BLOG EDITADO POR ALEJANDRO OSCAR DE SALVO

viernes, 5 de septiembre de 2014

DIOS TRINO. EL DIOS CRISTIANO ES TRINITARIO: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.



Alegoría de la Santísima Trinidad.


LA SANTÍSIMA TRINIDAD:
PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.


TEMARIO.

I) INTRODUCCIÓN AL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.

II) EL DIOS TRINITARIO EN LA BIBLIA.

III) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CATOLICISMO.

IV) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CRISTIANISMO ORTODOXO.

V) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL PROTESTANTISMO.

VI) EPÍLOGO.


Otra alegoría de la Santísima Trinidad.


LA SANTÍSIMA TRINIDAD:
PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.


I) INTRODUCCIÓN AL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.


La Santísima Trinidad es el dogma por el cual todo el cristianismo reconoce en un solo Dios indivisible la existencia de tres personas distintas consustanciales[1] y de la misma naturaleza la una con la otra.

La Santísima Trinidad es el misterio de Dios único, vivo y verdadero, en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Como complemento del concepto de “Santísima Trinidad” previamente expuesto daremos una breve explicación introductoria a este misterio de la religión cristiana, para lo cual recurriremos a la cita de dos interesantes artículos.

A) En el primero de ellos, que incorporamos a continuación, se pregunta y se responde qué es el Dios Trinitario de los cristianos.

¿QUÉ SIGNIFICA QUE DIOS ES UNO Y TRINO?[2]

Significa que Dios es uno solo, pero que en Dios hay Tres Personas, distintas entre sí, que tampoco se reparten la única divinidad, sino que cada uno de ellas es enteramente Dios (cf. CIC 253-254).

Se trata del misterio de la Santísima Trinidad, misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de un solo Dios en tres Personas, misterio imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de explicar, pues se trata de la esencia misma de Dios. Y ésta es una verdad que sobrepasa infinitamente las capacidades intelectuales del ser humano.

Cuéntase que mientras San Agustín se encontraba en la playa preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, vio a un niño arrojando agua del mar en un hoyito que había hecho en la arena. Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito, a lo que le contestó el Santo: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “No más imposible de lo que es para ti entender o explicar el misterio de la Santísima Trinidad”. Y con estas palabras el Niño desapareció.

Así es nuestro intelecto: tan limitado como es el hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como el misterio Trinitario.

Es por ello que el misterio de la Santísima Trinidad no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer. Y Dios nos lo ha dado a conocer al revelarse como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo: Tres Personas distintas, pero un mismo Dios.

Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario (Dios Uno y Trino) de una manera velada, incompleta, pero en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.

Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser y en su obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación. Es así como el Espíritu Santo en su obra de santificación en cada uno de nosotros, nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo, y el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a Él. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27).

En síntesis, la Trinidad es un dogma de la fe cristiana. No está sujeto al debate interno ni puede ser cuestionado dentro de la religión cristiana. Cualquier negación de la Trinidad es una negación del mismo Evangelio y, por ende, las personas o grupos que niegan la Santísima Trinidad no deben ser considerados cristianos por apartarse de la verdad revelada en las sagradas escrituras.

B) El segundo artículo que elegimos para exponer brevemente el misterio que nos ocupa, explica -en el tramo pertinente que trascribimos seguidamente- el por qué es tan importante la doctrina de la Santísima Trinidad dentro del cristianismo.

¿POR QUÉ ES IMPORTANTE LA DOCTRINA?[3]

Hay varias razones:

Una negación de la Trinidad resultará en una negación de la persona de Dios. Y si uno no puede entender la naturaleza esencial de Dios mismo, ¿Cómo podrá entender toda la verdad con relación a Dios? La verdad del cristianismo se basa en la verdad de quién es Dios. Con un entendimiento totalmente equivocado de Dios, no puede haber un correcto entendimiento de toda la verdad relacionada con el Ser de Dios. También, si alguno no adora al Hijo, honra al Hijo y glorifica al Hijo de la misma manera que adora, honra y glorifica al Padre, entonces están robando al Hijo de su Gloria esencia y no han captado el propósito de Dios a través de la historia de la redención: que los hombres amen, adoren y sirvan al Hijo junto con el Padre (Dan. 7:13-14; Juan 5:23; Fil. 2:11; Col. 1:18).

Cualquiera que falle en reconocer la Trinidad y no adore al Hijo, no tiene lugar en el cielo, donde el Hijo es adorado para siempre (Heb. 1:6; Apoc. 5:11-12, 7:10-12). Una negación de la Trinidad es una negación del único Dios verdadero.

Una negación de la Trinidad resultará en un una negación de lo que fue cumplido en la cruz del Calvario para salvar a los pecadores. La Biblia enseña que todos los hombres son pecadores (Rom 3:23) y que por lo tanto todos por naturaleza merecemos la ira de Dios (Efe. 2:3). Sin embargo Cristo murió en la cruz como el Sustituto divino del pecador; Él llevó nuestros pecados (2 Cor. 5:21), nuestra maldición (Gál. 3:13), y llevó sobre Sí mismo la ira de Dios por nuestros pecados mientras que fue aplastado por el Padre en nuestro lugar (Isa. 53:10). Si no hay una distinción entre el Padre y el Hijo y ambos son la misma Persona, ¿entonces cómo hizo el Padre que Cristo sea pecado “por nosotros”? Y si ambos son la misma Persona, ¿cómo fue “quebrantado” por el Padre por nuestros pecados? El negar la Trinidad significa que uno tiene que negar que el Padre hizo que Cristo fuera castigado por nosotros y que Jesús llevó la ira de Dios que nosotros merecíamos. Esto significa que el negar la Trinidad es negar la naturaleza sustitutoria de la expiación, sin la cual no hay Evangelio.

Una negación de la Deidad de Cristo (y por lo tanto una negación de la Trinidad) también resultará en una negación del Evangelio mismo al negar a la Persona que nos dio el Evangelio. Esto es porque Jesucristo tenía que ser plenamente Dios para ser sin pecado y por lo tanto ser calificado como el sacrificio perfecto para ser una expiación y salvar a los pecadores. Esto es porque la Biblia enseña que todos los que nacieron como descendientes de Adán nacieron en pecado (Rom. 5:14-19). Todos los hombres fueron concebidos con una naturaleza pecaminosa desde el vientre de sus madres (Sal. 51:50. Sin embargo Jesucristo tenía que ser Dios y concebido del Espíritu Santo para no heredar la naturaleza pecaminosa de Adán. Él tenía que ser Dios para ser sin pecado, ya que todos los hombres nacen en pecado y han pecado (Rom. 3:23). Su vida perfecta y el hecho de que era sin pecado lo calificó para ser el Cordero de Dios sin mancha (1 Ped. 1:19). El hecho de que era sin pecado lo calificó para que sea el Salvador que pueda salvar a los que habían pecado (Juan 14:30; 2 Cor. 5:21; Heb. 4:15; 1 Ped. 2:22; 1 Juan 3:5). Para ser el perfecto sacrificio y ser la expiación por los pecados del mundo, Jesús tenía que ser Dios en la carne. Así que, sin la Deidad de Cristo no tienes expiación, y sin la expiación no tienes salvación. Por lo tanto, una negación de la Trinidad al negar que Jesucristo es Dios es una negación de lo que Él cumplió en la cruz para salvar a los pecadores, y uno no puede ser salvo si no tiene fe en Su sangre (Rom. 3:25).

Un rechazo de la Trinidad es un rechazo de la Palabra de Dios misma. Esta doctrina es tan claramente revelada en las Escrituras, especialmente en el Nuevo Testamento, que si alguien se equivoca en entender una doctrina que está tan claramente revelada, se equivocará inevitablemente en otros puntos de doctrina que son iguales de claros en las Escrituras. Por lo tanto, un error en este punto resultará en errores en muchos otros puntos.

Puesto que toda la verdad de Dios está estrechamente vinculada, una negación de una verdad principal sin duda resultará en la negación de otras verdades, y no hay una excepción a esto entre ningún grupo histórico que ha negado la Trinidad. 

En síntesis, la fe cristiana en sus distintas tradiciones cree que: Solo hay un Dios que existe eternamente en tres Personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y cada una de estas personas es plenamente Dios, con una misma naturaleza, gloria, perfección y santidad e idénticos atributos y poderes.


II) EL DIOS TRINITARIO EN LA BIBLIA.

El Dios Trino es una de las tantas revelaciones bíblicas que integran el contenido esotérico del cristianismo. Vale decir que la Santísima Trinidad no surge explícitamente de los Textos Sagrados, sino que se nos ha dado a conocer mediante una forma velada y progresiva que demanda un riguroso análisis de las Escrituras.

Los ejemplos de lo que acabamos de señalar surgen repetidamente en el ensayo que incorporamos a continuación.

UNA MIRADA A LA BIBLIA[4]

Prefiguración de la pluralidad de Personas en el AT:

Gen 1,26 Dijo Dios. -Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza [...]
En el texto hebreo dice: “Dijo Elhoím”, palabra que denota pluralidad de personas. Es por eso que luego dice: “hagamos” en plural.

Gen 3,22 Y el Señor Dios dijo. -He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros [...]
Nuevamente en el texto hebreo donde traducimos Dios, dice “Elohím”, es por eso que luego el hagiógrafo[5] vuelve a utilizar el plural “nosotros”.

Gen 11,7 ¡Bajemos y confundamos ahí mismo su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros!
Nuevamente el hagiógrafo usa el plural de personas para referirse a Dios.

Gen 18,2-3 Abrahán alzó la vista y vio que tres hombres estaban de pie junto a él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se postró en tierra diciendo. -Mi Señor, si he hallado gracia a tus ojos, no pases sin detenerte junto a tu siervo.
Este texto es más que esclarecedor. A pesar de que Abraham ve a “tres personas”, sin embargo, exclama “mi Señor” en singular. Abraham vio a Dios en su plenitud, pero reconoce en esas tres personas una sola divinidad, es decir un solo Dios. (Ver además: Gen 18,9-10; Gen 18,16)

Acción de la Divinidad Trinitaria en el Nuevo Testamento:

Mt 3,16-17 Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo: -Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido.
Es más que claro que Mateo en este relato pone en evidencia la plenitud de la Divinidad y a la vez, la separa claramente. (Ver además Lc 3,21-22)

Lc 1,35 Respondió el ángel y le dijo: -El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios.
Dios ha cubierto a la Virgen con su poder, pero será el Espíritu Santo quien llevará adelante la tarea de engendrar al Hijo en el vientre de María.

Textos que denotan la pluralidad de Personas en el Nuevo Testamento:

Jn 14,26 pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho.

Jn 15,26 Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí.

Hch 1,6-8 Los que estaban reunidos allí le hicieron esta pregunta: -Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel? Él les contestó: -No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.

Rom 8,9 Ahora bien, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de él.
Este texto en especial, deja entrever que el Espíritu Santo, procede tanto del Padre como del Hijo.

1Pe 1,2 Según la presencia de Dios Padre, mediante la santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: gracia y paz en abundancia para vosotros.

1Jn 5,6-7 Éste es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo. No solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y es el Espíritu quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Pues son tres los que dan testimonio…
Creo que no hace falta comentar el texto.

Jud 20-21 Pero vosotros, queridísimos, edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en el amor de Dios, aguardando que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os conceda la vida eterna.

Bautismo dado en el nombre de la Trinidad:

Mt 28,19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
Si bien hay autores que sostienen que estos versículos son una adición tardía al texto original, sin embargo, deja a las claras que la Iglesia Primitiva ya había entendido el misterio de la Santísima Trinidad.

Bendiciones dadas en el nombre de la Trinidad:

2Co 13,13 (en algunas versiones de la Biblia se presenta como versículo 14) La gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

Otros textos que dejan entrever la pluralidad de personas en un solo Dios:
Isa 6,3  Clamaban entre sí diciendo. -¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos! ¡Llena está toda la tierra de su gloria!

Apoc 4,8  “Cada uno” de los cuatro seres vivos tiene “seis alas” y están llenas de ojos por fuera y por dentro, y, sin descanso, día y noche dicen: “«Santo, santo, santo es el Señor, el Dios Todopoderoso”, el que era, el que es, el que va a venir».




III) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CATOLICISMO.

EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA.

PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE

SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

CAPÍTULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE

ARTÍCULO 1
«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»

Párrafo 2
EL PADRE

I "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"

232 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: Fides omnium christianorum in Trinitate consistit ("La fe de todos los cristianos se cimienta en la Santísima Trinidad") (San Cesáreo de Arlés, Expositio symboli [sermo 9]: CCL 103, 48).

233 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de éstos (cf. Virgilio, Professio fidei (552): DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.

234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo" (DCG 47).

235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación (III).

236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la Oikonomia, designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad y con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la Oikonomia nos es revelada la Theologia; pero inversamente, es la Theologia, la que esclarece toda la Oikonomia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.

237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.

II La revelación de Dios como Trinidad

El Padre revelado por el Hijo.

238 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la Alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

241 Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).

242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre (Símbolo Niceno: DS 125), es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150).

El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu.

243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.

244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue proclamada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Concilio de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza [...] por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS 150).

