pero se pervirtieron por su propia
acción". (" El misterio de la creación", EUNSA, 1994, pág. 202).
HOMBRES.
El hombre aparece como coronación y centro de la obra divina creadora.
Su aparición no constituye una simple prolongación del proceso creativo, sino
resultado de una especial iniciativa divina. Los relatos de Gen 1,26-28 y Gen
2,4b-25 son centrales en este tema.
Las verdades reveladas acerca de la naturaleza y origen del hombre
podemos resumirlas en las siguientes:
1- El hombre es creatura.
2- Tiene una especial dignidad, es "imagen y semejanza" de
Dios, lo cual lo constituye en rey de la creación. Esa dignidad radica en estar
dotado de inteligencia y voluntad.
3- es un ser a la vez corporal y espiritual, como totalidad ontológica
querida por Dios. El alma y el cuerpo se unen de tal manera que resulta una
nueva naturaleza que es persona.
4 - Nuestros primeros padres, en cuanto al alma, fueron hechos por Dios
de la nada; en cuanto al cuerpo, fueron hechos con una intervención especial de
Dios. El alma de cada hombre es creada inmediatamente por Dios cuando es
infundida en el cuerpo.
5- Es sociable por naturaleza.
6- Todo el género humano procede de una sola pareja.
7- La diferenciación de sexos es querida por Dios. Existe igualdad
esencial entre varón y mujer, y diferencia funcional.
8- Ha sido creado con la vocación de trabajar el mundo.
SERES MATERIALES.
La condición fundamental de las cosas es que éstas no son naturaleza
entendida como algo último y supremo, sino creación, es decir, obra divina.
El mundo lleva necesariamente un sello creatural que afecta a su
naturaleza y que entraña una serie de consecuencias:
1º Las cosas creadas, por proceder de Dios según el conocimiento e
intelección divinos, poseen una naturaleza específica e inteligibilidad. Dado
que Dios crea de acuerdo a un designio divino inteligente, podemos hablar de la
realidad como susceptible de penetración intelectual.
2º Pero hay que afirmar a la vez que la mente humana es incapaz de
penetrar completamente la realidad, porque esta ha sido ideada y producida por
un intelecto mayor que el nuestro y posee entonces un carácter misterioso e
inabarcable.
3º La contingencia de las creaturas nos habla de una voluntad libre
creadora. Esa voluntad divina origina en las cosas la bondad como aspecto
esencial de su ser. Ahondaremos en este tema en el próximo apartado.
La Bondad Del Mundo Creado
"Salida de la bondad divina, la creación participa de esa bondad
(y vio Dios que era bueno...muy bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la
creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia
que le es destinada y confiada, la Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones,
defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (cf DS
286;455-463;800;1333; 3002)." (Cat. de la Igl. Cat. N° 300).
El catecismo cita las siguientes declaraciones magisteriales:
DS 286: Ep. Quam Laudabiliter, de León I "de natura diaboli"
DS 455-463 (Dz 235-243): Conc. de Braga I (año 561): anatematismos
contra el priscinialismo (que afirmaba que el diablo es el creador de la
materia y el principio del mal. El alma es de naturaleza divina, ha existido
antes que el cuerpo y en castigo e pecados precedentes ha sido encerrada en
éste.)
DS 800 (Dz 428): Conc.Lateranense IV (de 1215), contra albigenses y
cátaros (afirmaban que existe junto al Dios de la luz un Dios de las tinieblas,
siendo éste la causa del reino de la materia y del mal).
DS 1333 (Dz 706): Conc. de Florencia, Decr. por jacobitis (1442).
La teología cristiana afirma sin ambages que el mundo creado es bueno,
porque procede del querer divino. Pero la afirmación neotestamentaria no menos
importante es que, a causa del pecado, el mundo se encuentra como en poder del
Maligno (Jn 5,19). Esto explica que las muchas implicaciones y consecuencias
contenidas en la primera idea hayan sido desarrolladas con gran lentitud por
los teólogos de la Iglesia. (Se puede consultar la evolución de tales
explicitaciones en el libro de José Morales "El Misterio de la
creación", pág. 299-302).
B) LA CREACIÓN DEL MUNDO Y LA
BIBLIA[2]
Contenido
6:4.- Introducción.
6:5.- El Relato de la Creación.
6:6.- Ciencia y Fe.
6:7.-El Mensaje de la Biblia.
6:8.- La Inspiración de las Escrituras
6:9.- La Traducción de la Biblia
Notas
6:4. - Introducción.
Nos interesa muchísimo conocer
cuándo fue creado el mundo, en qué época apareció el hombre, cuál fue la cuna
de la Humanidad; pero de nada de esto nos habla la Biblia, pues no es un libro
científico sino religioso, y lo único que le interesa decirnos es que el mundo
es obra de Dios, y que Dios intervino de modo especial en la creación del
hombre. El P. Antonio Romañá, S.I., en el discurso pronunciado al ser admitido
en la Real Academia de Ciencias de Madrid, cita esta frase de San Agustín: Dios
en la Biblia no nos ha querido enseñar cómo va el cielo, sino como se va al
cielo.
La Sagrada Escritura no tiene como fin fundamental comunicar enseñanzas
sobre ciencias profanas, sino guiar a los hombres hacia su salvación eterna.
Con todo, los descubrimientos arqueológicos confirman los relatos bíblicos.
Kenyon que fue director del Museo Británico de Londres, señala que la
investigación arqueológica moderna ha corroborado la verdad de las Escrituras.
Puedo afirmar categóricamente que jamás hallazgo arqueológico alguno ha
desmentido una referencia bíblica. Docenas y docenas de descubrimientos
arqueológicos realizados han venido a confirmar asertos históricos de la Biblia (162).
En 1957 el Profesor de la Universidad Complutense, Alejandro Díez-Macho
, descubrió en la Biblioteca Vaticana el Codex Neophyti I, que es un manuscrito
del Pentateuco bíblico en arameo, que era la lengua que se utilizaba en tiempos
de Jesús . Este manuscrito ha sido editado en cinco tomos por el Consejo
Superior de Investigaciones Científicas.
6:5.- El Relato de la Creación.
La Biblia nos cuenta en el Libro del Génesis como creo Dios el mundo.
Pero nuestro modo de hablar, moderno y occidental es distinto del de la Biblia,
primitivo y oriental, al que se acomodó Dios en sus revelaciones.
La Biblia se expresa en un estilo sencillo y figurativo, adaptado a la
mentalidad de aquel tiempo. El teólogo tiene que distinguir el contenido del
mensaje revelado, del contexto en el que ha sido expresado.
Hay que tener en cuenta que la Biblia lo que pretende es transmitir una
enseñanza religiosa. Su misión no es enseñar ciencia ni historia. La Biblia no
se propuso ninguna finalidad científica.
Por lo mismo, tampoco nosotros debemos buscar en la Biblia solución
científica a los problemas que plantea la ciencia moderna.
En el modo de hablar se acomoda al modo de pensar y expresarse del
pueblo al que se dirigía. No es lo mismo decir una cosa, que afirmarla. Al
decirla, me acomodo al modo de hablar. Al afirmarla, la quiero enseñar.
Cuando a un niño se le dice que la cigüeña le ha traído un hermanito
(aunque este modo de hablar no sea recomendable como lo digo en el n 66 ,4) no
se afirma que sea ése el modo de nacer de los niños; se emplea un modo de
hablar metafórico y figurativo, erróneo y equivocado, pero el que lo emplea lo
considera el más adecuado para hacerse entender.
6:6.- Ciencia y Fe.
No puede haber contradicción entre Ciencia y Fe, pues las dos vienen de
Dios. En efecto, Ciencia es el conocimiento de las leyes que Dios ha puesto en
la Naturaleza, y Fe el conocimiento de las verdades religiosas que Dios ha
revelado.
Con todo hay que tener en cuenta, que la Ciencia mira la creación desde
el punto de vista de las causas naturales, y por ello se interesa directamente
de su desarrollo en el tiempo y del orden exacto de ese desarrollo.
La Biblia, en cambio, mira la creación desde el punto de vista de Dios
como Causa Primera y Universal; por eso no atiende en su narración al
desarrollo temporal objetivo, sino que toda ella está atenta a la afirmación de
la causalidad divina en cada uno de los elementos de la creación. Y en cuanto
al orden y duración del proceso creativo escogió un modo de hablar que se
acomoda a lo que aparentemente tenía lugar en el cielo -tal como se
contemplaría desde la Tierra-, y a una verdad que tiene sumo empeño en
inculcar: la sabiduría divina en crear, que se muestra en proceder en orden
ascendente, es decir, de lo más imperfecto a lo más perfecto; aunque la
valoración la haga conforme a las apariencias sensibles y al modo corriente de
hablar sobre estas cosas en su época.
Lo más importante en la Biblia es el mensaje que quiere enseñar, y no
el modo de hablar que usa para enseñarla. Hay que tener en cuenta que su
lenguaje es sencillo y popular.
Acomodado al pueblo al que se dirigía.
Por eso, el orden que sigue en sus primeros capítulos, como en no pocos
otros, no es precisamente el cronológico, sino un determinado orden lógico, y
viendo las cosas desde la Tierra.
Habla de un modo popular, según las apariencias, no según los
principios científicos. Por eso dice que el murciélago es un ave (163), y es un mamífero; y que el Sol da vueltas alrededor de la
Tierra, pues Josué mando detenerse al Sol: ... <<y el Sol se paró en
medio del cielo>> (164).
También hoy en día, incluso en los libros científicos se dice que el
Sol sale y el Sol se pone; como si fuera el Sol quien da vueltas alrededor de
la Tierra. Y todos sabemos que el Sol, ni sale ni se pone, sino que es la
Tierra la que, en su rotación, presenta a los rayos solares diversas partes de
su superficie.
Es que hablamos de las cosas del cielo tal como se ven desde aquí; y
aunque este modo de hablar no es exacto ni científico, todos entendemos lo que
queremos decir. Igualmente, cuando en el primer capítulo del Génesis emplea la
palabra día al relatar la creación del mundo, no hay que entenderla como un día
de veinticuatro horas, sino como un espacio de tiempo. El hablar de los seis
días de la creación tiene un fundamento litúrgico: inculcar el descanso
sabático. Presenta a Dios antropológicamente, trabajando seis días y
descansando el séptimo.
6:7.-El Mensaje de la Biblia.
En lo que enseña la Biblia no
cabe error alguno, pues es un libro inspirado por Dios; pero la inerrancia
aneja a cada uno de sus libros es la que cuadra con el género literario a que
pertenece. Cada género literario en la Biblia tiene su tipo de verdad. Como en
un periódico una es la verdad de un artículo editorial, otra es la verdad de la
noticia de una agencia, y otra la verdad del lenguaje hiperbólico de un
anuncio: Mejores no hay, Superior al mejor, etc.
Así, una es la verdad propia de la parábola, en la cual solo se
pretende enseñar una verdad sin afirmar cada uno de los elementos ornamentales
que la hacen pedagógica; otra la verdad de un canto lírico que, en lo
concerniente a su sentido y realidad, debe ser juzgado conforme a las leyes de
la lírica; otra la verdad de un relato. En éstos puede su autor querer afirmar
la realidad histórica de lo que narra, tanto en lo substancial como en los
pormenores. Pero puede también afirmar solo la sustancia del hecho, sin
privarse, por motivos pedagógicos y artísticos (la Historia entre los antiguos
tenía no poco de arte), de añadir a lo substancial otros elementos cuya
realidad histórica no asegura.
Hay que tener en cuenta que en una mentalidad oriental no es faltar a
la verdad ampliar la narración con la adición de detalles no históricos en sí
mismos, pero que contribuyen a poner de relieve el suceso central que se trata
de transmitir.
Distinguir entre la base histórica y los detalles ornamentales no es
tarea que pueda realizar cualquier particular, sino personas preparadas para
ello con doble preparación científica y teológica.
La Biblia es un libro que se debe a la acción conjunta e indivisible de
Dios y del hombre, su instrumento, a quien Dios comunico su inspiración. Su
realidad divina exige, para interpretarla, preparación teológica; y su realidad
humana, preparación científica: entre estas dos no puede haber verdadero
conflicto si se ejercitan con lealtad y rigor intelectual.
La interpretación de la Biblia no es un quehacer que haya que forjarse
a base únicamente de ciencia y competencia, sino ante todo mediante la adhesión
a la fe y la aceptación humilde de la palabra de Dios.
De aquí que su lectura suponga una cierta preparación religiosa, bien
distinta del mero espíritu de crítica o curiosidad.
Por encima de las interpretaciones particulares está el juicio de la
Iglesia, a la que Cristo confío la inteligencia del verdadero significado de
los libros santos, conservado por los Santos Padres, y transmitido por la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia. La recta interpretación de los pasajes
de la Biblia pertenece a la autoridad de la Iglesia, que es la que ha recibido
de Cristo la misión de enseñar.
Los individuos particulares pueden equivocarse al interpretar algunos
pasajes oscuros. De ahí la multitud de interpretaciones equivocadas y opuestas
entre sí de los protestantes, que admiten la libre interpretación personal...
Ya dijo San Pedro que en la Biblia hay pasajes difíciles de entender (165). <<El oficio de interpretar auténticamente la palabra
de Dios escrita o transmitida, ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo
de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo>>(166). En los Evangelios, por debajo de los relatos en que se
narran los hechos reales de Jesús, en sentido oculto, en segundo nivel, como en
un código secreto, suele haber un contenido teológico encerrado en esos
relatos. Por ejemplo: la multiplicación de los panes representa la Eucaristía;
las Bodas de Caná, la mediación de María, etc.
<<Para comprender exactamente lo que el autor propone en sus
escritos hay que tener en cuenta el modo de pensar, de expresarse, de narrar,
que se usaba en los tiempos del escritor, y también las expresiones que
entonces se usaban en la conversación ordinaria>>(167). Cada
lengua tiene su modo de hablar. Un español dice me duele la cabeza, y un
francés tiene mal en la cabeza; un español se bebe un vaso de cerveza y un
alemán, la cerveza que sale de un vaso.
Aun admitiendo los géneros literarios no podemos negar que los
Evangelios relatan hechos reales. <<No se puede decir que hayan falseado
la Historia o la hayan inventado>>(168).
Cada versículo de la Escritura nos obliga a conocer el medio cultural
en que se desenvuelve el autor. Los recientes hallazgos de las Ciencias
Auxiliares de la exégesis nos han proporcionado un conocimiento más profundo
del mundo bíblico. Este conjunto de conocimientos auxiliares no es, sin
embargo, lo esencial en la lectura e interpretación de la Biblia.
Ante todo, es preciso tener siempre en cuenta que la mejor manera de
entender la Palabra de Dios es explicar la Biblia por la Biblia: una enseñanza
que tal vez se encuentra expuesta en un pasaje de modo fragmentario,
incompleto, encuentra frecuentemente su complemento y su equilibrio gracias a
otros textos más claros, más desarrollados y coherentes.
Y junto con el recurso al mismo texto sagrado, es menester prestar
atención a las interpretaciones de los Santos Padres de la Iglesia. Estos
santos vivieron en condiciones humanas, sociales, religiosas, etc., muy
semejantes a las del mundo del Evangelio y poseyeron también un sentido
cristiano más agudo y más puro que el nuestro.
6:8.- La Inspiración de las
Escrituras.
La Iglesia reconoce como sagrados todos los libros de la Biblia porque
<<habiendo sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tuvieron
a Dios como Autor, pues los autores inspirados escribieron todo y solo lo que
Dios quería. Por eso hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan
firmemente con fidelidad y sin error la verdad que Dios quiso consignar en las
Sagradas Escrituras para nuestra salvación>>(169).
La Biblia es el Libro de Dios.
Aun cuando las diversas partes que la componen hayan sido redactadas por
distintos autores, Dios es el Autor principal de toda ella. La lista de los
libros inspirados está en el canon que de ellos ha publicado la Iglesia.
La inspiración divina es un influjo sobrenatural de Dios sobre la razón
y la voluntad del escritor sagrado en la redacción de los escritos bíblicos. El
autor inspirado es el instrumento de Dios, pero dotado de razón: tiene
características personales.
La inspiración, ese soplo divino, respeta la libertad y el modo de expresarse
propio de cada autor sagrado, que conservando su personalidad realiza un
trabajo de reflexión y de redacción para comunicar lo que Dios desea que
escriba.
A pesar de la inspiración de Dios, cada autor deja su sello personal en
el escrito. Lo mismo que el trazo de un escrito varía según se haga con pluma,
bolígrafo o rotulador: pero la idea siempre es del autor. De este modo, por
encima de las diferencias literarias existentes entre los diversos libros
sagrados, Dios continúa siendo su Autor. La Biblia, es un libro divino.
<<El Espíritu Santo dicto lo que quería que se escribiera. Fue un dictado
interno y silencioso. El escritor redactaría según su estilo de expresión
propio. Incluso sin percatarse de estar escribiendo bajo la influencia de la
divina inspiración. Sin embargo, el Espíritu Santo quería cada rasgo de su
pluma>>(170).
6:9.- La Traducción de la Biblia.
Los Testigos de Jehová se sirven de la ignorancia de los oyentes para
tergiversar las Fuentes de la Revelación. Tienen su propia traducción de la
Biblia: <<New World Traslation>>. El texto de esta traducción
difiere de un modo radical de las demás versiones cristianas, tanto católicas
como protestantes. Sacan conclusiones teológicas diametralmente opuestas a las
del cristianismo tradicional.