246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (Filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo [...] tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración [...]. Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al engendrarlo a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).

247 La afirmación del Filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. Quam laudabilitier: DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Concilio de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin principio" (Concilio de Florencia 1442: DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él "el único principio de que procede el Espíritu Santo" (Concilio de Lyon II, año 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.

III La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe.

La formación del dogma trinitario.

249 La verdad revelada de la Santísima Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del Bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Co 12,4-6; Ef 4,4-6).

250 Durante los primeros siglos, la Iglesia fórmula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.

251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 2).

252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.

El dogma de la Santísima Trinidad.

253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804).

254 Las Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", “Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.

255 Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331).

256 A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:

«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero[...] Dios los Tres considerados en conjunto [...] No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(Orationes,  40,41: PG 36,417).

IV Las obras divinas y las misiones trinitarias.

257 O lux beata Trinitas et principalis Unitas! ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas "O lux beata Trinitas"). Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en Él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rm 8,15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).

258 Toda la economía divina es la obra común de las tres Personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada Persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "Uno es Dios [...] y Padre de quien proceden todas las cosas, Uno el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y Uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Concilio de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.

259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las Personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rm 8,14).

260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).

«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad, Oración)


Alegoría ortodoxa de la Santísima Trinidad.


IV) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL CRISTIANISMO ORTODOXO.

El misterio de la Santísima Trinidad lo abordaremos desde la perspectiva ortodoxa en base a tres destacadas expresiones de esta tradición, a saber: La opinión oficial de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquía, Arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y El Caribe, el Catecismo Ortodoxo y la opinión de Alexander Mileant, uno de sus más reconocidos teólogos.

Incorporamos seguidamente las mismas en el orden en que han sido aludidas:

A) La Santísima Trinidad y la Revelación.[6]

Durante siglos, la Iglesia Ortodoxa ha mantenido una continuidad de Fe y Amor con la Comunidad Apostólica que fue fundada por Cristo y sostenida por el Espíritu Santo.  La Ortodoxia cree que ha conservado y enseñado la histórica Fe Cristiana libre de error y distorsión, desde el tiempo de los Apóstoles.  También cree que no hay nada en el cuerpo de sus enseñanzas que sea contrario a la verdad o que inhiba la unión real con Dios.

La Ortodoxia cree que la Fe Cristiana y la Iglesia, son inseparables.  Separado de la Iglesia es imposible conocer a Cristo, compartir la vida de la Santísima Trinidad o considerarse Cristiano.

Revelación divina.

La Ortodoxia cree que Dios se ha manifestado a nosotros, más especialmente en la revelación de Jesucristo, el Hijo de Dios. Esta revelación de Dios, de su amor y de Su Plan Divino, constantemente se  manifiesta en la vida de la Iglesia por el Poder del Espíritu Santo.

La Fe Ortodoxa no comienza con especulaciones religiosas de la humanidad, ni con “pruebas” de la existencia de Dios, ni con una búsqueda humana de lo Divino.  El origen de la Fe Cristiana Ortodoxa es la Revelación de Dios.

La Doctrina de la Santísima Trinidad, fundamental en la Iglesia Ortodoxa, no es resultado de una especulación intelectual, sino la experiencia sublime y regocijante de Dios. La Doctrina afirma que hay un solo Dios, y Tres personas Divinas en Él. Es decir, que cuando encontramos al Padre, o al Hijo o al Espíritu Santo, estamos realmente experimentando un contacto verdadero con Dios.

La Santa Trinidad es un misterio que jamás podrá ser entendido totalmente, podremos participar de la Trinidad mediante la vida en la Iglesia, especialmente en la Eucaristía y los Sacramentos.

B) El Catecismo Ortodoxo.[7]

En el catecismo ortodoxo por preguntas y respuestas el tema es tratado de manera sintética, con total claridad y sencillez y con sus correspondientes citas bíblicas.

P. ¿Qué es la Santísima Trinidad?
R. Dios es tres Personas divinas y sin embargo un solo Dios: Dios el Padre, y Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo.
Mateo 28:19, 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14; Efesios 4:4-6.

P. ¿Las tres Personas divinas son iguales en todas las cosas?
R. Las tres Personas divinas son iguales en todas las cosas, y comparten una y la misma naturaleza y esencia divinas.
Génesis 1:26; Deuteronomio 6:4; Juan 14:23

P. ¿Cuál es el origen de cada una de las tres Personas divinas de la Santísima
Trinidad?
R. La Santa Trinidad existe desde toda la eternidad y no es creada: Dios el Padre no viene ni procede de ninguna otra persona, Dios el Hijo viene del Padre; Dios el Espíritu Santo procede del Padre. Ninguno tiene principio ni fin, y son un solo Dios.
Juan 1:1, 1:14, 15:26; 1 Juan 4:9

C) Las enseñanzas del obispo Alexander Mileant.

A continuación transcribimos las partes pertinentes de dos interesantes artículos del obispo Alexander Mileant en los que explica con particular sencillez la importancia que tiene la Santísima Trinidad en la vida del cristiano, toda vez que éste se ha constituido en un templo de Dios al acoger en su ser al mismísimo Espíritu Santo.

Las Principales Verdades[8]

Obispo Alexander Mileant

Dios Unidad y Trinidad

La primera y fundamental verdad del cristianismo es la existencia de un solo Dios eterno e infinito, creador de todo cuanto existe: los ángeles, el mundo y los hombres. Es la causa increada y primera de todas las cosas. Dios es uno en esencia, más Trino en persona. En Dios hay tres personas divinas, distintas en cuanto a personas, pero que poseen una misma esencia o naturaleza: Padre-Hijo-Espíritu Santo. Su explicación es un misterio insondable para la razón humana, pero este misterio no está en oposición a la misma razón. El Hijo, la segunda persona, nace del Padre, y también de éste procede el Espíritu Santo, más cada una es Dios. Dios creó al hombre en el Paraíso Terrenal, totalmente feliz... En el Paraíso el hombre se rebeló contra Dios pecando. Consecuencia de ello, todos nacemos con el pecado original, que nos priva de la gracia y amistad divina, y condenados al dolor y la muerte.

La finalidad del hombre sobre la tierra es conocer, amar y servir a Dios en este mundo, y después gozarle en el cielo eternamente. El pecado original sólo se borra por medio del Bautismo. Dios, en su ser mismo, en su providencia, en su Encarnación, en su presencia en la Iglesia y en su última manifestación al fin de los tiempos, es el objeto único que los santos conocen y que los teólogos buscan expresar en sus fórmulas, particularmente importantes para comprender la Teología Ortodoxa, en su conjunto. Estos dos aspectos — que se remontan incuestionablemente a los Padres griegos — son la Trascendencia absoluta y el carácter trinitario del ser divino. Este carácter de la teología y de la espiritualidad ortodoxa está íntimamente ligado al sentido patrístico de la trascendencia de Dios como Esencia única, Dios permanece incognoscible, más se revela como Trinidad. El Dios de la Biblia es conocido en la medida en que Él es el Dios viviente y operante. Aquel al cual se dirige la oración de la Iglesia, Aquel que ha enviado a su hijo para la salvación del mundo. Absolutamente trascendente e incognoscible, Dios se ha revelado en Jesucristo, "en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad" (Col. 11:9).

Para la prueba de la existencia de Dios, existen numerosas demostraciones, tales como: la existencia de las cosas, el orden del mundo, la perfección de la creación, el movimiento del mundo, la necesidad psicológica que se siente de un ser superior, las injusticias de este mundo, la creencia de todos los pueblos en todos los tiempos..., exigen una causa, piden la existencia de un ser que les dio existencia. Ese ser sólo puede ser Dios.

Festividad de la Santa Trinidad[9]

Día del descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles

Obispo Alexander Mileant

La Festividad de la Santa Trinidad está consagrada al descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en el cincuentavo día después de la resurrección de Cristo. En la celebración de la fiesta de Pentecostés la Iglesia acerca a sus hijos al umbral de la vida en gracia y los llama a renovar y fortalecer en ellos los dones del Espíritu Santo, que recibieron en el Sacramento del Bautismo. Sin la gracia de Dios es imposible la vida espiritual. Esta fuerza misteriosa renueva y transfigura todo el mundo interior del cristiano. Todo lo elevado y valioso que uno puede desear es dado por el Espíritu Santo. Por eso la Festividad de la Santa Trinidad se vive tan solemne y gozosamente por el cristiano ortodoxo.

Dios se revelaba a los hombres paulatinamente, en los tiempos del Viejo Testamento los hombres conocían sólo a Dios Padre. Desde el nacimiento del Redentor, los hombres tomaron conocimiento de Su Hijo Unigénito, el día del descenso del Espíritu Santo, los hombres reconocieron la existencia de la tercera Persona de la Santa Trinidad, y así aprendieron a creer y glorificar al Dios Único en Su esencia y triple en Sus manifestaciones: Padre, Hijo e Espíritu Santo - La Trinidad Única e indivisible.

El acontecimiento del descenso del Espíritu Santo.

El descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, está descrito por el evangelista Lucas en los capítulos iniciales en su libro de los "Hechos de los Apóstoles." Dios quiso que este hecho sea el punto crucial de la historia del mundo.

Pentecostés -o sea el cincuentavo día después de la Pascua- era una de las festividades más importantes del Viejo Testamento. Esta fiesta marcaba la aceptación de la ley de Sinaí en los tiempos del profeta Moisés, cuando 1500 años antes del Nacimiento de Cristo, al pie del monte Sinaí, el pueblo hebreo, liberado de Egipto, entró en la unión con Dios. Los hebreos prometieron a Dios su obediencia y Dios les prometió Su benevolencia. Por su ubicación en el año esta fiesta coincidía con la finalización de la cosecha y esto aumentaba su alegría. Muchos hebreos diseminados en el Imperio Romano trataban de llegar para esta fiesta a Jerusalén. Muchos de ellos, nacidos en otros países, entendían con dificultad su lengua hebrea, pero hacían el esfuerzo de guardar sus costumbres nacionales y religiosas, y peregrinar a Jerusalén.

El descenso del Espíritu Santo no fue un acontecimiento totalmente inesperado para los Apóstoles. Varios siglos antes del nacimiento del Redentor, Dios comenzó a preparar a los hombres para el día de su renacimiento espiritual, y predecía por la boca de los profetas: "Vosotros andareis en mis mandamientos y respetareis mis decisiones...Derramaré mi Espíritu sobre toda carne... Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación... Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida: mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos" (Joel 2:28, Is. 12:3, 44:3).

Cuando Se preparaba Nuestro Señor Jesucristo de volver a Su Padre Celestial, antes de la Crucifixión dedica Su última conversación con los Apóstoles a la próxima llegada del Espíritu Santo. El Señor explica a Sus discípulos, que el Consolador -Espíritu Santo- debe pronto llegar a ellos para concluir la obra de la salvación de los hombres "Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre, -el Espíritu de Verdad- ... Él os enseñara todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho...el Espíritu de Verdad, el cual procede del Padre, El dará testimonio de Mi" (Juan 14:16-17, 26, 15:26).

Preparándose para recibir al Espíritu Santo, después de la Ascensión del Señor al Cielo, los discípulos de Cristo, junto con la Santísima Virgen María, mujeres-miroforas[10] y otros creyentes (cerca de 120 personas), en Pentecostés se encontraban en Jerusalén en el lugar que llamaban "La Sala de Sión." Posiblemente se trataba de una habitación grande donde, antes de Su Pasión, el Señor celebró Su Ultima Cena. Los Apóstoles y todos los allí reunidos esperaban cuando el Redentor les enviaría la "Promesa del Padre," y ellos se investirían con la fuerza superior, pero ellos no sabían, con certeza, en qué consistiría la llegada del Espíritu Consolador (Luc. 24:49). Como el Señor Jesucristo murió y resucitó durante la Pascua hebrea, el Pentecostés del Viejo Testamento coincidía aquel año con el cincuentavo día después de la Resurrección.

Así, cerca de las 9 horas de la mañana, cuando el pueblo se preparaba para ir al Templo para sacrificio y oración, de pronto en la sala de Sión se escuchó un ruido como de viento de tormenta. Este ruido llenó la casa donde se encontraban los Apóstoles y simultáneamente sobre sus cabezas aparecieron numerosas lenguas de fuego que descendieron sobre cada uno de ellos. Estas lenguas de fuego tenían una particularidad extraordinaria; iluminaban pero no quemaban. Todavía más extraordinarias eran las cualidades espirituales que otorgaban estas misteriosas lenguas. Cada persona sobre la cual bajaba esta lengua de fuego sentía un gran aumento de fuerzas espirituales, y al mismo tiempo una inexpresable alegría y entusiasmo. Comenzaba a sentirse como completamente otra persona, apaciguada, plena de vida y ardiente amor a Dios. Estos cambios íntimos y nuevas sensaciones, los Apóstoles expresaban con gozosas exclamaciones y alabanzas a Dios. Y aquí se pudo oír que ellos no hablaban en su idioma sino en otras lenguas desconocidas. Así se cumplió el Bautismo de los Apóstoles con el Espíritu Santo y fuego, tal como lo predijo el Profeta Juan el Bautista (Mat. 3:11).