Esta traducción ha recibido la repulsa unánime de todos los exégetas,
incluso protestantes. Este volumen es una prueba clara de cómo no debe hacerse
una traducción, dice H.H. Rowley. Y A. Hoekema: <<No es una versión
objetiva del texto sagrado, sino una obra llena de prejuicios que han metido de
contrabando en el texto de la Biblia>>(171).
En el libro <<Proceso a la Biblia de los Testigos de
Jehová>> escrito por el pastor protestante Danyans se dice en la
presentación: <<Los Testigos de Jehová han torcido las Escrituras y han
puesto en circulación una Biblia falseada y adaptada a sus prejuicios... ésta
es una Biblia sectaria, y como tal es la negación misma del espíritu bíblico
genuino>>(172).
<<Ante este cúmulo de arbitrariedades rayanas en el sacrilegio,
por tratarse de la Palabra de Dios, no queda sino esta disyuntiva: los
traductores de la Biblia de los Testigos han fallado en su cometido por
ignorancia o por malicia. Si no sabían griego y la tradujeron así, pecaron por
ignorancia: nunca debieron meterse a traductores de la Biblia. Si, en cambio,
sabían muy bien el griego y tradujeron mal, entonces pecaron contra la luz. No
es extraño, por tanto, que esta traducción haya merecido las más severas
críticas>>(173).
Por eso la Iglesia Católica quiere que las traducciones de la Biblia se
publiquen con censura eclesiástica, para asegurar al lector la fidelidad de la
traducción.
Notas
(162) - Sir FREDERIK KENYON: The Biblie and Arqueology, pg. 279. New York
(163) - Levítico, 11:19
(164) - JOSUÉ, 10:13
(165) - Segunda carta
de SAN PEDRO, 3:16.
(166) - CONCILIO
VATICANO II: Dei Verbum: Constitución Dogmática sobre la Divina Revelacion, 10
(167) - Concilio
Vaticano II: Dei Verbum: Constitución Dogmática sobre la Divina Revelacion, n.
12
(168) - SALVADOR MUÑOZ
IGLESIAS: Los evangelios de la infancia, tomo IV, Epílogo. Ed. BAC.
(169) - Concilio
Vaticano II: Dei Verbum: Constitución Dogmática sobre la Divina Revelacion,
n.11
(170) - LEO J. TRESE:
La fe explicada, I, 3. Ed Rialp. Madrid, 1981. Sexta edicion
(171) - PRUDENCIO
DAMBORIENA, S.I.: Revista Iglesia-Mundo. documentación nº8(12,XI,71)
(172) - .E. DANYANS:
Proceso a la Biblia de los Testigos de Jehová. Ed. Clie. Barcelona, 1971
(173) - AGUSTÍN PANERO,
Redentorista: NO a los Testigos de Jehová, II, 8. Ed. Perpetuo Socorro. Madrid,
1973. Estupendo folleto, que en su brevedad, expone y refuta muy bien los
errores de los Testigos de Jehová.
C) SIGNIFICADO DE LOS RELATOS
BIBLICOS
DE LA CREACION[3]
Joseph Ratzinger
1. CREACION/RELATOS: SIGNIFICADO
DE LOS RELATOS BÍBLICOS DE LA CREACIÓN
1. Gn/01/01-19: Estas palabras con las que comienza la Sagrada
Escritura me producen siempre la misma impresión que el tañido festivo y lejano
de una antigua campana, la cual logra con su belleza y solemnidad conmover mi
corazón y permitir adivinar algo del misterio de la eternidad. Para muchos de
nosotros, además, va unido a estas palabras el recuerdo de nuestro primer
contacto con el libro sagrado de Dios, la Biblia, que se abría ante nuestros
ojos por este pasaje, que nos trasladaba enseguida lejos de nuestro mundo
pequeño e infantil, nos cautivaba con su poesía y nos permitía adivinar algo de
lo inconmensurable de la Creación y de su Creador.
Y, sin embargo, frente a estas palabras se produce una cierta
contradicción; resultan hermosas y familiares, pero ¿son también verdaderas?
Todo parece indicar lo contrario, pues la Ciencia ha abandonado desde hace ya
mucho tiempo estas imágenes que acabamos de oír: la idea de un Universo
abarcable con la vista en el tiempo y en el espacio y la de una Creación
construida pieza a pieza en siete días. En lugar de esto nos encontramos ahora
con dimensiones que sobrepasan todo lo imaginable. Se habla de la explosión
originaria ocurrida hace muchos miles de millones de años con la que comenzó la
expansión del Universo que prosigue ininterrumpidamente su curso y nada de que
en un orden sucesivo fueran colgados los astros ni creada la tierra, sino que a
través de complicados caminos y durante largos períodos de tiempo se han ido
formando lentamente la tierra y el Universo tal y como nosotros los conocemos.
Entonces, ¿ya no es válido este relato de ahora en adelante? De hecho,
hace algún tiempo, un teólogo dijo que la Creación se había convertido en un
concepto irreal y que desde un punto de vista intelectual ya no se debía hablar
más de Creación, sino únicamente de mutación y de selección. ¿Son verdaderas
aquellas palabras? ¿O acaso ellas junto con toda la palabra de Dios y con toda
la tradición bíblica nos hacen retroceder a los sueños de infancia de la
historia de la humanidad, sueños de los que quizá sentimos añoranza, pero en
cuya búsqueda no podemos ir porque de nostalgia no se vive? ¿Existe también una
respuesta positiva que podamos dar en esta época nuestra?
1. La diferencia entre forma y
fondo en el relato de la Creación.
Precisamente una primera respuesta se elaboró hace ya algún tiempo
cuando iba cristalizando la teoría de la formación científica del Universo;
respuesta que probablemente muchos de ustedes han aprendido en las clases de
religión. Dice así: La Biblia no es un tratado científico ni tampoco pretende
serlo. Es un libro religioso; no es posible, por lo tanto, extraer de él ningún
tipo de dato científico, ni aprender cómo se produjo naturalmente el origen del
mundo; únicamente podemos obtener de él un conocimiento religioso. Todo lo
demás es imaginación, una manera de hacer comprensible a los hombres lo
profundo, lo verdadero. Hay que distinguir, pues, entre la forma de
representación y el contenido representado. La forma se escogió de los modos de
conocimiento de aquel tiempo, de las imágenes con las que los hombres de
entonces vivían, con las que se expresaban y pensaban, con las que eran capaces
de entender lo grandioso, lo genuino. Y solamente lo verdadero, que se
ilustraba por medio de las imágenes, era lo que en realidad permanecía y se
entendía. De manera que la Escritura no pretende contarnos cómo progresivamente
se fueron originando las diferentes plantas, ni cómo se formaron el sol, la
luna y las estrellas, sino que en último extremo quiere decirnos sólo una cosa:
Dios ha creado el Universo. El mundo no es, como creían los hombres de aquel
tiempo, un laberinto de fuerzas contrapuestas ni la morada de poderes
demoníacos, de los que el hombre debe protegerse. El sol y la luna no son
divinidades que lo dominan, ni el cielo, superior a nosotros, está habitado por
misteriosas y contrapuestas divinidades, sino que todo esto procede únicamente
de una fuerza, de la Razón eterna de Dios que en la Palabra se ha transformado
en fuerza creadora. Todo procede de la Palabra de Dios, la misma Palabra que
encontramos en el acontecimiento de la fe. Y así no sólo los hombres, al
conocer que el Universo procede de la Palabra, perdieron el miedo a los dioses
y demonios, sino que también el Universo se inclinó ante la razón que se eleva
hacia Dios. De esta forma, el hombre se abrió saliendo sin temor al encuentro
de este Dios. Esta narración le permitió conocer, dejando a un lado el mundo de
los dioses y de las fuerzas misteriosas, la verdadera explicación: que sólo una
fuerza «está al final de todo y nosotros en sus manos»: el Dios vivo, y que
esta misma fuerza que ha creado la tierra y las estrellas, la misma que
contiene el Universo entero, es la que encontramos en la Palabra de la Sagrada
Escritura. En esa Palabra palpamos la auténtica fuerza originaria del Universo,
el verdadero Poder sobre todo poder. (...)
2. La unidad de la Biblia como
criterio de interpretación.
BI/QUÉ-ES:
(...) El relato de la Creación contenido en el primer capítulo del Génesis,
que hemos oído, no está ahí como un bloque errático, terminado y cerrado en sí
mismo. Al fin y al cabo la Sagrada Escritura no es como una novela o un simple
manual, escritos de un tirón desde el principio hasta el final; es más bien el
eco de la historia de Dios con su pueblo. Es el resultado de las luchas y los
caminos de esta historia; recorriéndolos, podemos conocer los auges y
decadencias, los sufrimientos, las esperanzas, la grandeza y de nuevo la
flaqueza de esta historia. La Biblia es, pues, expresión del empeño de Dios por
hacerse progresivamente comprensible al hombre; pero es al mismo tiempo
expresión del esfuerzo humano por comprender progresivamente a Dios. De manera
que el tema de la Creación no aparece sólo una vez, sino que acompaña a Israel
a lo largo de su historia; en efecto, todo el Antiguo Testamento es un caminar
en compañía de la Palabra de Dios. A lo largo de este caminar se ha ido
conformando, paso a paso, la auténtica expresión de la Biblia. De ahí que
nosotros sólo podamos reconocer en la totalidad de ese camino su verdadera
dirección. De esta manera, como un camino, van juntos el Antiguo y el Nuevo
Testamento. El Antiguo Testamento se presenta para los cristianos, en
sustancia, como un avanzar hacia Cristo. Precisamente, en lo que a Él respecta,
se hace evidente lo que propiamente quería decir, lo que paso a paso
significaba. De modo que cada parte recibe su sentido del conjunto, y éste lo
recibe de su meta final, de Cristo. Y nosotros, desde un punto de vista
teológico, sólo interpretamos correctamente un texto en concreto -así lo vieron
los Padres de la Iglesia y la fe de la Iglesia de todas las épocas-, cuando lo
consideramos como parte de un camino que va hacia delante, es decir, cuando
reconocemos en él la dirección interior de este camino. ¿Qué significado tiene
entonces esta consideración para comprender la historia de la Creación? En
primer lugar, debe constatarse que Israel siempre ha creído en Dios Creador y
en esa creencia coincide con todas las grandes culturas de la Antigüedad. Pues,
incluso en medio del oscurecimiento del monoteísmo, todas las grandes culturas
han conocido siempre a un Creador del cielo y de la tierra, en una sorprendente
coincidencia también entre civilizaciones que nunca pudieron externamente tener
puntos de contacto. Esta coincidencia nos permite atisbar el contacto,
profundísimo y nunca perdido del todo, de la humanidad con la verdad de Dios.
En Israel mismo, el tema de la Creación ha experimentado muy diversas
situaciones. Nunca ha estado del todo ausente, pero tampoco ha tenido siempre
la misma importancia. Hubo períodos de tiempo en los que Israel estaba tan
ocupada con los sufrimientos o esperanzas de su historia, tan pendiente de su
actualidad inmediata que apenas sentía la necesidad de dirigir su atención a la
Creación, apenas era capaz de hacerlo. El auténtico gran momento, en el que la
Creación se convirtió en el tema dominante, fue el exilio babilónico. En esa
época fue también cuando el relato, que acabamos de oír, basado desde luego en
una tradición muy antigua, adquirió su forma propia y actual. Israel había
perdido su tierra, su Templo. Para la mentalidad de entonces, estos sucesos
eran algo inconcebible, pues significaba que el Dios de Israel había sido
vencido, un Dios al que habían podido serle arrebatados su pueblo, su tierra,
sus adoradores. Un Dios, incapaz de proteger su culto y a sus adoradores, era
entonces considerado un dios débil, totalmente inútil. En cuanto divinidad
había sido rechazada. De manera que la expulsión de su tierra y la desaparición
de este pueblo del mapa fue para Israel una tremenda prueba de fe: entonces, ¿Ha
sido vencido nuestro Dios?, ¿Se ha quedado vacía nuestra fe?
En ese momento, los profetas abrieron una nueva página, y aprendió
Israel que precisamente entonces se le mostraba el verdadero rostro de su Dios,
que no estaba unido a aquella superficie de tierra. Nunca lo había estado: Él
había prometido ese trozo de tierra a Abraham antes de que él tuviera allí su
casa. Había sido capaz de sacar a su pueblo de Egipto. Ambas cosas había podido
hacerlas porque no era Dios de una tierra, sino que dominaba sobre el cielo y
la tierra. Y por eso ahora podía desterrar a otro país a su pueblo infiel para
allí manifestarse. Se hizo comprensible entonces que este Dios de Israel no era
un Dios como los demás dioses, sino el Dios que dominaba sobre todos los países
y todos los pueblos. Y esto lo podía El, porque El mismo había creado todo: el
cielo y la tierra. En el destierro, en la aparente derrota de Israel, se abrió el
camino para el reconocimiento del Dios, que sostiene en sus manos a todos los
pueblos y toda la historia; al Dios portador de todo, porque es el Creador de
todo, en quien está todo el poder.
Esta fe tenía, por lo tanto, que encontrar su auténtico rostro
precisamente en la que se celebraba y representaba litúrgicamente la nueva
Creación del Universo. Tenía que encontrar su rostro frente al gran relato
babilónico de la Creación, Enuma Elish («Cuando en lo alto»), que a su manera
describe el origen del Universo. Este relato decía que el mundo se originó de
una lucha entre fuerzas enfrentadas y que encontró su auténtica forma cuando
apareció el dios de la luz, Marduk, y partió el cuerpo del dragón originario.
De este cuerpo dividido habían surgido el cielo y la tierra. Los dos juntos, el
firmamento y la tierra, habrían salido, pues, del cuerpo del dragón muerto; y
de su sangre había creado Marduk a los hombres. Es una imagen inquietante del
Universo y del hombre la que encontramos aquí: el Universo es en realidad el
cuerpo de un dragón, y el hombre lleva en sí sangre de dragón. En la base del
Universo acecha lo inquietante, y en lo más profundo del hombre se encuentra la
rebelión, lo demoníaco y la maldad. Según esta representación sólo el
representante de Marduk, el dictador, el rey de Babilonia puede vencer lo
demoníaco y poner en orden el Universo.
Estas representaciones no son, sin embargo, pura fabulación: dejan
traslucir las inquietantes experiencias del hombre con el Universo y consigo
mismo. Pues a menudo parece como si el mundo fuera realmente la morada de un
dragón y la sangre del hombre, sangre de dragón. Pero frente a todas estas
atormentadas experiencias, el relato de la Sagrada Escritura dice: no ha sido
así. Toda esta historia de las fuerzas inquietantes se diluye en media frase:
«la tierra estaba desierta y vacía». En las palabras hebreas aquí utilizadas,
se esconden aún las expresiones que habían nombrado al dragón, a la fuerza
demoníaca. Sólo que aquí es la Nada frente al Dios que es el único poderoso. Y
frente a cualquier temor ante estas fuerzas demoníacas se nos dice: sólo Dios,
la eterna Sabiduría que es el eterno Amor, ha creado el Universo, que en sus
manos está. Comprendemos ya la lucha que se esconde detrás de este pasaje
bíblico; su verdadero drama es que deja de lado todos aquellos complejos mitos
reconduciendo el Universo a la Sabiduría de Dios y a la Palabra de Dios. Esto
se podría mostrar pasaje a pasaje en este texto; por ejemplo, cuando el sol y
la luna son designados como astros que Dios cuelga en el cielo para medir los
tiempos. A los hombres de entonces debía parecerles un enorme sacrilegio
caracterizar las grandes divinidades, que eran el sol y la luna, como astros
para la medida del tiempo. Es la osadía y la sobriedad de la fe la que luchando
con los mitos paganos pone de manifiesto la luz de la verdad, al enseñarnos que
el Universo no es una lucha de demonios, sino que procede de la razón, de la
Razón de Dios y descansa en la palabra de Dios. De este modo, este relato de la
Creación resulta ser como la «Ilustración» decisiva de la historia, como la
ruptura con los temores que habían reprimido a los hombres. Significa la
liberación del Universo por la razón, el reconocimiento de su racionalidad y de
su libertad. Pero este relato también resulta ser como la verdadera Ilustración
porque sitúa la razón humana en el fundamento originario de la Razón creadora
de Dios, para basarla así en la verdad y en el amor, ya que sin esta
Ilustración sería desmesurada y en última instancia necia. Todavía hemos de
tomar algo más en consideración. Acabo de decir precisamente que Israel aprende
poco a poco lo que es la Creación, enfrentado al ambiente pagano, en lucha con
su corazón. Esto presupone que el relato clásico de la Creación no es el único
texto, relativo a ella, del Libro Sagrado. Inmediatamente detrás le sigue otro,
redactado antes, con otras imágenes. En los Salmos tenemos de nuevo otros, y
tras ellos continúa el empeño por clarificar la creencia en la Creación: tras
el encuentro con el mundo griego se replantea el tema en la literatura
sapiencial sin mantenerse ligado a las antiguas imágenes -como los siete días,
etc.-. En la Biblia misma podemos ver cómo las imágenes se van transformando a
medida que avanza el pensamiento. Y se transforman para dar en cada momento
testimonio de una sola cosa, que es la que verdaderamente le ha llegado de la
Palabra de Dios: el mensaje de su Creación. En la Biblia, pues, las imágenes
son libres, se corrigen continuamente, dejando traslucir en este lento y combativo
avance que sólo son eso, imágenes que descubren algo más profundo y grandioso.