Mientras tanto el ruido, como del viento de tormenta, atrajo a mucha gente hacia la casa de los Apóstoles. Al ver a la muchedumbre reuniéndose, los Apóstoles salieron al techo de la vivienda, con oraciones y alabanzas a Dios. Escuchando esas gozosas oraciones, los que estaban reunidos alrededor de la casa, fueron sorprendidos por un hecho incomprensible para ellos: los discípulos de Cristo, en su mayoría eran oriundos de Galilea, gente sin instrucción, que no podían conocer otras lenguas además de la nativa. De repente comenzaron a hablar en varias lenguas extranjeras de tal forma que, a pesar, de ser muy heterogénea la muchedumbre, llegada a Jerusalén de distintos países, cada uno escuchaba su propia lengua. Entre la gente se encontraban algunos cínicos, quienes desvergonzadamente, se reían de los inspirados predicadores, diciendo que los Apóstoles, a pesar de la hora temprana, estaban ebrios.

En realidad la fuerza del Espíritu Santo se manifestó entonces, además de otros cambios buenos, en el don de las lenguas, especialmente para permitir a los Apóstoles difundir el Evangelio con más éxito entre diversos pueblos, sin tener que estudiar previamente sus idiomas.

Viendo la sorpresa de la gente, el Apóstol Pedro se adelantó y dijo su primer sermón, donde explicó a los reunidos, que con la llegada del Espíritu Santo se cumplió la antigua profecía de Joel, quien hablaba en nombre de Dios: "Y será que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros viejos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días Y daré prodigios en el cielo y en la tierra.....Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová, será salvo" (Joel 2:28-32). El Apóstol explicó que justamente en éste descenso del Espíritu Santo debía cumplirse la obra de la salvación de los hombres. Para hacerlos dignos de la gracia del Espíritu Santo, el llegado Mesías soportó la muerte en la cruz y resucitó de entre los muertos -Nuestro Señor Jesucristo-.

Era corto y claro este sermón, pero como por la boca de Pedro hablaba el Espíritu Santo, estas palabras penetraron en los corazones de los oyentes. Muchos de ellos sintieron ablandarse su corazón y preguntaron a él: "Que debemos hacer?" "Hagan su contrición," les contestó Pedro, "y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo y no solo serán perdonados sino que recibirán la Gracia del Espíritu Santo."

Muchos creyeron en Cristo, por la palabra de Pedro. Allí mismo, delante de todos, confesaron sus pecados, se bautizaron y hacia la tarde de este día, la Iglesia de Cristo de 120 creció hasta 3000 personas. Con este acontecimiento milagroso comenzó la existencia de la Iglesia de Cristo, esta sociedad de Gracia de los creyentes, en la cual todos están llamados a salvar sus almas. El Señor prometió que la Iglesia no será vencida por las puertas del infierno, hasta el final de la existencia del mundo.

Se debe pensar que no fue una mera coincidencia que en aquel día se juntaron dos acontecimientos importantes, la llegada del Espíritu Santo y el Pentecostés hebreo. Pentecostés del Viejo Testamento marcaba la liberación de los hebreos de la cautividad egipcia y el comienzo de la vida libre en unión con Dios. El descenso del Espíritu Santo sobre los creyentes en Jesucristo significó la liberación de los creyentes del poder del diablo y fue el comienzo de una vida nueva, llena de Gracia y unión con Dios en Su Reino Espiritual. Así la Festividad de Pentecostés es el día cuando la teocracia del Viejo Testamento que comenzó en Sinaí y que dirigía la sociedad con la severa ley escrita, fue sustituida por la teocracia del Nuevo Testamento en la cual Dios mismo dirige a los creyentes en espíritu de libertad y amor (Rom. 8).

Profundamente afectados por la Pasión, muerte y Resurrección del Señor, los Apóstoles crecieron espiritualmente hacia el tiempo de Pentecostés, sintieron y maduraron para recibir los dones del Espíritu Santo. Entonces descendió sobre ellos la plenitud de la Gracia Divina y ellos, por primera vez, probaron los frutos espirituales del sacrificio salvador de Dios-Hombre.

El significado de la Gracia en la vida del cristiano.

En cada ser humano hay una semilla del bien. Pero como cualquier semilla, no puede desarrollarse sin agua y luz, así el alma del hombre queda estéril, hasta que la riega la Gracia Divina. Sintiendo dentro de sí la falta de la ayuda Divina, el recto del Antiguo Testamento rogaba a Dios: "Mi alma como la tierra sedienta, se dirige a Ti" (Sal. 143:6). Y todos los Hombres, quienes sinceramente tienen sed de la verdad, entienden que sin la ayuda Divina, sin Su dirección y sostén, no es posible la vida espiritual. La Gracia Divina renueva el alma humana, limpia su conciencia, ilumina su intelecto, fortalece la fe, dirige la voluntad hacia el bien, enternece el corazón con el amor a Dios y prójimos, encamina al hombre hacia lo celestial, induce el deseo de vivir con intereses espirituales. Ella limpia e ilumina a todo el ser. Según el testimonio de muchos que experimentaron una alta iluminación espiritual, la Gracia Divina trae una paz y alegría tal al alma humana, que todos los bienes terrenales y sensaciones físicas parecen pobres e ínfimos.

Desde el día que el Espíritu Santo, descendió sobre los Apóstoles, cada persona que se bautiza, en el Sacramento de la unción con Miro, (Confirmación) igual que los Apóstoles, recibe la Gracia del Espíritu Santo. La fuerza de este Sacramento es tan enorme e indeleble, que no se repite, como el Bautismo. Los otros Sacramentos de la Iglesia como la Confesión, la Comunión, así como las liturgias en el templo, oraciones privadas, abstinencia, obras de misericordia y vida benefactora, sirven para fortalecer y aumentar en el cristiano la acción de los dones de la Gracia, recibidos con los Santos óleos.

La fuerza regeneradora de la Gracia Divina se muestra en los cambios positivos internos y externos, que se producen en los hombres que la recibieron. Estos cambios fueron especialmente visibles en los discípulos de Cristo. Ellos, como nosotros sabemos, eran gente simple no instruida, sin facilidad de palabra, hasta la llegada del Espíritu Santo. Cuando Este descendió sobre ellos, se enriquecieron con la sabiduría espiritual y con su inspirada palabra atrajeron, no solo al pueblo sino hasta los filósofos y hombres de sobresaliente cultura. Su palabra, signada por la Gracia, penetraba hasta en los corazones duros, inducía a los pecadores a la contrición y enmienda y a los débiles al esfuerzo.

De tímidos y timoratos, como eran los Apóstoles durante la vida terrenal del Redentor, después de recibir al Espíritu Santo, se tornaron llenos de coraje y perdieron todo temor. Como resultado de los dones de Gracia se formaron numerosas congregaciones cristianas, todavía durante la vida de los Apóstoles, no sólo en distintas partes del Imperio Romano, sino también fuera de sus límites: en África del Norte, India, Persia, Sur de Skifia. Así gracias al incansable trabajo de los Apóstoles, el cristianismo se difundió en todo el mundo, entonces conocido, y junto con esto comenzó el renacimiento de la sociedad humana.

Sobre la fuerza regeneradora de la Gracia del Espíritu Santo, se puede convencer al leer los Hechos de los Apóstoles, donde se describe la vida de los cristianos en la primera década después del Pentecostés. Realmente muchos pecadores, descreídos y los que vivían sólo con intereses carnales, después de recibir el Espíritu Santo se transformaban en creyentes, virtuosos, llenos de fuerte amor a Dios y a los hombres.

"Ellos, los recién bautizados, -como está escrito en el libro de los Hechos- perseveraban en la doctrina de los Apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Todos los creyentes se mantenían juntos y tenían todas las cosas en común. Y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos, según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo... Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma. Y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Así que no había entre ellos ningún necesitado" (Hechos 2:42-47; 4:32-35). Se puede decir que los intereses espirituales y tendencia hacia el cielo, reemplazaron en ellos todo lo pecaminoso y bajo.

Según la enseñanza del Redentor, la vida espiritual es imposible sin la ayuda superior. "El que no nació de agua y Espíritu no puede ver el Reino Divino...Lo que nace de la carne es carne, nacido del Espíritu es Espíritu" (Juan 3:5-6). También el Redentor enseñaba que el Espíritu Santo, ubica al cristiano en la Verdad, consuela las congojas, sacia su sed espiritual (Juan 16:13-17; 4:13-14).

El Apóstol Pablo llama a todas las virtudes cristianas "frutos del Espíritu," diciendo: "Fruto espiritual es amor, alegría, paz, paciencia, bondad, misericordia, fe, mansedumbre, contención" (Gal. 5:22-23). A menudo el crecimiento espiritual interno y el perfeccionamiento del cristiano transcurre sin que él se dé cuenta de ello, como el Señor explicó en la palabra de la semilla que crece invisible (Mar. 4:26-29). Sobre la misteriosa acción del Espíritu Santo sobre el alma humana el Redentor Decía: "El Espíritu respira donde quiere y su voz se escucha, sin saber de dónde viene y a dónde se va. Así pasa con todos los nacidos del Espíritu" (Juan 3:8).

Además de los dones imprescindibles para cada cristiano en su vida personal, El Espíritu Santo da a algunos creyentes dones especiales. Que son necesarios para el bien de la Iglesia y la sociedad. Sobre estos dones especiales, el Apóstol Pablo escribe así: "Pero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; A otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu; A otro, el hacer milagros, y a otro, profecía; y a otro, discernimiento de espíritus; y a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas les hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere" (1 Cor. 12:7-11). Más adelante el Apóstol compara a la Iglesia con el cuerpo donde cada parte tiene su misión: "Y Él mismo [Jesucristo] constituyó a unos, apóstoles, a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Efes. 4:11-12).

El cristiano, al recibir la Gracia, se transforma en un templo vivo del Espíritu Santo. Por eso debe guardarse de todo pecado como enseña el Apóstol: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Cor. 3:16-17).

En su parábola sobre las diez vírgenes, El Señor habla de la necesidad de recibir los dones espirituales. Sin ellos el hombre es como la lámpara sin aceite, o un tronco quemado (Mat. 25:1-13). Explicando la palabra del Redentor sobre las diez vírgenes, San Serafín de Sarov, en su conversación con Motovilov, enseña que la meta de la vida humana es conseguir la gracia Divina.

A pesar del hecho que la fuerza del Espíritu Santo es otorgada al creyente, no por sus méritos, sino por la bondad de Dios y como resultado de la Pasión redentora del Dios-Hombre, esta fuerza crece en "él en la medida de sus esfuerzos de vivir una vida cristiana. Bendito Isaac Siriaco escribe: "En la medida que el hombre se acerca a Dios con sus deseos, en la misma medida Dios se acerca al hombre con Sus dones." El Apóstol Pedro así instruye a los cristianos: "Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos son dadas de Su divino poder [de Jesucristo]... para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina ... Vosotros ... añadid a vuestra fe virtud, a la virtud conocimiento; al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, paciencia, a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal, y al afecto fraternal, amor" (2 Ped. 1:3-7).

El Apóstol Pablo exhorta a los cristianos a atraer la gracia Divina con una vida virtuosa y con oración, diciendo: "Porque en otro tiempo erais tinieblas; más ahora sois luz en el Señor: Andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu está en toda bondad, justicia, y verdad)... Sed llenos de Espíritu; Hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones" (Efes. 5:8-9).

Se acostumbra comenzar las oraciones matinales y vespertinas con la oración al Espíritu Santo: "Oh, Rey Celestial..." En esta oración nosotros pedimos al Espíritu Santo renovar en nosotros Su Gracia. Lo maravilloso de esta oración, es que está compuesta por las palabras del propio Señor Jesucristo, y contiene todo lo que debemos saber sobre el Espíritu Santo y qué podemos pedirle.

Oh Rey Celestial, Consolador, Espíritu de la verdad, Omnipresente, Tu que penetras todas las cosas, Tesoro de todo lo bueno y Dispensador de la vida, ven y mora en nosotros, purifícanos de toda iniquidad y salva nuestras almas. Oh Bondadoso.

En esta oración el Espíritu Santo se denomina "Rey Celestial" como igual al Padre e Hijo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es llamado "Consolador", por Su esencia que consuela y alegra la persona y también "Espíritu de la Verdad", porque manifiesta la verdad a la gente, ayudándoles a verla y quererla. "Omnipresente, Tu que penetras todas las cosas", por Su naturaleza Celestial, sin límites ni obstáculos. "Tesoro de todo lo bueno",  tesoro de todas las cosas buenas y valiosas, todo lo que la persona desea para su perfección. "Dispensador de la vida", como vivificador de la naturaleza, en especial, donador de la gracia espiritual para la gente y los ángeles.

Dirigiéndonos de esta forma al Espíritu Santo, nosotros rogamos al Todo bondadoso que nos purifique de toda iniquidad, la cual nace en nosotros por diferentes pasiones o se apega a nosotros cuando nos rozamos con el mundo impregnado en el mal. Nosotros le pedimos que permanezca en nosotros y dirija nuestras vidas hacia la salvación del alma. En adición, dirigiéndonos al Espíritu Santo, tenemos que ser humildes y conscientes de nuestra pobreza espiritual, y que somos indignos, porque "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.".


 
Alegoría del Pez Cristiano.


V) LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN EL PROTESTANTISMO.

Como hemos expuesto al comienzo de este trabajo los católicos, los ortodoxos y los protestantes creen en un Dios Trino y, en sus aspectos esenciales, coinciden en la doctrina de la Santísima Trinidad, por lo que lo dicho previamente es válido aquí.

De modo que esa situación concordante nos permite apartarnos del tratamiento de más opiniones actuales y aprovechar este espacio para citar seguidamente dos antiguos sermones de singular belleza y un alto valor histórico que, además, conservan una plena vigencia y representatividad de la tradición protestante.

El primero de ellos es del siglo XVI y corresponde al reformador protestante Martín Lutero y el segundo data del siglo XIX y su autoría es atribuida al pastor Charles Haddon Spurgeon.   


LA FE EN EL DIOS TRINO

MARTÍN LUTERO

Sermón para el Domingo de la Santísima Trinidad.[11]
Fecha: 4 de junio de 1531.

Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su unigénito Hijo, nuestro Señor. Y creo en el Espíritu Santo.

La fiesta de hoy se llama “el Domingo de la Santísima Trinidad”. Fueron razones de mucho peso, y una necesidad muy grande, las que impulsaron a la iglesia a disponer que esta fiesta fuese celebrada, cada año, a fin de que mediante dicha celebración se reconociera y conservara este artículo de nuestra fe. Pues los cristianos creemos que hay un solo Dios, y este único Dios es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y este artículo es lo básico y principal de nuestra fe, como lo ponemos de manifiesto al orar: “Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, su Hijo unigénito, nuestro Señor; y en el Espíritu Santo”. Si falta uno solo de estos artículos, está perdido todo.

En tiempos antiguos, en los días de Arrio[1], se suscitó a este respecto una violenta controversia. Todos los considerados santos y poderosos, emperadores, reyes y obispos, se dejaron arrastrar por la herejía. Apenas dos obispos[2] se mantuvieron fieles a la doctrina sana, todos los demás adhirieron a la herejía de Arrio. Pues parece tan natural, y concuerda tan bien con lo que nos dice la razón humana, que haya un Dios único y además, es la pura verdad. Pero lo que la razón no puede concebir es cuando tú dices que hay un solo Dios, y luego añades que este único Dios tiene consigo al Hijo y al Espíritu Santo. Esto -objetan- es hacer de un solo Dios, tres dioses. Y se vienen con pasajes bíblicos como Deuteronomio 6 (v. 4): “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”, y recalcan que en las Escrituras se lee por doquier que los profetas advirtieron al pueblo que no levantaran otros dioses sino que se quedaran con el Dios único. Esto le entra a la razón sin ninguna dificultad. Aquel otro artículo empero del Dios Trino no lo puede admitir. Por eso los turcos[3] y los judíos se obstinan contra nosotros y dicen que no hay en la tierra gente más execrable que los cristianos, que predican que hay un solo Dios, y en realidad adoran tres dioses. Ellos en cambio se jactan de ser el verdadero pueblo de Dios, y dicen que lo que nosotros enseñamos acerca de Dios, es tan disparatado como el sostener que en un mismo hogar pueda haber tres jefes. Así se burlan de nosotros los judíos. Algunos hay, si, que se convirtieron, y que se dieron la apariencia de que querían hacerse cristianos, pero al fin siguieron en sus creencias anteriores.

Es por esto que la iglesia ha dispuesto que se celebre esta fiesta para que en el día de hoy se trate este artículo, a fin de que permanezca en vigencia entre los cristianos. En caso contrario, si no se lo trata siempre de nuevo, bien pronto podría ocurrir que los falsos profetas nos seduzcan a abrazar la fe de los turcos. Y ya veréis que algún día, esto volverá a suceder. Si el diablo no logra sofocarnos mediante el papa y por la fuerza de las armas, tratará de introducir en nuestras filas predicadores deshonestos y malvados que atacarán este artículo, como ya lo están haciendo algunos. Antes, cuando la palabra del evangelio estaba proscripta, el diablo no obstaculizó mayormente la predicación de este artículo. Pero ahora, al ver cuánto daño le estamos causando, buscará una forma de incomodarnos de nuevo, si bien la doctrina acerca del Dios Trino ya no será lacerada con tanta saña como en tiempos de Arrio, a la inversa de lo que ocurre con los sacramentos, que también sufrieron ataques ya en el pasado, pero no tan furiosos como los que tiene que sufrir ahora [4]. Sin embargo, en el Apocalipsis se nos asegura que “el Cordero los vencerá” (cap. 17:14).

1. La fe en el Dios Trino se funda exclusivamente en la palabra divina. Las cavilaciones de la razón nos inducirán a la incredulidad.

En primer lugar, lo que urge ante todo es que se excluya a la razón humana, y que se evite tratar de dilucidar con ayuda de ella este artículo. Ahí tenemos a los herejes: ellos quisieron comprender a toda costa cómo es posible que en una sola deidad haya tres personas y cayeron en el error. Esa es la manera como Satanás le presenta a uno la palabra de Dios, y pregunta: ¿Cómo concuerda aquí lo uno con lo otro? Así lo hizo con Eva al preguntarle: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1). Y Eva, nuestra madre, en este momento no dio mayor importancia a la palabra de Dios. Entonces, Satanás le abrió los ojos con su pregunta insidiosa: ¿Por qué Dios habría de prohibir que se coma de este árbol? Ahora, Eva se puso a reflexionar acerca de esta cuestión y quiso discutirla con Satanás, y ahí mismo, él logró seducirla. Por consiguiente, no nos creamos tan sabios, y cuidémonos de querer investigar lo divino con la razón humana.

En cuanto al artículo del Dios Trino, lo único que debe oírse y decirse es la palabra de Dios, lo que él mismo dice con respecto a la Trinidad. En este sentido observa Hilario: “¿Quién puede hablar con más propiedad acerca de Dios que Él mismo?”[5].Qué es Dios, y qué no es, nadie lo sabe mejor que Él mismo. El que intente presentar definiciones mejores, obscurecerá las cosas o las empeorará, o hará que los demás las entiendan menos aún que antes. Por cierto, no hay hombre en la tierra que sepa decirnos qué quiere Dios, y qué es Dios en su verdadera esencia. Por consiguiente debemos oírlo de Él mismo, y expresarlo con sus propias palabras. Más si queremos saber cómo concuerdan las cosas en Dios, estamos perdidos junto con Eva y todos los herejes. Por eso, cállese la razón, y abra los oídos, y escuche lo que Dios nos dice.

También los eruditos deben sujetarse a las Escrituras.

Los eruditos por su parte, los que tienen que disputar con los herejes, tienen que leer el Evangelio según San Juan y las cartas de Pablo. Allí oirán que hay un solo Dios, y no obstante, un ser divino tal que como Padre, tiene consigo al Hijo y al Espíritu Santo. El Hijo, así como también el Espíritu Santo, es una persona con Él, vale decir, en Él. No están separados uno del otro como están separados Dios y las criaturas, sino que Padre, Hijo y Espíritu son Dios en sí mismo. Este Dios es el que se dirige a nosotros mediante la palabra[6]; de lo contrario, nadie podría haber tenido noticia acerca de lo que hay en el interior del ser divino. Ahora empero oímos que su esencia es tal que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es el solo y único Dios, y que no hay otro Dios sino este Uno. Y este Uno tiene tres personas, y no obstante, indivisas en una misma esencia divina[7], sólo que son tres personas distintas, las que, sin embargo, llevan uno y el mismo nombre y hacen una y la misma obra. En Juan 5 (v. 21) leemos: “Como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida”. Estas palabras son una prueba irrefutable de que el Hijo es Dios; pues realiza la obra divina de dar vida a los muertos. Los judíos entendieron correctamente que con esto, Cristo se hacía igual a Dios, razón por la cual procuraban apedrearle (Juan 5:18). Sin duda, el tener vida en sí mismo (Juan 5:26) es una obra que por su naturaleza puede atribuirse exclusivamente a Dios. De la misma manera, también el Espíritu Santo da vida; así lo afirma Pablo (en Romanos 8:11): “El Espíritu que mora en vosotros vivificará vuestros cuerpos mortales”. Satanás puede matar; pero vivificar y crear -esto no lo puede hacer ningún ángel, ni otro ser creado alguno. Muchos otros pasajes semejantes a éstos hallarán los eruditos en las Sagradas Escrituras, pasajes que evidencian que los nombres y las obras de las tres personas de la Santísima Trinidad no admiten división ni separación.

El laico aténgase a lo que dice el Credo.

Pues bien: en lugar de querer penetrar con nuestra mirada en el interior de la Majestad divina, debemos prestar oídos a lo que Dios mismo nos dice. ¡No atendáis a lo que sostienen los que se jactan de iluminaciones directas del Espíritu, al margen de las Escrituras[8]. Esto lo recomiendo encarecidamente a los eruditos a quienes les incumbe defender nuestra fe. También los laicos hacen bien en participar de esta defensa; sin embargo, al común de los cristianos sencillos les basta con decir: Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Con la misma fe que crees en el Padre, cree también en el Hijo; y con la misma fe que crees en el Hijo, cree en el Espíritu Santo. Esto será tu armadura, la más sencilla y a la vez la más fuerte. Contra ella, nadie puede argumentar nada; porque las palabras del Credo expresan con inequívoca claridad que tú crees en el Hijo igualmente como en el Padre. Ningún otro empero puede ser el objeto de nuestra fe sino el Dios único. Toda la Escritura es un elocuente testimonio de que no se debe creer en hombres; ante todo, no debes confiar en ninguno como que pudiera ayudarte a alcanzar la vida eterna. A los hombres hay que amarlos, sobrellevar con paciencia sus debilidades, aunque fueren muchas. Pero la vida eterna y el perdón de los pecados los obtendrás sólo por el hecho de creer en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta fe te da todo lo que se nos promete en el Credo. Pues si el Hijo no fuera Dios ni lo fuera el Espíritu Santo, no tendrías perdón de los pecados ni vida eterna. Más como el dar perdón y vida eterna es una obra que se atribuye a cada una de las personas de la Trinidad, consecuentemente cada una de ellas es Dios. Y como con la misma fe adoras al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, consecuentemente hay “una fe, una vida eterna, un bautismo” (Efesios 4:4-6). Y por eso mismo hay un solo y único Dios; porque este honor de ser el que perdona los pecados y resucita a los muertos, no lo puedes tributar sino al verdadero Dios, puesto que ni un ángel ni tampoco Satanás pueden darte tales cosas. Ni tampoco está escrito que puedas esperar de los hombres lo que el Credo atribuye a Dios.

II. La fe en el Dios Trino está profundamente arraigada en la iglesia. Su perduración en la iglesia es testimonio de su invariable vigencia.

Esto ha sido la confesión unánime de toda la Iglesia por más de 1.500 años; y aunque el papa obscureció el significado del Credo, no obstante Dios hizo que quedaran intactas las palabras del mismo, por amor de los que permanecieron fieles en la fe. Siendo pues que esta confesión perduró en la iglesia por tanto tiempo, y sin que nadie haya podido desacreditarla, ella constituye para ti el fundamento en que puedes basarte sin temor alguno. Arrio se levantó contra ella; todos los reyes, emperadores y príncipes la hicieron objeto de sus ataques. Todos ellos yacen postrados en tierra; pero este artículo de la fe, tan ajado y desprestigiado, permanece aún en pie, y permanecerá para siempre. Sea pues tu fundamento el que puedas decir: “La fe que yo confieso reza así: Creo en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a causa de la vida eterna y del perdón de los pecados. Todo esto lo espero del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, pues así es como Dios habla de sí mismo.” De esta manera permaneces en Dios y puedes tratar con él, y además puedes decirte: “Lo que yo confieso ahora, lo viene confesando la cristiandad entera ya durante siglos y siglos, a despecho de la oposición de tanta gente -casi cinco docenas de herejes- y de todos los poderosos y sabios de esta tierra. Por lo tanto, lo que la iglesia cristiana ha conservado con tanto celo, también yo quiero creerlo”[9]

También la fórmula bautismal da testimonio del Dios Trino.

La segunda confirmación para tu fe en el Dios Trino puedes derivarla del bautismo. En este sacramento recibimos de parte de Dios, que se llama Padre, Hijo, Espíritu, el perdón de los pecados. Así lo observáis en el acto del bautismo; todos los niños son bautizados de la siguiente manera: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, y esta práctica, común en toda la cristiandad, se ha conservado en forma invariable; aun hoy, todos son bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Por lo tanto, di: “Mi bautismo se basa en que me fue aplicado no sólo en el nombre del Padre, ni sólo en el nombre del Padre y del Hijo, sino en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, porque así reza la fórmula bautismal. Y este Padre, Hijo y Espíritu Santo es un solo Dios, un solo Creador, un solo Señor y Rey, y sin embargo, hay tres personas distintas en ese único Ser y Nombre. Si el Hijo y el Espíritu Santo no fuesen Dios, se estaría blasfemando de Dios y se le estaría deshonrando, porque se estaría atribuyendo el nombre y la obra de Dios a uno que no es Dios. Pues así leemos en el libro de Isaías (42:8): ‘Dios no quiere dejar a otro su gloria y su nombre’; y no obstante, ambos los deja al Hijo y al Espíritu Santo. De esto concluyo: o tiene que haberse equivocado la cristiandad entera, o aquellas tres personas son el Dios único y verdadero, puesto que así como el Padre da vida en el bautismo, la da también el Hijo y el Espíritu Santo.”