3. El criterio cristológico.
Algo más decisivo debemos tomar aún en consideración: con el Antiguo
Testamento el camino no ha llegado a su fin. Lo que aborda la literatura
sapiencial es el último puente de un largo camino, el puente que nos conduce al
mensaje de Jesucristo, a la Nueva Alianza. Precisamente aquí encontramos el
relato definitivo y equilibrado de la Creación de la Sagrada Escritura. Dice
así: «En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios y la
Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y
sin ella no se hizo nada de cuanto existe.» (/Jn/01/01-03). Juan, muy
conscientemente, ha vuelto a tomar aquí las palabras con las que comienza la
Biblia y ha leído de nuevo el relato de la Creación a partir de Cristo para
contar, otra vez y definitivamente, por medio de las imágenes qué es la Palabra
con la que Dios quiere mover nuestro corazón. De esta manera se nos hace
evidente que nosotros, los cristianos, leemos el Antiguo Testamento no en sí
mismo y por sí mismo; lo leemos siempre con El y por El. De ahí que no tengamos
que cumplir la ley de Moisés, ni las prescripciones de pureza ni los preceptos
sobre los alimentos ni todo lo demás, sin que por eso la palabra bíblica se
haya quedado vacía de sentido ni de contenido. No leemos todo esto como algo
que está en sí mismo terminado. Lo leemos con Aquel en el que todo se ha
cumplido y en el que todo cobra su auténtico valor y verdad. Por eso, leemos el
relato de la Creación de la misma manera que la Ley, también con El, y por El
sabemos -por El, no por un truco posteriormente inventado- lo que Dios a través
de los siglos quiso progresivamente imprimir en el alma y en el corazón del
hombre. Cristo nos libera de la esclavitud de la letra y nos devuelve de nuevo
la verdad de las imágenes.
También la Iglesia Antigua y la de la Edad Media sabían que la Biblia
es un todo y que la oímos verdaderamente cuando la oímos desde Cristo: desde la
libertad que Él nos ha dado y desde la profundidad por la que Él nos hace
evidente lo que permanece a través de las imágenes, el cimiento firme sobre el
que en todo momento podemos mantenernos seguros. Fue al comienzo de la Edad
Moderna cuando se fue olvidando poco a poco esta dinámica, la unidad viva de la
Escritura que solamente podemos entender en la libertad que El nos da y en la
certeza que proviene de esta libertad. El pensamiento histórico, entonces en
auge, quería leer cada pasaje sólo en sí mismo, en su desnuda literalidad.
Buscaba sólo la explicación precisa de lo particular y olvidaba la Biblia como
un todo. Se leían -en una palabra- los textos ya no hacia adelante sino hacia
atrás, es decir, ya no hacia Cristo, sino desde su supuesto origen. Ya no se
quería conocer lo que un pasaje decía o lo que una cosa era a partir de su
forma plenamente terminada, sino a partir de su comienzo, de su origen. A causa
de este aislamiento del todo, de esta literalidad de lo particular que
contradice toda la esencia interna del texto bíblico, y que únicamente tenía
validez científica -a causa de esto, precisamente, se originó aquel conflicto
entre ciencia y teología, que aún hoy perdura como una carga para la fe-. Esto
no debió nunca producirse, porque la fe era, desde el comienzo, más grande, más
amplia y más profunda. La creencia en la Creación no es hoy tampoco irreal, es
hoy también racional. Es, contemplada incluso desde los resultados científicos,
la «mejor hipótesis», la que aclara más y mejor que todas las demás teorías. La
fe es racional. La razón de la Creación procede de la Razón de Dios: no existe,
en realidad, ninguna otra respuesta convincente. También hoy es todavía válido
lo que el pagano Aristóteles, 400 años antes de Cristo, dijo frente a quienes
afirmaban que todo se había originado por casualidad -ek t'automatou-; lo
decía, aunque él mismo no podía creer en la Creación (Cfr. ARISTÓTELES,
Metaphysik Z 7, ed. Academia Regia Borussica, nueva impresión Darmstadt, 1960,
pág. 1.032). La razón del Universo nos permite reconocer la Razón de Dios, y la
Biblia es y continúa siendo la verdadera «Ilustración» la que ha entregado el
Universo a la razón del hombre y no a su explotación por el hombre, porque la
razón lo abrió a la verdad y al amor de Dios. Por eso, no necesitamos tampoco
hoy esconder la creencia en la Creación. No podemos permitirnos esconderla.
Pues sólo si el Universo procede de la libertad, del amor y de la razón, sólo
si éstas son las fuerzas propiamente dominantes, podemos confiar unos en otros,
encaminarnos al futuro y vivir como hombres. Sólo porque Dios es el Creador de
todas las cosas, es su Señor, y solamente por eso, podemos orarle. Y esto
significa que la libertad y el amor no son ideas impotentes, sino las fuerzas
fundamentales de la realidad. Por eso, también hoy en agradecimiento y con
alegría podemos y queremos hacer la profesión de fe de la Iglesia: «Creo en
Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra». Amén.
2. CREACION/RELATOS: SIGNIFICADO
DE LOS RELATOS BÍBLICOS DE LA CREACIÓN
Gn/01/20-31, Gn/02/01-04:
En nuestra primera aproximación a la creencia en la Creación, enseñada
por la Biblia y por la Iglesia, nos han quedado claras sobre todo dos cosas. La
primera podemos resumirla así: como cristianos leemos la Sagrada Escritura con
Cristo. Él es nuestro guía a través de ella. Él nos enseña fielmente lo que es
la imagen y dónde radica el auténtico y permanente contenido del mensaje
bíblico. Y al mismo tiempo que nos libera de una falsa esclavitud de la
literalidad del texto, es garantía de la verdad, firme y realista, de la Biblia
que no se disuelve en una nebulosa de beaterías sino que permanece como un
claro cimiento sobre el que podemos afirmarnos. La segunda es: la creencia en
la Creación es algo racional; y aunque la razón por sí sola no pueda quizás
explicarla, sin embargo, si acude en su búsqueda, encuentra en ella la
respuesta esperada.
1. La racionalidad de la creencia
en la Creación.
Debemos profundizar este aspecto en dos direcciones. En primer lugar se
trata del simple «Que» de la Creación que reclama un fundamento. Remite a
aquella fuerza que existía al principio y podía decir: ¡Hágase! En el siglo XIX
esto se entendía de otra manera. La ciencia estaba marcada por las dos grandes
teorías de la conservación, la conservación de la materia y la de la energía.
El Universo entero aparecía así como un cosmos eterno, estable y regido por las
leyes perpetuas de la naturaleza, que procede de sí mismo y en sí mismo existe
y que no necesita nada externo. Estaba ahí como un todo, razón por la cual
Laplace pudo decir: «Ya no necesito más la hipótesis de Dios». Pero entonces
surgieron nuevos conocimientos. Se descubrió la teoría de la entropía que
sostiene que la energía se consume llegando a un estado a partir del cual ya no
puede volver a ser transformada. Esto significa que el Universo sigue un curso
de desarrollo y extinción. Lo temporal está inscrito dentro de él mismo.
Apareció luego la teoría de la transformación de la materia en energía que
modificaba las dos teorías de la conservación. Surgió la teoría de la
relatividad y aún se fueron incorporando otros conocimientos que venían a
demostrar que el Universo, en cierto modo, contenía en sí sus propios horarios,
horarios que nos permiten reconocer un principio y un fin, un camino desde el
principio hasta el final. Aun en el caso de que las épocas se extendieran
inconmensurablemente, aun entonces, a través incluso de la oscuridad de miles
de millones de años, en ese conocimiento de la temporalidad del existir se hace
evidente de nuevo aquel momento que se llama en la Biblia el comienzo, aquel
comienzo que remite a Aquel que tenía poder para crear la existencia, para
decir: ¡Hágase! y se hizo.
Una segunda consideración es la que se refiere ya no al puro
"Que" del ser, sino al diseño, por así decir, del Universo; al modelo
conforme al cual éste se ha construido. Pues de aquel «¡Hágase!» no se originó una
masa caótica. Cuanto más sabemos del Universo más nos sale al paso, procedente
de él, una razón, cuyos caminos sólo con asombro podemos considerar. A través
de ellos vemos de nuevo renovado aquel Espíritu Creador al que también se debe
nuestra propia razón. Albert ·Einstein-A dijo una vez que en las leyes de la
naturaleza «se manifiesta una razón tan considerable que, frente a ella,
cualquier ingenio del pensamiento o de la organización humana no es más que un
pálido reflejo»(A. EINSTEIN, Mein Weltbild, editado por C. SEELIG
(Stuttgart-Zurich-Wien, 1953); cfr. mi Einführung in das Christentum (Munchen,
1968) pág. 116) Sabemos cómo, en lo más grande, en el mundo de los astros se
manifiesta una poderosa razón que los mantiene juntos en el cosmos. Pero cada
vez más aprendemos también a observar lo más pequeño, las células, las unidades
originarias de la vida; en ellas descubrimos igualmente una racionalidad que
nos asombra, hasta tal punto que debemos decir con ·Buenaventura-S: «Quien aquí
no ve, es ciego. Quien aquí no oye, está sordo y quien aquí no empieza a
ensalzar y a adorar al Espíritu Creador, es que está mudo». Jacques Monod, que
rechazaba todo tipo de creencia en Dios como no científica y reconducía el
Universo entero a la conjunción del azar y la necesidad, cuenta en su obra, en
la que intenta resumidamente exponer y fundamentar su visión del Universo, que
después de sus conferencias, luego convertidas en libro, François ·Mauriac-F
había dicho: «lo que este profesor nos quiere demostrar es aún más increíble
que lo que se le exige creer al cristiano». Monod no lo discute. Su tesis
sostiene que todo el concierto de la naturaleza es un producto de errores y
disonancias. Y no puede menos que decirse a sí mismo que tal concepción es
realmente absurda. Pero el método científico -eso dice él- le lleva a no
admitir ninguna pregunta cuya respuesta tenga que llamarse «Dios». ¡Qué método
tan pobre! -se puede solamente añadir-. A través de la razón de la Creación nos
contempla Dios mismo. La física y la biología, las ciencias por excelencia, nos
han proporcionado un nuevo e inaudito relato de la Creación con grandes y
nuevas imágenes que nos permiten reconocer el rostro del Creador y nos hacen
saber de nuevo: Sí, en el primer comienzo y en el fundamento de todo ser está
el Espíritu Creador. El Universo no es producto de la oscuridad ni de la
sinrazón. Procede del entendimiento, procede de la libertad, procede de la
belleza que es amor. Ver esto nos da el valor necesario para vivir; nos
fortalece para sobrellevar sin miedo la aventura de la vida.
2. Significado permanente de los
elementos simbólicos del texto.
Estas dos consideraciones, con las que hemos profundizado en los
aspectos fundamentales de la primera meditación, nos permiten avanzar un paso
más. Hasta ahora se nos ha puesto de manifiesto que los relatos bíblicos de la
Creación presentan un modo de hablar de la realidad distinto del que conocemos
por la física y la biología. No describen el proceso de la evolución ni la
estructura matemática de la materia, sino que expresan de muchas maneras lo
siguiente: sólo existe un Dios; el Universo no es una lucha de fuerzas oscuras,
sino Creación de su Palabra. Pero esto no significa que las frases particulares
del texto bíblico se queden carentes de sentido y que sólo permanezca válido
este, por así decir, desnudo extracto. También ellas son expresión de la
verdad, de un modo ciertamente distinto del empleado en la física y en la
biología. Son verdad de una manera simbólica, del mismo modo que una ventana
gótica, por ejemplo, nos permite reconocer algo más profundo en sus trazados y
en su juego de luces. Sólo dos elementos querría destacar aquí. Uno: el relato
bíblico de la Creación está marcado por una serie de cifras que no reproducen
la estructura matemática del Universo, sino en cierto modo la trama interna de
su tejido, la idea según la cual ha sido concebido. Dominan en él las cifras
tres, cuatro, siete y diez. Diez veces se dice en el relato: «Dios habló». En
estas diez veces la historia de la Creación anticipa ya los diez Mandamientos.
Nos permite reconocer que en cierta manera estos diez Mandamientos son un eco
de la Creación; no arbitrarios inventos con los cuales se han levantado vallas
a la libertad del hombre, sino introducción en el Espíritu, en la lengua y en
el significado de la Creación, lengua traducida del Universo, lógica traducida
de Dios que construyó el Universo. La cifra más utilizada de todas es el siete;
en el esquema de los siete días se acuña sin límites el Todo. Esta es la cifra
de una fase de la luna; así por medio de este relato se nos dice que el ritmo
de nuestro astro fraterno nos muestra también el ritmo de la vida humana. Se
nos hace perceptible que nosotros, los hombres, no estamos reducidos a nuestro
pequeño Yo, sino que estamos inmersos en el ritmo del cosmos; que, en cierta
manera, el cielo también marca el ritmo, el movimiento de nuestra propia vida,
permitiendo que nos adentremos en la razón del cosmos. En la Biblia este
pensamiento ha avanzado un paso más. Nos hace saber que el ritmo de los astros
es expresión más profunda del ritmo del corazón, del ritmo del Amor de Dios que
en él se manifiesta.
a) Creación y culto.
Y llegamos así al segundo elemento simbólico del relato de la Creación
sobre el cual me gustaría decir algo. Pues no es que meramente nos encontremos
con el ritmo del siete y su significado cósmico; es que este ritmo se encuentra
al servicio de un mensaje que va aún más allá. La Creación está dirigida hacia
el Sabbat, el sábado, que es una señal de la alianza entre Dios y el hombre.
Tenemos que reflexionar con más exactitud sobre este tema; de momento, en un
primer impulso, podemos deducir de aquí lo siguiente: la Creación se ha
construido para dirigirse al momento de la adoración. La Creación se ha hecho
con el fin de ser un espacio de adoración. Y ella se cumple y se desarrolla
correctamente cada vez que de nuevo existe para la adoración. «Operi Dei nihil
praeponatur» dijo en su Regla San Benito: « Nada debe anteponerse al servicio
de Dios». Esto no es expresión de una exaltada piedad, sino pura y auténtica
traducción del relato de la Creación, de su mensaje para nuestra vida. El
verdadero centro, la fuerza que, provocando el ritmo de las estrellas y de
nuestra vida las mueve y gobierna en su interior, es la adoración. Por eso el
ritmo de nuestra vida palpita correctamente cuando ha quedado impregnado por
ella.
En última instancia esto es algo conocido por todos los pueblos. En
todas las culturas los relatos de la Creación han surgido para expresar que el
Universo existe para el culto, para la glorificación de Dios. Esta coincidencia
de las culturas en las cuestiones más profundas de la humanidad es algo muy
valioso. En mis conversaciones con obispos africanos y asiáticos, especialmente
también en los Sínodos de Obispos, se me hace evidente, como algo siempre nuevo
y a menudo sorprendente, la profunda concordancia existente entre la creencia
bíblica y las grandes tradiciones de los pueblos. En ellas ha permanecido un
saber originario del hombre que se abre hacia Cristo. Nuestro peligro hoy, en
las civilizaciones técnicas, consiste precisamente en que nos hemos separado de
este saber originario, en que la sabihondez de un equivocado espíritu
científico nos impide escuchar el mandato de la Creación. Existe un saber
originario común que sirve de guía y unión a las grandes culturas.
CREACION/ADORACION: Bien es verdad que, para ser honrados,
debemos añadir que este saber está continuamente regenerándose. Las religiones
universales conocen este gran pensamiento de que el Universo existe para la
adoración. Pero queda desfigurado muchas veces por la idea de que con la
adoración el hombre les da a los dioses aquello que ellos necesitan. Se piensa
que la divinidad necesita esta preocupación de los hombres y que de esta manera
el culto mantiene el Universo. Pero esto deja abierta la puerta a especular con
la fuerza. El hombre puede entonces decir: los dioses me necesitan, luego yo
también puedo ejercer mi presión sobre ellos, chantajearlos en caso de
necesidad. De la pura relación amorosa, que debería ser la adoración, surge
este intento de chantaje por adueñarse uno mismo del Universo. Y así el culto
incurre en una falsificación del Universo y del hombre. Por consiguiente, la
Biblia, ciertamente, pudo hacer suyo este pensamiento básico de la disposición
del Universo para la adoración, pero al mismo tiempo tuvo también que
depurarlo. En ella esta idea, como ya se ha dicho, surge precisamente con la
imagen del Sabbat. La Biblia dice: la Creación está estructurada de acuerdo con
el orden del Sabbat. Y el Sabbat es, por otra parte, el resumen de la Torá, la
Ley de Israel. Lo cual significa que la adoración contiene en sí misma una
forma moral. En ella está interiorizada toda la organización moral de Dios.
Sólo así es verdaderamente adoración. Una cosa más que añadir: la Torá, la Ley,
es expresión de la historia que Israel vive con Dios. Es expresión de la
alianza, y la alianza es expresión del Amor de Dios, de su Sí al hombre que Él
ha creado para amar y ser amado.
A-D/CREACION: Ahora podemos apreciar mejor este
pensamiento. Podemos decir: Dios ha creado el Universo para entablar con los
hombres una historia de amor. Lo ha creado para que haya amor. Tras esto surgen
las palabras de Israel que apuntan directamente hacia el Nuevo Testamento. Sobre
la Torá, que materializa lo secreto de la alianza, de la historia de amor de
Dios con los hombres, se ha dicho en las escrituras judías: Ella existía al
principio, estaba con Dios, a través de ella ha llegado a ser todo lo que
existe. Era la luz y la vida de los hombres. Juan necesitaba simplemente volver
a tomar estas fórmulas refiriéndolas al que es la palabra viva de Dios para
decir: «Todo se hizo por ella» (/Jn/01/03). Ya antes Pablo había dicho: «En él
fueron creadas todas las cosas» (Col.1, 16; cfr. Col. 1,15-23). Dios ha creado
el Universo para poder hacerse hombre y desparramar su amor, para extenderlo
también hacia nosotros, invitándonos a participar de él.
b) La estructura sabática de la
Creación.