Con esto tienes, por lo tanto, dos fuertes armas contra Satanás. Dile sin más ni más: “Primero: no entro en discusión contigo; porque al hacerlo, me inducirías a querer defender el evangelio y la palabra con raciocinios humanos. Antes bien, he sido bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y me quedaré con lo que ha perdurado ya tanto tiempo. En segundo lugar: Mi fe que confieso tiene una base firme: Creo en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Mediante esta fe obtengo el perdón de los pecados y la resurrección de entre los muertos; porque esto, perdón y resurrección, no lo puede efectuar nadie sino el solo Dios. Y si bien lo efectúa en mí por los medios del bautismo y de la predicación, no obstante es Él, Dios, el que lo efectúa.” Vencer a Satanás y dar la vida eterna son por lo tanto obras divinas. Quien da tales cosas, es Dios. Y ¿Quién nos las da? ¡Tú, Padre, Hijo y Espíritu Santo!

No disputes, pues, sino aférrate a la palabra. Y no olvides que tienes dos buenos testigos: primero, el Credo, y segundo, el bautismo. Con esto defiéndete, persevera en ello, y así podrás resistir a Satanás. Y así terminemos la meditación sobre este tema.

[1] Arrio, presbítero de Alejandría (m. en 336) sostuvo que Cristo es un ser que fue creado de la nada y elevado por Dios al rango de Hijo a causa de sus sobresalientes cualidades morales. Arrio y los arrianos negaban por lo tanto la divinidad de Cristo. Su doctrina, tras haber causado estragos en la iglesia durante largos años, fue condenada como herética en el Concilio Ecuménico de Nicea, año 325, convocado por Constantino el Grande,
[2] Uno de ellos era Pafnucio, a quien Lutero menciona repetidas veces como modelo del hombre que defiende la verdad aun contra los personajes más poderosos y sabios de esta tierra.
[3] En el uso idiomático de Lutero, turco es sinónimo de mahometano.
[4] Respecto de la doctrina acerca de los sacramentos del bautismo y la santa cena, Latero estaba en oposición no sólo a la teología católica, sino también a lo que enseñaban Zuinglio, los iluminados y los anabaptistas. (Véanse también los datos bibliográficos de la Nota 3 del Sermón 5, página 67).
[5] Hilario, De Trinitate, y 21 (Migne II 117): “A deo discendum est, quid de Deo lntelligendum sit” = lo que se ha de entender en cuanto a Dios, debe aprenderse de Dios mismo.
[6] Juan 1:14
[7] Comp, el Credo Atanasiano: “Y la verdadera fe cristiana es ésta, que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y la Trinidad en la unidad; no confundiendo las personas, ni dividiendo la substancia.”
[8] El término empleado en el original es Schwermeri, latinización del alemár Schwarmer = “fanáticos”, como se traduce a menudo, o mejor: “iluminados”
[9] Esta última oración se encuentra sólo en el Códice Nuremberguense.


"¡MIEL EN LA BOCA!"

Texto del Pastor Charles Haddon Spurgeon[12]

Predicado en la mañana del viernes 24 de Abril de 1891 (N° 2213)
  en el Púlpito del Tabernáculo Metropolitano.
Conferencia de la Asociación Evangélica del Colegio del Pastor.


"El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber." Juan 16: 14, 15.

Amados amigos, ¡aquí tienen a la Trinidad, y no hay salvación fuera de la Trinidad! Es el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo. "Todo lo que tiene el Padre es mío," dice Cristo, y el Padre tiene todas las cosas. Siempre fueron Suyas; son Suyas; siempre serán Suyas; y no podrán ser nuestras hasta que cambien de dueño. Hasta que Cristo diga: "Todo lo que tiene el Padre es Mío."

Es en virtud del carácter representativo de Cristo, como Garantía del Pacto, que "Todo" lo que tiene el Padre es traspasado al Hijo, y sólo entonces puede ser entregado a nosotros. "Por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud;" "porque de su plenitud tomamos todos." Pero nosotros somos tan torpes, que no podemos llegar a la grandiosa fuente, aunque el tubo conductor esté conectado a ella. Estamos lisiados. No podemos alcanzarla. Pero en eso interviene la tercera Persona de la divina Unidad, es decir, el Espíritu Santo, que toma de las cosas de Cristo y nos las hace saber. Así que realmente recibimos lo que es del Padre, a través de Jesucristo, por el Espíritu.

Ralph Erskine, en su prefacio a un sermón sobre el versículo quince, tiene un notable comentario. Él compara la gracia con la miel: miel que alegra a los santos, y endulza sus bocas y corazones; pero aclara que en el Padre "la miel está en la flor, y a tal distancia de nosotros que no podemos extraerla." En el hijo "la miel está en el panal, preparada para nosotros en nuestro Emanuel, Dios-Hombre, el Verbo hecho carne, que dice: 'Todo lo que tiene el Padre es Mío; y Mío, para uso y provecho de ustedes." Está en el panal. Pero a continuación, la miel está en la boca: el Espíritu toma todas las cosas, y hace una aplicación, mostrándonos esas cosas, y llevándonos a comer y beber con Cristo, y a compartir 'todas estas cosas.' Sí, no sólo a comer la miel, sino también el panal rebosante de miel; no sólo Sus beneficios, sino a Él mismo."

Es una hermosa división del tema. La miel en la flor en Dios, como en misterio; verdaderamente allí. Nunca habrá más miel que la que se encuentra en la flor. Pero, ¿cómo la obtendremos? No tenemos sabiduría para extraer su dulzura. No somos como las abejas que son capaces de hallarla. Es miel de abejas, no miel de hombres.

Pero en Cristo se convierte en la miel en el panal y, por tanto, Él es dulce a nuestro gusto como la miel que gotea del panal. A menudo estamos tan débiles que no podemos estirar la mano para alcanzar ese panal; ay, y hubo un tiempo en el que nuestros paladares eran tan depravados, que preferíamos las cosas amargas, hasta el punto de considerarlas dulces.

Pero ahora que el Espíritu Santo ha venido, la miel ha sido puesta en nuestra boca junto con el gusto para disfrutarla. Sí, ahora hemos gozado tanto de ella, que la miel de la gracia ha llegado a formar parte de nuestro ser, y nos hemos vuelto dulces para Dios; y su dulzura nos ha sido entregada mediante este extraño método.

Amados amigos, no necesito recordarles que mantengan la existencia de la Trinidad en un lugar prominente en su ministerio. Recuerden que no pueden orar sin la Trinidad. Si la obra plena de la salvación requiere de una Trinidad, el aliento de nuestra vida también la necesita. Ustedes no pueden acercarse al Padre excepto a través del Hijo y por el Espíritu Santo. Indudablemente, hay una trinidad en la naturaleza. Y de manera cierta y constante, surge la necesidad de una Trinidad en el dominio de la gracia; y cuando lleguemos al cielo entenderemos, quizá con más plenitud, el significado de la Trinidad en su Unidad.

Pero, si eso es algo que no podamos entender nunca, al menos lo captaremos con más amor, y nos regocijaremos más intensamente, cuando los triples tonos de nuestra música se eleven en perfecta armonía hasta Él, que es uno e indivisible, y sin embargo es tres, por siempre bendito, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, único Dios.

Ahora, en cuanto al punto que debo abrirles el día de hoy, aunque yo no pueda hacerlo, Él sí lo hará. Debemos sentarnos aquí y pedir que podamos experimentar este texto en nosotros. "El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber." ¡Que lo experimentemos en este preciso momento!

Primero, la obra del Espíritu Santo: "Tomará de lo Mío, y os lo hará saber." Segundo, el propósito del Espíritu Santo y Su eficacia: "El Me glorificará." Y luego, en tercer lugar, cómo en ambas cosas Él es el Consolador. Es el Consolador quien lo hace; y encontraremos nuestro consuelo más rico y seguro en esta obra del Espíritu Santo, quien tomará de las cosas de Cristo y nos las hará saber.

I. Primero, LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO. Es evidente, queridos amigos, que el Espíritu Santo trata con las cosas de Cristo. Como dijo nuestro hermano, Archibald Brown, al comentar el capítulo que estamos estudiando ahora, Él no tiene ningún propósito de originalidad. Trata con las cosas de Cristo. Todas las cosas que Cristo había oído de Su Padre nos las hizo saber. Se apegó estrictamente a ellas. Y ahora el Espíritu toma únicamente de las cosas de Cristo. No debemos esforzarnos por buscar algo nuevo. El Espíritu Santo podría tratar con cualquier otra cosa arriba en el cielo, o abajo en la tierra: la historia de las edades pasadas, la historia de las edades por venir, los secretos íntimos de la tierra, la evolución de todas las cosas, si hubiese una evolución. Él podría hacer todo eso. Como el Señor, podría manejar cualquier clase de tópicos que eligiera; pero se limita a las cosas de Cristo, y en ello encuentra libertad inefable e ilimitada independencia.

¿Acaso piensas, querido amigo, que puedes ser más sabio que el Espíritu Santo? Y si Su elección es sabia, ¿acaso tu elección podría serlo si comenzaras a tomar de las cosas de algo o de alguien más? Tendrás al Espíritu Santo cerca de ti cuando estés recibiendo de las cosas de Cristo; pero, como se dice que el Espíritu no trata nunca sobre otra cosa, cuando estás haciendo uso de otras cosas el día domingo, las haces tú solo; y entonces el púlpito se convierte en una lúgubre soledad, aun en medio de una multitud, si el Espíritu Santo no está allí contigo.

Puedes inventar, si lo crees conveniente, una teología que brote de tu brillante cerebro; pero el Espíritu Santo no está allí contigo. Pero, ¡fíjate bien!, algunos de nosotros estamos resueltos a quedarnos con las cosas de Cristo, y continuar tratando con ellas mientras Él nos permita hacerlo. Y sentimos que estamos en tan bendita compañía con el Espíritu divino, que no envidiamos tu amplio bagaje de conocimientos.

El Espíritu Santo todavía existe, y trabaja, y enseña en la iglesia; pero tenemos una regla mediante la cual podemos saber si lo que la gente asegura que es una revelación, lo es realmente o no: "Él tomará de lo Mío." El Espíritu Santo no irá nunca más allá de la cruz, ni de la venida del Señor. Él no irá más allá de lo que concierne a Cristo. "Tomará de lo Mío." Por tanto, cuando alguien susurra a mi oído que esto o aquello le ha sido revelado, y yo no lo encuentro en la enseñanza de Cristo ni de Sus apóstoles, le respondo que debemos ser enseñados por el Espíritu Santo.

Su única vocación es tratar con las cosas de Cristo. Si olvidamos esto, podemos ser arrastrados por extravagancias, como ya lo han experimentado muchos. Los que quieran tratar con otras cosas, que lo hagan; pero en cuanto a nosotros, estaremos satisfechos con encerrar nuestros pensamientos y nuestra enseñanza dentro de estos límites ilimitados: "Él tomará de lo Mío, y os lo hará saber."

Me gusta pensar que el Espíritu Santo trata con estas cosas. Son tan dignas de Él. Ahora se ha elevado a las montañas. Su mente poderosa está entre las infinitudes cuando trata con Cristo, pues Cristo es el Infinito con el velo de lo finito. Vamos, Él parece algo más que infinito cuando penetra a lo finito; y el Cristo de Belén es menos entendible que el Cristo del seno del Padre. Parecería, si eso fuera posible, que Él ha sobrepasado lo infinito, y el Espíritu Santo tiene aquí temas que son dignos de Su vasta naturaleza.

Cuando te has pasado todo el domingo por la mañana contrayendo poco a poco un texto hasta convertirlo en nada, ¿Qué has hecho? Un rey pasó todo un día tratando de hacer un retrato sobre la semilla de una cereza: un rey que gobernaba imperios; y aquí hablamos de un ministro que profesa que tiene un llamado del Espíritu Santo para el oficio de tomar de las cosas de Cristo, que ha desperdiciado toda una mañana con preciosas almas moribundas, predicándoles sobre un tema sin mayor importancia.

¡Oh, imiten al Espíritu Santo! Si profesan que Él habita en ustedes, entonces sean movidos por Él. Que se diga de ustedes, en su medida, lo mismo que se dice del Espíritu Santo, aunque sin medida: "Tomará de lo Mío, y os lo hará saber."

Ahora bien, ¿Qué hace el Espíritu Santo? Él trata con hombres débiles. Sí, Él mora en nosotros, pobres criaturas. Yo puedo entender que el Espíritu Santo tome de las cosas de Cristo y Se regocije en ello; pero lo maravilloso es que glorifique a Cristo mostrándonos estas cosas. Y, sin embargo, hermanos, es en medio de nosotros que Cristo es glorificado. Nuestros ojos Lo verán. Un Cristo oculto es poco glorioso; y las cosas de Cristo que no han sido gustadas y que no son amadas, parecen haber perdido mucho de su fulgor. Pero al mostrar al pecador la salvación de Cristo, Le glorifica, y por tanto dedica Su tiempo, y ha dedicado todos estos siglos, a tomar de las cosas de Cristo, para que nosotros las conozcamos.