CREACION/SABADO. Y ahora avancemos algo más para entender
mejor estos pensamientos. En el relato de la Creación, el Sabbat, el sábado,
aparece descrito como el día en el que el hombre, en la libertad de la
adoración, participa de la libertad de Dios, de la serenidad de Dios y así de
la paz de Dios. Celebrar el Sabbat significa celebrar la alianza, volver al
origen, limpiar todo de las impurezas que nuestro actuar ha introducido.
Significa también, al mismo tiempo, avanzar hacia un mundo nuevo en el que ya
no habrá esclavos y señores, sino hijos libres de Dios, hacia un mundo en el
que el hombre, el animal y la tierra participarán todos juntos fraternalmente
de la paz de Dios y de su libertad.
A partir de este pensamiento se ha desarrollado la legislación social
mosaica. Se funda en el hecho de que el sábado produce la igualdad de todas las
cosas. Y de tal modo se ha extendido más allá del día sabático semanal, que
cada siete años hay un año sabático en el que la tierra y los hombres pueden
descansar. Cada cuarenta y nueve años (= 7 x 7) se sitúa el gran año sabático,
en el que se perdonan todas las culpas y se anulan todas las compras y ventas.
Uno se encuentra de nuevo ante un renovado comienzo en el que el mundo se
recibe otra vez de las manos creadoras de Dios. El peso de esta disposición, de
hecho nunca bien seguida, podemos quizá verlo mejor en una breve indicación del
libro de las Crónicas. Ya en la primera meditación me he referido a cómo Israel
había sufrido en el exilio, durante el cual Dios en cierto modo se había negado
a sí mismo y se había arrebatado su tierra, su Templo y su culto. También
después del exilio continuó la reflexión: ¿por qué Dios pudo hacernos esto?,
¿por qué este castigo desmedido con el que Dios en cierto modo se castigaba a
sí mismo?, en un momento en el que todavía era inimaginable cómo en la cruz
Dios cargaría sobre sí con todas las culpas que por su historia de amor con los
hombres se había dejado infligir. ¿Cómo pudo ser eso? La respuesta del libro de
las Crónicas dice: los muchos pecados cometidos contra los que clamaron los
profetas no podían ser en el fondo motivo suficiente para un castigo tan
desmedido. El motivo ha de buscarse en algo aún más profundamente arraigado. El
libro de las Crónicas describe así esta causa más profunda del exilio: «Hasta
que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la
desolación, hasta que se cumplan los setenta años» (2Cro/36/21).
Esto quiere decir: el hombre ha rechazado la serenidad de Dios, la
tranquilidad que procede de Él, la adoración, su paz y su libertad, cayendo de
este modo en la esclavitud de su quehacer. Ha empujado al Universo a la
esclavitud de su activismo y con ello se ha esclavizado a sí mismo. Por eso
Dios debía darle el Sabbat que él ya no quería. Con su No al ritmo de la
libertad y de la tranquilidad procedente de Dios, el hombre se ha alejado de su
semejanza con Dios para pisotear el Universo. Por eso debía ser arrancado de la
obstinación en su propio obrar, por eso Dios debía devolverle a su más
auténtica realidad, rescatarlo del dominio de su quehacer. «Operi Dei nihil
praeponatur» lo primero es la adoración, la libertad y la serenidad de Dios.
Así y sólo así puede el hombre vivir de verdad.
c) ¿Explotación de la tierra?
CREACION/ECOLOGIA:
Llegamos así a la última consideración. Hay una palabra del relato de
la Creación que necesita una interpretación especial. Me estoy refiriendo al
conocido versículo 28 del primer capítulo, al dictado de Dios a los hombres:
«¡Someted la tierra!». Hace tiempo que esta frase ha venido siendo utilizada
como punto de partida para atacar al cristianismo. Como consecuencia despiadada
de esta frase se desvirtúa al cristianismo mismo considerándolo el único
culpable de la miseria de nuestros días. El «Club de Roma», que hace ya diez
años con su toque de alarma acerca de los límites del desarrollo sacudió hasta
los cimientos la creencia en el progreso de la época de la postguerra, ha
entendido su crítica a la civilización, crítica que se ha ido haciendo cada vez
más espiritual, también como una crítica al cristianismo que estaría en la raíz
de esta civilización de la explotación: el mandato dado a los hombres de
someter la tierra habría abierto aquel funesto camino cuyo amargo final ahora
se perfila. Un escritor de Munich, al hilo de este pensamiento, acuñó la frase
desde entonces fervorosamente repetida sobre las consecuencias despiadadas del
cristianismo. Antes hemos elogiado que el Universo, por la creencia en la
Creación, se había desdivinizado y racionalizado, que el sol y la luna ya no
eran grandes y siniestras divinidades, sino simplemente luminarias, que los
animales y las plantas habían perdido su carácter mítico; pues bien todo esto
precisamente se ha convertido en una acusación contra el cristianismo. El
cristianismo sería el que habría convertido a los grandes poderes hermanos del
Universo en objetos de uso de los hombres, llevándole así a abusar de las
fuerzas de este Universo, plantas y animales, con una ideología del progreso
que sólo piensa en sí misma y sólo en sí misma cree.
¿Qué decir a todo esto? El mandato del Creador al hombre quiere decir
que éste debe cuidar el Universo como Creación de Dios, de acuerdo con el ritmo
y la lógica de la Creación. El significado del mandato se describe en el
capítulo siguiente del Génesis con las palabras «labrar y cuidar» (2, 15). Nos
introduce por lo tanto en la lengua de la Creación misma; significa que le ha
sido dada para aquello de lo que ella es capaz y a lo que ha sido llamada, pero
no para volverse en su contra. La creencia bíblica incluye sobre todo que el
hombre no está encerrado en sí mismo; siempre ha de tener presente que se
encuentra dentro del gran cuerpo de la historia, que finalmente se convertirá
en el Cuerpo de Cristo. Pasado, presente y futuro deben encontrarse y abrirse
camino en la vida de cada hombre. Nuestro tiempo ha quedado ya a salvo de aquel
atormentado narcisismo que en la misma medida se separa del pasado y del futuro
y sólo quiere el presente.
Pero entonces, con mayor razón, tenemos que preguntarnos cómo se ha
llegado a los abusos de esta mentalidad del activismo y del dominio que hoy nos
amenaza por todas partes. Un primer chispazo de esta nueva mentalidad aparece
ya en el Renacimiento, por ejemplo, en Galileo cuando afirma: En el caso de que
la naturaleza no responda libremente a nuestras preguntas ni nos desvele sus
secretos, tendremos que atormentarla para en el doloroso interrogatorio
arrancarle la respuesta que voluntariamente no nos da. La construcción de los
instrumentos de la ciencia es para él semejante a la preparación de este medio
de tortura, con el cual el hombre como señor absoluto trata de encontrar las
respuestas que quiere saber de este acusado. Con el tiempo esta nueva
mentalidad ha ido adquiriendo forma concreta y validez histórica, sobre todo
con ·Marx-KARL. Él era el que decía al hombre que ya no debía interrogarse más
por su origen ni por su procedencia, pues se trataba de una pregunta carente de
sentido. De esta manera Marx pretende dejar de lado aquella pregunta de la
razón sobre el origen del Universo y su diseño, del que hemos hablado al
comienzo, porque la Creación en su razón interna es el mensaje más fuerte y
escuchado del Creador del que nunca podemos emanciparnos. Y puesto que, en
definitiva, la cuestión de la Creación no puede contestarse más que como
procedente del Espíritu Creador, por eso se interpretaba la pregunta como
carente de sentido. La Creación creada no cuenta; es el hombre el que debe
producir la verdadera Creación que luego le será útil. De ahí la transformación
del mandato fundamental del hombre, de ahí que el progreso sea la auténtica
verdad y la materia el material a partir del cual el hombre crea el Universo
que lo hará digno de vivir en él. Ernst ·Bloch-E ha reforzado estos
pensamientos de una manera verdaderamente angustiosa. La verdad, ha dicho, no es
lo que nosotros percibimos. Verdad es únicamente la transformación. Verdad es,
según esto, lo que se impone, y la realidad es consecuentemente «una indicación
para la acción, es un adiestramiento para el ataque» 1. Necesita un «polo
concreto de odio» 2 en el que encontrar el ímpetu necesario para la
transformación. De este modo para Bloch lo bello no es la transparencia de la
verdad de las cosas, sino el descubrimiento del futuro hacia el que nos
dirigimos y que nosotros mismos hacemos. Por eso, dice, la catedral del futuro
será el laboratorio, y las centrales eléctricas serán las grandes iglesias
góticas del futuro. Pues según él- ya no será necesaria la distinción entre
domingo y día laborable; ya no hará falta ningún sábado porque el hombre es en
todo su propio creador. Dejará también de esforzarse simplemente por dominar y
configurar la naturaleza y, por el contrario, la concebirá en sí misma como
transformación 3.
Aquí está formulado, con una claridad que no encontramos otras veces,
lo que constituye la opresión de nuestro tiempo. Antes, el hombre podía siempre
transformar cosas concretas en la naturaleza. La naturaleza como tal no era
objeto, sino condición previa de su actuación. Ahora le ha sido entregada como
un todo; pero así el hombre se ve, de repente, expuesto a su más profunda
amenaza. El punto de partida de esta situación se encuentra en aquella
concepción que contempla la Creación como producto únicamente del azar y de la
necesidad, que no obedece a ninguna razón y de la que no se puede extraer
ninguna enseñanza. Ha enmudecido aquel ritmo interior que nos había marcado el
relato de la Sagrada Escritura: el ritmo de la adoración, que es el ritmo de la
historia de amor de Dios con los hombres. Bien es verdad que hoy percibimos
visiblemente los horribles resultados de tal enfoque. Sentimos una amenaza que
no afecta a un futuro lejano, sino a nosotros mismos, a nuestra inmediatez. Ha
desaparecido la sumisión de la fe, el orgullo del quehacer ha fracasado. Y así
se configura una actitud nueva y no menos nociva, un enfoque que considera al
hombre como perturbador de la paz, como el que todo lo destruye y que es el
verdadero parásito, la enfermedad de la naturaleza. El hombre ya no se gusta a
sí mismo. Preferiría volverse atrás para que la naturaleza pudiera de nuevo
estar sana. Pero así tampoco construimos el Universo. Pues contradecimos al
Creador cuando ya no queremos al hombre como Él lo ha querido. Con esto no
santificamos la naturaleza, nos destruimos nosotros y la Creación. Le
arrebatamos la esperanza que existe en ella y la grandiosidad a la que está
llamada.
De modo que el camino cristiano permanece como el que verdaderamente
salva. Propio del camino cristiano es el convencimiento de que nosotros sólo
podemos ser verdaderamente «creativos» y, por tanto, creadores si lo somos en
unión con el Creador del Universo. Sólo podemos servir verdaderamente a la
tierra cuando la tomamos siguiendo la instrucción de la Palabra de Dios. Y
entonces podemos perfeccionar y hacer avanzar al Universo y a nosotros mismos.
«Operi Dei nihil praeponatur» -a la obra de Dios no se anteponga nada-; al
servicio de Dios nada debe anteponerse. Esta frase sí que es una contribución a
la conservación del mundo creado frente a la falsa adoración del progreso,
frente a la adoración de la transformación, destructora del hombre, y frente a
la blasfemia del hombre que destruye a la vez el Universo y la Creación,
apartándolos de su destino final. Sólo el Creador es el verdadero Redentor del
hombre, y sólo si confiamos en el Creador estamos en el camino de la salvación
del Universo, del hombre y de las cosas. Amén.
D) CATECISMO DE LA IGLESIA
CATÓLICA.[4]
Números 279/384
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE
ARTÍCULO 1
«CREO EN DIOS, PADRE
TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
Párrafo 4
EL CREADOR
279 "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1).
Con estas palabras solemnes comienza la sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las
recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso como "el Creador del cielo y
de la tierra", "de todo lo visible y lo invisible". Hablaremos,
pues, primero del Creador, luego de su creación, finalmente de la caída del
pecado de la que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a levantarnos.
280 La creación es el fundamento de "todos los designios salvíficos
de Dios", "el comienzo de la historia de la salvación" (DCG 51),
que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva
sobre el Misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, "al
principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1): desde el principio
Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo (cf. Rm 8,18-23).
281 Por esto, las lecturas de la Noche Pascual, celebración de la creación
nueva en Cristo, comienzan con el relato de la creación; de igual modo, en la
liturgia bizantina, el relato de la creación constituye siempre la primera
lectura de las vigilias de las grandes fiestas del Señor. Según el testimonio
de los antiguos, la instrucción de los catecúmenos para el bautismo sigue el
mismo camino (cf. Egeria, Peregrinatio ad loca sancta, 46: PLS 1, 1047; san
Agustín, De catechizandis rudibus, 3,5).
I La catequesis sobre la creación
282 La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se
refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la
respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los
tiempos se han formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A dónde vamos?"
"¿Cuál es nuestro origen?" "¿Cuál es nuestro fin?"
"¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?" Las dos
cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el
sentido y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar.
283 La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de
numerosas investigaciones científicas que han enriquecido magníficamente
nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el devenir
de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos descubrimientos nos
invitan a admirar más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus
obras y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e
investigadores. Con Salomón, éstos pueden decir: "Fue él quien me concedió
el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la
estructura del mundo y las propiedades de los elementos [...] porque la que
todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó" (Sb 7,17-21).
284 El gran interés que despiertan a estas investigaciones está
fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden, y que supera el dominio
propio de las ciencias naturales. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha
surgido materialmente el cosmos, ni cuando apareció el hombre, sino más bien de
descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un
destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente,
inteligente y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y de
la bondad de Dios, ¿Por qué existe el mal? ¿De dónde viene? ¿Quién es
responsable de él? ¿Dónde está la posibilidad de liberarse del mal?
285 Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a
respuestas distintas de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en
las religiones y culturas antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los
orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o
que el devenir del mundo es el devenir de Dios (panteísmo); otros han dicho que
el mundo es una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y retorna
a ella ; otros han afirmado incluso la existencia de dos principios eternos, el
Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo,
maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo (al menos el mundo
material) sería malo, producto de una caída, y por tanto que se ha de rechazar
y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha sido hecho por Dios, pero a
la manera de un relojero que, una vez hecho, lo habría abandonado a él mismo
(deísmo); otros, finalmente, no aceptan ningún origen transcendente del mundo,
sino que ven en él el puro juego de una materia que ha existido siempre
(materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio de la permanencia y de la
universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda es inherente al
hombre.
286 La inteligencia humana puede ciertamente encontrar por sí misma una
respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto, la existencia de Dios
Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de la
razón humana (cf. Concilio Vaticano I: DS, 3026), aunque este conocimiento es
con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene a
confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad:
"Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de
manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece" (Hb 11,3).
287 La verdad en la creación es tan importante para toda la vida humana
que Dios, en su ternura, quiso revelar a su pueblo todo lo que es saludable
conocer a este respecto. Más allá del conocimiento natural que todo hombre
puede tener del Creador (cf. Hch 17,24-29; Rm 1,19-20), Dios reveló
progresivamente a Israel el misterio de la creación. El que eligió a los patriarcas,
el que hizo salir a Israel de Egipto y que, al escoger a Israel, lo creó y
formó (cf. Is 43,1), se revela como aquel a quien pertenecen todos los pueblos
de la tierra y la tierra entera, como el único Dios que "hizo el cielo y
la tierra" (Sal 115,15;124,8;134,3).
288 Así, la revelación de la creación es inseparable de la revelación y de
la realización de la Alianza del Dios único, con su pueblo. La creación es
revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y universal
testimonio del amor todopoderoso de Dios (cf. Gn 15,5; Jr 33,19-26). Por eso,
la verdad de la creación se expresa con un vigor creciente en el mensaje de los
profetas (cf. Is 44,24), en la oración de los salmos (cf. Sal 104) y de la
liturgia, en la reflexión de la sabiduría (cf. Pr 8,22-31) del pueblo elegido.
289 Entre todas las palabras de la sagrada Escritura sobre la creación,
los tres primeros capítulos del Génesis ocupan un lugar único. Desde el punto
de vista literario, estos textos pueden tener diversas fuentes. Los autores
inspirados los han colocado al comienzo de la Escritura de suerte que expresan,
en su lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su origen y de su fin
en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del
drama del pecado y de la esperanza de la salvación. Leídas a la luz de Cristo,
en la unidad de la sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia,
estas palabras siguen siendo la fuente principal para la catequesis de los
misterios del "comienzo": creación, caída, promesa de la salvación.
II La creación: obra de la
Santísima Trinidad
290 "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1):
tres cosas se afirman en estas primeras palabras de la Escritura: el Dios
eterno ha dado principio a todo lo que existe fuera de Él. Solo Él es creador
(el verbo "crear" —en hebreo bara— tiene siempre por sujeto a Dios).
La totalidad de lo que existe (expresado por la fórmula "el cielo y la
tierra") depende de Aquel que le da el ser.
291 "En el principio existía el Verbo [...] y el Verbo era Dios [...]
Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo
Testamento revela que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado.
"En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra [...]
todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo
tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma
también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de
vida" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano), "el Espíritu
Creador" (Liturgia de las Horas, Himno Veni, Creator Spiritus), la
"Fuente de todo bien" (Liturgia bizantina, Tropario de vísperas de
Pentecostés).
292 La acción creadora del Hijo y del Espíritu, insinuada en el Antiguo
Testamento (cf. Sal 33,6; 104,30; Gn 1,2-3), revelada en la Nueva Alianza,
inseparablemente una con la del Padre, es claramente afirmada por la regla de
fe de la Iglesia: "Sólo existe un Dios [...]: es el Padre, es Dios, es el
Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo,
es decir, por su Verbo y por su Sabiduría", "por el Hijo y el
Espíritu", que son como "sus manos" (San Ireneo de Lyon,
Adversus haereses, 2, 30, 9 y 4, 20, 1). La creación es la obra común de la
Santísima Trinidad.
III “El mundo ha sido creado para
la gloria de Dios”
293 Es una verdad fundamental que la Escritura y la Tradición no cesan de
enseñar y de celebrar: "El mundo ha sido creado para la gloria de
Dios" (Concilio Vaticano I: DS 3025). Dios ha creado todas las cosas,
explica san Buenaventura, non [...] propter gloriam augendam, sed propter
gloriam manifestandam et propter gloriam suam communicandam ("no para
aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla") (In secundum
librum sententiarum, dist. 1, p. 2, a.2, q. 1, concl.). Porque Dios no tiene
otra razón para crear que su amor y su bondad: Aperta manu clave amoris
creaturae prodierunt ("Abierta su mano con la llave del amor surgieron las
criaturas") (Santo Tomás de Aquino, Commentum in secundum librum
Sententiarum, 2, prol.) Y el Concilio Vaticano I explica:
El solo verdadero Dios, en su bondad y por su fuerza todopoderosa, no
para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirirla, sino para manifestar su
perfección por los bienes que otorga a sus criaturas, con libérrimo designio,
justamente desde el comienzo del tiempo, creó de la nada una y otra criatura.
(DS 3002).
294 La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta
comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de
nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de
su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6):
"Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es
la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida
a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre
por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" (San Ireneo de Lyon,
Adversus haereses, 4,20,7). El fin último de la creación es que Dios , «Creador
de todos los seres, sea por fin "todo en todas las cosas" (1 Co
15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad» (AG 2).
IV El misterio de la creación
Dios crea por sabiduría y por
amor
295 Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb 9,9). Este
no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar.
Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer
participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad:
"Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía
fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas
las has hecho con sabiduría" (Sal 104,24). "Bueno es el Señor para
con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras" (Sal 145,9).
Dios crea “de la nada”
296 Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para
crear (cf. Concilio Vaticano I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación
necesaria de la substancia divina (cf. ibíd., 3023-3024). Dios crea libremente
"de la nada" (Concilio de Letrán IV: DS 800; Concilio Vaticano I:
ibíd., 3025):
«¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una
materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de
él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente
cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere» (San Teófilo de
Antioquía, Ad Autolycum, 2,4: PG 6, 1052).
297 La fe en la creación "de la nada" está atestiguada en la Escritura
como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete
hijos macabeos los alienta al martirio:
«Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló
el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues
así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó
el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con
misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes
[...] Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que
hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el
género humano ha llegado así a la existencia» (2 M 7,22-23.28).
298 Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo
dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro (cf. Sal
51,12), y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. Él
"da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que
sean" (Rm 4,17). Y puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la
luz en las tinieblas (cf. Gn 1,3), puede también dar la luz de la fe a los que
lo ignoran (cf. 2 Co 4,6).
Dios crea un mundo ordenado y
bueno
299 Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú
todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada en y por
el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación
está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26), llamado a una
relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del
Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf.
Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de
respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la
creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno [...] muy
bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios
como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada.
La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la
creación, comprendida la del mundo material (cf. San León Magno, c. Quam
laudabiliter, DS, 286; Concilio de Braga I: ibíd., 455-463; Concilio de Letrán
IV: ibíd., 800; Concilio de Florencia: ibíd., 1333; Concilio Vaticano I: ibíd.,
3002).
Dios transciende la creación y
está presente en ella
300 Dios es infinitamente más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28):
"Su majestad es más alta que los cielos" (Sal 8,2), "su grandeza
no tiene medida" (Sal 145,3). Pero porque es el Creador soberano y libre,
causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus
criaturas: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28).
Según las palabras de san Agustín, Dios es superior summo meo et interior
intimo meo ("Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y está en
lo más hondo de mi intimidad") (Confessiones, 3, 6,11).
Dios mantiene y conduce la
creación
301 Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No
sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser,
le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con
respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de
confianza:
«Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si
algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no
hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo
lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida» (Sb 11, 24-26).
V Dios realiza su designio: la
divina providencia
302 La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió
plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de
vía" (in statu viae) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a
la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las
que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:
«Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó,
"alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo
todo suavemente" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente a sus
ojos" (Hb 4, 13), incluso cuando haya de suceder por libre decisión de las
criaturas» (Concilio Vaticano I: DS, 3003).
303 El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina
providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más
pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las
sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el
curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra,
todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice:
"Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir" (Ap
3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan
de Dios se realiza" (Pr 19, 21).
304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la sagrada Escritura,
atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no
es "una manera de hablar" primitiva, sino un modo profundo de
recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo
(cf Is 10,5-15; 45,5-7; Dt 32,39; Si 11,14) y de educar así para la confianza
en Él. La oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza (cf Sal
22; 32; 35; 103; 138).
305 Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial
que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: "No andéis, pues,
preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber? [...] Ya sabe
vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su
Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,
31-33; cf Mt 10, 29-31).
La providencia y las causas
segundas
306 Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se
sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad,
sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente
a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí
mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la
realización de su designio.
307 Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su
providencia confiándoles la responsabilidad de "someter'' la tierra y
dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas
inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar
su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo
inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino
no sólo por sus acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf
Col 1, 24). Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores [...] de
Dios" (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col 4, 11).
308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las
obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas
segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien
le parece" (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la
dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la
sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen,
porque "sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3); menos aún
puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn
15, 5; Flp 4, 13).
La providencia y el escándalo del
mal
309 Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene
cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan
apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una
respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta
pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de
Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación
redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la
Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida
bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la
cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar.
No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la
cuestión del mal.
310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera
existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor
(cf santo Tomás de Aquino, S. Th., 1, q.
25, a. 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso
libremente crear un mundo "en estado de vía" hacia su perfección
última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la
aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto
lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las
destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico,
mientras la creación no haya alcanzado su perfección (cf Santo Tomás de Aquino,
Summa contra gentiles, 3, 71).
311 Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben
caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por
ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en
el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna
manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, (cf San Agustín,
De libero arbitrio, 1, 1, 1: PL 32, 1221-1223; Santo Tomás de Aquino, S. Th.
1-2, Q. 79, a. 1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su
criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien:
«Porque el Dios todopoderoso [...] por ser soberanamente bueno, no
permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera
suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal» (San
Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 11, 3).
312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia
todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso
moral, causado por sus criaturas: "No fuisteis vosotros, dice José a sus
hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios [...] aunque vosotros pensasteis
hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir [...] un pueblo
numeroso" (Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12-18 vulg.). Del mayor mal moral que
ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por
los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf
Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra
Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.
313 "En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le
aman" (Rm 8, 28). El testimonio de los santos no cesa de confirmar esta
verdad:
Así santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se
rebelan por lo que les sucede": "Todo procede del amor, todo está
ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este
fin" (Dialoghi, 4, 138).
Y santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija:
"Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy
malo que nos parezca, es en realidad lo mejor" (Carta de prisión; cf.
Liturgia de las Horas, III, Oficio de lectura 22 junio).
Y Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios,
que era preciso mantenerme firmemente en la fe [...] y creer con no menos
firmeza que todas las cosas serán para bien [...] Tú misma verás que
todas las cosas serán para bien" ("Thou shalt see thyself that all
manner of thing shall be well" (Revelation 13, 32).
314 Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia.
Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al
final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios
"cara a cara" (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los
caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado,
Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2)
definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.
Resumen
315 En la creación del mundo y del hombre, Dios ofreció el primero y
universal testimonio de su amor todopoderoso y de su sabiduría, el primer
anuncio de su "designio benevolente" que encuentra su fin en la nueva
creación en Cristo.
316 Aunque la obra de la creación se atribuya particularmente al Padre, es
igualmente verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el
principio único e indivisible de la creación.
317 Sólo Dios ha creado el universo, libremente, sin ninguna ayuda.
318 Ninguna criatura tiene el poder infinito que es necesario para
"crear" en el sentido propio de la palabra, es decir, de producir y
de dar el ser a lo que no lo tenía en modo alguno (llamar a la existencia de la
nada) (cf Congregación para la Educación Católica, Decreto del 27 de julio de
1914, Theses approbatae philosophiae tomisticae: DS 3624).
319 Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria
para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su
verdad, su bondad y su belleza.
320 Dios, que ha creado el universo, lo mantiene en la existencia por su
Verbo, "el Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa" (Hb 1, 3)
y por su Espirita Creador que da la vida.
321 La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios
conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último.
322 Cristo nos invita al abandono filial en la providencia de nuestro
Padre celestial (cf Mt 6, 26-34) y el apóstol san Pedro insiste:
"Confiadle todas vuestras preocupaciones pues él cuida de vosotros"
(1 P 5, 7; cf Sal 55, 23).
323 La providencia divina actúa también por la acción de las criaturas. A
los seres humanos Dios les concede cooperar libremente en sus designios.
324 La permisión divina del mal físico y del mal moral es misterio que
Dios esclarece por su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal.
La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el
bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la
vida eterna.
Párrafo 5
EL CIELO Y LA TIERRA
325 El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del
cielo y de la tierra", y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita:
"...de todo lo visible y lo invisible".
326 En la sagrada Escritura, la expresión "cielo y tierra"
significa: todo lo que existe, la creación entera. Indica también el vínculo
que, en el interior de la creación, a la vez une y distingue cielo y tierra:
"La tierra", es el mundo de los hombres (cf Sal 115, 16). "El cielo"
o "los cielos" puede designar el firmamento (cf Sal 19, 2), pero
también el "lugar" propio de Dios: "nuestro Padre que está en
los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por consiguiente también el
"cielo", que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra
"cielo" indica el "lugar" de las criaturas espirituales
—los ángeles— que rodean a Dios.
327 La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, "al
comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la
espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego, la
criatura humana, que participa de las dos realidades, pues está compuesta de
espíritu y de cuerpo" (Concilio de Letrán IV: DS, 800; cf Concilio
Vaticano I: ibíd., 3002 y Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 8).
I Los ángeles
La existencia de los ángeles, verdad de fe
328 La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada
Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la
Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles
329 San Agustín dice respecto a ellos: Angelus officii nomen est, non
naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus
est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus ("El nombre de
ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te
diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un
ángel") (Enarratio in Psalmum, 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles
son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el
rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agentes
de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y
voluntad: son criaturas personales (cf Pío XII, enc. Humani generis: DS 3891) e
inmortales (cf Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las criaturas
visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf Dn 10, 9-12).
Cristo "con todos sus
ángeles"
331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le
pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de
todos sus ángeles..." (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por
y para Él: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y
en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los
Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él" (Col 1,
16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de
salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión
de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son llamados
"hijos de Dios") y a lo largo de toda la historia de la salvación,
los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al
designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal (cf Gn 3, 24),
protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen
la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf
Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos
(cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1
R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel
anuncia el nacimiento del Precursor y el del mismo Jesús (cf Lc 1, 11.26).
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está
rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce «a
su Primogénito en el mundo, dice: "adórenle todos los ángeles de
Dios"» (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha
cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..."
(Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en
el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22,
43), cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos
(cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también
los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena
Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7)
de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los
ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del
Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9).
Los ángeles en la vida de la
Iglesia
334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda
misteriosa y poderosa de los ángeles (cf Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12,
6-11; 27, 23-25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios
tres veces santo (cf Misal Romano, "Sanctus"); invoca su asistencia
(así en el «Supplices te rogamus...» [«Te pedimos humildemente...»] del Canon
romano o el «In Paradisum deducant te angeli...» [«Al Paraíso te lleven los
ángeles...»] de la liturgia de difuntos, o también en el "himno
querúbico" de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria
de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles
custodios).
336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la
vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su
intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Nadie podrá negar que
cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su
vida" (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde
esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada
de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.
II El mundo visible
337 Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su
diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador simbólicamente
como una secuencia de seis días "de trabajo" divino que terminan en
el "reposo" del día séptimo (Gn 1, 1-2,4). El texto sagrado enseña, a
propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación
(cf DV 11) que permiten "conocer la naturaleza íntima de todas las
criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina" (LG 36).
338 Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó
cuando fue sacado de la nada por la Palabra de Dios; todos los seres
existentes, toda la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en
este acontecimiento primordial: es el origen gracias al cual el mundo es
constituido, y el tiempo ha comenzado (cf San Agustín, De Genesi contra
Manichaeos, 1, 2, 4: PL 35, 175).
339 Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una
de las obras de los "seis días" se dice: "Y vio Dios que era
bueno". "Por la condición misma de la creación, todas las cosas están
dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias"
(GS 36, 2). Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada
una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por
esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un
uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias
nefastas para los hombres y para su ambiente.
340 La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la
luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión: las innumerables
diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí
misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y
servirse mutuamente.
341 La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado
derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos
existen. El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza y
causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación refleja la
infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la
inteligencia del hombre y de su voluntad.
342 La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden de los
"seis días", que va de lo menos perfecto a lo más perfecto. Dios ama
todas sus criaturas (cf Sal 145, 9), cuida de cada una, incluso de los
pajarillos. Sin embargo Jesús dice: "Vosotros valéis más que muchos
pajarillos" (Lc 12, 6-7), o también: "¡Cuánto más vale un hombre que
una oveja!" (Mt 12, 12).
343 El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato
inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las
otras criaturas (cf Gn 1, 26).
344 Existe una solidaridad entre todas las criaturas por el hecho de que
todas tienen el mismo Creador, y que todas están ordenadas a su gloria:
«Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano Sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!
Servidle con ternura y humilde corazón,
agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.
(San Francisco de Asís, Cántico de las criaturas.)
345 El Sabbat, culminación de la obra de los "seis días". El
texto sagrado dice que "Dios concluyó en el séptimo día la obra que había
hecho" y que así "el cielo y la tierra fueron acabados"; Dios,
en el séptimo día, "descansó", santificó y bendijo este día (Gn 2,
1-3). Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:
346 En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen
estables (cf Hb 4, 3-4), en los cuales el creyente podrá apoyarse con
confianza, y que son para él el signo y garantía de la fidelidad inquebrantable
de la Alianza de Dios (cf Jr 31, 35-37, 33, 19-26). Por su parte, el hombre
deberá permanecer fiel a este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha
inscrito en la creación.
347 La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto, al culto y a
la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación (cf Gn
1, 14). Operi Dei nihil praeponatur ("Nada se anteponga a la dedicación a
Dios"), dice la regla de san Benito, indicando así el recto orden de las
preocupaciones humanas.
348 El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los
mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios, expresadas
en su obra de creación.
349 El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de
la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el
octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en
una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su
sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el
de la primera (cf Misal Romano, Vigilia Pascual, oración después de la primera
lectura).
Resumen
350 Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin cesar
y que sirven sus designios salvíficos con las otras criaturas: Ad omnia bona
nostra cooperantur angel ("Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos")
(Santo Tomás de Aquino, S. Th., 1, 114, 3, ad 3).
351 Los ángeles rodean a Cristo, su Señor. Le sirven particularmente en el
cumplimiento de su misión salvífica para con los hombres.
352 La Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar
terrestre y protegen a todo ser humano.
353 Dios quiso la diversidad de sus criaturas y la bondad peculiar de cada
una, su interdependencia y su orden. Destinó todas las criaturas materiales al
bien del género humano. El hombre, y toda la creación a través de él, está
destinado a la gloria de Dios.
354 Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que
derivan de la naturaleza de las cosas es un principio de sabiduría y un
fundamento de la moral.
Párrafo 6
EL HOMBRE
355 "Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó,
hombre y mujer los creó" (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la
creación: "está hecho a imagen de Dios" (I); en su propia naturaleza
une el mundo espiritual y el mundo material (II); es creado "hombre y
mujer" (III); Dios lo estableció en la amistad con él (IV).
I "A imagen de Dios"
356 De todas las criaturas visibles sólo el hombre es "capaz de
conocer y amar a su Creador" (GS 12,3); es la "única criatura en la
tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24,3); sólo él está
llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para
este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:
«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en
semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el
que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por
ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien
eterno» (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina providenza, 13).
357 Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad
de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de
poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es
llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta
de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.
358 Dios creó todo para el hombre (cf. GS 12,1; 24,3; 39,1), pero el
hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación:
«¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de
semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más
precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él
existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha
dado tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por
él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre
subiera hasta él y se sentara a su derecha» (San Juan Crisóstomo, Sermones in
Genesim, 2,1: PG 54, 587D - 588A).
359 "Realmente, el el misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado" (GS 22,1):
«San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a
saber, Adán y Cristo [...] El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el
último Adán, un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el
segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir [...] El segundo
Adán es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De
aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a
quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en
realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último
Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como él
mismo afirma: "Yo soy el primero y yo soy el último"». (San Pedro
Crisólogo, Sermones, 117: PL 52, 520B).
360 Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad.
Porque Dios "creó [...] de un solo principio, todo el linaje humano"
(Hch 17,26; cf. Tb 8,6):
«Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la
unidad de su origen en Dios [...]; en la unidad de su naturaleza, compuesta de
igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad
de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la
tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para
sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo
a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin;
[...] en la unidad de su Redención realizada para todos por Cristo (Pío XII,
Enc. Summi Pontificatus, 3; cf. Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 1).