¡Ah!, es una gran condescendencia de Su parte, que nos muestre esas cosas; pero también es un milagro. Si se reportara que repentinamente las piedras cobran vida, y los cerros tienen ojos, y los árboles cuentan con oídos, sería algo extraño; pero que a nosotros, que estábamos muertos y ciegos y sordos en un sentido terrible (pues lo espiritual es más enfático que lo natural), a nosotros, que estábamos tan alejados, el Espíritu nos haga saber las cosas de Cristo, es para Su honra. Y así lo hace. Él baja del cielo para morar con nosotros. Démosle honra y bendigamos Su nombre.

Yo nunca he podido decidir qué admiro más, como acto de condescendencia: la encarnación de Cristo, o la morada del Espíritu Santo en nosotros. La encarnación de Cristo es maravillosa: que asumiera la naturaleza humana; pero, observen, el Espíritu Santo habita en la naturaleza humana pecaminosa; no en la naturaleza humana perfecta, sino en la naturaleza humana imperfecta; y continúa morando, no en un cuerpo que fue creado exclusivamente para Él, puro y sin mancha; no, sino que mora en nuestro cuerpo. ¿Acaso no saben que son templos del Espíritu Santo, aquellos que fueron manchados por naturaleza, y en quienes permanece todavía una medida de corrupción, a pesar de que Él habite allí? Y esto ha hecho Él toda esta multitud de años, no sólo en un caso, ni en miles de casos, sino en incontables casos. Él continúa poniéndose en contacto con la humanidad pecadora. No muestra las cosas de Cristo a los ángeles, ni a los serafines, ni a los querubines, ni a las huestes que han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero; sino que las hará saber a los hombres.

Yo supongo que significa que toma de las palabras de nuestro Señor, las que Él habló personalmente y las palabras que dijo por medio de Sus apóstoles. No permitamos nunca que alguien haga una división entre la palabra de los apóstoles y la palabra de Cristo. Nuestro Señor mismo las unió. "Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos." Y si algunos rechazaran la palabra apostólica, quedarían excluidos del número de aquellos por quienes Cristo ora; ellos mismos se colocarían fuera, por ese simple hecho. Yo quisiera que recordaran solemnemente que la palabra de los apóstoles es la palabra de Cristo. Él no se quedó por largo tiempo después que resucitó de los muertos, ni hubo la oportunidad que nos diera una exposición más detallada de Su mente y de Su voluntad; tampoco la hubiera dado antes de Su muerte, porque no era el momento oportuno. "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar."

Después de la venida del Espíritu Santo, los discípulos estaban preparados para recibir lo que Cristo habló por medio de Sus siervos Pablo y Pedro, y Santiago y Juan. Ciertas doctrinas que algunos afirman que no son reveladas por Cristo, sino por Sus apóstoles, fueron todas reveladas por Cristo, cada una de ellas. Todas pueden ser encontradas en Su enseñanza; pero muchas de ellas se encuentran en forma parabólica. No es sino hasta que subió a la gloria, y por Su Espíritu preparó a un pueblo que pudiera entender la verdad con mayor claridad, que envía a Sus apóstoles, diciendo: "Vayan, y abran el significado de todo lo que dije, a quienes he elegido en el mundo."

El significado está todo allí, lo mismo que todo el Nuevo Testamento está en el Antiguo; y a veces he pensado que, en lugar de que el Antiguo sea menos inspirado que el Nuevo, es más inspirado. Las cosas están más condensadas en el Antiguo Testamento que en el Nuevo Testamento, si fuera posible. Hay mundos de significados en una línea preñada del Antiguo Testamento; y en palabras del propio Cristo, es así. Él es el Antiguo Testamento en el que entran las Epístolas como un tipo de Nuevo Testamento; pero todo forma una unidad indivisible; no pueden ser separados.

Bien, las palabras del Señor Jesús y las palabras de Sus apóstoles, deben ser interpretadas para nosotros por el Espíritu Santo. Nunca llegaríamos al meollo de su significado sin Su enseñanza. Nunca entenderíamos su sentido pleno, si comenzáramos a disputar acerca de las palabras, diciendo: "yo no puedo aceptar esas palabras." Si no quieres tener la cáscara, nunca tendrás al polluelo. Eso es imposible. "Las palabras no son inspiradas," afirman.

Un ejemplo de una escena en la corte puede ayudarnos a entender lo débiles y confusas que son las palabras que no tienen el debido respaldo: pensemos en un hombre que es llamado a la corte como testigo, y que jura decir la verdad, y dice que así lo ha hecho; pero cuando lo someten a interrogatorio, dice: "pues bien, he dicho la verdad, pero retiro mis palabras." El abogado que lo está interrogando tiene una copia de cierta declaración suya. El testigo dice: "¿Sabe?, yo no garantizo la verdad de esas palabras." Entonces le preguntan: "¿Cuál es su testimonio, entonces? No tenemos ninguna otra declaración. No entendemos nada de lo que quiere decir. Todo lo que ha dicho bajo juramento fueron sus propias palabras." Todo lo que esto significa es que ese individuo es en realidad un mentiroso, un perjuro. Bueno, yo no digo más de lo que el sentido común sugeriría si estuviéramos en una corte. Ahora, si un hombre que estuviera predicando, dijera: "Yo he dicho la verdad, pero aun así no podría garantizar que mis palabras sean ciertas;" ¿Qué queda? Si no hubiera inspiración en las Palabras de Dios, tendríamos una inspiración impalpable que se escurriría poco a poco entre los dedos, sin dejar ningún rastro.

Bien, tomen las palabras, y nunca disputen sobre ellas. Sin embargo, no podrían llegar al alma de su significado genuino, si el Espíritu Santo no los condujera hasta allí. Quienes las escribieron, en muchas ocasiones no entendían por completo lo que escribían. Algunos de ellos preguntaban y escudriñaban diligentemente para entender esas cosas que el Espíritu Santo les había hablado, y que les había ordenado anunciar.

Y ustedes, a quienes se dirigen estas palabras, tendrán que hacer lo mismo. Deben ir y decir: "Gran Señor, te damos gracias de todo corazón por el Libro; y te agradecemos porque has puesto el Libro en palabras; pero ahora, buen Señor, no vamos a cavilar acerca de la letra, como lo hicieron los judíos antiguamente, y los rabinos, y los escribas, perdiendo así su significado. Abre de par en par la puerta de las palabras, para que podamos entrar a la cámara secreta de su significado; y enséñanos lo que dicen, te lo pedimos. Tú tienes la llave. Llévanos adentro."

Queridos amigos, siempre que quieran entender un texto de la Escritura, traten de leerlo en el original. Consulten con alguien que haya estudiado su significado en el idioma original; pero recuerden que la manera más efectiva para adentrarse en un texto, es orar en el Espíritu Santo. Oren por entender todo el capítulo. Afirmo que si leemos de rodillas un capítulo, buscando en cada palabra a Quien la dio, el significado vendrá a ustedes infinitamente más iluminado que por vía de cualquier otro método utilizado para estudiarla. "Él Me glorificará; porque tomará de lo Mío y os lo hará saber." Él volverá a entregar el mensaje del Señor para ustedes, en la plenitud de su significado.

Pero yo no creo que eso sea todo lo que el texto quiere decir: "Tomará de lo Mío." En el siguiente versículo el Señor pasa a decir: "Todo lo que tiene el Padre es Mío." Por tanto, yo pienso que quiere decir que el Espíritu Santo nos enseñará las cosas de Cristo. Aquí tenemos un texto para nosotros: "Las cosas de Cristo." Cristo habla como si en ese momento no poseyese nada que fuera especialmente Suyo, pues no había muerto todavía; no había resucitado todavía; no estaba suplicando todavía como el grandioso Intercesor en el cielo: todo eso estaba por venir. Pero, a pesar de eso, dice: "Aun ahora, todo lo que tiene el Padre es Mío: todos Sus atributos, toda Su gloria, todo Su reposo, toda Su felicidad, toda Su bendición. Todo eso es Mío, y el Espíritu Santo les mostrará eso."

Pero podría leer mi texto desde una diferente perspectiva; pues Él ha muerto, ha resucitado, ha subido a lo alto, y he aquí, Él viene. Sus carros están en camino. Hay ciertas cosas que el Padre tiene, y que Jesucristo tiene, que son verdaderamente las cosas de Cristo, enfáticamente las cosas de Cristo; y mi oración es que ustedes y yo, predicadores del Evangelio, podamos tener el cumplimiento de este texto en nosotros: "Él tomará de lo Mío, (Mis cosas), y os lo hará saber."

Supongan, amados hermanos, que vamos a predicar la palabra, y el Espíritu Santo nos muestra a nuestro Señor en Su Deidad. ¡Oh, cómo lo predicaríamos como divino: cuán ciertamente podría bendecir a nuestra congregación! ¡Cuán verdaderamente podría someter todas las cosas a Sí mismo, siendo que Él es Dios verdadero de Dios verdadero!

Es igualmente dulce verlo como hombre. ¡Oh, que tuviéramos el ángulo de visión del Espíritu hacia la humanidad de Cristo! Reconocer con toda claridad que Él es hueso de mis huesos, y carne de mi carne, y que en Su infinita ternura tendrá compasión de mí, y tratará con mi pobre pueblo, y con las conciencias atribuladas que me rodean; que todavía tengo que ir a ellos, para decirles de Alguien que se conmueve de sus debilidades, habiendo sido tentado en todo de manera semejante a sus tentaciones.

Oh, hermanos míos, si alguna vez, no, más bien, si en todo momento antes de predicar, tuviéramos una visión de Cristo en Sus naturalezas divina y humana, y bajáramos después de haber tenido esa fresca visión, para hablar acerca de Él, ¡Qué eficaz predicación sería para nuestro pueblo!

Es glorioso tener una visión de los oficios de Cristo, recibida directamente del Espíritu Santo; pero especialmente de Su oficio de Salvador. A menudo Le he dicho: "Tú debes salvar a mi pueblo. Ese no es un asunto mío. Nunca he puesto un letrero sobre mi puerta diciendo que soy un salvador, ni me he erigido como tal; pero Tú has sido preparado para ese oficio. Tú lo has aprendido por experiencia, y Tú lo reclamas como Tu propio honor. Tú eres exaltado en lo alto como un Príncipe y un Salvador. Haz Tu obra, Señor mío."

Yo tomé este texto, y lo prediqué a unos pecadores el otro domingo por la noche, y sé que Dios lo bendijo mientras les decía: "¡Que el Espíritu Santo les muestre que Cristo es un Salvador! Un médico no espera que ustedes se disculpen cuando acuden a él porque están enfermos, pues él es médico, y él los necesita para poder demostrar su capacidad. De igual manera, Cristo es un Salvador, y no necesitan disculparse por acudir a Él; pues Él no podría ser un Salvador si no tuviera a nadie a quien salvar."

El hecho es que Cristo no puede tomar posesión de nosotros de otra manera, excepto por nuestro pecado. El punto de contacto entre el enfermo y el médico es la enfermedad. Nuestro pecado es el punto de contacto entre nosotros y Cristo. ¡Oh, que el Espíritu de Dios tomara de los oficios divinos de Cristo, especialmente del de Salvador, y nos los hiciera saber!

¿Alguna vez les enseñó el Espíritu Santo estas cosas de Cristo, es decir, Sus compromisos del pacto? Cuando acordó el pacto con el Padre, fue para comprometerse a traer muchos hijos a la gloria; no perdería ninguno de los que el Padre le dio, sino que serían salvados; tiene el compromiso con Su Padre de traer a Sus elegidos a casa.

Cuando las ovejas tengan que pasar bajo la mano de quien las cuenta, pasarán bajo la vara una por una, cada una mostrando una marca de sangre; y Él no descansará hasta que el número de las que estén en el redil celestial, coincida con el número registrado en el Libro.

Yo así lo creo; y ha sido maravilloso que esto me haya sido enseñado cuando he salido a predicar. Es una mañana triste, opaca, húmeda y brumosa. Sólo hay unas cuantas personas presentes. Sí, pero son un pueblo elegido, a quienes Dios ha ordenado que estén allí, y está el número que debe estar. Voy a predicar, y habrá algunas personas que serán salvas. No esperamos resultados al azar; sino que, guiados por el bendito Espíritu de Dios, predicamos con una viva certeza, sabiendo que Dios tiene un pueblo que Cristo se ha comprometido a traer a casa, y lo traerá; y cuando vea el fruto de la aflicción de Su alma, Su Padre se deleitará en cada uno de ellos. Si alcanzan una clara visión de esto, les proporcionará mucha firmeza y los hará fuertes." "Él tomará de lo Mío, y les enseñará mis compromisos del pacto, y cuando los vean, recibirán mucho consuelo."