361 "Esta ley de solidaridad humana y de caridad (ibíd.), sin excluir
la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que
todos los hombres son verdaderamente hermanos.
II “Corpore et anima unus”
362 La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez
corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje
simbólico cuando afirma que "Dios formó al hombre con polvo del suelo e
insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser
viviente" (Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por
Dios.
363 A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida
humana (cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13) o toda la persona humana (cf. Hch 2,41).
Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn
12,27) y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2M 6,30), aquello por lo que es
particularmente imagen de Dios: "alma" significa el principio espiritual
en el hombre.
364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de
Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma
espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el
Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45):
«Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal,
reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él,
éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por
consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por
el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha
sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día» (GS 14,1).
365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar
al alma como la "forma" del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312,
DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo
es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son
dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.
366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por
Dios (cf. Pío XII, Enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, Credo del Pueblo
de Dios, 8) —no es "producida" por los padres—, y que es inmortal
(cf. Concilio de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del
cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final.
367 A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así san
Pablo ruega para que nuestro "ser entero, el espíritu [...], el alma y el
cuerpo" sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor (1 Ts 5,23).
La Iglesia enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma
(Concilio de Constantinopla IV, año 870: DS 657). "Espíritu"
significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural
(Concilio Vaticano I: DS 3005; cf. GS 22,5), y que su alma es capaz de ser
sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios (cf. Pío XII, Humani generis,
año 1950: DS 3891).
368 La tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en
su sentido bíblico de "lo más profundo del ser" "en sus
corazones" (Jr 31,33), donde la persona se decide o no por Dios (cf. Dt
6,5; 29,3;Is 29,13; Ez 36,26; Mt 6,21; Lc 8,15; Rm 5,5).
III “Hombre y mujer los creó”
Igualdad y diferencia queridas
por Dios
369 El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por
una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra,
en su ser respectivo de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser
mujer" es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer
tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su
creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad,
"imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su
"ser-mujer" reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.
370 Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni
mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de
sexos. Pero las "perfecciones" del hombre y de la mujer reflejan algo
de la infinita perfección de Dios: las de una madre (cf. Is 49,14-15; 66,13;
Sal 131,2-3) y las de un padre y esposo (cf. Os 11,1-4; Jr 3,4-19).
“El uno para el otro”, “una
unidad de dos”
371 Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno
para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos
del texto sagrado. "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una
ayuda adecuada" (Gn 2,18). Ninguno de los animales es "ayuda
adecuada" para el hombre (Gn 2,19-20). La mujer, que Dios
"forma" de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él
un grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: "Esta vez
sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23). El hombre
descubre en la mujer como un otro "yo", de la misma humanidad.
372 El hombre y la mujer están hechos "el uno para el otro": no
que Dios los haya hecho "a medias" e "incompletos"; los ha
creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser
"ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas
("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto masculino y
femenino (cf. Mulieris dignitatem, 7). En el matrimonio, Dios los une de manera
que, formando "una sola carne" (Gn 2,24), puedan transmitir la vida
humana: "Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra" (Gn 1,28).
Al trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como
esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador (cf. GS
50,1).
373 En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a
"someter" la tierra (Gn 1,28) como "administradores" de
Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen
del Creador, "que ama todo lo que existe" (Sb 11,24), el hombre y la
mujer son llamados a participar en la providencia divina respecto a las otras
cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios les ha
confiado
IV El hombre en el paraíso
374 El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también
constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la
creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que
por la gloria de la nueva creación en Cristo.
375 La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del
lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que
nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado "de
santidad y de justicia original" (Concilio de Trento: DS 1511). Esta
gracia de la santidad original era una "participación de la vida
divina" (LG 2).
376 Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida
del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina,
el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La
armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer
(cf. Gn 2,25), y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la
creación constituía el estado llamado "justicia original".
377 El "dominio" del mundo que Dios había concedido al hombre
desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio
de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la
triple concupiscencia (cf. 1 Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los
sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra
los imperativos de la razón.
378 Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en
el jardín (cf. Gn 2,8). Vive allí "para cultivar la tierra y
guardarla" (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso (cf. Gn 3,17-19), sino
que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el
perfeccionamiento de la creación visible.
379 Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por
designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres.
Resumen
380 "A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo
entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo
creado" (Misal Romano, Plegaria eucarística IV, 118).
381 El hombre es predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios
hecho hombre —"imagen del Dios invisible" (Col 1,15)—, para que
Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de hermanas (cf. Ef
1,3-6; Rm 8,29).
382 El hombre es corpore et anima unus ("una unidad de cuerpo y
alma") (GS 14,1). La doctrina de la fe afirma que el alma espiritual e
inmortal es creada de forma inmediata por Dios.
383 «Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde el principio "los
creó hombre y mujer" (Gn 1,27). Esta asociación constituye la primera
forma de comunión entre personas» (GS 12,4).
384 La revelación nos da a conocer el estado de santidad y de justicia
originales del hombre y la mujer antes del pecado: de su amistad con Dios nacía
la felicidad de su existencia en el paraíso.
E) LA CREACIÓN EN EL CATECISMO
DE LA COMUNIÓN ORTODOXA
ECLESIÁSTICA[5]
(COE – IOUAs Misión de la Madre
María)
Protopresbítero Manuel Lasanta
¿Qué nos dicen las Escrituras de
la creación y caída del ser humano?
El ser humano, creado a imagen de Dios y para su semejanza, se ha
alejado voluntariamente del Creador, perdiendo su justicia original al
desobedecer al Señor y comer el veneno del árbol del conocimiento (en vez de
comer del árbol de la vida, que era Dios como vida para ser su contenido),
quedando la imagen divina borrosa y desdibujada. Así estamos inclinados al mal en medio de un
mundo empecatado, incapaces de hacer la voluntad de Dios por vivir en medio de
una atmósfera de pecado e impotentes para salvarnos por nosotros mismos (Gn
1,27s; 3; Ro 3,23; 5,12; 7,15-20).
¿Cuál era el propósito de la
creación del ser humano?
El ser humano fue hecho para expresar y glorificar a Dios. Así como un guante se hace a imagen y para
contener la mano, el ser humano fue creado a imagen de Dios para
contenerlo. Somos “vasos” (Ro 9,20; 2 Co
4,7; 5,1-8). Un vaso o botella sirve
para contener. ¡No es de extrañar que el
conocimiento, la riqueza, el placer y el éxito no nos puedan satisfacer! Por eso san Agustín escribió: “Señor, nos hiciste para ti, y nuestro
corazón está inquieto hasta descansar en ti” (Gn 1,27s; Col 3,10; Ef 4,24).
¿Qué hizo Dios ante el mal
cometido por el ser humano?
Como Dios es amor y no desea la muerte del pecador (Ez 18,32), sino su
enmienda, no abandonó al ser humano, sino que lo educó por la Ley mosaica y los
Profetas, y en la plenitud de los tiempos envió a su único y amado Hijo Jesús,
que nos redimió del pecado por su sacrificio expiatorio en la cruz y nos otorgó
su Nueva Alianza (la debida relación con Dios), que no es mero asentimiento
mental a las verdades divinas, sino la confianza personal en Dios y sus
promesas (Ex 20,1-17; Ro 3,24; 1 Co 11,25; Gál 3,24; Heb 8,7-13; 9).
I
LA CONDICION HUMANA
¿Qué somos por naturaleza?
Parte de la creación de Dios, hechos a su imagen y semejanza (Gn
1,26s).
¿Qué significa ser creados a la
imagen y para la semejanza de Dios?
Que somos libres para tomar decisiones; amar, crear, razonar y vivir en
armonía con la creación y con Dios.
¿Qué textos patrísticos y
actuales explican esta realidad?
“La verdadera grandeza del ser humano no reside en resumir el universo,
sino en estar hecho a la imagen de Dios, pues no hay nada notable en que el
hombre sea imagen y símil del universo, pues la tierra pasa y el cielo
cambia. Creyendo exaltar la naturaleza
humana con ese nombre grandilocuente de microcosmos, síntesis del universo, se
olvida que el hombre se encuentra así adornado con las cualidades de los
mosquitos y de los ratones” (Gregorio de Nisa).
“En mi cualidad de tierra, estoy atado a la vida de aquí abajo; pero,
como soy también una parcela divina, llevo en mi seno el deseo de eternidad”
(Gregorio Nacianceno).
“El ser humano no es una naturaleza ciega, una roca o un árbol. Debe englobar, expresar y calificar su
naturaleza en relación con la llamada de Dios.
La imagen no es, por tanto, algo en el hombre: es a la vez aspiración de su naturaleza y de
la libertad de su persona” (O. Clément).
¿Qué afirmaron los Padres sobre
esta realidad?
Para Orígenes los términos hebreos “selem” (imagen) y “demut”
(semejanza), traducidos en la versión griega Septuaginta por “eikôn” y
“homoiôsis”, proyectan las especulaciones filosóficas propias de estos
vocablos. “Eikôn” es para el platonismo
la imagen que los seres sensibles tienen de las realidades divinas, que para
Platón son las ideas. “Homoiôsis” era,
según el célebre pasaje del “Teeteto” la meta de la vida humana. Por eso Orígenes no ve la imagen divina en el
cuerpo humano, pues, en ese caso, Dios sería corpóreo, como pretendían los
antropomorfistas, sino en el alma y su elemento superior, la inteligencia, el
“logos”, la razón.
Para Atanasio la imagen nos confiere una participación ontológica de
Dios y hace que el ser humano, gracias a su inteligencia (nous), sea capaz de
conocer a Dios (zeognósia).
Para Basilio, el ser humano, por ser imagen, posee el deseo de la belleza
y aspira de suyo a Dios.
Para Gregorio Nacianceno, por ser imagen el ser humano posee una
presencia indestructible de la gracia, de modo inherente a su naturaleza, por
lo cual el hombre no sólo recibe la orden de ser como Dios, sino que es realmente
de raza divina, y la imagen predestina a la persona a su divinización.
Para Gregorio de Nisa, la creación según la imagen eleva al ser humano
a la amistad divina y hace de él un enigma misterioso, como la Trinidad.
Para los Padres del desierto, la teología de la imagen confiere al ser
humano un valor maximalista y hace que vea la imagen de Dios aun en medio del
fuego de las pasiones. La ascesis tiende
a hacer presente la imagen de Dios, y siempre será “según la naturaleza”, no
“contra naturam”, e irá destinada a devolver al ser humano su primitivo estado
de imagen. El pecado siempre es extraño
a la naturaleza humana.
¿Qué respuestas ha dado la
filosofía a lo largo de la historia sobre el ser del hombre?
Voltaire decía que el ser humano era un “bípedo sin plumas”. Jean Rostand afirmaba que era “una de las
ochocientas o novecientas mil especies animales que actualmente pueblan el
planeta”. Desmond Morris expone que es “un
mono desnudo”. Monod que es simple “azar
y necesidad”.
¿Quién es la imagen verdadera de
Dios?
Los Padres no afirman simplemente que el ser humano es “imagen” de
Dios, sino “según la imagen” (kat´eikona), ya que la verdadera imagen es el
Verbo (Col 1,15; 2 Co 4,4; Heb 1,2s).
Así pues, el ser humano es imagen del Verbo-encarnado, ya que Cristo es
el arquetipo a imagen del cual el ser humano fue creado. Y en Cristo el ser humano es imagen
trinitaria: llega al Padre por el Hijo
en el Espíritu.
¿Qué sucede cuando no se
contempla a la persona humana como “imagen” de Dios?
Que desaparece el respeto por la dignidad humana. ¿Puede una ideología no teísta respetar al
ser humano hasta el final, o tiene el riesgo de instrumentalizarlo al servicio
de otra realidad “superior”?
¿Qué supone para el cristiano la
rotunda afirmación de que el ser humano es “imagen de Dios” (Gn 1,26s)?
Que toda persona es acreedora de un respeto infinito (Gn 9,6; Sant
3,9). De hecho, los parámetros para
valorar a alguien no son que porte un buen traje, un saldo elevado en el banco,
un carnet en el bolsillo, etc. Ser
“imagen de Dios” es el gran atributo de cualquiera, la única condición para
amar y cuidar gratuitamente, por ejemplo, a un enfermo incurable; para
acompañar con paciencia a un anciano ya “inútil”; para asistir bondadosamente a
los más desfavorecidos, a los “últimos”, a los más infelices e incluso
imperfectos; incluso a aquellos en los que resultan ya casi imperceptibles los
“rasgos humanos”.
¿Qué significa la “semejanza”
divina?
La imagen es algo germinal y dinámico; es el “punto de partida”, el
elemento potencial; pero la semejanza es la plenitud, la consumación de la
imagen. La comunicación y participación
divinas, recibidas por la imagen, deben actualizarse y llegar a la madurez, a
la escatología, a la plenitud del Cristo resucitado. La imagen es, pues, fundamento objetivo; pero
la semejanza supone un trabajo subjetivo y personal.
Entonces, ¿Por qué vivimos
separados de Dios y en desacuerdo con la creación y con nosotros mismos?
Porque, desde el principio, los seres humanos, hemos hecho mal uso de
la libertad y hemos desobedecido a Dios tomando decisiones equivocadas,
llamadas “pecado”. Precisamente el
pecado hace que el ser humano se vea impotente para actualizar su imagen y
llegar a la semejanza, pues la imagen tiende a reunirse con el modelo
(predestinación) y a reproducirlo (santificación). Como el ser humano era libre, podía suceder
que, en vez de elegir a Dios, eligiera en su contra. Precisamente la aparición del pecado hizo que
el ser humano fuera impotente para crecer hasta la semejanza, pues se
superpusieron otras imágenes adversas, diabólicas y bestiales. Pero estas falsas imágenes no pueden destruir
totalmente la imagen de Dios, pues ésta permanece por debajo de aquellas, según
Orígenes, como el agua en los pozos de Abraham que los filisteos llenaron de
fango. Pintada por el Hijo de Dios, es
indeleble. Y por eso será el Hijo (el
nuevo Isaac que limpió los pozos del padre) quien devuelva a la imagen el poder
de actuar y llegar a la plenitud.
Entonces, ¿Qué ayuda o solución
hay para nosotros?
Nuestra única ayuda o auxilio está en Dios.
¿Cómo nos ayudó Dios desde el
principio?
Dios se manifestó siempre, aunque de forma velada, a través de la
naturaleza y la historia, pero se reveló a sí mismo y su designio a través de
personas escogidas por él que fueron los profetas, que predijeron al
Mesías. Ese Mesías es Jesús, el Cristo,
que será quien devuelva a la imagen el poder de actuar y llegar a la plenitud.
¿Cómo restauró Cristo la imagen
desdibujada por el pecado?
Lo hizo posible la encarnación del Hijo de Dios (según Ireneo,
Atanasio, Máximo y Metodio), aunque ésta no vino determinada por la culpa o por
una perspectiva meramente reparadora, sino por la divinización. Por eso el Hijo devuelve a la imagen el poder
de actuar y llegar a la plenitud. Lo
mismo que Isaac despejó los pozos que había cavado su padre, Abraham, solamente
Cristo, nuestro Isaac, puede limpiar del pozo de nuestra alma las inmundicias
que en ella han acumulado nuestros pecados.
¿Qué carácter le confiere el
pecado a la encarnación del Hijo de Dios?
Aunque el pecado no determine la encarnación, sí le confiere un
carácter trágico (“el Cordero inmolado antes de la creación del mundo”) y un
carácter salvífico. Cristo devuelve al
ser humano su verdadera imagen, antes desdibujada y arruinada por el pecado,
para que pueda ser hijo del Padre en el Hijo por el Espíritu. Boulgakoff afirma que las palabras del Credo
“por nosotros y por nuestra salvación” encierran las dos dimensiones de la
encarnación: La divinización (por nosotros) y la redención (por nuestra
salvación).
¿Qué es la divinización (zeósis)?
Es el dinamismo de la imagen hasta completar la semejanza, que no es
más que una formulación de los temas bíblicos de la filiación, la inhabitación
y la participación de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). Zeósis es santificación, en su más cabal
significado; es la historia de la acción del Espíritu; el sentido definitivo al
que tienden todos los afanes y aspiraciones humanas junto a todo lo creado, que
busca en ello su más profundo y hondo ser.
¿Cómo corresponde la “zeósis” al
plan último de Dios?
El ser humano ha sido creado para participar de la naturaleza divina: Para
ser hijo en el Hijo. Es clásica la
formulación de san Ireneo en el siglo II: “Dios se hizo hombre para que el
hombre pueda llegar a ser Dios”. En
frase de Ignacio de Antioquia, el ser humano debe “tomar parte en lo que es
propio de Dios”. Para Atanasio y Máximo
el ser humano debía ser por gracia lo que Dios era por naturaleza. Y para Gregorio de Nisa, lo importante es
comprender que el conocimiento de Dios no es un estado en el que uno pueda
detenerse, sino que está siempre orientado hacia adelante, a una experiencia
más extensa y profunda: “Conocer
significa no saciarse nunca del deseo de conocerle a él”.
¿Cuál es, entonces, el tema
principal de la teología ortodoxa?
Su mensaje principal (que incluye a Orígenes junto al trinitarismo de
los Padres Capadocios, la cristología de Cirilo de Alejandría y las síntesis de
Máximo el Confesor, Juan Damasceno, Simeón el Nuevo Teólogo y Gregorio Pálamas,
así como la pastoral de los Padres del desierto), consiste en el postulado de
que la condición humana no es una entidad estática, “cerrada”, autónoma, sino
una realidad dinámica, determinada hasta en las mismas raíces de su existencia
por su relación con Dios. Dicha relación
se concibe como un proceso ascendente, como una comunión en la que el ser
humano, creado a imagen de Dios, está llamado a reproducir en plena libertad
una “semejanza con la divinidad”; su relación con Dios es un don y, a la vez,
una tarea que irá realizándose por el libre esfuerzo del amor.