Pero, amados, el Espíritu Santo los favorece tomando lo que es peculiarmente de Cristo, es decir, Su amor, para mostrárselos. Lo hemos visto, algunas veces más vívidamente que otras. Pero si toda la brillante luz del Espíritu Santo fuera a concentrarse sobre el amor de Cristo, y nuestra visión fuera ampliada a su máxima capacidad, sería una visión tal, que ni el cielo podría sobrepasarla. Deberíamos sentarnos en nuestro estudio con la Biblia frente a nosotros, hasta llegar a sentir: "Bien, ahora, he aquí un hombre, si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé. Ese hombre es arrebatado al paraíso."

¡Oh, poder ver el amor de Cristo a la luz del Espíritu Santo! Cuando nos es revelado así, no solamente vemos la superficie, sino el propio amor de Cristo. Ustedes saben que no han visto nada todavía, estrictamente hablando. Sólo ven la apariencia de la cosa: la luz que se refleja en ella; eso es todo lo que ven.

Pero el Espíritu Santo nos muestra la verdad desnuda, la esencia del amor de Cristo; y cuál es esa esencia: ese amor que no tiene principio, inmutable, ilimitado, sin fin; y ese amor que ha sido depositado sobre Su pueblo simplemente por motivos que provienen de Él y no por ningún motivo ab extra: cuál sea ese motivo, ¿Qué lengua podría expresarlo? ¡Oh, es una visión encantadora!

Yo pienso que si pudiera haber una visión más maravillosa que el amor de Cristo, sería la visión de la sangre de Cristo.

"¡Hablamos mucho de la sangre de Cristo,
Pero cuán poco la podemos entender!"

Es el punto culminante de Dios. No conozco nada más divino. Parecería como si todos los propósitos eternos se dirigieran hacia la sangre de la cruz, y luego obraran desde la sangre de la cruz hacia la sublime consumación de todas las cosas. ¡Oh, pensar que Él habría de hacerse hombre! Dios creó el espíritu, un espíritu puro, un espíritu encarnado; y luego lo material; y de alguna manera, como si lo unificara todo, la Deidad se vincula a Sí misma con lo material, y se cubre de polvo al igual que nosotros; y juntando todo eso, luego va, y en esa forma, redime a Su pueblo de todo el mal de su alma, y de su espíritu, y de su cuerpo, derramando una vida que, mientras fue humana, estaba conectada con lo divino, para que hablemos correctamente de "la sangre de Dios."

Vayamos al capítulo veinte de los Hechos, y leamos cómo lo expresa el apóstol: "Para apacentar la iglesia del Señor, la cual Él ganó por su propia sangre." Yo no creo que el doctor Watts esté equivocado cuando afirma: "Dios que amó y murió." Es una precisión incorrecta, una precisión de incorrección absoluta y estricta. Así sucede siempre cuando lo finito habla de lo Infinito. Fue un sacrificio maravilloso que pudo borrar, aniquilar, y extinguir absolutamente el pecado, y todas las trazas que pudieran quedar de él; pues "Él ha terminado la prevaricación, y puesto fin al pecado, y ha expiado la iniquidad, para traer la justicia perdurable."

¡Ah, queridos amigos! Ustedes han visto esto, ¿No es cierto? Pero todavía tendrán que ver más; y cuando lleguemos al cielo, sabremos lo que significa la sangre, y con qué vigor cantaremos: "¡Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre!" ¿Habrá alguien allí que diga: "acaso no es esa la religión sangrienta" como blasfemamente la llaman algunos? ¡Ah, amigos míos, ellos estarán en la condición de arrepentirse tardíamente por no haber creído en la "religión sangrienta!" Pienso que el alma de cualquier hombre que se haya atrevido jamás a hablar de esa manera, arderá como carbones de enebro, por haber despreciado la sangre de Dios, y así, por sus propias obras intencionales, ese hombre será echado fuera para siempre.

¡Que el Espíritu Santo les muestre hoy Getsemaní, y Gabata y el Gólgota! ¡Y luego, que les permita una visión de lo que ahora está haciendo nuestro Señor! ¡Oh, y cómo les levantaría invariablemente el ánimo, cuando estuvieran deprimidos, tan sólo verlo intercediendo por ustedes!

Crean que si su esposa estuviera enferma, o su hijo se doliera de algo, y hubiera escaso alimento en la alacena, y ustedes salieran por la puerta trasera, y Lo vieran con Su pectoral, con todas sus piedras relucientes, y su nombre escrito allí, intercediendo por ustedes; ¿Acaso no regresarían de inmediato y le dirían: "vamos, esposa, todo está bien; Él está orando por nosotros"? ¡Oh, sería un consuelo si el Espíritu Santo les mostrara un Cristo intercesor! Y pensar que Él reina a la vez que intercede. Él está a la diestra de Dios el Padre, que ha puesto todas las cosas bajo Sus pies. Y está en espera que el último enemigo sea puesto allí. Ahora, ustedes no tienen miedo de aquellos que los han atacado, y se les han opuesto, ¿No es cierto? Recuerden que Él ha dicho: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones... y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."

Además, que el Espíritu Santo les muestre una clara visión de Su venida. Eso es lo mejor de todo. Esa es nuestra más brillante esperanza: "¡He aquí, Él viene!" Cuando cobre valor el adversario y haya menos fe, y el celo parezca casi extinto, estaremos recibiendo las señales de Su venida. El Señor siempre dijo eso: que no vendría antes de que se diera primero la apostasía; y así, en la medida en que la noche se torna oscura, y la tormenta enfurece, podremos recordar mejor que Él se acercó a los discípulos en el lago de Galilea, caminando sobre las olas, en medio de la noche, en lo más fiero de la tormenta.

Oh, ¿Qué dirán Sus enemigos cuando Él venga? Cuando contemplen las huellas de los clavos del Glorificado, y al Hombre que lleva la corona de espinas, (cuando realmente lo vean venir), los que despreciaron Su palabra y Su sangre siempre bendita, ¡cómo se esconderán de Su rostro de amor ofendido! Nosotros, por el contrario, por Su infinita misericordia, diremos: "Esto es lo que Espíritu Santo nos enseñó; y ahora lo vemos literalmente. Le damos gracias por los anticipos que nos dio de la visión beatífica."

No he terminado con el primer encabezado todavía, porque hay un punto que necesito que recuerden. Cuando el Espíritu Santo toma de las cosas de Cristo, y nos las hace saber, tiene un propósito al hacerlo. Espero que no se rían cuando les recuerde lo que hacen los niñitos, a veces, en la escuela. He visto a un niño que saca de su bolsillo una manzana, y le dice a su compañero: "¿Ves esta manzana?" "Sí," replica el otro. "Entonces, verás cuando me la como," dice el primero. Pero el Espíritu Santo no es ningún Tántalo, que toma de las cosas de Cristo, para guardarlas y mofarse de nosotros. No: Él dice: "¿Ves estas cosas? Si puedes verlas, puedes tenerlas." ¿Acaso no dijo el propio Cristo: "Mirad a Mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra"? Mirar les proporciona un argumento; y si pueden verlo, Él es suyo.

Sucede con ustedes, lo mismo que le ocurrió a Jacob, en relación al tema del Espíritu que enseña cosas. Ustedes saben que Jacob se acostó y se durmió, y el Señor le dijo: "La tierra en que estás acostado te la daré a ti." Ahora, en el lugar que elijan, a lo largo de todas las Escrituras, si encuentran dónde acostarse, ese lugar les pertenece. Si pueden dormir sobre una promesa, esa promesa es suya.

"Alza ahora tus ojos," dijo Dios a Abram, "y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti." Que el Señor aumente nuestra santa visión de gozosa fe; pues no hay nada que veas que no puedas también disfrutar; todo lo que es en Cristo está allí para ustedes.

II. Ahora, en segundo lugar, ¿CUÁL ES EL PROPÓSITO DEL ESPÍRITU SANTO Y CUÁL ES SU EFICACIA? "Él me glorificará."

¡Ah, hermanos! El Espíritu Santo no viene nunca para glorificarnos a nosotros, o para glorificar a una denominación, o, creo, ni siquiera para glorificar un arreglo sistemático de doctrinas. Él viene para glorificar a Cristo. Si queremos tener el mismo propósito, debemos predicar para glorificar a Cristo. No alberguemos nunca este pensamiento: "Voy a incorporar este trozo; va a sonar muy bien. Los amigos sentirán que la oratoria no ha desaparecido todavía, que Demóstenes está presente en esta aldea."

No, no. Debo decirte, hermano, que aunque sea una pieza encantadora, debes eliminarla sin piedad; pues si has tenido un pensamiento así, no debes ponerte en el camino de la tentación al usarlo. "¡Sí, es una magnífica frase! No sé bien dónde la encontré, o si viene de mi inspiración. Me temo que la mayoría de nuestros amigos no la entenderán; pero les dará la impresión que cuentan con un pensador profundo en el púlpito."

Pues bien, aunque sea muy admirable, y, además, aunque pudiera ser algo muy correcto predicarles esa preciosa pieza, si piensas así, elimínala. Bórrala sin piedad. Debes decir: "¡No, no, no! Si mi objetivo no es glorificar claramente a Cristo, no tendría el mismo propósito del Espíritu Santo, y no podría esperar Su ayuda. No tendríamos el mismo objetivo, y por tanto no estaría predicando para glorificar a Cristo de manera simple, sincera y única."

Entonces, ¿Cómo glorifica a Cristo el Espíritu Santo? Es muy hermoso pensar que Él glorifica a Cristo mostrando las cosas de Cristo. Si quisieras honrar a alguien, tal vez le llevarías un regalo que pudiera utilizar para decorar su casa. Pero en este caso, si quieres glorificar a Cristo, debes ir y tomar las cosas de la casa de Cristo, "las cosas de Cristo." Siempre que tenemos que alabar a Dios, ¿Qué hacemos? Simplemente decimos lo que Él es. "Tú eres esto, Tú eres eso." No hay otra forma de alabarlo. No podemos tomar nada de ninguna otra parte, para traerla a Dios; las alabanzas a Dios son simplemente los hechos acerca de Él.

Si quieres alabar al Señor Jesucristo, háblale a la gente acerca de Él. Toma de las cosas de Cristo, y enséñalas a la gente, y glorificarás a Cristo. ¡Ay!, yo sé lo que ustedes harán. Tejerán palabras y les darán forma y las ordenarán de una manera elegante, hasta producir una encantadora pieza literaria. Cuando hayan hecho eso de manera muy cuidadosa, métanla al fuego en el horno, y dejen que se incinere. Posiblemente puedan hornear pan con eso. Hermanos, es mejor que digamos lo que es Cristo, que inventar diez mil palabras bonitas de alabanza en referencia a Él. "El me glorificará; porque tomará de lo Mío, y os lo hará saber."

Además, yo pienso que el bendito Espíritu glorifica a Cristo al hacernos saber las cosas de Cristo como de Cristo. ¡Oh, ser perdonados! Sí, es algo grandioso; ¡pero encontrar ese perdón en Sus heridas, eso es algo más grandioso aún! ¡Oh, alcanzar la paz! Sí, ¡pero encontrar esa paz en la sangre de Su cruz!

Hermanos, mantengan la señal de la sangre muy visible sobre todas las misericordias que reciben. Todas ellas están marcadas con la sangre de la cruz; pero algunas veces pensamos tanto en la dulzura del pan, o en la frescura de las aguas, que nos olvidamos de dónde proceden, y cómo nos llegaron, y entonces pierden su mejor sabor. Que haya venido de Cristo es lo mejor acerca de la mejor cosa que provenga jamás de Cristo. Que Él mismo me salve es, de alguna manera, mejor, que simplemente ser salvado. Ir al cielo es una gran bendición; pero yo sé que es mejor estar con Cristo, y, como resultado de ello, ir al cielo. Es Él mismo, y lo que procede de Él, lo que es lo mejor de todo, porque viene de Él mismo.

Así, el Espíritu Santo glorificará a Cristo haciéndonos ver que estas cosas de Cristo son verdadera y plenamente de Cristo, y todavía están vinculadas con Cristo; y únicamente las gozamos porque nosotros estamos unidos a Cristo.

Entonces se dice en el texto: "El me glorificará; porque tomará de lo Mío, y os lo hará saber." Sí, que el Espíritu Santo nos haga conocer a Cristo, ciertamente glorifica a Cristo. ¡Cuántas veces he anhelado que hombres de mentes sobresalientes pudieran ser convertidos! He deseado que pudiéramos contar con unos cuantos hombres como Milton, pero que cantaran al amor de Cristo; unos cuantos hombres poderosos, maestros de política y de ciencias semejantes, que consagraran sus talentos a la predicación del Evangelio.

¿Por qué no sucede así? Bien, porque parece que el Espíritu Santo no cree que esa sea la manera de glorificar supremamente a Cristo; y prefiere, como una mejor manera de hacerlo, traernos a personas comunes, y tomar de las cosas de Cristo y hacérnoslas saber. Él verdaderamente glorifica a Cristo; y bendito sea Su santo nombre porque por siempre mis ojos de confusa mirada contemplarán Su infinita amabilidad; que por la eternidad un infeliz como yo, que puede entender cualquier cosa excepto lo que debe entender, sea conducido a comprender las alturas y las profundidades, y conocer, con todos los santos, el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento.

Pueden conocer, en una escuela, a un chico inteligente. Pero no dependió del maestro haber hecho de él alguien preparado. Pero por otro lado tenemos a un destacado estudiante, cuya madre nos relata que en la familia era el tonto más grande. Todos sus compañeros de clase dicen, "¡Cómo, él estaba en la cola! Daba la impresión que no tenía cerebro; pero nuestro maestro, de alguna manera, le infundió algo de cerebro, y lo llevó a conocer algo que antes parecía incapaz de saber." De alguna manera, nos da la impresión que nuestra propia insensatez, e impotencia, y muerte espiritual, (si el Espíritu Santo nos hace saber las cosas de Cristo), ayudarán a aumentar la grandiosa glorificación de Cristo, que es el propósito del Espíritu Santo.

Luego, amados hermanos, puesto que es para honra de Cristo que Sus cosas sean dadas a conocer a los hombres, Él nos las hará saber, para que nosotros vayamos y las hagamos saber a otras personas. Esto no lo podemos hacer nosotros, excepto en la medida que Él esté con nosotros para abrir los ojos a los demás; pero Él estará con nosotros mientras prediquemos lo que Él nos ha enseñado; así que el Espíritu Santo realmente estará haciéndolo saber a los otros, al tiempo que nos lo muestra a nosotros mismos. Una influencia secundaria fluirá de este servicio, pues recibiremos ayuda para usar los medios correctos para hacer que otros vean las cosas de Cristo.

III. Se nos acabó el tiempo; pero en tercer lugar debo señalarles simplemente CÓMO EN AMBAS COSAS ÉL ES NUESTRO CONSOLADOR.

Lo es, primero, por esta razón: que no hay ningún consuelo en el mundo como la visión de Cristo. Él nos hace saber las cosas de Cristo. ¡Oh, hermanos, si ustedes son pobres, y el Espíritu Santo les muestra que Cristo no tenía donde reclinar Su cabeza, qué visión consoladora es para ustedes! ¡Y si están enfermos, y el Espíritu Santo les muestra los sufrimientos que tuvo que soportar Cristo, qué consuelo les llega a ustedes! Y si son conducidos a ver las cosas de Cristo, cada una de conformidad a la condición en la que se encuentren, ¡Cuán prontamente son liberados de su aflicción!

Y luego, si el Espíritu Santo glorifica a Cristo, esa es la cura para cualquier tipo de aflicción. Él es el Consolador. Tal vez ya se los he dicho antes, pero no puedo evitar repetirlo, que hace muchos años, después del terrible accidente ocurrido en Surrey Gardens, tuve que irme al campo y guardar reposo. Simplemente ver la Biblia me producía llanto. Únicamente podía mantenerme solo en el jardín; y estaba deprimido y triste, pues varias personas murieron en el accidente; y allí estaba yo también medio muerto; y recuerdo cómo recibí de nuevo mi consuelo, y prediqué el domingo siguiente a mi recuperación. Había estado caminando por el jardín, y estaba parado bajo un árbol. Si está allí todavía, no lo sé; pero recuerdo estas palabras: "A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador." "Oh," pensé para mí mismo, "yo sólo soy un soldado común. Si muero en una trinchera, no me importa. El rey es honrado. Él obtiene la victoria;" y yo era como uno de esos soldados franceses de tiempos antiguos, que amaban a su emperador; y ustedes saben cómo, cuando estaban a punto de morir, si el emperador pasaba junto a ellos, cada herido hacía un esfuerzo por erguirse apoyándose en su codo, y gritaba una vez más: "¡Vive l'Empereur!" (Viva el Emperador), pues el emperador estaba esculpido en su corazón.

Lo mismo, estoy seguro, sucede con cada uno de ustedes, hermanos míos, en esta guerra santa. Si nuestro Señor y Rey es exaltado, entonces nada importa todo lo demás: si Él es exaltado, no te preocupes por lo que nos pueda pasar. Somos un conjunto de pigmeos; todo está bien si Él es exaltado. La verdad de Dios está segura, nosotros estamos perfectamente anuentes a ser olvidados, ridiculizados, calumniados, y cualquier otra cosa que quieran hacernos los hombres. La causa está segura, y el Rey está en Su trono. ¡Aleluya! ¡Bendito sea Su nombre!

Nota del traductor: Al pie de este sermón hay una nota, con el informe del estado de salud de Spurgeon, bastante deteriorado:

"Ha transcurrido otra semana de ansiedad, y por la bendición del Señor sobre los medios utilizados, el señor Spurgeon ha logrado mantenerse con vida. La oración unida y casi universal por su completa recuperación sigue siendo ofrecida de manera continua; y al momento que este sermón es enviado a los impresores, parece haber una ligera mejoría en la condición de nuestro querido enfermo, que sigue siendo muy crítica. La señora Spurgeon, y los otros miembros de la familia, así como la Iglesia del Tabernáculo, están muy agradecidos por toda la simpatía que ha encontrado expresión de diversas maneras; y les suplican a todos los creyentes que sigan pidiendo por la plena restauración del señor Spurgeon, si es la voluntad de Dios."




VI) EPÍLOGO.

En esta oportunidad nos hemos referido al misterio de la Santísima Trinidad, agrupando destacadas opiniones provenientes de sectores católicos, ortodoxos y protestantes.

Con los distintos trabajos reunidos pusimos a disposición del lector una variedad de perspectivas sobre el significado y la trascendencia que adquiere la Santísima Trinidad para el cristianismo. Desde todas ellas se sostiene con total contundencia que el Dios cristiano es Trinitario y, consecuentemente, se pone en evidencia que cualquier expresión religiosa que adore a un dios de distintas características queda al margen de la fe cristiana.

En sintonía con lo expresado en los puntos precedentes, aprovecharemos el epílogo para insistir sobre la importancia que tiene para nosotros, los cristianos, el hecho de poseer plena conciencia de que Dios mora en nuestro interior. 

El asumir -aún con las limitaciones humanas- que Dios forma parte de la interioridad del cristiano, nos permite comprender la verdadera finalidad de desarrollar en grado heroico las virtudes morales y teologales. Los profesos cristianos sabemos que estamos trabajando en la construcción de una digna “Casa para el Señor” que habita en nosotros y de otra casa para habitar nosotros en el cielo junto al Señor, en caso que una vez que concluya nuestra vida terrena resultemos merecedores de tan inmenso favor.

Razón por la cual lo que parece un esfuerzo absurdo frente a los ojos de un profano se convierte en una actividad esencial e insoslayable para un iniciado cristiano, cuando su capacidad de entendimiento ha sido expandida e iluminada por el Principio Vital e Inmortal que actúa en él.

Recién una vez que nos convencemos de la existencia de una dimensión sobre-natural podemos tener chances de comprender la necesidad de trabajar de manera rigurosa en los planos ascéticos y místicos para que, con la Gracia Divina, el Espíritu Santo que llevamos dentro tome las riendas de nuestro ser y ponga bajo su imperio los impulsos descontrolados provenientes de los bajos instintos y las emociones desbordadas que gobiernan a los sujetos carnales.  

Asimismo, sólo en esas circunstancias, podremos escuchar la voz del Espíritu Santo transmitiéndonos una y otra vez -y todas las veces que sean necesarias- las enseñanzas de Cristo.

En un marco de coherencia con nuestros conocimientos como cristianos y las responsabilidades que ellos conllevan, debemos orar para que Dios ilumine a todos aquellos hombres bien intencionados que inmersos en el error deciden emprender en soledad -sin la guía y el socorro del Señor- el camino de la mejora personal.

A los que no podemos dejar de advertirles el fracaso y el sufrimiento que azota a todos los que intentan reconstruir su pecaminosa naturaleza con similares rebeldías a las que tuvieron nuestros primeros ancestros y que llevaron a que Dios desatara Su furia contra ellos y contra todos sus descendientes; revistiéndonos con un cuerpo mortal y concupiscente.

Y, como parte de ese aviso fraterno, recordamos las enseñanzas del Obispo Alexander Mileant, en cuanto a señalado: <A pesar del hecho que la fuerza del Espíritu Santo es otorgada al creyente, no por sus méritos, sino por la bondad de Dios y como resultado de la Pasión redentora del Dios-Hombre, esta fuerza crece en "él en la medida de sus esfuerzos de vivir una vida cristiana. Bendito Isaac Siriaco escribe: "En la medida que el hombre se acerca a Dios con sus deseos, en la misma medida Dios se acerca al hombre con Sus dones." El Apóstol Pedro así instruye a los cristianos: "Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos son dadas de Su divino poder [de Jesucristo]... para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina ... Vosotros ... añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia, a la paciencia; piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor" (2 Ped. 1:3-7).>

De lo dicho hasta aquí se desprende que los profesos cristianos tenemos plena conciencia de que la gnosis y la regeneración sólo son accesibles para los humildes que se reconocen hijos del Todo Poderoso y se empeñan en hacer Su voluntad. De manera que asumimos que únicamente nos será posible reconstruir nuestras naturalezas dañadas con la ayuda de la Santísima Trinidad y las conductas que llevemos a cabo para hacernos merecedores de su Gracia y de sus dones.

Finalizaremos nuestro trabajo con una meditación sobre una interesante frase del célebre filósofo alemán Immanuel Kant:

"Tiene la razón humana el singular destino, en cierta especie de conocimiento, de verse agobiada por cuestiones de índole tal que no puede evitarlas, porque su propia naturaleza las impone, y que, sin embargo, no las puede resolver, puesto que no se encuentran a su alcance".

Desde nuestra perspectiva cristiana advertimos que en la cita transcrita la especie de conocimiento que agobia a la razón humana y que de manera inevitable se empeña en perseguir el hombre aun cuando se encuentra fuera de su alcance, es -precisamente- el saber que se relaciona con: la existencia de Dios, Su pensamiento omnisciente, Su acción todopoderosa y los destinos últimos de la Creación. (El fin del hombre, de la humanidad y del universo).

Entonces, debemos recordar que para el cristianismo Dios quiere que lo conozcamos y lo amemos esencialmente por fe (más allá de las ayudas que nos da) y no por exclusivo raciocinio humano. Vale decir que quienes ingresen en un laberinto construido por un arquitecto antropocéntrico jamás podrán encontrar la salida (simplemente porque el racionalismo aún no ha logrado construirla) y sólo podrán escapar de la trampa con la ayuda del Señor.

En síntesis: Los cristianos aceptamos por fe, por Revelación y por reflexión que toda la creación es obra del Todopoderoso. Y, consecuentemente, creemos: Que venimos de Dios, que debemos recurrir a Él para entender el sentido de nuestra existencia, que sólo podremos reconstruir nuestra naturaleza caída con la intervención del Espíritu Santo que mora en nosotros y que vamos hacia un destino eterno de felicidad o sufrimiento, según sean las resultas del juicio al que nos someterá el Altísimo.

Queridos Hermanos, hemos así llegado al final de nuestra tarea. Sólo nos queda despedirnos implorando a la Santísima Trinidad para que nos de las fuerzas necesarias para cargar nuestra cruz y perseverar en la fe y en las obras que nos permitan regenerar nuestras naturalezas dañadas y llegar al destino de felicidad eterna que Dios pone al alcance de todos los seres humanos.

Dr. Alejandro Oscar De Salvo.
                                                  Abogado - Coach Directivo




[1] Consustancial: Que es de la misma sustancia, naturaleza o esencia que otra cosa.
[2] El artículo fue extraído de la página Buena Nueva Círculo Bíblico, en la que no figura el nombre del autor del mismo.  http://www.buenanueva.net/preguntasb/Trinidad.htm
[3] Autor Josef Urban. Artículo extraído de la página de Cristianismo Bíblico.
http://www.cristianismobiblico.com/la-trinidad---un-estudio-sobre-la-naturaleza-de-dios-como-una-santisima-trinidad.html
[4] Se desconoce la autoría de este interesante estudio bíblico. El mismo fue publicado por Pablo Eze en su página: http://pabloeze.wordpress.com/2012/08/15/la-santisima-trinidad/
[5] Hagiógrafo: Cada uno de los autores de los libros de la Biblia.
[6] El contenido de este punto ha sido tomado de la página Web de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquía,  Arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y El Caribe
http://www.iglesiaortodoxa.org.mx/informacion/?p=1641
[7] El contenido del catecismo citado ha sido extraído de la página web: http://hogarafaelayau.org/cms/media/download_gallery/Publicaciones/H._Catecismo.pdf
[8] Fuente: http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/principales_verdades.htm
[9] Fuente: http://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/fiesta_pentecostes.htm
[10] Mujeres-Miroforas: Se dedica el tercer domingo de la Pascua a las mujeres miróforas (portadoras de bálsamo) quienes cuidaron el cuerpo de Cristo en su muerte y quienes fueron las primeras testigos de Su Resurrección.
[11] Este sermón ha sido extraído de la página Sermones y otros documentos de la Iglesia Evangélica Luterana de España.  http://sermonesluteranos.blogspot.com.ar/2008/05/domingo-de-trinidad-18-05-08.html
[12] El contenido del sermón “Miel en la Boca” del Pastor Charles Haddon Spurgeon ha sido extraído de la página web: http://www.spurgeon.com.mx/sermon2213.html

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