¿Cómo es, pues,
la naturaleza o condición humana?
Antes del pecado, Adán no era pura naturaleza, pero tampoco naturaleza
divinizada, sino una imagen en proceso de divinización. Así pues, no existe el concepto de una
naturaleza pura a la que luego se sobreañada la gracia sobrenatural. De hecho, la naturaleza es ya
sobrenaturaleza, entendiendo por “sobre” que es deiforme y teófora, es decir,
que ya es imagen de Dios.
¿Por qué es tan importante
comprender este mensaje?
Porque es el núcleo del plan de Dios, que tiene como eje la creación
del ser humano para darle la imagen del Hijo.
De ahí que a la naturaleza le sea connatural participar de Dios. Ni siquiera el pecado logra suprimir
totalmente esa realidad, sino que sólo la cubre haciéndola inoperante. Lo cual explica la nostalgia de Dios aun en
las personas que viven apartadas de él.
De hecho, el ser humano peca libremente.
El mal entra en el mundo por la voluntad libre del hombre. Por eso el mal no constituye una naturaleza
(fysis), sino un estado (éxis). Y por
eso la naturaleza del bien es más fuerte que la costumbre del mal.
¿Dónde nace el mal?
El mal no nace en el ser humano, sino en la realidad diabólica de
Lucifer (Satanás), que es el padre del pecado y homicida desde el principio (Jn
8,44), mentiroso y padre de la mentira, que tienta por envidia (Sab 3),
presentando a la criatura humana la posibilidad mágica de dominar a Dios,
domesticar la energía divina, usurpar la divinidad y la semejanza divina. En la comida del fruto prohibido hay una
dimensión de eucaristía diabólica, que trae como consecuencia todo lo contrario
de la eucaristía verdadera: el pecado,
la maldad y la muerte.
¿Qué es el mal?
Los Padres subrayaron el carácter antinómico del mal, ya que, por una
parte existe, pero, por otra, no se le puede dar al mal una entidad ontológica,
pues en este caso se admitiría un dualismo maniqueo. El mal sería, pues, una ausencia de bien,
pero una ausencia muy presente. Para
Basilio el mal no tiene existencia propia, es privación del bien. Para Juan Damasceno el mal tampoco tiene sustancia
propia. Sin embargo, a pesar de todo, el
mal se halla hipostasiado en los ángeles y las personas, formando parte del
complejo universo de maldad. El mal
tiene una dimensión social y comunitaria, es como un poso de injusticias que se
van acumulando en el mundo y lo van haciendo cada vez peor, desembocando en el
misterio paulino de la iniquidad del anticristo (2 Tes 2,7).
¿Por qué razón ha permitido Dios
el mal?
Porque él nos ha hecho libres, capaces del bien y del mal, y no nos
tomaría en serio si no llevara esta responsabilidad hasta sus últimas
consecuencias. El mal existe,
precisamente porque Dios no lo ha creado, sino que la libertad de la criatura
lo introdujo en el mundo; por eso el mal es algo exterior y extranjero. Pero así como el verdadero mal es el que nace
del pecado, este mal sólo puede ser curado por la encarnación y muerte en la
cruz del Hijo de Dios, así como por su descenso a los infiernos. Dios ha tomado sobre sí el mal en Cristo,
padeciéndolo, no por falta de ser, como nosotros, sino en solidaridad con su
mundo, para vencerlo con su resurrección.
Incluso algunos Padres mencionaron que algún día Dios recapitularía todo
el cosmos y el mal será reabsorbido (la apocatástasis de Orígenes, Isaac el
Sirio, Gregorio de Nisa, etc.). La
ortodoxia no acepta la postura agustiniana de que los gritos de los condenados
sean un cántico de alabanza a Dios... y
prefiere considerar la apocatástasis no como una certeza, sino como una
esperanza y una oración (no es la fe de la Iglesia, pero sí la oración de la
Iglesia): Confía en que algún día el triunfo sobre el mal sea definitivo.
¿Hay alguna obra moderna que
explique el mal para nuestra época?
Paul Evdokimov en su libro sobre Dostoievsky se adentra en el problema
del mal. En la obra de Dostoievsky “Los
hermanos Karamazov”, Iván, frente a las lágrimas de un niño, quiere devolver a
Dios el billete de la vida. Incluso
Zósimo, el “staretz”, una vez muerto, se descompone ante la extrañeza de
Alioscha. Otro personaje, Hipólito, en
“El idiota”, ante el Cristo muerto de Holbein, muestra todo el horror frente a
la muerte y el abismo del mal. Así pues,
Dostoievsky ve en el mal la dimensión de enfermedad, de autodestrucción,
aislamiento, máscara, desdoblamiento, muerte...
todo ello obra del Maligno; mientras que Dios es vida, integración y
comunión. Frente al mal la única fuerza
es la santidad del staretz Zósimo.
Frente a la postura racionalista de Iván, Dostoievsky no procura dar una
solución lógica, ya que el mal está radicado en la libertad humana y es, por
tanto, un concepto límite para la razón.
Frente a las lágrimas del niño no hay más respuesta que las lágrimas del
Inocente, las de Dios. Pero presenta
también Dostoievsky, como gran tentación frente al mal, al Gran Inquisidor, que
destruye la libertad humana y juega a ser Dios.
Cristo se opone al Gran Inquisidor y busca otras alternativas: La
pobreza y el sufrimiento en silencio y, al mismo tiempo, el respeto por la
libertad humana. El Gran Inquisidor, en
cambio, quiere construir el Reino a su modo, con poder, economía, milagritos y
sin libertad humana. Es la empresa
satánica del reino diabólico: Es el mesianismo terrestre: “Todo esto te daré si
te postras y me adoras (si usas mis métodos)”.
Para Dostoievsky este es el fracaso de la Iglesia Romana y lo que
demuestra su falsedad: El deseo de poder incluso para evitar el mal. Pero también en su obra “Los endemoniados”,
Dostoievsky presenta al personaje Chigalev buscando la solución al mal por el
camino de la revolución. Con esto denuncia
tanto el engaño de una solución teocrática de derechas, a base de poder e inquisición,
como una solución de izquierdas, utópica y revolucionaria, que piensa que
cambiando estructuras desaparecerá el mal.
Dostoievsky sólo cree en la conversión y la santidad, y a ello subordina
todos los cambios institucionales.
¿Cuál es la consecuencia del
pecado?
Su consecuencia es la desintegración del ser humano y del cosmos, la
aparición de un estado “contra naturam” (la “carne” o instinto), contrario a la
naturaleza. Esta disgregación producida
por el pecado culmina en la muerte, pues el ser humano se cierra al acceso a
Dios y el fluir de su vida. Así pues, el
pecado es como una enfermedad, un parásito que anida en el hombre (virus, no
cromosoma) y que esclaviza su voluntad al diablo; algo que contamina a toda la
creación, haciendo que la tierra se vuelva maldita por su culpa.
¿Cómo cura Dios al ser humano?
El plan divino no queda abolido por la culpa del hombre, sino que la
vocación del primer Adán será realizada por el segundo Adán, Cristo, que se
hará hombre para que el hombre llegue a ser Dios, según Ireneo y Atanasio. Desde esta perspectiva aparece clara la
dimensión terapéutica y rehabilitadora, médica, de la obra de Cristo y también
de la Iglesia como restauración y reparación, no sólo de una falta jurídica,
sino de toda una situación cósmica.
¿Podemos tener algún conocimiento
de Dios sin una especial revelación por su parte?
Todos pueden tener cierto conocimiento de Dios contemplando las cosas
que creó; pero este conocimiento es imperfecto e insuficiente, y puede servir
sólo como preparación para la fe o ayuda a la revelación (Ro 1,20; Hch
17,26ss), que tiene como centro el mensaje de Cristo (1 Co 1,18-25).
… IV LA CREACIÓN DEL MUNDO INVISIBLE
¿Qué significa que Dios ha creado
el mundo invisible?
Que Dios lo ha creado todo, no sólo la materia, sino también el mundo
espiritual. Sin embargo, Dios no ha
creado el pecado y el mal. De hecho, no
son realidades positivas, sino negativas; el pecado puede ser esa “nada” que
según Jn 1,3 fue hecha sin el Verbo, sino consecuencia de la libertad del mundo
de Dios. Por eso son medicinales todos
los castigos contra el mal, reconociendo la posibilidad de un endurecimiento
del libre arbitrio en el mal.
¿Qué son los ángeles?
Son espíritus puros, con inteligencia, voluntad y poder. Son, pues, seres espirituales sin cuerpo,
limitados pero superiores al ser humano en poder e inteligencia, que alaban y
sirven a Dios sin cesar (Mt 28,2; Lc 13,11; Jn 5,4; Dn 10,12s; 11,1; 12,1).
¿Qué significa la palabra ángel y
por qué son llamados así?
Ángel significa “mensajero”, y se les llama así porque Dios los envía
para anunciar su poder y voluntad.
¿Cómo fueron creados?
La Biblia explica que antes de la creación del mundo (Job 38,6s), Dios
creó un mundo de espíritus. Las
Escrituras mencionan a millones de millones (Dn 7). Una vieja adivinanza pregunta cuántos ángeles
caben en la punta de un alfiler. La
respuesta correcta es que todos, pues son espíritus puros que no ocupan lugar
alguno. No eran, en ningún sentido,
fragmentos de Dios. Desde tiempo sin
comienzo no existían. Y en un momento
determinado, Dios los creó y aparecieron (círculo tras círculo, esfera tras
esfera de luces menores junto a la luz).
En ese primer momento del tiempo creado en que los coros angélicos
hicieron su aparición, la totalidad de la creación divina era tan perfecta como
pueden serlo las realidades finitas. Y,
en esa perfección, cada espíritu creado se hallaba dotado de la más perfecta de
todas las facultades (la autonomía de dirigirse sin obligaciones externas). Eran capaces de amar libremente, sin
coacción. Pero, al permitir Dios que sus
criaturas poseyeran la facultad de la libertad, era consciente de que asumía un
inmenso riesgo. Si uno es libre para
amar, es libre también para no hacerlo.
Tan pronto como se concede la libertad deja de haber garantía del modo
en que será usada. Puede suceder
cualquier cosa (excepto lo único que es imposible, el derrocamiento del mismo
Dios, sin el cual no puede ejercerse ni siquiera la libertad).
¿Qué son las jerarquías
angélicas?
Es la doctrina expuesta por el Pseudo-Dionisio en la que, según su
concepción jerárquica del universo, existe un orden divino por el que se llega
a la “asimilación y unión con Dios”. Las
tres tríadas o nueve órdenes de la jerarquía celeste, pero también las dos
tríadas de la jerarquía eclesiástica (obispo, presbítero y diácono; y monjes,
laicos, catecúmenos) como sistema de mediaciones, por la que cada uno de los
órdenes participa de Dios “según su capacidad”, concediéndose esa participación
por medio del orden inmediatamente superior.
Los ángeles fueron divididos en tres órdenes de nueve coros, cuyos
nombres, en orden descendente son: Querubines, Serafines, Principados, Potestades,
Tronos, Dominios, Poderes, Arcángeles y Ángeles (de los que los más conocidos
son los ángeles guardianes).
¿Qué fue creado primero, el mundo
visible o el invisible?
El invisible (Job 38,6s).
¿Qué significa el ángel de la
guarda o Guardián?
Que toda persona tiene un ángel guardián que lo protege (1 Re 19,5; 2
Re 6,16s; 19,35; Sal 91,11; Dn 6,22; Mt 18,10; Lc 16,22; Hch 12,15; Heb 1,14).
¿Participan los ángeles en los
planes de Dios?
La penetración y comprensión que se ha concedido a los ángeles en los
planes divinos y la extensión en que gobiernan con Dios son difícilmente
comprensibles para nosotros. Jesús
afirmó: “El día y la hora (de la Segunda
Venida) nadie lo sabe, ni aún los ángeles del cielo, ni el Hijo, sólo el Padre”
(Mt 24,36). De este texto se infiere que
los ángeles saben algo de los grandes decretos divinos, en los cuales serán
heraldos de gran trascendencia e implicación.
De hecho, los ángeles dieron la Ley a Moisés (Sal 68,17; Dt 33,2; Hch
7,53; Heb 2,2; Gál 3,19) y anunciaron el nacimiento del Mesías (Heb 1,6; 2,7;
Mt 1,20ss; Lc 2,9-14).
¿Son todos los ángeles buenos o
benefactores?
No, hay ángeles malos llamados también espíritus impuros y diablos,
pues al principio todos los ángeles fueron sometidos a prueba durante un tiempo
y muchos se rebelaron siguiendo a Lucifer (el ángel o querubín de luz; Jn 8,44;
Is 14,12ss; Ez 28,11-15), y tratan desde entonces, con toda su astucia y poder,
de hacer fracasar el plan de Dios (Ap 12,4; Jd 6). Son, por tanto, ángeles caídos que ahora
habitan en las regiones espirituales para dominar este mundo (Ef 6,12).
¿Cómo llegaron a ser malos?
Entre los ángeles había uno tan incomparablemente bello que fue llamado
“Lucifer” (el portador de luz). Una de
las primeras cosas de que se percató Lucifer fue de la increíble grandeza del
ser que Dios le había dado. El poder y
la grandeza de este “hijo de luz” tienen que haber sido difíciles de imaginar
(Ez 28,14s; Is 14,12s). Como “portador
de luz” tiene que haber manifestado y reflejado la gloria y hermosura
divinas. Tiene que haber sido el orgullo
y gozo de Dios. Y como el más poderoso
de todos los ángeles, tiene que haber sido investido con la mayor
autoridad. Entonces se dio cuenta de que
sería muy difícil para el Señor crear algo más excelente. Pero supo que Dios preparaba un honor más
glorioso para un hombre, en donde él mismo se encarnaría. Vio que iba a ser superado en la jerarquía
por otra criatura con cuerpo carnal (casi animal). Esa segunda creación de Dios no le gustó para
nada a Lucifer, y se inflamó con un misterio llamado maldad. Entendió lo que supondría su maldad y admitió
la condena eterna que sigue a toda rebelión contra Dios. Se dio cuenta de que iba a lanzarse con todo
su poder contra un muro infranqueable.
No obstante, consideró que era mejor rebelarse para siempre que someter
el orgullo de su dignidad angélica y considerarse inferior a un ser menos
luminoso y espiritual que el suyo. Tenía
algo que no necesitaba someter, lo único que Dios le había dado como propio: Su
propia voluntad. De este modo declaró un
segundo principio del universo: El mal.
Sólo que el mal no puede ser absoluto, pues sólo Dios es absoluto; el
mal sería como un postizo. Por eso, el
ángel que lo derrota es Miguel, que significa “¿Quién como Dios?” (Ap
12,7). Así pues, a pesar de que los
ángeles fueron creados buenos, se apartaron libremente de la obediencia a Dios
por orgullo y malicia (Jd 6; ; 2 Pe 2,4; Ap 12,7-12; Ef 2,2). De hecho, el diablo, quiso ser como Dios y
construyó su propio imperio de las tinieblas.
Sin embargo, la mayoría del ejército celestial, con el arcángel Miguel a
la cabeza, permaneció fiel a Dios, y ahora guardan a los escogidos (Heb 1,14).
¿Qué quiere decir la palabra
“diablo”?
Significa enemigo y calumniador, porque es el adversario de Dios y del
ser humano, poniendo trampas a las personas e intentando apartarlas del
proyecto divino. Como Lucifer fue
derribado y arrojado del cielo, pasó a ser Satanás (el diablo o adversario), el
jefe de este mundo u orden de cosas. Los
otros ángeles que también le siguieron en su apostasía pasaron a ser los
demonios, espíritus merodeadores que dominan y poseen a las personas atizando
sus bajas pasiones y volviéndolas como bestias.
Y es que, como el diablo odia al ser humano y lo desprecia como criatura
burda e inferior, no soporta que pueda ser amado y deificado a la semejanza
divina. Decidido a no dejar que nadie
alcance el estado de dicha, planea sus asaltos con gran astucia y esmero (Ez
28,12-18; Is 14,12ss; 1 Tim 3,6; 1 Pe 5,6.8; Ap 12,4.9; 2 Co 4,4; 11,14; Jn
12,31; Ef 2,2; 6,12; Lc 4,5s; Gn 3,1-6).
¿Qué esperanza le queda al
cristiano respecto al diablo?
Que el Señor Jesús se manifestó “para destruir las obras del diablo” (1
Jn 3,8) y dio autoridad a sus discípulos (Lc 10,17-20) sobre todo poder del
enemigo. Cristo, por medio de su muerte
en la cruz, destruyó al diablo (Heb 2,14), hiriendo la cabeza de la serpiente
antigua. Ahora su Cuerpo sobre la tierra
(su Iglesia) debe destruir la cola de la serpiente para atarla y arrojarla al
abismo de fuego (Ap 20,2s.10). Por eso,
el apóstol Pablo escribió: “Revestios de
las armas de Dios para poder resistir las asechanzas del diablo. Porque no luchamos contra gente de carne y
sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de
este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las
alturas. Por eso, tomad las armas de
Dios, para que podáis resistir en el día malo y acabar el combate sin perder
terreno... Abrochaos el cinturón de la
verdad y revestios de la rectitud como coraza, calzados los pies con la
disposición a dar la buena noticia de la paz, embrazando siempre el escudo de
la fe, para que podáis apagar con él todos los dardos encendidos del
Maligno. Tomad también por casco la
salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6,11-17).
¿Cómo explica el Evangelio la
acción del diablo?
El Evangelio lo llama el “Perverso” (Jn 17,15), lo que indica su
tremenda maldad. Jesús lo llama “padre”
de los dirigentes judíos (Jn 8,44), de quien ellos aprenden el homicidio y la
mentira (Jn 8,40.55). “Tener por padre
al enemigo” se opone a “tener por padre a Dios”, e implica actuar de modo
contrario al plan de Dios. Es decir, el
dios que ha suplantado al Dios de Israel en el templo (Jn 2,16) es la ambición
de riqueza. O sea, el enemigo inspira el
amor al dinero. Por eso Judas fue
llamado “enemigo/diablo” (Jn 6,70). Es
decir, el principio inspirador de su conducta era el amor al dinero, por eso
era ladrón (Jn 12,6).
¿A quién inspiraba el diablo
principalmente en el Evangelio?
El diablo creó un círculo de poder que buscaba su propio provecho. El líder de ese círculo estaba personificado
en el sacerdote Anás (verdadero poder en la sombra). Pero este círculo de poder, para dominar,
debe crear una ideología que justifique su posición y actividad. Esta ideología es llamada la “mentira” (Jn
8,44) y la “tiniebla” (oscuridad; Jn 1,5).
Es “mentira” en la medida que presenta a un dios contrario al ser
humano, que lo priva de libertad y lo somete en nombre de una ley u observancia
externa, prescindiendo del bien del hombre; es decir, que acaba en un
fanatismo. Como “tiniebla” es la
ideología que al ser aceptada sofoca en toda persona la aspiración a la
plenitud de vida. Esta oscuridad produce
en el ser humano la ceguera (ocultamiento del plan divino), impidiéndole
realizarse. La tiniebla deforma la
imagen de Dios, proponiendo un dios falso que no ama al ser humano, sino que lo
somete. Por eso, los “espíritus impuros”
o “demonios” hacen sufrir y someten a las personas, inspirándoles ideologías fanáticas
que proponen un proyecto que nada tienen que ver con el “Padre”, fuente de amor
y de vida universal.
¿Cómo se percibe hoy el poder de
Satanás en este mundo?
Sobre todo cuando la gente se entrega a las prácticas ocultas, la
predicción del futuro, el espiritismo, los amuletos, astrología, brujería e
invocación de los muertos. Todavía hay
quien, con aire aparentemente inocente, “cruza los dedos” o “toca madera”. ¿Y quién no echa un vistazo al periódico para
consultar el horóscopo? De hecho, se
trata de pequeños avances de Satanás que pueden llegar a tener consecuencias
graves. Actúan como drogas espirituales:
Se empieza por curiosidad, se establece una dependencia y, después, pueden
producir miedo, depresión y hasta suicidio.
De hecho, el mal levanta su fea cabeza con audacia por todas
partes. Las televisiones proyectan
películas de crímenes espeluznantes y formas depravadas de sexo, alimentando
los demonios a la gente con pornografía soez y violencia brutal, dando una
sensación final de vacío y sin sentido.
Esta deshumanización de la sociedad explica el incremento del crimen, el
número creciente de suicidios, los episodios de locura y el aumento creciente
de las drogas. La aceptación de esta
forma de vida depravada y sin valores da por resultado, no sólo la vaciedad y
el temor, sino una infelicidad y desesperación suma, que suele ser la causa de
muchas enfermedades no sólo físicas, sino también de la misma muerte.
V LA
CREACIÓN DEL MUNDO VISIBLE
¿Cuál era el plan de Dios al
crear al ser humano?
Tener un vaso que le contuviera, expresara y aumentara, y que el Hijo
fuera glorificado en él y fuera feliz, por eso lo hizo a su imagen y para su
semejanza (Gn 1,26ss).
¿Cómo se llama la enseñanza de
que Dios destina al ser humano a la eterna dicha?
Se llama predestinación.
¿Cómo debe entenderse la
predestinación respecto a la humanidad en general y a cada persona en
particular?
Dios ha predestinado a todos a la vida y, por tanto, da a todos la
gracia y los medios suficientes para salvarse.
Esa es su voluntad salvífica (Ro 8,29; 1 Pe 1,2; 1 Tim 2,4; 2 Pe 3,9; 1
Jn 2,2; Ez 18,23.32).
¿Qué significa que Dios le dio a
Adán el aliento de vida?
Que Dios sopló su Espíritu en él y tuvo espíritu, alma y cuerpo (1 Tes
5,23; Heb 4,12). Espíritu para
relacionarse con Dios y la trascendencia, alma para tener conciencia de sí y
cuerpo para relacionarse con las cosas y seres.
¿Qué significaba el árbol de la
vida?
Como Dios quería que el ser humano lo contuviera, le dio la oportunidad
de que lo comiera como vida. Dios hizo
al hombre como un guante, pero un guante no es una mano, a pesar de que tiene
la “imagen” de la mano debe contener a la mano.
De la misma forma, el ser humano debía comer el árbol de la vida para
contener a Dios como vida.
¿Qué significaba el árbol del
conocimiento del bien y del mal?
Que el hombre era libre para desobedecer a Dios y seguir sus propios
caminos, buenos y malos, pero lejos de Dios. Aquel árbol contenía un enorme
veneno que mató al hombre.
¿Permanece invariable la
predestinación divina a la bienaventuranza humana, a pesar del pecado del
hombre?
Sí, porque Dios, en su precognición o presciencia, guarda inalterable
su proyecto de vida hacia el ser humano y decidió enviar al mundo a su único y
eterno Hijo (Ef 1,4; 1 Jn 2,2).
¿Qué enseñaba san Atanasio de
Alejandría sobre el acto creador de Dios?
Orígenes pensaba sobre la formación del mundo que el acto creador de
Dios era una expresión de su “naturaleza”, y como esa naturaleza es inmutable,
nunca pudo existir un “tiempo” en el que Dios no estuviera creando. En consecuencia, el mundo habría existido
siempre, porque la bondad de Dios siempre ha necesitado tener un objeto. La identificación entre creación necesaria de
Dios y origen del Logos condujo al presbítero Arrio a la idea de que también el
Verbo había sido generado en el tiempo.
La teología antiarriana del obispo Atanasio del Alejandría definió las
categorías que se convirtieron en norma para la posterior teología ortodoxa: La
distinción entre creación y generación.
¿Qué explica Atanasio sobre
Creador y criaturas?
Para Atanasio, la creación es un acto de la voluntad de Dios; pero la
“voluntad” es diferente a la “naturaleza”.
Por naturaleza, el Padre engendra al Hijo en un acto generador que está
más allá del tiempo; en cambio, la creación sucede por la voluntad de Dios y
eso significa que Dios es absolutamente libre para crear o no crear y no deja
de ser trascendente al mundo, después de haberlo creado. La implicación de la autonomía creada encontró
un desarrollo específico en Máximo el Confesor y los teólogos ortodoxos del
período iconoclasta. Lo único que
pretenden subrayar es que ideas como providencia, amor y comunión, que reflejan
la actividad del Creador con respecto al mundo, presuponen una diferencia y una
distinción entre él y su creación.
¿Cómo se relaciona Dios con su
mundo?
Yannaras afirma que si la relación de Dios con su mundo fuera la de
causa y efecto, entonces Dios quedaría separado del mundo y éste se
independizaría (como afirma la moderna teología liberal). Este destierro de Dios a un ámbito deísta
inaccesible llevaría a la separación entre la religión y la vida, y con ello
acabaríamos todos en la secularización, que es precisamente el resultado del
protestantismo liberal. Frente a esto,
la teología bíblica afirma la providencia de Dios en el mundo, y la cosmología
de los Padres, con su énfasis en el conocimiento de las energías divinas,
aporta una comprensión mejor que la superioridad técnica occidental, que ha
conducido a una amenazadora civilización actual.
¿Qué relación mantiene Dios con
el mundo y el ser humano tras su creación?
La divina Providencia. Esto
significa que la criatura siempre depende de Dios; existe por su gracia y
voluntad, de modo que incluso puede dejar de existir si el Creador así lo
dispone. Para Atanasio, la idea de
creación lleva a distinguir en Dios su esencia trascendente y sus propiedades
(como “poder” o “bondad”), que expresan su existencia y acción “ad extra”, y no
precisamente su esencia. Esta distinción
de “naturaleza” entre Dios y sus criaturas, igual que la diferencia entre
generación “natural” del Hijo por el Padre y creación “por un acto de
voluntad”, adquieren particular énfasis en Cirilo de Alejandría y en Juan
Damasceno. Esa diferencia influirá
también en la definición del Concilio de Calcedonia sobre las “dos naturalezas”
de Cristo, que se pueden entender como en “comunión” mutua, unidas
“hipostáticamente”, pero nunca “mezcladas” o “confundidas”, es decir, no se
pueden considerar como “una naturaleza”.
¿Qué es la divina Providencia?
Es la constante y misteriosa acción del poder, sabiduría y bondad de
Dios, por la cual él preserva la fuerza y el ser de sus criaturas para
librarlas del mal y acercarlas al bien: El cuidado continuo que Dios tiene de
sus criaturas (Mt 6,26; Ro 8,28s).
“Bueno es el Señor para con todos” (Sal 145,9). Según Gregorio el Taumaturgo la divina
providencia se ocupaba de él individualmente en todas las peripecias de su
existencia por medio del ángel de la guarda y de su maestro (staretz).
¿Cómo se explicó a los griegos la
creación por el designio de Dios?
La creación en el tiempo, es decir, el comienzo de la existencia
creada, constituye la quiebra más importante entre el pensamiento griego y la
revelación bíblica. Pero la idea de un
“designio” eterno de Dios, que él mismo puso en práctica cuando creó el mundo
en el tiempo, no es incompatible con la teología del Antiguo Testamento ni con
el Verbo del evangelio joanico, además de que respondía a las preocupaciones
esenciales de la filosofía griega.
¿Cómo Dios tuvo a sus criaturas
siempre presentes en su pensamiento?
Al contrario de lo que suponía Orígenes sobre la preexistencia de las
almas, y cuya enseñanza fue implícitamente condenada como herética el año 553,
en el pensamiento de Dios las criaturas existen desde toda la eternidad sólo
potencialmente, mientras que su existencia real sólo se produce en el
tiempo. Esa existencia temporal de los
seres creados no es autónoma, sino que está centrada en el Logos (el Verbo)
único y en comunión con él, pues todas han sido creadas por él y para él. Lo cual les lleva a volverse hacia él como su
principio o imán poderoso.
¿Qué expuso Máximo el Confesor al
respecto?
Por la distinción de Atanasio entre “naturaleza” y “voluntad”, Máximo
logra construir una verdadera ontología cristiana de la creación, que
permanecerá a lo largo de toda la teología bizantina como autoridad normativa e
indiscutible. Esa ontología presupone no
sólo una distinción en Dios entre “naturaleza” (o “esencia”) y “energía”
–distinción que más tarde recibirá el nombre de “palamismo”-, sino también una
comprensión personal y dinámica de Dios, a la vez que una concepción dinámica,
o “energética”, de la naturaleza creada.
¿Qué recibió el ser humano de
Dios en su creación?
Según Máximo el Confesor, Dios, al crear al ser humano, le “comunicó”
cuatro de sus propiedades específicas: Ser, eternidad, bondad y sabiduría. De estas cuatro propiedades divinas, las dos
primeras pertenecen a la esencia misma del ser humano, mientras que la tercera
y la cuarta simplemente “se ofrecen” a su voluntaria disposición. San Ireneo decía que el hombre estaba
compuesto de “espíritu, alma y cuerpo” (1 Tes 5,23), y mediante el espíritu
podía relacionarse con Dios y la trascendencia.
III) EPÍLOGO.
Con los contenidos incorporados
precedentemente han quedado expuestos los lineamientos generales de la doctrina
de la Creación de Dios desde una perspectiva cristiana. Y, asimismo, la forma
en que se deben interpretar los Textos Bíblicos que tratan al respecto.
Entender la obra de Dios resulta
de capital importancia para poder comprender ¿De dónde venimos?, ¿Cómo somos?
(Autoconocimiento), ¿Cómo debemos llegar a ser? (Divinización de nuestro ser)
¿A dónde vamos? (Reflexiones sobre la muerte, la inmortalidad y la salvación
del alma).
De lo dicho se desprende que la
doctrina de la creación de Dios está íntimamente relacionada con otros puntos
medulares de la doctrina cristiana.
Entre ellos:
1°) <La Caída original>.
(Temática abordada en la entrada titulada “El valor de la mortificación en la
profesión de fe cristina”, del 25 de marzo de 2013).
2°) <La regeneración de la
naturaleza dañada por el pecado original>, tópico que será desarrollado en
el próximo post del mes de diciembre de 2014.
3°) <El destino final del
cosmos>. (Asunto que fue tratado desde tres ópticas diferentes en las publicaciones
tituladas “Escatología Católica: El destino del hombre, de la humanidad y del
Universo”, del 1 de junio de 2014; “Escatología Ortodoxa: La vida después de la
muerte”, del 2 de julio de 2014 y “Escatología Protestante: La vida en el más
allá”, del 1 de agosto de 2014).
El mundo espiritual es otra
faceta que pone de relieve la importancia de meditar sobre la creación de Dios.
La brutal carnalidad de la mayoría de los seres humanos los obliga a
transcurrir sus vidas presos en la dimensión natural, impidiéndoles interactuar
en el plano espiritual y, por ende, entrar en comunión con Dios durante su
estancia terrenal. (Sobre la unión con Dios en este mundo el lector, si lo
desea, podrá consultar el post “El valor de la oración espiritual en la
profesión de fe cristiana”, del 7 de febrero de 2013).
Y la tragedia que supone vivir de espaldas al mundo espiritual no se agota en la imposibilidad de estar en comunión con Dios, sino que implica -además- actuar como si el diablo no existiera, como si sus miserias no nos quisieran dominar, como si sus tentaciones no nos estuvieran acechando frecuentemente.
Perder de vista la realidad de la existencia del diablo y de sus ataques a nuestra espiritualidad y moralidad, equivale a resignar nuestras posibilidades de salvar nuestra alma. Quienes no luchen heroicamente contra el diablo, difícilmente podrán regenerar su naturaleza dañada por el pecado original, divinizar su ser y alcanzar la vida eterna.
Perder de vista la realidad de la existencia del diablo y de sus ataques a nuestra espiritualidad y moralidad, equivale a resignar nuestras posibilidades de salvar nuestra alma. Quienes no luchen heroicamente contra el diablo, difícilmente podrán regenerar su naturaleza dañada por el pecado original, divinizar su ser y alcanzar la vida eterna.
Puesto de realce la importancia
de la temática abordada y su relación directa con otros asuntos trascendentes de
la doctrina cristiana, cerraremos nuestra labor con un bello pasaje del Capítulo
13 del Evangelio de Mateo.
Más precisamente nos referimos a sus versículos 1-23. Los mismos explican la parábola del sembrador, que tanta
utilidad presenta para quienes la saben interpretar y aplicar en sus vidas.
Evangelio de Mateo
Capítulo 13 Versículos 1-23.
1 Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar.
2 Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda
la gente estaba en la playa.
3 Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el
sembrador salió a sembrar.
4 Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y
vinieron las aves y la comieron.
5 Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto,
porque no tenía profundidad de tierra;
6 pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.
7 Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron.
8 Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta,
y cuál a treinta por uno.
9 El que tiene oídos para oír, oiga.
10 Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas
por parábolas?
11 Él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los
misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado.
12 Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que
no tiene, aun lo que tiene le será quitado.
13 Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no
oyen, ni entienden.
14 De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De
oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis.
15 Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen
pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con
los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane.
16 Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos,
porque oyen.
17 Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo
que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
18 Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador:
19 Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el
malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado
junto al camino.
20 Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y
al momento la recibe con gozo;
21 pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir
la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza.
22 El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero
el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace
infructuosa.
23 Más el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende
la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.
Así, queridos Hermanos,
concluimos nuestro trabajo y nos despedimos implorando a la Santísima Trinidad
para que nos de las fuerzas necesarias para cargar nuestras cruces y perseverar
en la fe y en las obras que nos permitan regenerar nuestras naturalezas dañadas
y llegar al destino de felicidad eterna que Dios pone al alcance de todos los
seres humanos.
Dr.
Alejandro Oscar De Salvo.
Abogado - Coach Directivo
[1]El
contenido de este artículo ha sido extraído de:
http://es.catholic.net/op/articulos/14600/la-creacin.html
[2]
El contenido de este artículo ha sido extraído de: http://www.mscperu.org/biblia/blbibliacreac.html
No se informa su autoría.
[3]
Joseph Ratzinger Creación y Pecado. Navarra 1992. EUNSA, N° 1 Págs. 25-41 y N°2
Págs. 45-63
Contenido extraído de:
http://www.mercaba.org/FICHAS/CREACION/113-2.htm
[4]
Los números incorporados del CIC han sido extraídos de las páginas Web:
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2c1p4_sp.html
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2c1p5_sp.html#I%20Los%20%C3%A1ngeles
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2c1p6_sp.html
[5]
El contenido de este punto ha sido extraído, en sus partes pertinentes, del
CATECISMO DE LA COMUNIÓN ORTODOXA ECLESIÁSTICA (COE – IOUAs Misión de la Madre
María) Protopresbítero Manuel Lasanta
http://www.angelfire.com/co4/coe/CATECISMOCRISTIANOORTODOXO.htm
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